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12 mayo 2025

El apagón



Seguramente no os acordáis porque fue hace ya tres o cuatro apocalipsis, pero ha habido un apagón. 
Concretamente el 28 de abril aproximadamente a las 12:30.
Yo estaba intentando escribir cuando se me fue la luz y no le di importancia porque siempre nos salta la luz cuando pongo a la vez el radiador y el horno. Siempre me digo que es la última vez que pasa y que me acordaré para la próxima y siempre se me olvida hasta que vuelve a saltar. El caso es que pensé: ya lo he vuelto a hacer.
Que ese día no estuvieran encendidos ni el radiador ni el horno me pareció un detalle sin importancia. 
"Me estoy superando a mí misma", pensé. 
Mientras tanto, ZaraJota estaba teletrabajando. Su primera reacción al quedarse sin luz fue apagar el radiador y el horno, pero se los encontró ya apagados, así que salió al pasillo de la comunidad y vio que estaba sin luz también.
-Lorz, esta vez te has superado a ti misma -me dijo.
Así que siguió el protocolo establecido para esas ocasiones y mandó un mensaje a su grupo de trabajo.
"Me he quedado sin luz".
Varias personas contestaron: "Y yo también".
El problema es que esas algunas de esas personas no vivían en la misma ciudad. Ni siquiera en la misma comunidad autónoma. Algunas, ni siquiera en comunidades autónomas colindantes.
-Uy.
De momento todavía teníamos datos en el móvil, pusimos 24 horas y vimos en directo la cara del presentador cuando le contaron lo que acababa de pasar y cuando él lo contaba a su vez.
-Uy.
Pero los datos empezaban a fallar. 
-Uy.
-Vamos a comprar un transistor -le dije a ZaraJota. 
Yo tenía uno en la cocina, pero se lo presté a la niña un momento y ahora tengo dos y medio y ninguno funciona. El transistor era lo único que me faltaba en mi equipo prepper: tengo cerillas, velas, linterna, un cargador de móvil solar, comida preparada y papel higiénico.
No estoy loca, es que acabo de publicar un libro sobre una sociedad sin suministro eléctrico y en cuanto te pones a investigar sobre el tema te da por pensar cosas. Y no son cosas bonitas.
El caso es que bajamos corriendo a comprar un transistor.
-Solo puedo cobrar en efectivo -nos dijo la dependienta-, me he quedado sin luz.
-Es nacional, por eso estamos comprando el transistor.
-Uy -dijo la dependienta. Y acto seguido se escondió un transistor para ella debajo del mostrador. 
Encendimos en transistor y con él en la mano y acordándome fuertemente de mi abuelo, que se pasaba los veranos a un transistor pegado, fuimos a por los niños. 
El niño no nos preocupaba demasiado. 
Puede que haya tenido mis desavenencias con el colegio, pero lo cierto es que desde que empezamos allí han pasado por: el derrumbe de parte del tejado, la obra subsiguiente, la pandemia, Filomena, un par de obras más, varios robos masivos, una inundación y dos meses seguidos de lluvia sin poder bajar a los niños al recreo. Y siempre, siempre, han reaccionado rápido, bien y con eficacia.
De hecho, llegaron a enviar un correo tranquilizando a los padres y explicándoles cómo iban a actuar. 
Acto seguido nos quedamos sin internet y yo en concreto no lo recibí hasta pasadas ocho horas, pero el caso es que lo hicieron.
Lo de la nena estaba más complicado.
Obviamente, el metro estaba cerrado, pero lo que no esperábamos era que también se hubiera cerrado el túnel bajo la M30. Básicamente, solo podía volver a casa andando.
No es que fuera peligroso. 
Había pasado menos de una hora desde el apagón y en Marqués de Vadillo ya había policías controlando el tráfico. Se veía que la circulación era difícil, pero no imposible. Había muchísima gente en la calle, toda la que normalmente va por debajo de la calle, supongo, pero caminaba a lo suyo, sin prisa, sin pausa, a veces intercambiando miradas de circunstancias. Otro apocalipsis. Pues nada, esta semana ya hemos cumplido.
El problema es que el sentido de orientación de la nena es... bueno. Es. La queremos mucho. 
Y sin GPS.
Y sin semáforos. 
Y con doce años. 
Y con tendencia a desmayarse cuando hace calor. 
Y qué calor hacía, dos meses lloviendo y justo el día del apagón... menos mal, porque solo faltaba que lloviera.
Le mandamos un mensaje: Espera en la puerta, vamos a buscarte.
Confiamos en que le llegara y si no, no pasaba nada, su padre estaría en la puerta antes de que ella saliera
Teníamos tiempo de sobra, no salía hasta las dos.
Pasada la una y media recibí una llamada suya. De puro milagro, porque internet no iba y la línea telefónica estaba regulinchi.
Esto fue lo que yo escuché:
-Mami -la niña parecía histérica. No sabemos por qué es, pero por teléfono siempre suena absolutamente histérica. Ya sabemos, por ocasiones anteriores, que normalmente no está histérica, pero en ese momento sospecho que lo estaba-. ¿Mami? GSGKFSFGSÑFHGSÑ profesores FSÑGFGKSJFÑKJSFGÑKJSFJG atentado GÑSFSLFJGSJFLGH no hay clase GGSÑJHGSFJGH calle...
Mi úlcera bien, gracias. 
-QUÉDATE EN LA PUERTA, QUÉDATE EN LA PUERTA, QUÉDATE EN LA PUERTA -empecé a gritar, esperando que le llegara alguna.
-GSÑFSÑFGKSFNLSJH mis amigas SJGFJÑSKJGSGHSJKGHSJLG 
-QUÉDAOS EN LA PUERTA, TODAS, QUEDAOS EN LA PUERTA, YO AVISO A LOS PAPÁS, EN LA PUERTA, EN LA PUERTA...
Se cortó.
Y esa fue la última vez que hablé con ella. 
Bien, bien, la úlcera súper bien.
Mientras tanto, el niño salió del colegio.
Estaba tan tranquilo. Al parecer la profe les había dicho que aprovecharan la feliz ocasión para ordenar las cajoneras. Si yo hubiera sabido que un apagón nacional podía servir para que los niños ordenaran habría cortado el suministro yo misma. Con los dientes.
De hecho, no descarto hacerlo en un futuro. 
-Hoy es un día especial -le dije-. Vamos andando a casa porque el metro está cerrado.
-Joooo...  hace mucho calor. 
-¡Pero es mejor! Así vemos lo que pasa por la calle. Es muy importante que nos fijemos en todo, hoy es un día histórico.
La cara del niño fue un poema. Un poema épico. Con muchas estrofas.
Tiene nueve años. 
Hace poco descubrimos que no recuerda NADA previo a la pandemia.
-¿Otro día histórico?
-Sí.
Suspiró.
-¿Qué comemos? 
-Es lunes: lentejas. 
-Entonces vale. 
Al menos tiene claras sus prioridades.


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El próximo 17 de mayo a partir de las 18 horas estaré en la caseta 9, librería Yume, de la Feria del libro de Vallecas. El resto del fin de semana estaré en el Krunch en el CC. Cuadernillos.
¡Venid a verme antes de que el mundo se acabe (otra vez)!














15 abril 2024

Hola, maja, ¿cómo estás?

 Diciembre de 2023

-Cieliamor...
Tenía que haber sospechado. Siempre que ZaraJota me llama así es porque quiere algo. 
-Qué.
-¿Tenemos algo programado para el 20 de abril?
-¿Del noventa? -para mi generación es imposible oír "20 de abril" y no completar con "del noventa", eso sí que es adoctrinamiento y lo demás son tonterías-. No, de momento no, está muy cerca del día del libro pero para entonces nuestra parte, que es enviar los libros, estará terminada.
-Ah, genial, es que quiero ir a un concierto de Celtas Cortos. Hacen otro el 19, pero claro, habiendo el 20 de abril hay que ir a ese. 
Para los que me leéis desde fuera de España, Celtas Cortos son un grupo de música que tiene una canción llamada "20 de abril del 90".

