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lunes, 18 de octubre de 2010

No hay que olvidar

No nos olvidemos... no nos conformemos con las noticias que nos dan, porque cada vez son menos... recabemos más información para saber qué se está haciendo con las ayudas que se enviaron a Haití...

No olvidemos que somos cómplices por permitir tanta injusticia social en Haití, por no salvaguardar el planeta... aquellos miles que murieron no pueden quedar en el olvido... Nosotros somos el mundo

jueves, 19 de agosto de 2010

Los agujeros negros del planeta III

 Haití: El rito de "el compromiso"

Ajenos a todo y a todos, miles de haitianos celebran en Saut D’Eau, a unos 60 kilómetros al norte de Puerto Príncipe, "el compromiso". Un ritual medio católico, medio vudú que les hace entrar en trance y olvidar su miseria por unos días. Y es que, aunque esté en América, Haití es África. Comparte con ese continente las raíces, el color, las costumbres y, sobre todo, la pobreza. Siete meses después del terremoto, el país sigue hecho añicos. No solo los edificios y las carreteras, también las personas están hechas añicos. En medio de los escombros sin recoger, 1.300.000 haitianos viven bajo los plásticos de 1.384 campos de desplazados (900 de ellos en la capital), esperando el momento de volver a sus casas. Un momento que se retrasa mes a mes, mientras 5.300 millones de dólares de los principales donantes internacionales esperan a que haya un Gobierno decidido a actuar con un proyecto y sin corrupción.

Haití ya era un agujero negro antes del terremoto que mató a más de 200.000 personas y si no fuera por las cientos de ONG que trabajan allí desde el 12 de enero, la vida se hubiera acabado para los nueve millones y medio de habitantes del país caribeño. Los haitianos llevan siglos acostumbrados a caer y a levantarse, pero la tarde en que tembló la tierra de la isla marca un antes y un después para el Estado más pobre de América. Los más optimistas piensan que las ayudas internacionales pueden servir para despertar de cientos de años de miseria y reinventarse a sí mismos. Pero la realidad es que los haitianos no creen en milagros, aunque recen a Dios y a los loas (santos del vudú).

Pier Janis tiene 37 años, seis dedos en cada mano y una mirada perdida, como de bruja. Es santera y dice que habla con Dios, mientras fuma sin parar. Lleva cuatro días en Saut D’Eau atendiendo a los cientos de fieles que se le acercan para que les ponga en contacto con Dios y con los loas. Por una pequeña cantidad de dinero les ayuda a comunicarse con el más allá en una pequeña cueva llena de velas encendidas, junto a las dos cataratas de 30 metros de altura.

"Aquí encontré hace muchos años el poder de los loas", explica en una mezcla de francés y creole. "Mis padres tenían los mismos poderes y me los traspasaron. Los fieles vienen a que les ayudemos a encontrar el camino. El bien y el mal conviven juntos y hay que apartar a los espíritus del mal, para encontrar el buen camino. Yo les ayudo".

"¿Por qué sucedió el terremoto en Haití?".

La respuesta tarda unos segundos, un par de caladas del cigarrillo, en salir de su boca. "Había mucha gente haciendo el mal y no se rezaba lo suficiente". Tras la sentencia, extiende la mano en busca de unas monedas.

La fiesta continúa junto a las dos enormes cascadas y otras tres o cuatro más pequeñas. Cientos de personas se apelotonan medio desnudas en busca de su purificación. Se lavan con hojas de basilisco y unos jabones que venden a la entrada y cantan. Hay muchas más mujeres que hombres. Al ruido del agua se une un estruendo de cigarras que también quieren participar de la fiesta.

El día transcurre entre rezos, lloros y velas encendidas. En una esquina, otra santera de más edad que Pier Janis llora frente a una fiel que ha ido a consultarla. "Aleluya. Te quiero mucho, Dios", grita con estrépito, mientras pone sus manos sobre los hombros de la mujer, que mira al cielo entre enormes lagrimones. Nadie se inmuta cuando empieza a llover torrencialmente. Parece que forma parte del ritual.

Poco a poco, los fieles van abandonando las cataratas y bajan hacia el pueblo, en donde un tumulto de miles de personas continúa la fiesta. Los creyentes se mezclan con grupos de jóvenes que vienen como al carnaval. La calle principal está llena de pequeños puestos de comida en donde las mujeres cocinan arroz, frijoles, manos de cerdo, carne guisada y patacones de plátano frito. Las botellas de ron corren de boca en boca.

