Mostrando entradas con la etiqueta Ken Follett. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Ken Follett. Mostrar todas las entradas

lunes, 13 de mayo de 2019

Una columna de fuego

Podríamos atrevernos a reformular el dicho para afirmar que "un Ken Follett al año, no hace daño" y si no con esa frecuencia, sí cada dos o tres años, porque es algo que siempre sé que acabaré haciendo: caer en la tentación de sumergirme en uno de los tochos gordos que el escritor británico tiene a bien publicar con estricta regularidad y con los que, una vez superada la pereza de decidirte a iniciar la lectura de en sus centenares de páginas, disfrutas como una enana, con sus animadas y vívidas reconstrucciones de épocas históricas pasadas y que nos transmite con su estilo ágil, fácil de leer y lleno de emociones y aventuras.

En este caso con "Una columna de fuego" la acción se sitúa en el siglo XVI, después de hacernos pasar por la Edad Media en "Los pilares de la tierra" y avanzar hasta el final de esa misma edad en "Un mundo sin fin", en esta ocasión el protagonista de la historia ya se adentra en la Edad Moderna. Se trata del joven Ned Willard que vive en Kingsbridge, frente a la famosa catedral construida por sus antepasados en la novela que inicia la serie, donde su familia regenta un próspero negocio relacionado con el comercio internacional. Las relaciones de vecindad de la ciudad se ven alteradas por una parte por los enfrentamientos entre los competidores en el plano de los negocios, al tiempo que asoma la amenaza de brotes protestantes sofocados con violencia por orden de la muy católica reina María, a lo que se suman los problemas causados por las guerras con Francia, la eterna rival junto a España. Cuando el negocio familiar de los Willard acabe por derrumbarse y a la amada de Ned la obligue su familia a casarse con el hijo del conde local, el joven abandona su ciudad y pasa a ocupar el puesto de secretario de sir William Cecil, mano derecha y asesor de la princesa Isabel Tudor, que reinará tras la muerte de su medio hermana como Isabel I, prometiendo respetar cualquier creencia religiosa de sus súbditos. Ned defenderá la política de su señora basada en la tolerancia pero se encontrará de frente tanto con los protestantes puritanos como con los católicos más radicales. 

Por otra parte y al otro lado del Canal de la Mancha, encontramos a Pierre Aumande, un buscavidas de origen humilde al servicio de los De Guisa, la familia más poderosa en la Francia del siglo XVI que cuenta entre sus miembros a la madre de la reina Maria de Escocia, casada brevemente con el heredero al trono de Francia, así como el poderoso cardenal Carlos y su hermano Francisco, duque de Guisa, personajes que no cesan de urdir las tramas de los hilos del poder en el país. Pierre trabajará para el obispo espiando entre los núcleos protestantes de París llegando a infiltrarse entre ellos para luego delatarlos, pasando posteriormente a convertirse en el hombre de confianza de los sucesivos duques de Guisa, lo que le lleva muy cerca de los centros de poder de la nación.

La época histórica que describe Follett en esta novela es absolutamente fascinante: por una parte la Inglaterra de la reina católica María Tudor, hija de Enrique VIII y casada con rey español Felipe II ha aplastado todo foco protestante en su país. Mientras tanto, la joven princesa Isabel, hermanastra de la reina inglesa, es la esperanza del bando protestante que confía en la promesas de una política más permisiva con la libertad religiosa. Al otro lado del canal, el jovencísimo heredero de Francia, Francisco, acaba de casarse con María Estuardo reina de Escocia y candidata también al trono inglés.  En toda la novela, el tema fundamental que centra todas las tramas es el de la religión: el debate sobre la libertad de conciencia y de culto, el poder de la Iglesia como institución, asistimos a la quema de herejes, a multitud de muertes de uno y otro bando como la matanza de la noche de San Bartolomé en París, las guerras de religión que arrasan Europa, los enfrentamientos entre aquellos que ve en la posibilidad de que el pueblo pueda leer Biblia en su propio idioma y la interprete sin intermediación de los sacerdotes como un primer paso para que los ciudadanos tomen decisiones por sí mismos, dejen de depender del poder absoluto de reyes, nobles y religiosos, pasen de sometidos a ciudadanos libres, lo que pone en riesgo el estado de las cosas tal yvcomo se conocían hasta ese momento.