La canción va de un tóxico que va a llorarle a su exnovia porque todos sus amigos han madurado mientras él sigue comiendo Doritos en el sótano de sus padres. La canción se podía haber llamado 20 de noviembre del 75 y habrían tenido muchos problemas con la audiencia nacional, pero me habrían facilitado mucho la vida, como se verá a continuación. 
-Claro, vete el día 20, no creo que nos surja nada. ¿Vas con las Fruitis?
-No, no, con la niña.
-¿Qué niña?
-...la nuestra...
-¿CÓMO QUE LA NUESTRA?
-Es que le gustan mucho.
-PERO CÓMO LE VAN A GUSTAR MUCHO.
Que tienen edad para ser sus abuelos. Por no hablar de que la última vez que fuimos a un concierto de Celtas Cortos olía fuertemente a... incienso. Salimos muy relajados, eso sí.
-Que sí, que sí, que me dijo que tenía muchas ganas de verlos en concierto y claro, yo por acompañarla... Que a mí ni me apetece ni nada... Uy, uy, mira que pereza. Yo por la niña todo. Pero si nos coincide con algo no vamos.
-No, no, no tenemos nada, y si surge algo ya nos apañaremos, raro será que surja todo a la vez.

Abril de 2024
-Bueno, entonces el día 20 yo me voy a Vitoria para el Zabaliburu y tú te vas a Alcalá para el Krunch, el 21 estamos los dos en el Krunch, el 22 me voy a Barcelona para Sant Jordi.*
-Entendido, solo una cosa: ¿a qué hora vuelves de Vitoria?
-Teniendo en cuenta que voy y vuelvo en el día, en bus, para estar el domingo también en el Krunch, yo diría que entre tarde y muy tarde.
Tarde y mal, añadí para mis adentros. Que una ya no tiene edad para pasar la noche en un Alsa.
-Pues a ver qué hago con el niño.
-Será con los niños, y te los puedes llevar al Krunch a echar el día, que les gusta más que a un tonto un lápiz.
-No, no, solo con el niño, porque con la niña me voy al concierto.
Sudores fríos recorrieron mi espina dorsal. Claro que si hubieran recorrido la espina dorsal de otro no me habría enterado.
-Qué concierto.
-El de Celtas Cortos, ¿te acuerdas? 20 de abril.
-Del noventa -terminé. Porque los condicionamientos paulovianos son así, no se desconectan ni cuando estás en una crisis vital extrema.
-Puedo revender las entradas, lo que pasa es que le hace tanta ilusión a la niña...
-Claro, claro.
A la niña.



*Por suerte para nuestra protagonista acabó cancelando ese viaje, aunque sus libros si estarán en Sant Jordi, buscadlos bien. 
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Venid a vernos, necesitaremos todo vuestro apoyo vital, especialmente en forma de cafeína.








09 enero 2023

Noche de paz



Las cosas que hacemos por amor.
Mucha gente no lo sabe, pero en muchos barrios de Madrid la cabalgata de reyes es el 4 de enero. 
La alcaldesa a la que nadie eligió y que llegó al puesto cuando su marido nombró ministro al entonces alcalde, que a su vez la había nombrado a ella vicealcaldesa y por tanto heredó su puesto (todo casualidad, seguro) decidió que esto era necesario para garantizar la seguridad. 
¿La seguridad de quién? Nunca lo sabremos. 
El caso es que en vez de rotar los barrios, o elegirlos cada año por sorteo o lo que fuera, los eligió ya para siempre ella, y qué casualidad que fueron los de rentas bajas, no se podía saber. 
La jugada le salió regulinchi: al no coincidir con la cabalgata "grande", la que se ve por la tele, las cabalgatas de los barrios cada vez atraen a más gente (lo de este año ha sido una locura), son accesibles a más niños de todos los estratos económicos, culturales y sociales. Ya lo comenté en twitter: nunca había visto a tantas mamás con túnica y pañuelo. Sus caras de ilusión y sorpresa están al mismo nivel que las de los niños.
Chúpate esa, dedoalcaldesa.
Bueno, como sin duda sabéis por años anteriores, suelo participar en una de las carrozas de la cabalgata. Por los niños, lo hago por los niños. No es que a mí me haga ilusión ni nada. Que va.
El caso es que al día siguiente siempre estoy al borde de la morición. Pocas horas de sueño, mucho frío, dolor de espalda, agujetas en los brazos de tanto tirar caramelos y en la cara de sonreír (en verdad os digo que si nunca habéis tenido agujetas en la cara de tanto sonreír os está faltando algo en la vida). 
Que no me quejo porque me gusta más que un tonto un lápiz y estoy temiendo el día en que mis hijos digan que ya no quieren subirse porque tendré que poner de excusa al gato o algo, pero es cansado.
El día 5 pensaba remolonear en la cama hasta altas horas de la mañana, como las nueve y media o así, pero en lugar de eso a las ocho de la mañana estaba en correos para recoger un paquete porque al parecer era URGENTÍSIMO que lo recogiera el día 5, no podía esperar a, yo qué sé, el día 9, cuando pase por correos para mis cosas o simplemente por delante cuando llevo a los niños al cole, no sé. 
El paquete era absolutamente gigante. Los brazos no me llegaban de lado a lado. Subía por la calle como una caja con patitas, a las ocho y media de la mañana, bajo cero, cuando me llegó el inconfundible olor a roscón recién hecho y lo seguí hasta una pastelería en la que apenas había una cola de unas veinte o treinta personas.
Bueno, pensé, aprovecho la cola para descansar un rato (la gente de la cola fue súper amable) y de paso me llevo a casa uno de los mejores roscones del barrio. La idea parecía estupenda hasta que la pastelera me dio el roscón y me encontré con que, efectivamente, tenía que llevármelo a casa.
No voy a entrar en detalles de lo que sucedió a continuación; me limitaré a decir que las cajas cuadradas no ruedan grácilmente cuesta arriba por muchas patadas que les des.
Para cuando llegué a casa, mis manos seguían bajo cero pero el resto de mi cuerpo era un bonito exponente del calentamiento global. Las agujetas del día anterior estaban dándolo todo, tenía dolor de cabeza por la falta de sueño y me estaba empezando a pinchar la ciática. De la espalda prefiero no hablar.
Mi plan era llevarme a los niños al mercado de San Isidro, porque nacieron con una tarita mental que les hace adorar ir al mercado y además en el San Isidro siempre tienen animación para niños en estas entrañables fiestas. Pero se me ocurrió abrir la caja y descubrí que no podía porque tenía que hacer horas extra para los Reyes Magos. No voy a negar que me pillé el cabreo del siglo, porque yo ya hice mis horas reglamentarias antes de que los niños empezaran sus vacaciones para poder estar con ellos, y aquello me pareció un abuso real de considerables proporciones. Y luego se me acabó el celo. Y luego, el papel de regalo. Y luego, la paciencia.
Y cuando se me acaba la paciencia discuto con ZaraJota, porque es mi enlace sindical con los Reyes Magos y es la enésima vez que los Reyes Magos nos hacen la misma jugada (aunque debo reconocer que esta no ha sido la peor) y yo pago mi cuota sindical para algo, no sé si me explico. Y nos fuimos a la cama cansados, doloridos y tristes. 
Y NI SIQUIERA NOS PODÍAMOS DORMIR PORQUE ERA DÍA CINCO DE ENERO Y SOMOS PADRES, GUIÑO CODAZO CODAZO.
Los niños estaban nerviosos, claro. Es la noche más importante del año. 
Nene-kun, que se duerme puntualmente a las nueve y media todas las noches, me dijo: 
-Mami, estoy muy nervioso, creo que no voy a poder dorZZZZZZZ...
Y no se supo más.
Nena-chan es más dura de roer. Desde bebé, le cuesta muchísimo dormirse, aunque cuando cae puedes montar muebles a su lado y no se entera (esto ha ocurrido, varias veces). 
Así que nos dispusimos a esperar. Y esperar. Y esperar.
A las diez y media yo, que soy una optimista de la vida, pensé que había ocurrido un milagro: la niña se había dormido. 
ZaraJota cogió el Scalextric y emprendió el camino al salón.
-¿Mami?
Mierda, mierda, mierda...
ZaraJota me lanzó el Scalextric y yo lo oculté tras mi esbelta figura y puse cara de "no llevo un Scalextric escondido a la espalda". Creo que funcionó, porque la niña se volvió a la cama.
Pero despierta, claro.
A las doce seguía despierta.
ZaraJota, ya menos, que hubo un momento que de verdad que pensé mira, le pido a la niña que me ayude y a la mierda todo.
A las doce y media yo ya estaba sujetándome los párpados con palillos. No podía más.
Mira, me dije, me levanto y si la niña me pilla colocando el puñetero Scalextric le digo que todo es un sueño como lo de Resines. 
Y si no cuela, le saco una navaja y le digo que aquí no ha pasado nada y que como lo cuente la rajo, yo qué sé, pero estoy cansadísima, me duele todo y además hace un frío que no es ni medio normal y no encuentro mis zapatillas.
Así que desperté a ZaraJota y colocamos los regalos, que es una de mis cosas favoritas del mundo, colocarlos a escondidas y reírse mucho con cada ruidito que hacemos, y luego volver a la cama calentita a dormir POR FIN.
Entonces el gato empezó a maullar.
Es muy sensible para sus cosas y sus rutinas. Nos avisó cuando se murió Pelotilla. Nos avisó cuando se escapó Nena-chan. Nos avisa todas y cada una de las veces que entra en casa cualquier bichito (lo de cazarlo ya si eso, que se cansa). Y por supuesto nos avisa si de pronto aparecen un montón de cosas en el salón. Repetidas veces. A TODO VOLUMEN. 
-Jinmu, por favor, ven a dormir.
-¡¡¡MIIIIAAAAAAAUUUU!!! ¡¡¡MIIIIAAAAAAAUUUU!!! ¡¡¡MIIIIAAAAAAAUUUU!!! ¡¡¡MIIIIAAAAAAAUUUUUUUUUUU!!! [¡¡¡que me tenéis el salón lleno de mierdaaaaaas!!! ¡¡¡recoged estoooooo!!! ¡¡¡que voy tarde para la siestaaa!!!].
-La madre que te parió, Jinmu.
Nuestra indiferencia obligó a Jinmu a tomar una decisión desesperada: moverse de su sitito. Una vez levantado debió pensar que lo peor ya estaba hecho y la emprendió con todo. 
Desde el dormitorio empezamos a oír golpes, cosas que se caen, cajas arrastradas y maullidos, muchos maullidos.
-Jinmu que me voy a hacer una bufanda contigo, la madre que te parió.
Al fin, y seguramente exhausto por la inacostumbrada actividad, el gato se vino conmigo a la cama y se durmió.
Eran cerca de las tres de la mañana. 
Lo sé porque, apenas unos minutos después, llegó Nena-chan.
-¡Mami, han venido los Reyes!
-...son las tres de la mañana.
-¡El salón está lleno de regalos!
-¿Y están enteros?
-Eh... sí, parece que sí.
-Pues entonces no has visto nada, métete en la cama y a dormir.
-Pero hay...
-NO. HAS. VISTO. NADA.
La niña aprovechó el vacío legal para meterse en mi cama, donde ya estábamos ZaraJota, el gato yo, dormirse y proceder a darnos patadas hasta en el carnet de identidad.
Por suerte, no fue durante mucho tiempo.
Debían ser las siete y media de la mañana cuando se despertó Nene-kun.
-Mami, ¡han venido los Reyes!
-¿Los Reyes? LA REPÚBLICA TENÍA QUE VENIR.