Un grupo de mujeres vestidas con trajes azul claro y blanco avanzan, cantando en creole. Todas llevan el mismo escapulario de la Virgen de los Milagros. Una de ellas explica que han venido del norte de la isla para rezar. Se reconoce católica, pero no hace ningún feo al vudú. "Las dos cosas son parecidas", dice mientras avanza hacia una gran ceiba en donde se arremolina un enorme gentío. Allí, en medio, Pier Janis baila vestida de amarillo el ritmo africano de los bongos y las maracas. A su alrededor, hombres y mujeres, jóvenes y viejos, se mueven al mismo ritmo.

Es el momento del sacrificio. Varios hombres traen dos vacas y dos cabras para que la santera elija el animal que debe ser sacrificado al dios Erzuli. La cadencia se va acelerando y Pier Janis da vueltas cada vez más rápidas, con los ojos cerrados. Está como en trance cuando se acerca a los cuatro animales; los toca, los rodea y, finalmente, se apoya, medio desmayada, sobre la cabeza y el cuello de una de las vacas. Es la elegida.

Mientras Pier Janis sigue con sus bailes rituales junto a un corro de fieles, el matarife degüella a la vaca y un chorro de sangre salpica al grupo, provocando el éxtasis general. Los cantos y los bailes africanos se hacen entonces más frenéticos todavía y hombres y mujeres entran en trance, mientras corre el ron haitiano. La fiesta continuará hasta entrada la madrugada en esta pequeña población en donde ni se sintió el terremoto del 12 de enero, ni quieren acordarse de él.

De vuelta a Puerto Príncipe, el visitante se encuentra con un panorama desolador. De los 9,5 millones de habitantes de Haití, más de 4,5 viven en la capital. Y de estos, cerca de un millón han perdido sus hogares y se refugian en los 900 campos que se extienden por toda la ciudad. En solares, plazas, jardines, campos de golf y hasta en la mediana de una carretera de la entrada en la ciudad se encuentra uno con decenas de miles de chamizos cubiertos de plásticos azules, negros o grises donados por las organizaciones internacionales.

La celebración de “el compromiso”
Una de las cientos de personas que se apelotonan medio desnudas en busca de su purificación bajo el agua de unas cascadas. En el rito se lavan y cantan.

La celebración de “el compromiso”
Pier Janis tiene 37 años, seis dedos en cada mano y una mirada perdida, como de bruja. Por una limosna, ayuda a comunicarse con el más allá.

La celebración de “el compromiso”
Ceremonia de vudú en la que se sacrifica un toro.

La celebración de “el compromiso”
El matarife degüella al toro y un chorro de sangre salpica al grupo. La mambó, agotada, se abraza a la nueva mambó, que oficiará el próximo rito.

La noticia en su origen:
Los agujeros negros del planeta en ELPAÍS.com

domingo, 15 de agosto de 2010

Los agujeros negros del planeta III, Haití

Campamentos de 50.000 almas

El mayor campo de desplazados es Aviation Camp, situado junto al peligroso barrio de Cité Soleil, en el antiguo aeropuerto militar que montó el Ejército norteamericano en los años veinte y luego se convirtió en un parque. Allí malviven más de 50.000 habitantes. El doctor Kobel Dubique, un haitiano de 30 años, se instaló allí un día después del terremoto para atender al aluvión de familias que acudieron a ese enorme parque.

"Este es el campo más poblado de Puerto Príncipe y también el más olvidado y desprotegido", explica mientras avanza entre las tiendas abarrotadas de gente. "Aquí han venido familias de los barrios más pobres de la ciudad, como Cité Soleil, Pont Rouge o La Saline y no contamos con seguridad o ayuda humanitaria. Además, las bandas juveniles actúan a sus anchas y muchas noches hay peleas, e incluso tiroteos. Roban de todo; hasta las duchas que instaló la Cruz Roja británica y que fueron arrancadas de cuajo para vender los hierros".

En cuanto anochece, las miradas se vuelven más agresivas y los personajes, más inquietantes. Pasear con el doctor es una garantía; las bandas le respetan porque lleva meses dando consuelo a los más pobres. Al fondo se ve algo de movimiento. Son chicas prostituyéndose para sacar dinero y mantener a sus hijos. La promiscuidad en los campos es muy alta y cada vez se dan más casos de violencia sexual, mientras aumentan los infectados por VIH.

El doctor Kobel estudió medicina en Cuba y había vuelto a Haití unos meses antes del terremoto. Es muy querido por las familias de Aviation Camp, en donde pasa consulta cada mañana a cientos de mujeres y niños. "Todavía no hemos tenido ninguna epidemia", explica, "pero las condiciones sanitarias son malísimas y con la llegada de las lluvias hemos empezado a tener casos de malaria. Como no hagan algo pronto, esto puede ser un desastre".