Así y todo, los hombres continúan durante todo ese siglo matándose los unos a los otros en nombre de Dios. Algunos tratan de imponer el principio de «Cuius regio, eius religio», «De tal regente, tal religión» que pretende que desde el trono se impongan las creencias al pueblo y aplastando en base a ello a los que optan por la tolerancia o la libertad de culto. En los Países Bajos la lucha contra la Iglesia católica y el florecimiento de la Reforma supone tanto una oposición política al rey español considerado ocupador extranjero, como el enfrentamiento entre un pueblo de comerciantes y banqueros y una institución reaccionaria por definición y que considera pecado el préstamo con usura.

Los protagonistas de la novela son personajes más que secundarios en este gran escenario histórico, personas que se mueven, sin embargo, muy cerca de aquellos que protagonizan los principales sucesos que se relatan y nos permiten un acceso privilegiado a lugares que no siempre aparecen en los libros de Historia: salones, dormitorios, tabernas, patios y palacios donde se fraguan los grandes episodios. La acción del libro nos permite incluso acercarnos hasta la isla caribeña de La Española a bordo de una nave de la época, asistir a la derrota de la Armada Invencible desde la cubierta de uno de sus buque (en las escenas que se me han hecho más pesadas del libro, aunque pueden ser las favoritas del lectores que gusten de las batallas navales), compartir el largo cautiverio de María Estuardo y asistir, en fin, a numerosas muertes, asesinatos, ejecuciones de nobles y plebeyos, ricos y humildes, creyentes de una y otra religión, nadie está a salvo en este mundo violento y cruel que tan magníficamente retrata Follett en este intenso y voluminoso libro que trata de abarcar y explicar todo un periodo histórico. Ya sólo por intentarlo, creo que merece el reconocimiento por parte del lector.

viernes, 21 de agosto de 2015

El umbral de la eternidad

No sé si será vuestro caso, pero mi época de estudiante la Historia Universal que se veía en el instituto llegaba, con suerte, hasta la II Guerra Mundial; de ahí en adelante era todo demasiado reciente como para haber entrado todavía en los libros de texto. Los años cincuenta y sesenta eran casi presente, aún no habían entrado en los manuales porque sus repercusiones todavía formaban parte de la actualidad informativa que aparecía a diario en los informativos de aquellos años setenta y ochenta: la guerra fría, el muro Berlín, el Pacto de Varsovia, la URSS y sus satélites frente a unos EEUU tratando de imponer la Democracia a su modo por el mundo. Todo lo que ocurría en esos años aún era presente y cada uno lo contaba según le convenía a su bando. Así que no me queda otra que dar las gracias a Ken Follet por haberse lanzado a la aventura de novelar la historia del siglo XX en esta magna trilogía y aproximarnos así a unos acontecimientos históricos, ya desde la perspectiva que dan los años transcurridos, haciéndonos revivir de manera amena nuestra Historia más reciente.

Este fascinante periodo de la segunda mitad del siglo es el escenario temporal que abarca esta tercera entrega de la Trilogía del Siglo, titulada "El umbral de la eternidad". En ella conocemos los hechos históricos desde dentro, desde los núcleos de decisión política, a través de unos jóvenes protagonistas que en distintas partes del mundo ocupan puestos cercanos al poder, desde el ayudante del líder soviético Jruchev, al abogado de color, activista por los derechos civiles, que logra entrar en el gabinete de Bobby Kennedy, los jóvenes alemanes de familia de tradición socialdemócrata atrapados en el Berlín oriental por la construcción del fatídico Muro o aquellos que sueñan con triunfar en la música pop.