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Escribo libros de todo tipo y algunos son hasta casi buenos. Puedes encontrarlos todos aquí.

05 julio 2021

Amor de madre



Me dan miedo las alturas.
Ya está, ya lo he dicho.
En realidad, si os fijáis, a casi todos los torpes nos dan miedo las alturas. Porque claro, si a ras de suelo eres capaz de tropezarte en llano y abrirte la cabeza, a diez metros por encima no te quiero ni contar. 
El caso es que normalmente lo llevo bien porque como soy bajita y eso nunca estoy demasiado por encima del nivel del mal, pero la cosa empezó a complicarse con el parque de atracciones. 
Que además al principio ni tan mal, porque mientras los niños midieron menos de un metro sólo podrían montarse en atracciones rollo repollo y yo tan contenta. Y cuando Nena-chan superó el metro, ella se iba con ZaraJota a las atracciones chungas y yo me sacrificaba y me quedaba con Nene-kun en las rollo repollo, porque soy una madre abnegada de esas.
Pero claro, tarde o temprano Nene-kun tenía que crecer. 
Pequeño traidor.
Y en cuanto levantó tres palmos del suelo, quiso montarse en las mismas atracciones que su hermana. 
Y, para mi desgracia, a determinadas alturas de niño, es imprescindible que se suban a las atracciones acompañados de un (presunto) adulto. Uno por niño. 
La madre que les parió. 
Y debido a circunstancias de la vida, tengo dos hijos pero un solo ZaraJota. 
Y ZaraJota ya se estaba subiendo con Nena-chan.
Así que me tocó subirme a las atracciones "de mayores" con Nene-kun.
A ver, no a todas. 
Desde el principio le dije: Niño, el amor de madre no tiene límite, salvo que sí lo tiene y está en la atracción del tronquito que se despeña por una catarata
El niño lo entendió perfectamente (quizá fueran mis ojos inyectados en sangre, quizá los espasmos de terror que recorrían mi cuerpo, jamás lo sabremos) y me dijo que quería montarse en una especie de naves espaciales que giran alrededor de una columna, ni muy alto ni muy rápido, o eso me pareció desde abajo.
-Venga, creo que tengo suficiente amor de madre como para eso -le dije.
Quizá fuera una afirmación un tanto apresurada, no digo yo que no. 
Me di cuenta según nos subimos y descubrí que la navecita no tenía ni un mísero cinturoncito, y que tenía que sentarme rodeando con mis piernas a Nene-kun, que yo muy a favor de proteger a mis hijos con mi cuerpo y eso pero mucho más a favor de no tener que protegerlos en absoluto, sobre todo si mi propia integridad física está en juego. 
Pero cómo el amor de madre está para usarlo, me senté, rodeé al nene con las patorras y me aferré a la estructura de la navecita como chinche a calconcillos. 
-Ah, pues no está tan mal -dije, pasados unos segundos.
-Mamá, todavía no ha arrancado.
-Entonces, ¿todavía estoy a tiempo de BAJARME?
-Jajajaja, mamá, qué tonterías dices.
-Tonterías los cojones. 
Iba a saltar de la nave cuando se puso en marcha y pensé que a lo mejor no era buena idea del todo, así que apreté las patas hasta que el niño empezó a amoratarse de cuello para arriba y me pegué a la chapa de aquello que habría hecho un soplete para despegarme. 
Y cerré los ojos. Y pensé: si no lo ves, no existe. Podía fingir que estábamos en el autobús. Sí, eso era. Por suerte, Nene-kun es un niño callado e introspectivo, que habla poco y bajito, y que no iba a sacarme de mi lugar feli...
-¡ESTO NO PARA DE SUBIR! -gritó a los pocos segundos.
-¿Que qué?
-EL SUELO ESTÁ SÚPER ABAJO, MAMÁ.
-Ay, dios.
-MIRA ESE ÁRBOL, QUÉ CHIQUITITO SE VE.
-Preferiría no verlo.
-PARECÍA QUE ÍBAMOS A CHOCAR, PERO NO HEMOS CHOCADO.
-Gracias por ofrecerme esa evocadora imagen, hijo mío.
-¡¡¡SEGUIMOS SUBIENDO!!!
-¿En serio?
-¡¡¡ESTAMOS SÚPER ALTO!!! ¿TE IMAGINAS QUE NOS CAEMOS AHORA, MAMÁ? ¿EH? SERÍA MUY GRACIOSO.
-Jajajaja, sí, me parto. 
-OOOOOH, YA BAJAMOS. QUÉ PENA, ¿VERDAD, MAMÁ?
-Uy, sí qué lastima.
-¿TE IMAGINAS QUE AHORA BAJAMOS DE GOLPE CONTRA EL SUELO?
-Sí, perfectamente, gracias.
-JOPETAS, YA ESTAMOS. ¿MAMÁ? YA SE HA ACABADO, MAMÁ. SUELTA... LA... CHAPA...
Hicieron falta tres personas y un ZaraJota para arrancar mis frías manos aterradas de la navecita, pero aparte de eso creo que salí de allí con bastante dignidad. Desde luego, los niños no debieron de notar nada, porque según pisé tierra se me acercó Nena-chan y me dijo:
-Mamá, ¿ahora podemos montar en la montaña rusa de la araña?
-A mí me encantaría, Nena-chan.
-¿De verdad?
-Lo que pasa es que no estoy segura de quererte lo suficiente. 