8.000 soldados internacionales pugnan por imponer el orden. En algún barrio, como Cité Soleil, no entra la policía

"Aquí la gente está empezando a cansarse de que no se solucionen las cosas", advierte Dubique. "Pueden producirse revueltas en cualquier momento, porque los haitianos saben que hay mucho dinero esperando para unos planes de reconstrucción que no llegan nunca". El Gobierno de René Preval está muy contestado y todo el mundo está esperando a las próximas elecciones de noviembre.

Mientras tanto, el ambiente es cada vez más hostil. Los 8.000 soldados internacionales desplegados por el país consiguen imponer el orden, pero en algunos barrios, como Cité Soleil, no entra ni la policía local. En este barrio, la vida transcurre en la calle, junto a toneladas de basura que son arrastradas por el agua desde las zonas altas de la ciudad.

Los componentes de una banda observan a los visitantes con una mezcla de agresividad y asombro, aunque al final se dejan fotografiar frente a una casa derrumbada, en medio de un barrio en el que los escombros no son muy diferentes de las chabolas en donde viven las familias. Aquí habitan cerca de 400.000 personas y está considerado uno de los slums más peligrosos del mundo, por la violencia que genera la extrema pobreza. Hay más de 30 bandas armadas que imponen su ley en la calles de esta favela haitiana. El 12 de enero por la noche, muchos de los 3.000 presos que escaparon de la cárcel de Puerto Príncipe fueron a refugiarse a Cité Soleil. Cientos de ellos fueron detenidos en las semanas siguientes, pero decenas siguen viviendo en el barrio.

En medio de ese ambiente hostil, suenan los rezos de mujeres y niñas en un templo evangelista. Al entrar se puede uno relajar y dejar de otear  a un lado y a otro a ver si alguien está mirando mal. La iglesia está medio derruida, pero no entra el agua que cae fuera, porque han puesto en el techo unos enormes plásticos de USAID. El pastor invita a entrar a los visitantes y sigue con su rito cristiano, preguntando a gritos a los fieles, en creole, para que estos respondan a coro “Amén”. Allí se respira un poco de esperanza, al menos durante unos minutos.

Los haitianos parece que quieren olvidar sus penas cuanto antes, aunque sigan enterrados en sus pesares y su miseria. "El luto duró tres meses", explica el pastor, "luego han empezado a volver a la vida, poco a poco. Las calles vuelven a estar abarrotadas y todos queremos  volver a la normalidad cuanto antes”. Algo realmente difícil, porque ni los más optimistas piensan que los campamentos puedan empezar a levantarse antes de 18 meses.

Vivir en un campo de golf

Los campos de desplazados son muy diferentes unos de otros. De los más de 900 que hay en Puerto Príncipe, solo un tercio están gestionados por alguna de las cientos de ONG que trabajan en el país. El resto se organiza como puede. De entre todos, hay uno emblemático, situado en el campo de golf del barrio más rico de la ciudad, Petionville, y que alberga a cerca de 50.000 personas. Es, probablemente, el mejor organizado, aunque las primeras semanas fuera un auténtico caos por la avalancha de gente que acudió allí a refugiarse.

Ahora está gestionado por la ONG J/P Haitian Relief Organization, que lidera el actor de origen irlandés Sean Penn, y que ha conseguido captar millones de dólares en Hollywood. Allí colaboran otras organizaciones, como Oxfam, Médicos sin Fronteras o Save the Children. El responsable del campo es un británico de 45 años, Alastair Lamb, que en su día sirvió en el Ejército y luego trabajó en la City de Londres.

"Este campo es una auténtica ciudad de casi 50.000 habitantes", explica Alastair. "En las últimas semanas, previendo una nueva catástrofe con la llegada de las lluvias, hemos tenido que hacer canalizaciones, con zanjas y sacos terreros, porque nos temíamos que todas las tiendas iban a ser arrancadas por el aluvión de agua que puede llegar desde lo alto de la montaña. Tuvimos que evacuar a unas 5.000 personas a otro campo, para abrir caminos entre las tiendas. Ahora parece que podremos pasar la temporada de lluvias".

Los haitianos intentan recuperar la normalidad en este campo. En las calles que se han formado entre las chabolas con techos de plástico, se han abierto varios mercados de comida, ropa, zapatos… y hasta un locutorio de teléfono. Allí se puede encontrar carne de pollo, huevos, lechugas, fruta de todo tipo, latas, botellas, arroz, pasta, frijoles y sacos de carbón para poder cocinar en infiernillos colocados en el suelo embarrado. Ayer llovió mucho y, aunque las canalizaciones han aguantado bien, se anda pisando el barro.

Dentro de una de las chabolas, Altani, una niña de unos diez años está ardiendo de fiebre. Su madre, María Altagracia, de 36 años, dice que la vio el médico por la mañana y que a lo mejor tiene malaria. En ese chamizo, de dos por dos metros, vive la mujer con sus seis hijos y el marido, que ahora ha bajado al centro a ver si encuentra algún trabajo. "Vivíamos en el centro, alquilados en una casa que se rajó por la mitad", dice María. "Tuvimos suerte de salir todos con vida y llegamos a este campamento el 13 de enero. Desde entonces, malvivimos aquí. Al principio nos daban de comer, pero desde abril tenemos que buscarnos la vida. Mi marido consigue algunos días trabajo y trae algo de dinero para comprar comida". En un brasero doble, la madre cocina en dos pucheros arroz y frijoles.

Como María, todos los desplazados de Haití dejaron de recibir alimentos el mes de abril. El Gobierno y las organizaciones internacionales decidieron que era el momento de cerrar el reparto de comida, para evitar una dependencia excesiva e incentivar que la gente volviera a sus casas. Pero el resultado no ha sido el deseado. Las familias siguen en sus chabolas, porque el Gobierno no ha empezado a reconstruir la ciudad, que sigue llena de escombros.

La reconstrucción no es una tarea fácil, porque en Haití no hay ni catastro ni registros fiables. Por eso, el Gobierno y las organizaciones internacionales avanzan muy despacio. En el mes de junio se lanzó un plan para catalogar las casas de Puerto Príncipe, que han dividido en tres: la rojas, que han quedado totalmente colapsadas; las amarillas, que han aguantado, pero que hay que reparar; y las verdes, que están habitables.

La idea es que todos los desplazados que vivían en casas verdes vuelvan a sus hogares cuanto antes. Pero surge el problema añadido que muchos de ellos estaban alquilados y ya no pueden pagar las cuotas mensuales. Además, los propietarios han aprovechado para subir los alquileres.

Con miedo en el cuerpo

La vida en los campamentos transcurre con una mezcla de miedo y desesperanza. El haitiano está acostumbrado a salir una y otra vez de situaciones penosas, pero ahora está al límite. Los techos de plásticos no van a aguantar los chaparrones y los vientos huracanados que llegarán pronto. Ya en julio, con la llegada de una pequeña tormenta tropical, el viento hizo volar los techos de 300 viviendas improvisadas en el barrio de Corail.

En el barrio de Carrefour Feuilles se levanta el campo de Tapis Rouge, en donde la sección española de Médicos sin Fronteras (MSF) gestiona un pequeño hospital, en el que atiende a los más de 10.000 desplazados de ese campo. Las condiciones son especialmente malas, porque las tiendas están montadas sobre la ladera empinada de uno de los cerros que bordean Puerto Príncipe. Los habitantes del campo saben que corren peligro, pero no tienen otro sitio donde ir, ni fuerzas para pensar en moverse.

Dorielan tiene 34 años y perdió a siete familiares en el terremoto: un hermano, dos sobrinos y cuatro sobrinas. Vive en Tapis Rouge con su marido y tres hijos, y ya no espera nada de la vida. "Llegamos aquí el 15 de enero, después de vagar tres días por la ciudad destruida y llorar a nuestros muertos", explica entre lágrimas. "Poco a poco, nos fuimos instalando en esta tienda y mi marido, que es albañil, consigue trabajar algunos días. Nos dicen que tenemos que volver a nuestra casa, pero está destruida y no nos dejan reconstruirla, porque el dueño quiere esperar a que le hagan una nueva y alquilarla por más dinero. Aquí tenemos un techo y no nos falta la comida, aunque sabemos que en cualquier momento el agua o el viento nos puede llevar por delante".

Tampoco Selena, de 28 años, tiene posibilidad de volver a su casa, que quedó totalmente destruida el 12 de enero. Vive con su hermana, tres hijos y dos sobrinos. "Ninguna de las dos tenemos marido, nos abandonaron hace tiempo", dice Selena, "pero nos ganamos la vida como podemos. Antes vivíamos de la venta ambulante de ropa, pero cuando se cayó nuestra casa llevamos la ropa a un almacén, que fue saqueado a los pocos días. Estamos intentando volver a comprar ropa para venderla, con la ayuda de un hermano que vive en el campo".

A pocos kilómetros de ese campamento, en el barrio de Carrefour hay un hospital, montado en una antigua escuela y gestionado por la división holandesa de Médicos sin Fronteras. Cuenta con dos quirófanos y muy buen equipamiento (tiene hasta rayos x), aunque las camas están situadas en enormes tiendas de campaña, porque los enfermos prefieren estas a los edificios. Al fondo está el pabellón de rehabilitación y ortopedia, en donde todavía hay decenas de pacientes que resultaron seriamente heridos durante el terremoto.