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Durante los meses de julio y agosto, la librería La Sombra está de promoción. 
Aprovechad, que tienen todos mis libritos. 






24 mayo 2021

El cepillo de dientes



Parece que esta semana, por fin, acabaremos con el papeleo del testamento de la Tita del Puerto. Parcialmente. Cruzo los dedos.
Porque a estas alturas, después de que me pregunten si soy la fallecida una docena de veces (se confunden porque nos llamamos igual, lo de que yo esté viva no les parece un dato concluyente, al parecer), y después de que me digan cosas tan surrealistas como que no pueden hacer tal cosa porque el dni de la fallecida está caducado y tiene que ir a renovarlo (sí, esto ha pasado) empiezo a estar un poco cansada.
Antes de que alguien me recomiende que contrate una gestoría me adelanto y lo digo: he contratado una gestoría. El problema es que ni la información ni la documentación llega a la gestoría mágicamente, cosa que molaría infinito y que alguien debería plantearse.
O sea: Hermione, no te hagas aurora, ponte una gestoría que te forras.
Se trataba de una situación familiar complicada, un testamento complicado, una distribución geográfica de los herederos complicada, cada uno con sus vidas complicadas, y bueno, lo de la pandemia y eso. Que ahora que no tenemos estado de alarma ya nos acordamos de cuándo no se podía salir de casa.
Aparte, yo tengo mi propia vida y mi propio trabajo, así que había días que no sabía si estaba escribiendo una Croniquita o una instancia para la DGT. Y encima, con pena, porque cada vez que veo el nombre de mi tía me da como un pellizco que me quedo tonta un rato. No os quiero ni contar lo que me entra cuando pienso que tengo que vaciar la guantera de su coche, o ir a su casa y tirar su cepillo de dientes.
Seis meses y nadie ha tenido huevos de tirar el cepillo de dientes, así está la cosa.

En fin.
Es caso es que cuando yo ya estaba al borde del colapso me llegó un rumor, porque el mundo es muy grande pero internet es muy pequeño y los cotilleos de mi pueblo no veas lo rápido que viene alguien y me los cuenta. Quiera yo o no. Y lo normal es que no. La madre que parió al facebook.
Pues el caso es que viene alguien y me dice que se cuenta, se dice, se rumorea que hemos falsificado el testamento de mi tía.
Francamente.
FRANCAMENTE.
¿Estamos tontos o qué?

A posteriori pensé muchas cosas:
Que la gente ve muchas películas. 
Que la gente no tiene ni idea de cómo funcionan las cosas.
Que es un insulto hacia la última voluntad de mi tía.
Que era una persona muy organizada, con la cabeza muy bien amueblada, que hizo su testamento después de pensarlo seriamente, que fue a un notario, que llevó un testigo, que lo preparó todo hace años.
Que a menudo, con la gente con la que tenía confianza, bromeaba con su herencia, y más o menos cualquiera que haya estado en contacto con ella, un mínimo contacto, tenía una idea de por dónde iban a ir los tiros.
Que cómo alguien puede extrañarse de que testara a favor de la parte de la familia que la cuidó durante sus últimos años de vida en lugar de la parte con la que no se hablaba. Bueno, se hablaba a través de abogados, que eso une mucho.
Que a todos los que fuimos a verla en el hospital nos dijo o nos intentó decir lo que había dispuesto.
Que me arrepiento de haberle dicho que no lo quería saber, porque a lo mejor se habría quedado más tranquila sabiendo que yo sabía, y además le podría haber dado las gracias.
Que han pasado seis meses, y no hemos tenido los huevos de tirar ni su cepillo de dientes, porque duele.

Pero, en aquel momento de cansancio, pena, saturación mental y ansiedad sólo pensé en una:
-¿Y no lo podíamos haber puesto más fácil?




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17 mayo 2021

Cada uno tiene el suyo




El otro día estaba haciéndome el repaso del láser en el piticlín cuando la esteticista, que es un amor y desde aquí le mando un saludo, me dijo: 
-¿Sabes qué? Para la piel tan blanca que tienes, el ano lo tienes muy oscurito. 
Esta información me dejó con las patas colgando. Bueno, que con las patas colgando ya estaba de antes por lo de la depilación del piticlín y eso. 
-No tenía ni idea.
A ver, es que yo el ano, así por lo general, no me lo veo. Y cuando me lo han visto otras personas, así por lo general, ha sido en situaciones poco apropiadas para sacar la pantonera e iniciar un debate sobre el tema, no sé si me explico.
Pero es que además yo no tenía ni idea de que los anos podían tener diferentes gamas cromáticas. Tampoco me lo había planteado nunca, la verdad. Y es raro, porque mi abuela me ha contado en numerosas ocasiones la vez que ella y sus siete hermanas se encerraron en el baño para mirar si todas tenían el vello púbico del mismo color y para su regocijo descubrieron que los siete matojillos eran diferentes. 
Llevo toda la vida con esta imagen en la cabeza y ahora también está en las vuestras. 
Basándome en semejante experimento empírico, es raro que yo (o ellas) no llegara a la conclusión de que lo de atrás también debía ser diferente. 
Que ahora que lo pienso, a lo mejor por eso el gato se empeña en ponerme el culo en la cara mientras duerno, a ver si así me caigo del guindo ojetil y descubro por fin una de las Verdades De La Vida.
-¿Te acuerdas de hace unos años -decía la esteticista- que a las famosas les dio por blanquearse el ano?
-Ay, es verdad.
Ahí disimulé súper bien, pero el caso es que me volví a quedar de pasta boniato. Porque yo, durante todo este tiempo, estaba convencida de que lo que se blanqueaban eran lo de dentro
Me parecía raro, pero no más raro que el concepto de blanquearse el ano, en general.
En fin.
El casi es que como soy así naturalmente tímida y pudorosa y además tengo poca tendencia a exagerar, según salí de la clínica me apresuré a anunciarlo en whatsapp, telegram, facebook, un directo de instagram, el tablón de anuncios de la comunidad de vecinos y la hoja parroquial del barrio: 
QUE TENGO EL OJETE NEGRO.
La mayor parte de la gente me respondía lo mismo que hubiera respondido yo unas horas antes, cuando aún vivía en la ignorancia: 
-Todos los son, ¿no?
-No, no: lo de alrededor
-Ostras, pues no me lo había planteado. 
-Quizá deberías mirarte con un espejo cuando llegues a casa.
-¡Lorz!
-Tú sabes que lo vas a hacer, yo sé que lo vas a hacer, el único que no sabe lo que se le viene encima es el espejo.
-¿Cómo no lo vas a tener negro, si te empeñas en achicharrártelo con láser? -me decían otras personas.
Que como explicación no me convence demasiado porque
a) es luz pulsada
b) si fuera sí, también se me habrían oscurecido las ingles, las axilas y las piernas, y de momento siguen atascadas en el blanco nuclear/amarillo macilento, según la época del año.
Mi padre reaccionó distinto. Quizá porque se lo conté a gritos en la terraza del bar que hay debajo de su casa, no sé. 
-Niña, no seas ordinaria -me dijo. Que teniendo en cuenta que su madre se metía en el baño con sus siete hermanas para estudiarse los pelos del ciertositio y luego nos lo contaba, la verdad es que no sé cómo esperaba que le saliera yo, pero bueno.
Mi madre, en cambio, se lo tomó mejor, porque las madres somos así y queremos a nuestros hijos sin tener en cuenta de qué color son sus partes íntimas.
-Lo que no entiendo -me dijo- es para qué necesitas quitarte los pelos de ahí.
-Pues que se aprecie mejor el color que tiene, por supuesto.