Elisabeth Toussaint tiene 43 años, es viuda y vio cómo un edificio se le desplomaba encima mientras paseaba por la calle. "Me quedé semienterrada durante más de media hora, hasta que unos vecinos pudieron levantar algunos escombros y me sacaron a la calle", explica con lágrimas en los ojos. "Allí estuve un día y una noche enteros sin que nadie supiera adonde llevarme. Al final me trajeron aquí el 13 de enero y tuvieron que amputarme la pierna derecha". Elisabeth tiene dos hijas de 20 y 11 años. La mayor está con ella en el hospital, atendiéndola, y la menor vive con una hermana. "Antes trabajaba como jefa de limpieza de una empresa", dice, "pero cuando salga de aquí no sé ni a donde iré, ni de qué viviré".

El terremoto dejó cientos de miles de heridos, la mayoría de ellos con fracturas muy peligrosas. Los equipos de emergencias de las principales ONG tuvieron que emplearse a fondo para salvar vidas y en solo 15 días tuvieron que efectuar más de 4.000 amputaciones, generándose un gran revuelo en un país en el que los impedidos están estigmatizados. Piensan que han sido castigados por los loas.

Nahomie también pasa los días sentada en una silla de ruedas. Tiene 21 años y la sacudida tiró un muro de su casa sobre ella. Los vecinos la pudieron sacar de debajo de los escombros después de varias horas y tenía una fractura abierta en la pierna. Tuvo que permanecer cinco días en lo que quedaba de su vivienda en Leogane, donde se registró el epicentro del terremoto, un pequeño pueblo a dos horas de Puerto Príncipe, hasta que su madre consiguió un transporte hasta el hospital en donde lleva más de seis meses. La han operado tres veces y ya ha empezado con la rehabilitación, pero la pierna no le responde y piensa que no podrá volver a andar. Su familia vive en un campo de desplazados cercano, y su madre la visita todos los días. El padre es pintor, pero ahora no hay paredes que pintar. "Quiero curarme pronto y estudiar medicina", dice Nahomie sin mucho entusiasmo.

Al otro lado de la ciudad, cerca del aeropuerto, MSF ha montado otro hospital en una antigua planta embotelladora de Coca Cola en Sarthe. El olor dulzón de la cola se mezcla con los de las salas de curas. Estamos a finales de julio y el calor húmedo empieza a ser insoportable. Melissa tiene 14 años y sabe que nunca volverá a andar. Su casa se derrumbó la tarde del 12 de enero, mientras hacía los deberes con su hermano pequeño, que murió en el acto. Ella tuvo más suerte, aunque se le rompió la columna y ha quedado paralítica, a pesar de dos operaciones. Su madre les había abandonado hace varios años para irse a Miami (una de los cientos de miles de haitianos que hizo la diáspora a Estados Unidos, Canadá o República Dominicana) y su padre, que es electricista sin trabajo, no se separa de ella ni un minuto. Es lo único que le queda.

Un campo de 50.000 habitantes
La mirada desafiante de un miembro de una de las bandas armadas que imponen su ley en Cité Soleil, un barrio de Puerto Príncipe donde ni la policía local se atreve a entrar.

Un campo de 50.000 habitantes
En esta foto, el pandillero con sus compañeros de banda, una de las 30 que actúan a sus anchas en la barriada de Cité Soleil.

Un campo de 50.000 habitantes
Una mujer vende lotería en las ruinas del Campo de Marte.

Un campo de 50.000 habitantes
El doctor Kobel Dubique, de 30 años, atiende desde el día siguiente al terremoto al aluvión de familias asentadas en Aviation Camp. En la foto, junto a su madre, asiste a una enferma de malaria.

Un campo de 50.000 habitantes
Una familia de refugiados en el campamento de Cité Soleil.1.300.000 haitianos viven bajo los plásticos de 1.384 campos de desplazados.

Un campo de 50.000 habitantes
Leoni sufrió la amputación de la pierna izquierda por el terremoto. Tiene 16 años y dice que la pierna ortopédica le hace mucho daño, por lo que no se la quiere poner.

Un campo de 50.000 habitantes
Un enfermo mental que se cree Obama, en el hospital de salud mental Beudet, situado en el barrio de Croix des Bouquets.

Un campo de 50.000 habitantes
Altani, de diez años, probablemente con malaria, vive con sus padres y sus cinco hermanos en una chabola del campo de Petonville.

Un campo de 50.000 habitantes
Selena (al fondo), de 28 años, vive con su hermana, tres hijos y dos sobrinos en el campo de Tapis Rouge, donde Médicos Sin Fronteras gestiona un pequeño hospital.

Un campo de 50.000 habitantes
Donde estaba el auditorio en los Campos de Marte ahora hay un campamento para refugiados.

Un campo de 50.000 habitantes
Grupos de personas con camisetas amarillas trabajan en las tareas de desescombro. Son los equipos contratados por programas de cash for work (dinero por trabajo) de algunas ONG.