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Vayamos por partes III está próximo a agotarse. Si todavía no tienes el tuyo, puedes encontrarlo en La Casa Tomada (Sevilla), La Sombra (Madrid) y Lektu



22 marzo 2021

Chichifresco

Hace un par de semanas o así salí a la calle en marga corta porque hacía un sol maravilloso. 
Por desgracia para mí, también hacía un viento maravilloso y una maravillosa temperatura de unos 12º, pero como llegaba tarde a la depilación láser y además la clínica está aquí al lado me dije que no importaba.
Cambié súbitamente de opinión cuando llegué a la clínica, ya con una ligera hipotermia, y me acordé de que entre los protocolos covid y los rayos láser siempre tienen que tener la sala bien fresquita y muy ventilada. Para cuando me despeloté y me pusieron hielo en mis partes sensibles yo ya estaba como el mamut que se encontraron en Siberia. 
Eso sí, no me dolió nada de nada.
El caso es que, sin motivo aparente, al día siguiente tenía febrícula y dolor de garganta.
-Esto va a ser alergia -le dije a ZaraJota. 
ZaraJota puso los ojos en blanco y suspiró, probablemente porque está con alergia también.
La cuestión es que al día siguiente Nene-kun amaneció también con fiebre, dolor de garganta y los ojitos vidriosos. Ahí ya me empecé a preocupar más.
Porque tenía que trabajar y eso y la verdad es que desde enero entre Filomena y los confinamientos varios he dado algo así como tres horas de trabajo, pero bueno.
El niño en sí me preocupaba cero porque he estudiado Medicina en la Universidad de la Vida y sé que si un niño tiene energía para saltar en el sofá al ritmo de la Patrulla Canina es que no está en riesgo de muerte inmediato.
A no ser que se caiga y se abra la cabeza, vaya. 
El caso es que con el protocolo covid, si un hermano tiene "síntomas" el resto no pueden ir al cole, así que me vi con los dos niños en casa otra vez y me entró un telele otra vez. 
Por suerte en el centro médico nos atendieron (telefónicamente) esa misma mañana.
-¿Qué síntomas tiene el niño? -preguntaron.
-Febrícula y dolor de garganta.
-¿Hay alguien más en la familia que tenga síntomas?
-Sí, yo, pero...
-¿Has notado dolor de espalda o de articulaciones?
Llevo colechando desde 2012. Para mí que la pregunta era un poco superflua.
-Sí, pero...
-¿Mareos?
No tengo tensión. Así os lo digo.
-Sí, pero...
-Pues ven que te hacemos una PCR. 
-¿Y el niño?
Porque si caigo yo CAEMOS TODOS.
-Cuando le llame su pediatra.
-¿Y no puedo ir yo cuando llame el pediatra?
-Lorz, por favor, madura
Así que, convenientemente abrigada, me fui a hacerme mi segunda PCR.
Debo decir que desde octubre pasado hasta ahora las cosas han mejorado mucho y está todo mucho mejor organizado; en el ambulatorio han montado un triaje donde separan a los sospechosos covid de lo que no, y a los sospechosos se les hace PCR, medición de oxígeno, tensión y electro así, del tirón; para cuando terminas de pasar por la cadena de montaje ya tienes el resultado de la PCR y sabes si tienes covid o cualquier otra cosa que nadie se molesta en diagnosticar porque es 2021 y solo existen dos posibilidades: o tienes covid o no lo tienes. 
Y punto. 
El caso es que por la tarde le tocó a nene-kun, que en principio se negaba a hacerse "un APCR" y acabó siendo súper valiente. 
Los dos dimos negativo y nos pusimos muy contentos, sobre todo yo, que podría librarme de ambos niños el siguiente día lectivo y con suerte trabajar más de cinco minutos seguidos.
-Mañana -le dije al niño-, le tenemos que contar a la seño lo valiente que has sido.
-Sí.
Nene-kun es que es de pocas palabras. 
-¿Le vas a contar a todos tus amiguitos qué te han hecho?
-Sí.
-A ver: cuéntame lo que les vas a decir.
-Pues que me han hecho un APCR para ponerme coronavirus.
Creo que vamos a tener que trabajar un poco en esa versión de los hechos. 



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Hoy lunes a las 11:54 se acaba el plazo para participar en el verkami de Crónicas Funestas.
El libro lo he escrito yo, así que mi opción sobre el mismo es un poco parcial.
Lo que sí os puedo decir que los diseños de Laura S. Maquilón para la bolsa y las tazas y las ilustraciones de Gisselle Anderson para el libro son fantasía pura.
Venirse y apuntarse antes de que sea demasiado tarde.









01 marzo 2021

Papeleo

 

Os voy a dar un consejo: no os muráis nunca, que luego es todo mucho papeleo.
Quizá estéis pensando que os da igual, porque no lo tendréis que hacer vosotros. Bueno, eso nunca se sabe.
Cuando la Tita del Puerto y del Sur murió, mi madre se encargó de la mayor parte del papeleo. También se encargó de coger la lista de contactos de su móvil e ir avisando a todos sus amigos, porque como fue tan rápido la mayoría no se había enterado ni de que estaba enferma y le seguían mandando memes de gatitos al whatsapp. Os podéis imaginar el papelón.
A mí me tocó la tarea, comparativamente más agradable, de comunicar el fallecimiento en el banco.
Sólo eso. Ni siquiera quería saber el estado de sus cuentas, o tocarlas para nada; solo bloquear las tarjetas y asegurarme de que los recibos se seguían pagando hasta que se resolviera todo. 
Y como la oficina me pillaba unos setecientos kilómetros más allá de mi área de confort, lo que hice fue llamar a atención al cliente. 
-Hola, llamo para informarme de cómo comunicar el fallecimiento de uno de sus clientes.
-¿Es usted la titular de la cuenta?
-Eh... no, la titular ha fallecido.
-Tiene que llamar la titular de la cuenta.
-Pero...
-Es por protección de datos. 
-Si yo no quiero que me den ningún dato, soy yo la que llama para comunicar el dato de que la titular ha fallecido. Y ni siquiera quiero que hagan nada, solo que me informen de qué tengo que hacer.
-Pues nos tiene que llamar la titular. 
-Está bien, está bien. No soy la titular, pero aparezco como autorizada en la cuenta.
-¿Sí?
-Sí, mi tía me autorizó hace como un millón de años.
-¿La fallecida le autorizó?
-Sí. 
-En ese caso no puedo ayudarle.
-¿Por qué?
-Porque usted es la autorizada de la fallecida, y ahora la cuenta pertenece a los herederos; tendría que llamar la autorizada de los herederos.
-Para eso tendría que poder comunicarles que mi tía ha fallecido. En lo que a ustedes respecta, mi tía sigue viva.
-Pues entonces que llame ella.
Claro, cómo no se me había ocurrido antes.


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¡Seguimos de verkami! 
Intentamos sacar Crónicas Funestas en papel
Tenemos tazas, delantales, cuadernos y, si llegamos a 5000 €, sugus para todos los mecenas.