Un campo de 50.000 habitantes
Una mujer que perdió a sus cuatro hijos en la catástrofe vende libros que rescata de las ruinas.

Un campo de 50.000 habitantes
Los desplazados dejaron de recibir alimentos en abril. Entonces, el Gobierno y las organizaciones internacionales decidieron cerrar el reparto para incentivar que la gente volviera a sus casas. Pero las familias siguen en chabolas porque el Ejecutivo no ha empezado a reconstruir la capital.

La visita al hospital sigue mostrando casos dramáticos. A Saturne, un vendedor ambulante de helados, de 43 años, le han operado cinco veces después de que el muro de la iglesia evangelista en donde rezaba se cayera sobre él y le destrozara la cadera. Va en silla de ruedas y sabe que no podrá mantener a sus ocho hijos, que viven en un campamento con una hermana suya. "Si antes era difícil ganarse la vida, ahora es imposible", dice. "Ya no nos queda ni esperanza".

En 15 días, los médicos tuvieron que hacer 4.000 amputaciones, en un país en el que los impedidos están estigmatizados

En otra nave de la misma planta embotelladora, la ONG Handicap International ha montado una zona de rehabilitación para las personas con piernas amputadas a las que les han dado otras ortopédicas. Allí intentan salir adelante ante un futuro poco prometedor. Leoni tiene 16 años y es la mayor de siete hermanos. Dice que la pierna nueva le hace mucho daño y no se la quiere poner, aunque sabe que dentro de menos de un mes tendrá que abandonar la nave e instalarse con su familia en una tienda de campaña de un campamento de Martissant. Llora cuando la insisten en que tiene que practicar.

Enfermos mentales olvidados

Si los impedidos están estigmatizados en Haití, los enfermos mentales son los grandes olvidados. En este país en el que se siente el vudú en cada esquina consideran que la enfermedad mental es un signo de estar embrujados y alejan a los "locos" de sus vidas. De hecho, no hay red de salud mental en Haití.

En el barrio de Croix des Bouquets (Cruz de Ramos), al este de Puerto Príncipe, está el hospital Beudet, único centro de salud mental del país. Está situado en un antiguo campo militar de los norteamericanos, que se convirtió en hospital en los años treinta y permanece casi igual que entonces. Dieciséis pabellones destartalados, que más parecen cuadras, rodean un enorme solar central por donde deambulan medio desnudos como almas en pena los 150 pacientes, junto a cabras, cerdos y gallinas que comparten con ellos la comida. Durante el terremoto se cayeron los muros exteriores y muchos de los enfermos escaparon, aunque casi todos han vuelto.

La organización española Médicos del Mundo tiene un programa de salud mental en Haití y sus representantes explican que el director del centro lleva meses pidiendo ayudas al Gobierno para arreglar el hospital, pero que no recibe ni dinero, ni respuesta alguna. No es una prioridad.

A pesar de la ayuda internacional, hay escombros en cada calle junto a toneladas de basura que se pudre

En una celda con barrotes, cerrada con un enorme candado, está Gabriel. Un paciente de 53 años que dice: "A veces oigo voces y me pongo un poco violento, pero aquí dentro estoy bien". Tiene esquizofrenia, lleva cinco años ingresado en la misma celda y no quiere tomar la medicación, aunque tampoco podría, porque hace tiempo que el hospital no la recibe. Gabriel dedica el día a la lectura y no sale nunca de su celda. Tampoco sale de su celda otro paciente que grita a los visitantes que se acerquen y asegura ser el presidente Obama.

Una ciudad destrozada

De vuelta al centro, Puerto Príncipe se muestra como una ciudad totalmente destruida. No parece que hayan pasado siete meses desde el terremoto. Es verdad que ya hay luz eléctrica tres o cuatro horas al día y que los trabajos de la ONG Oxfam han conseguido llevar agua potable y montar duchas y letrinas en la mayoría de los campos de desplazados. Pero los escombros siguen amontonados en cada calle, junto a toneladas de basura que se pudre.

El palacio presidencial, construido en 1918 al más puro estilo francés por el arquitecto haitiano Georges Baussan, sigue desplomado en un difícil equilibrio, al igual que la catedral, los edificios de doce ministerios y el de Naciones Unidas. En los Campos de Marte, una vendedora de lotería, rodeada de ruinas, ofrece un boleto al visitante. Es la paradoja de quien intenta vender la suerte en un país que nunca la ha conocido.

En algunas calles se pueden ver grupos de personas con camisetas rojas, verdes o amarillas, que trabajan desescombrando con picos y palas junto a camiones destartalados. Son los equipos contratados por programas de cash for work (dinero por trabajo), de algunas ONG, como Ayuda en Acción. Las excavadoras solo salen de noche, con sus enormes focos, en medio de la más absoluta oscuridad de una ciudad que está más muerta que viva.