15 febrero 2021

La presa Hoover

Pues os voy a contar la historia de una amiga que hace unos días tuvo que subirse a un tren de larga distancia, pero por favor no penséis mal de ella porque era un viaje totalmente justificado para hacer papeles y que el destino tuviera playa era totalmente casualidad. 
Estaba mi amiga en el tren, con el aire acondicionado a tope porque en renfe la hipotermia siempre va de regalo, cuando le dijo a su acompañante:
-Voy a beber agua, que se me está resecando la garganta y como me dé un ataque de tos de los míos va a cundir el pánico.
Así que mi amiga cogió la botella de agua y se metió el pitorro debajo de la mascarilla, porque mi amiga es una profesional de las pandemias y siempre lleva una botella de agua con pitorro para beber con la mascarilla puesta, aunque luego se quedan todas las babas en el pitorro y yo no sé si cuando se evapore será peor, pero bueno. 
El caso es que estaba bebiendo agua con su pitorro y su mascarilla cuando se le ocurrió la chorrada del siglo, que no os voy a contar porque vais a pensar que es tonta perdida, le entró la risa, una cosa llevó a la otra y todo el agua que había bebido acabó saliéndosele por la nariz, que es una cosa muy desagradable en el momento pero que a la larga te despeja mucho. 
El problema es que mi amiga todavía tenía puesta la mascarilla y se ve que era de las buenas de las que no filtra nada, nada, nada, así que el agua se quedó atrapada dentro en plan presa Hoover. 
Mi amiga no sabía qué hacer porque claro, no podía quitarse la mascarilla en medio del tren, pero por otra tampoco podía quedarse con la bolsa de agua colgando hasta que llegaran.
Así que dijo:
-Pues me voy para el baño y me cambio la mascarilla.
La idea era buena, lo que pasa es que la ejecución salió regular. Al levantarse, la presa Hoover antes conocida como mascarilla se abrió y toda el agua que contenía cayó en cascada sobre su canalillo, que como su nombre indica canalizó todo el agua hacia su camiseta.
-¡AAAAAAAAAAARG! 
El agua estaba fría y, recordemos, todo esto había empezado porque el aire acondicionado estaba puesto como si la electricidad fuera gratis. 
-No pasa nada, mujer -le dijo su acompañante, frotándole la mancha-, esto se evapora y y está, sólo es agua. 
-Que ha pasado por mi nariz.
El acompañante se lo pensó un momento. 
-Mejor que no se evapore, entonces -concluyó.
El caso es que al día siguiente, por lo que fuera, mi amiga estaba un poco resfriada. 
-A ver si has pillado el coronavirus en el tren -le dijo alguien.
-Uy, no, imposible. ¡Si llevé mascarilla todo el rato! 





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¡Estamos de verkami! 
Participa en nuestro proyecto para comer sugus la edición impresa de Crónicas Funestas.



25 enero 2021

Un descansito

 



Ahora que los niños han vuelto al cole (y ojalá que por mucho tiempo) las madres por fin podemos dedicarnos a eso que nos gusta tanto: ponernos al día con todo el trabajo acumulado durante el mes que los niños han estado en casa, y cuando digo "en casa" me refiero a literalmente en casa, y hemos tenido que ser profesoras, monitoras de tiempo libre, diosas de las manualidades, expertas en la gestión de conflictos, cocineras, gestoras de residuos, chaos coordinators y real life managers a tiempo completo. 

Hace unos días, en el #videoclub de lectura de La Sombra, me preguntaban qué necesito para escribir y yo, que soy un alma de cántaro, no fui capaz de dar la respuesta más obvia: tiempo. No cualquier tiempo: a ser posible, a solas, y sin tener que ponerme una alarma porque hay que recoger a los niños, tengo que entregar este proyecto, se acerca la hora de comer, el súper cierra y no tenemos leche. 

Tiempo sin condiciones y sin limitaciones, en lugar de minutos arañados por aquí y por allí mientras hago malabarismos con las prioridades.

Todo este rollo es para deciros que ahora mismo estoy un poco saturada y que no sé cuándo volveré a postear. Probablemente en un par de semanas, ¿eh? O sea, soy una adicta. Pero ahora mismo no sabría decir cuándo podré volver a centrarme como para escribir una entrada.

Estoy centrada en otras cosas, por supuesto. Tengo proyectos bonitos en proceso: terminar Crónicas Funestas, publicar un libro de una personita (pun intended) chachi y un nuevo verkami en el que a lo mejor hay hasta sugus, pero no prometo nada.

Si me echáis de menos, me tenéis en Twitter (si alguien está pensando que si dedicara menos tiempo a Twitter tendría más tiempo para otras cosas que se lo haga mirar, por favor). También tenéis quince años de archivo del blog, que se dice pronto: quince años, pero te paras a pensarlo y menudo vértigo.

Y por supuesto, tenéis todos mis libros: en papel en La Sombra y en digital en Lektu.




28 diciembre 2020

Nochevieja 2020



Mis propósitos para 2020 eran:
  • pasar más tiempo con mi familia
  • teletrabajar todo lo posible
  • comer menos fuera y cocinar más en casa
Si nos centramos en esos tres parámetros, el 2020 ha sido todo un éxito.
El que no se anima es porque no quiere. 
El año empezó con un #relorzfunding que, gracias a vuestro apoyo, salió tan bien que nos dio energía no sólo para sacar la segunda parte, sino también para la tercera.
Y me vine arriba, y monté mi propia editorial, porque el editor que se publica a sí mismo tiene a un idiota por cliente y a idiota no me gana nadie.
Y entonces vino la plaga con todas las Cosas Malas detrás. Como todos las tenemos muy presentes, no hablaré de ellas. 
En cambio, hablaré de estar en casa con ZaraJota y los niños, comer juntos todos los días, tenernos al alcance de la mano, tocarnos mucho. 
De los aplausos de las ocho, y de explicarle a Nena-chan que aplaudían por todos los niños, por lo valientes que estaban siendo.
De salir a la terraza a bailar para que a los niños les diera el sol y se les desentumecieran los músculos.
De amasar pan, y bollos, de las caras de satisfacción de los niños al probarlos. 
De cuando convertimos el salón en un jardín de flores de papel, y luego de hojas de otoño, y luego de pájaros, y luego lo decoramos para navidad. 
De todas las manualidades, dibujos, acuarelas, pintura de dedos purpurina y, sobre todo, cartones de papel higiénico (muchos cartones de papel higiénico).
De las tarde de UNO y Virus. 
De la primera vez que los niños pudieran salir a la calle, de cómo los vecinos les aplaudían desde los balcones.
De como un cachorrito se volvió absolutamente loco de alegría al ver a Nene-kun, y la señora que lo paseaba nos explicó que lo había adoptado durante el confinamiento y era la primera vez que veía a un niño. 
De cuando mis padres salieron de paseo por primera vez y nos avisaron para que nos asomáramos a la terraza a verlos, y mi padre gritó: "Nene-kun, qué alto te has puesto". A lo que el niño respondió, sin inmutarse: "Es que estoy en un quinto piso". 
De Nena-chan diciendo que quería ser científica YA para descubrir la vacuna (y, más tarde, experimentando con el gato). 
De pedir cita para ir a la piscina con los niños todos y cada uno de los días de verano, porque era la forma más segura de que les diera el sol e hicieran ejercicio... y de jugar al Pulporón Gigante Asesino (Lagarto Spock).  
De Ratoncito López comiéndose las plantas de mi abuela.
De las vacaciones más marcianas que hemos tenido jamás, en Villanueva de la Vera, donde pude ver por primera vez uno de mis libros en una biblioteca.
De que, poco después, empezaron a estar en una librería
De la vuelta al cole. De las lágrimas de alegría. De los niños con sus mascarillas, haciendo cola para ponerse gel hidroalcohólico antes de entrar, chocándose los coditos al verse (y luego compartiendo las meriendas porque bueno, son niños).
De las tardes de firmas y tarta en La Sombra, rezongándole a Sark porque no encuentro el boli que me gusta o por cualquier otra cosa, porque lo importante es rezongar. 
De los viernes en el Vips, los desayunos y meriendas en Motteau con señoras chachi, ellas ya saben quiénes son.
De Nene-kun, absolutamente convencido de que al lavarse las manos veía caer a los virus, que son "negros y con muchas patitas". 
De Nena-chan, en bici sin ruedines. De Nen-kun, montado por algo más grande que un triciclo por primera vez en su vida. 
De la pérdida, del triste consuelo que supone saber que una persona a la que quieres no ha muerto sola. 
De volver a la normalidad y ver cómo tu empresita empieza a despegar a pesar de la pandemia, la crisis, los meteoritos, las plagas de langosta, las erupciones volcánicas y la reina de los mares. De que la gente confíe en ti para sacar adelante sus proyectos. De publicar un libro tras otro y encontrar apoyo una y otra vez. 
De perder una tía, pero ganar un gato. Y qué gato.
De todos los bebés pandemial que este año ha traído (y lo que que están a medio traer). 
De poner el belén, el árbol de navidad y luces, luces, muchas luces.
De ir a comprar dulces de navidad con Nene-kun, al que no le gustan los dulces, y volver a casa con una bolsa de gusanitos con forma de estrella.
De meter regalos de contrabando en casa y hacer malabarismos para envolverlos y esconderlos.
De Nena-chan preocupada por los reyes magos, porque son muy mayores y además no son convivientes y cómo van a cruzar las fronteras, que están cerradas...
Del videoclub de lectura de La Sombra, que nos ha mantenido leyendo, con contacto humano y relativamente cuerdos durante los peores momentos. 
De todo lo bueno. 
Y de que en 2021 siga habiendo (algunas) cosas buenas para recordar.