¿Cuál es el futuro de Haiti? Los haitianos no saben o no quieren responder. Conocen su historia y su clase política. Han sufrido las dictaduras de los dos Duvalier, padre e hijo (Papá Doc y Baby Doc), y la de Aristide y están acostumbrados a las catástrofes naturales que asuelan cada año el país.

Sin embargo, el terremoto del 12 de enero ha conseguido movilizar, como nunca, a la comunidad internacional. La Conferencia de Donantes cuenta con 5.300 millones de dólares para reconstruir el país (350 de España), en los próximos 18 meses. Aunque no entregará estos fondos hasta que haya un gobierno estable, con un proyecto claro y transparente. Algo difícil para un país que, como dice el escritor chileno Rafael Gumucio, "prefiere ahorrar dinero para el funeral de sus hijos antes que para su hospitalización".

La noticia en su origen:
Los agujeros negros del planeta en ELPAÍS.com

jueves, 25 de marzo de 2010

Ante todo limpieza

Ha llegado a mis ojos un vídeo un tanto controvertido...
Pongo en situación: Haití, damnificados, Bill Clinton, George W. Bush
lo que se ve en él
para unos es un acto reflejo de "limpieza natural",
para otros es un "sutil" gesto de aprecio hacia su acompañante y
para los más locos -como yo- otra demostración más de lo impresentable que es GWB.

martes, 9 de febrero de 2010

Turco en Haití

Turco: un perro abandonado que ha salvado 18 vidas en Haití

El niño Redjeson Hausteen Claude y su rescatador, Turco.

Un soldado se fijó en él y lo entrenó para rescates

Cuando lo encontraron estaba herido y traumatizado

Periodista Digital 08 de febrero de 2010

Turco es un héroe. Ha pasado de ser un labrador abandonado a salvar 18 vidas en Haití. Su dueña lo encontró en una playa de Tarifa, herido y desnutrido. Se lo llevó a casa y lo cuidó hasta que un soldado se lo pidió para entrenarle. El resultado ha sido excelente.

Un grupo de militares que hacía prácticas de tiro en los alrededores de Tarifa encontró a Turco vagando. Estaba herido. Le habían rajado el cuello para sacarle el chip antes de abandonarlo. Así sería imposible pedir responsabilidades. Estaba deshidratado y tenía golpes en el hocico. Los malos tratos le habían traumatizado y el perro era incapaz de ladrar.

LA ADOPCIÓN

Pero tuvo suerte. La historia de Turco la cuenta Finanzas.com en un artículo titulado 'El otro héroe de Haití'. Cristina Plaza Jorge, una soldado profesional de 22 años, vallisoletana, destinada en Ceuta, se hizo cargo de él.

Me llamaron los compañeros que lo habían rescatado. Sabían que me estaba costando adaptarme, que me sentía sola y le había dicho a todo el mundo que quería un perro. Me mandaron una foto por el móvil. Parecía pequeñito, aunque resultó ser un grandullón. Y estaba flaquísimo. Me enamoré. Crucé el Estrecho en el ferry, me fui a ver al veterinario de Algeciras donde lo habían dejado y me lo llevé a casa

EL TALENTO

Durante ocho meses Cristina le cuidó, aunque el perro seguía sin ladrar. Un día, el sobrino de una vecina de Cristina, bombero del grupo de especialistas en rescates de la Junta de Castilla y León, lo vio corretear por el pueblo e intuyó que aquel perro podría convertirse en héroe. Cristina accedió a que se lo llevaran.

A los quince días recibió una llamada:

Tu perro ya ladra y está hecho una máquina. Cuando salimos a correr, se viene con nosotros. Y luego se va a correr con el siguiente turno. Nunca tiene bastante

SU TRABAJO

Completado su entrenamiento, Turco partió hacia Haití con su compañero Dopy. Fueron nueve días de trabajo intensivo y participó en 18 rescates con final feliz. Las imágenes del rescate del niño Redjeson Hausteen Claude, de dos años, dieron la vuelta al mundo. Cristina también las vio:

Cuando lo vi por televisión, me puse a llorar y no podía parar. ¡Ése es mi Turco! Es lo más grande que me ha pasado en la vida

--------- Exhibición de perros de rescate --------- 

viernes, 22 de enero de 2010

Periodistas...

Periodistas... ¿o niños de papá?