 


14 septiembre 2020

La vida interior

 
―He pillado lombrices en el pueblo ―le dije a ZaraJota.
―Ya lo sé ―me contestó, muy despacio, el verano pasado.
El verano pasado volví del pueblo con lombrices. El médico me dijo que lo más seguro era que me lo hubieran pegado los niños, pero mis hijos no tenían ni tuvieron absolutamente ningún síntoma de vida interior.
Sin embargo, como habíamos hecho muchas excursiones, nos habíamos sentado a comer bocatas en cualquier lado, nos habíamos bañado en el río, habíamos comido moras directamente de la mata y por supuesto sin lavar y habíamos compartido merienda con prácticamente todos los niños de la calle pensé que bueno, simplemente me había tocado y punto. Me tomé las pastillas, dejé que el genocidio siguiera su curso y al poco tiempo estaba como siempre: muerta por dentro.
―No ―le insistí a ZaraJota―; este año también he pillado lombrices.
―Es imposible. 
Este año, por ya-sabéis-qué, no ha habido excursiones, ni bocatas, ni río, ni moras, no compartir. 
Aunque lo hubiera habido, nos lavamos las manos con tal frecuencia que cualquier intento de invasión parasitaria habría fracasado por puro aburrimiento.
―Eso sólo puede significar una cosa ―dijo ZaraJota.
―¿Que en realidad era el marido el que le mandaba el ramito de violetas?
―...no. Que tienen que estar en algún lado dentro de la casa.
―Pero entonces todos tendríamos lombrices.
Desde el principio del verano, prácticamente toda mi familia ha pasado, por turnos, temporadas en la casa.
―Tiene que haber algo en la casa que sólo hagas tú...
―¿Escribir novelas de zombis?
―...parece poco probable que puedas pillas lombrices por escribir novelas, sean de zombis o de cualquier otra cosa.
―Bueno, el primer Villamatojo lo escribí en trozos de papel higiénico.
―Pero estaba sin usar, ¿no?
―...
―Olvídalo, no quiero saberlo. A ver, piensa qué has podido tocar que no toque nadie más.
―Bueno, los niños y tú no subís al sobrao.
―Pero tu familia sí.
Es una verdad universalmente conocida que en el baño del sobrao es donde mejor se hace popó. 
―Yo subo a tender y a poner la lavadora.
―Tu madre también. 
―Y uso mucho la pila.
―Los niños también.
Cuando no tengo ropa sucia suficiente para poner la lavadora, la meto en la pila, le echo un poco de jabón de lagarto y agua y luego pongo a los niños a "pisar la uva".
Algún día van a necesitar un psiquiatra muy caro, lo presiento.
Pero al pensar en la pila me había acordado de una cosa.
―Bebo agua directamente del grifo de la pila.
Mis padres sólo beben agua embotellada, mis hijos no llegan al grifo, ZaraJota no sube al sobrao y bueno, básicamente no hay nadie tan idiota como para beber de ahí.
―¡Pero Lorz!
―¡El agua de ese grifo sabe mejor!
―¡Pues ahora ya sabes por qué!
Tenía que avisar a mis padres para que no se les ocurriera beber del grifo del sobrao. Así que les llamé y les dije que volvía a tener lombrices.
―Tu gusto en mascotas es de lo más particular ―me dijeron.
―Ya van dos años seguidos, estoy casi segura de la que las pillo por beber agua del grifo de la pila.
―Es imposible, el grifo es nuevo.
―¿Sí?
―Sí, lo cambié yo mismo hace dos ver...
―Ajá. 
Cuando tuvieron oportunidad, mis padres desmontaron el grifo.
―No tienes ni idea de lo que ha salido de ahí.
―Bueno, a ver: un poco de idea me hago.
O sea, que todavía tengo el pompis un poco on fire.
―Menos mal ―le dije después a ZaraJota―, que me he dado cuenta antes de ir a que me hagan la depilación láser en el piticlín.
―Mujer, no pasa nada: le dices que aproveche y haga tiro al blanco: ¡piñum, piñum!
No estoy segura de que sea así como funciona el tema...

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Ya se puede reservar en la librería La Sombra (Madrid) la edición en papel de Quiero volver




07 septiembre 2020

La siesta

 Pues estaba yo tan tranquila sin meterme con nadie un sábado por la tarde, durmiendo la siesta en bragas cuando de pronto mi abuela me llamó por teléfono. 
Al principio no me alarmé demasiado porque mi tía (la que vive con mi abuela) y yo nos llamamos igual y mi abuela se confunde a menudo cuando marca.
Lo que pasa es que cuando respondí a la llamada me encontré con que mi abuela estaba llorando. Eso me alarmó un poco más porque mi abuela sólo llora en navidad cuando se toma una copita de vino blanco y se le sube a la cabeza, y la verdad es que me parecía un poco pronto para empezar a celebrar la navidad pero bueno, los supermercados cada vez traen antes los turrones así que por qué no va mi abuela a celebrar la navidad en pleno agosto si le da la gana.
-Niña -me dijo-, que estoy en el hospital.
Ahí ya sí que me empecé a preocupar un poco, porque mi abuela es la típica que siempre está muy mala pero nunca está muy mal, y al hospital va de visita si eso.
-¿Que te ha pasado?
-Naaa... un mareíllo.
Y tenía que ser justo cuando mi padre está a 700 kilómetros, mi tía está a 700 kilómetros (pero no con mi padre) y yo estoy durmiendo la siesta en bragas, claro.
-Voy.
-No hace falta.
¿Entonces para qué me llamas cuando estoy durmiendo la siesta en bragas?, pensé, pero no lo dije porque no quiero que mi abuela sepa que duermo la siesta en ropa interior, a ver si se va a pensar que soy una pervertida o algo.
-Que voy.
-Niña, si con el coronavirus no te van a dejar pasar.
-Mira, se entera mi padre de que me has llamado desde el hospital y no he ido de inmediato y no tengo campo para correr. Voy ahora mismo y si hace falta espero en un banco en la calle.
Llegado este punto empecé a correr por toda mi casa corriendo y agitando los bracitos porque claro, normalmente la que llama desde el hospital a los demás soy yo y nunca me he encontrado en la situación contraria así que no tenía muy claro qué hacer.
Y luego, claro, estaba el covid. De lo primero que me acordé es de que al principio de los tiempos pandémicos se habían pedido donaciones de cepillos y pasta de dientes, "kits de higiene", para los pacientes. Luego me acordé de David Ramírez, que le hizo a su churrings un paquete con calzoncillos y pensé: eso es, tengo que llevarle a mi abuela bragas limpias.
-Pero vamos a ver -me dijo ZaraJota-. ¿Cuánto rato lleva tu abuela en el hospital?
-Me ha dicho que acaba de llegar.
-Entonces a lo mejor es un poco pronto para empezar a pensar en kits de higiene y bragas limpias, ¿no crees?
A mí me parecía que ZaraJota no estaba entendiendo la gravedad del problema, pero decidí seguirle la corriente porque cuando se pone en plan sensato está supersexi.
En ese momento fue cuando me di cuenta de que a lo mejor la que no tenía bragas limpias era yo.
O sea, tenerlas tenía. Lo que pasaba era que llevaba unas dos semanas sin atender la colada y toda la ropa limpia estaba amontonada de cualquier manera y encontrar unas bragas podía llevarme un buen rato.
-Vamos a ver -volvió a intervenir ZaraJota-, ¿qué tienen de malo las bragas que llevas? ¡Te las has puesto esta misma mañana!
-¡Pues que cuando uno va al hospital tiene que ponerse bragas limpias!
-Estoy razonablemente seguro de que la regla, estrictamente, solo se refiere al paciente.
-Oh.
Así fue como acabé en el hospital donde me aseguraron que, efectivamente, mi abuela estaba bien, que solo había sido un mareo, que le darían el alta enseguida y que, aunque por supuesto no podía pasar a verla por el covid, podía quedarme en la sala de espera hasta que la liberaran.
Rápidamente llamé a ZaraJota para darle la buena nueva.
-De todas formas -le dije- creo que debería quedarme esta noche con ella.
-Claro, no hay problema.
-Hombre, tanto como que no hay problema...
-¿Por qué lo dices? ¿Qué ha pasado?
-Pues nada, que no me he traído bragas limpias.