Un marine reparte víveres y agua entre las víctimas del terremoto de 'Cité Soleil', suburbio de Puerto Príncipe. | AFPUn marine reparte víveres y agua entre las víctimas del terremoto de 'Cité Soleil', suburbio de Puerto Príncipe. | AFP

  • Más de 20 periodistas viajaban en un avión de emergencias de la AECID
  • Los periodistas habían tomado como base de operaciones el aeropuerto
  • Prefieren trabajar al amparo de sus gobiernos que enfrentarse a la realidad
  • Aquí no hay desabastecimiento y la comida se puede comprar en las calles
  • Eso sí, a precios disparatados pero asumibles para quien paga en euros

Jacobo G. García | Puerto Príncipe
ElMundo.com 22/01/2010

¿Se puede llegar a un terremoto con maleta de ruedas? Sí. ¿Puede una revista que dedica su última portada a los maquillajes más sorprendentes y a las joyas que vienen para este año enviar a un periodista para la cobertura? Sí. ¿Puede llegar alguien a la zona más devastada del planeta sin agua, comida ni un teléfono en condiciones? Sí.

¿Puede la AECID (Agencia Española de Cooperación Internacional y Desarrollo) llevar a más de veinte periodistas dentro de un avión de emergencias? Sí. ¿Puede un periodista ponerse a llorar cagado de miedo nada más poner un pie en Puerto Príncipe al verse rodeado de negros? Sí, y ¿puede el ministro de Exteriores buscarles casa a todos los periodistas para que trabajen con "plena seguridad" cuando sólo ayer hubo tres réplicas y ni la policía ha sido capaz hasta ahora de tomar el control de las calles? Sí, y no sólo eso si no que Juan Pablo De Laiglesia, secretario de Estado para Iberoamérica, tuvo que perder un día entero en cumplir la orden del ministro, en medio de un desastre de estas dimensiones. Y además de todo eso incluyan ustedes a una estrella de la televisión nacional convertida en la mayor mosca cojonera de cuantos han pasado por ahí.

El jueves por la noche, junto a muchos otros informadores de todo el mundo, llegó la orden de los marines de EEUU para que la prensa abandonara las instalaciones del aeropuerto de Puerto Príncipe, que los periodistas habían tomado como base de operaciones para realizar su trabajo. En los últimos días en el aeropuerto desembarcaron miles de efectivos estadounidenses cargados hasta los dientes, los aviones militares aterrizaban cada pocos minutos y el material de emergencia corría de forma frenética por la pista pero paseando alegremente en medio de ese desmadre aparece siempre algún periodista. Y fumando.

¿En algún aeropuerto del mundo alguien permitiría una situación así? Pues aquí en Puerto Príncipe así sucedía hasta el jueves. Hasta que fueron expulsados del aeropuerto. Pero no sólo la prensa española sino los periodistas de medio mundo como era lógico.

Pero los periodistas no tienen toda la culpa no, si no que la tiene un paternalismo estúpido que hace que un señor de Moncloa tenga que aterrizar para ver si estamos bien. Aquí no hay desabastecimiento y la comida se puede comprar perfectamente en las calles, eso sí a precios disparatados aunque perfectamente asumibles para un señor que paga en euros. Así que no hay necesidad de ir a robar por la noche (sí, robar por la noche) la comida traída desde España para los equipos de rescate. Tampoco hay violencia, salvo saqueos puntuales, lógicos en estas circunstancias y la electricidad no se ha ido nunca. Pero no, muchos periodistas preferían vivir bajo el cobijo de la gallina de la AECID antes que enfrentarse solos a la una ciudad destrozada de la que lo desconocen todo.

Y aprovecho para adjuntar un artículo de Arturo Pérez Reverte, que lo explica todo mejor que yo
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Recomiendo leer el artículo ¡no tiene desperdicio!
Y como nos temíamos muchos ¡¡empezó el fandango!! o si lo prefieres en “pitinglish”: the show must go on

ah, por si no lo sabes el periodista estrella no es otro que Pedro Piqueras de T5

domingo, 17 de enero de 2010

EMERGENCIA HAITÍ

 Bomberos Sin Fronteras - ONGD - BSF - España

EMERGENCIA HAITÍ

Bomberos Sin Fronteras desplaza a 9 miembros de la ong expertos en rescate ( 8 bomberos y un enfermero) con equipos caninos, localización por TPL y material de extracción.

Iremos ampliando la noticia.

Bomberos Sin Fronteras no realiza peticiones de aportación económica vía telefónica. Todo se canaliza a través de estas cuentas expuestas aquí


2103 2089 12 0030000588


2100 0346 37 02 00188797

 

Si lo deseas, desde la secretaría de [BSF] emitiremos un recibo de la donación. Ponte en contacto vía telefónica al 618654326 o enviando un correo-e a:
info@bomberos-sin-fronteras.es
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Porque todos somos HAITÍ

  • ONG Entreculturas:
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  • MANOS UNIDAS:

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  • UNICEF ESPAÑA:

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