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Ya podéis encontrar Vayamos por partes 1 y 2 tanto en La Sombra como en Lektu.





31 agosto 2020

La tarta de la abuela


 


31 de diciembre de 2019: 
-Este año va a ser súper especial: cumplo cuarenta años de vida, quince de blog, diez años de matrimonio y uno desde que me metí en el último berenjenal y todo coincide con el cumpleaños de los niños así que voy a hacer UN VÍDEO y UNA FIESTA e invitaremos a TODOS nuestros amigos y haremos una FLASH MOB y luego ZaraJota y yo nos iremos de VIAJE solitos los dos y entonces...

10 de marzo de 2020:
-A LA MIERDA TODO.

Visto lo visto, pensé que a lo mejor era fijarme una meta más modesta, como por ejemplo, hacer la tarta de galletas que hacía mi abuela cuando éramos pequeños. 
Sólo había un pequeño problema: no me acordaba de cómo se hacía. 
Me puse a bichear por internet y encontré aproximadamente un millón de recetas de tartas de galletas. ¡Hasta yo he publicado una
Pero ninguna llevaba exactamente la crema que yo recordaba, y que llevaba, si mi memoria no me engaña: un chorrito de anís, huevos,un chorrito de anís, mantequilla, un chorrito de anís, azúcar, un chorrito de anís y, aunque no estoy segura del todo, un chorrito de anís.
Lo que no conseguía recordar era si tenía que echarle chocolate en polvo o en tableta de postres, las cantidades exactas y si el chorrito de anís había que echarlo con porrón o con manguera.
Así que recurrí a ese pozo de sabiduría insondable que es Twitter y fuimos cerrando el cerco. ¿Por qué la tarta de mi abuela es totalmente diferente a la que hacían mi madre y mis tías? Ah, porque ella tenía un librito de recetas, venía de regalo con su batidora Moulinex. Rápidamente alguien ató cabos y dijo: pues esta
Todo parecía indicar que la receta esa esa, pero después de leerla llegué a la conclusión de que no. Para empezar, sólo lleva 10 ml de licor. Además, no me sonaba nada lo de la harina de maíz. 
Todo apuntaba a que mi abuela había empezado siguiendo la receta de Moulinex pero que con el paso del tiempo la había ido adaptando según dios y Anís del Mono le iban dando a entender. 
Llegado este punto empezaba a estar desesperada. O sea, cumplir 40 años de vida y 10 de casada en plena pandemia, sin poder celebrarlo ni con tus amigos ni con tu familia es una caca de la Vaca Paca y no me quejaba porque es posible que este 2020 hayan pasado cosas peores, pero al menos, como mínimo, quería hacer la tarta de mi infancia, jo. 
Así que tomé una decisión desesperada: le pregunté a mi familia. Seguramente estáis pensando que podía haber empezado por ahí, pero es que mi familia es... complicada
"Todas las familias, son complicadas, Lorz". Bueno, cuando vuestra familia haya dado para, no sé, quince años de blog de anécdotas venís y me lo contáis, pero de momento voy a dar por hecho que mi familia es más complicada de lo habitual. Y la abuela de la tarta a la que me refiero está en, digamos, el epicentro de la complicación. Por eso al principio me daba un poco de miedo abrir la caja de los truenos pero luego pensé mira, tengo cuarenta años y si no me la empieza a sudar todo ya no sé a qué espero. 
Así que al final le pregunté a mi madre. Tenía grandes esperanzas puestas en ella porque mi madre tiene un archivador de recetas. No una libretita, no una carpetita. UN P*T* ARCHIVADOR. Porque recortaba las recetas de todas las revistas que pillaba y luego las escribía a máquina y les pegaba la foto y luego cuando tuvo ordenador las pasó a ordenador y cuando la tecnología avanzó incluso les puso una foto.
Pero mira tú por donde, justo la receta de mi abuela no la tiene.
-Esa receta no la tengo porque a mí esa tarta nunca me gustó.
Mi madre es que es así, sutil como una apisonadora.
-¿Y la Tita del Puerto?
-Tampoco.
-¿Le has preguntado o es la mente colmena la que habla?
-La mente colmena no sabe a qué te refieres, la mente colmena se reiniciará ahora.
Viendo que no iba a conseguir nada por esa parte, opté por preguntarle a mi otra tía a la que, dicho sea de paso, hacía como una semana que le habían abierto la cabeza, quitado una válvula de los años 80, puesto otra y vuelto a cerrar, así que lo mismo no estaba como para aguantar muchas gilipolleces, la mujer. 
-Oye, tú no tendrás la receta de la tarta de galleta de la abuela, ¿por casualidad?
-...
-¿Tita?
-Lorz, no necesitas receta para eso -me explicó, muy despacito para que lo asimilara bien-, pones una capa de galletas, luego otra de crema, luego otra de galletas...
"Que pareces tonta", le faltó decir. 
-Ya, ya, si lo que no me acuerdo es de cómo hacía la crema.
-Ah, no, eso ni idea.
Jo.
Me iba a rendir ya cuando recibí un mensaje de Bichejo:
una tarrina de mantequilla...
decía. 
Y yo: 
-¿Que si quiero o que si tengo?
-La receta de la tarta, Lorz.
Ah. 

Así que por fin tenía la receta de la crema, que no de la tarta porque, como sabiamente me dijo mi tía, eso es poner una capa de galletas y otra de crema:
una tarrina de mantequilla
un vaso de azúcar menos dos dedos
tres huevos
una tableta de chocolate para postres

Es tan fácil como:
Derrites el chocolate, esto tiene que ser lo primero para que se vaya enfriando.
Bates las claras a punto de nieve.
Mezclas el chocolate, la mantequilla, el azúcar y las yemas.
Añades las claras muy despacio. 

Luego mojas las galletas en anís, leche y anís y vas poniendo capas.

Como la tarta está mejor de un día para el otro, me puse a hacerla la víspera del cumpleaños. 
Lo que pasa es que cuando tuve los ingredientes delante, pensé que quizá no estuviera a la altura del paladar refinado de los niños del siglo XXI, así que empecé a hacer cambios; por ejemplo, en vez de chocolate para postres usé chocolate con leche y en vez de un vaso de azúcar le eché medio y en vez de remojar las galletas en leche con anís las remojé sólo en leche y en vez de...
-¿Estás intentando decirme -me preguntó ZaraJota- que después de estar buscando la receta durante meses, cuando por fin te has puesto a cocinar has hecho lo que te ha dado la gana?
-Hombre, si lo dices de esa manera...

El caso es que la tarta quedó bien, pero no era como yo la recordaba.
-A lo mejor es porque no has seguido la receta -sugirió ZaraJota, que es muy de regodearse en el sufrimiento ajeno.
-No es eso... creo que en el fondo yo lo que quería era volver a sentir lo mismo que cuando era pequeña y mi abuela me hacía la tarta. Pero supongo que eso es imposible, porque en realidad lo que me ponía tan contenta era ser niña, y que fuera mi cumpleaños, y que mi abuela me hiciera una tarta...
-...y que le echara una botella entera de anís.
Vale, sí, igual eso influía también.



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