Como en las otras dos novelas de la trilogía, los personajes principales son muy numerosos, tanto los ficticios como los históricos, pero a pesar de ello no es difícil seguir las tramas ya que en seguida nos ubicamos en el lugar y el momento de los numerosos hilos que nos van contando la vida de  los personajes, que no sólo se dedican a trabajar sino que también viven, aman, odian, luchan por sus ideales, buscan la libertad o cumplir sus sueños dentro del marco social y político que a cada uno le toca soportar. Junto a los hechos históricos hay mucho de romance, mucha escena de cama, es la época del amor libre, de la liberación sexual de los sesenta en todo su esplendor, porque no todo son los dramas del asesinato de Kennedy o la guerra de Vietnam, la crisis de los misiles de Cuba o las luchas internas del Kremlin; los personajes viven y sobreviven a un tiempo convulso, desde Moscú a San Francisco, vamos pasando de la represión comunista al libertinaje de los hippies, de los avances de los laboristas ingleses a los segregacionistas sureños de América llegando a los años 80 de Jimmy Carter, Reagan, Gorbachov con su perestroika, el polaco Lech Walesa y el histórico sindicato Solidaridad, culminando con la caída del Muro de Berlín.

Mucha Historia con mayúsculas pero vista desde el momento en que ocurre, a pie de calle, con la cotidianeidad de los ciudadanos que vieron suceder los hechos ante sus ojos, contada con la agilidad de la que siempre ha hecho gala Ken Follet, que es capaz de hacer que una novela de más de 1000 páginas no se haga larga ni pesada, que siempre estén pasando cosas, moviéndonos de un escenario a otro, de un protagonista a otro, además de ir cruzando constantemente los hilos narrativos y las vidas de todos ellos, añadiéndole el mérito de que está recreando unos hechos que ya conocemos, que sabemos cómo transcurrirán, pero que se nos presentan cercanos y comprensibles, fundamentalmente porque los contemplamos desde el lado humano de aquellos que participaron en ellos, los padecieron y los superaron. De esta manera brillante cierra por tanto Ken Follet con honores su trilogía de un siglo XX en el que tantas cosas ocurrieron y tantas cosas cambiaron para siempre.

sábado, 5 de enero de 2013

El invierno del mundo

Entre las fiestas navideñas que dejan poco tiempo para nada que no sea reuniones familiares y con amigos alrededor de alguna mesa y la longitud del último libro leído, se me ha metido encima el año nuevo y no veía el momento de publicar la reseña de la novela que tenía entre manos, "El invierno del mundo", segunda parte de la trilogía de Ken Follet sobre el siglo XX y que, al margen de su extensión, resulta tan amena de leer como suelen ser todas las obras de este escritor británico, experto en el relato dinámico, en el acertado dibujo de personajes, en crear acción y enganchar al lector con sus tramas ágiles, siempre con un punto de suspense y, sobre todo, con lo visual de su escritura, parece que se nos presenta ante los ojos todo aquello que estamos leyendo. Y es que, a pesar de contarnos una serie de hechos que son por todos conocidos, no quita ello para que se siga con interés creciente la trama de esta novela cuya extensión es comprensible, no sólo por lo complejo de los hechos que se relatan, sino también por la multitud de puntos de vista que entran en juego, ya que prácticamente todos los actores intervinientes en los acontecimientos que se reflejan tienen su voz en esta novela. 

Asistimos junto a los diversos protagonistas a los años previos a la II Guerra Mundial, al estallido de esta y a su culminación. Los personajes están todos ligados a aquellos de la primera parte de la serie, si bien no es estrictamente necesario haber leído la novela previa para adentrarse en esta. De manera absolutamente coral, sin dar más protagonismo a ninguno de ellos se nos va presentado a las distintas familias: los americanos, la familia del senador Deward, en primera línea de la toma de decisiones que llevan a los Estados Unidos a entrar en conflicto con Japón del lado de los aliados; los Williams, británicos de origen galés, miembros del partido laborista, con su enfrentamiento directo con Alemania; los Ulrich, alemanes socialdemócratas que ven impotentes como asciende Hitler al poder y como su país es el origen de la más terrible guerra jamás conocida; los rusos Peshkov, bajo el régimen comunista de Stalin, en su decisivo papel que pasa de aliado de los americanos contra el fascismo a convertirse en su enemigo más acérrimo... Cada bando del conflicto aparece retratado y podemos acercarnos y comprender mejor las motivaciones políticas, económicas e ideológicas que guiaban a cada nación en su relación con el resto de países en esta agitadísima etapa de la Historia de occidente.

Es admirable la capacidad de Follet para llevar al tiempo todas las tramas sin que se pierda el hilo de ninguna de ellas. Seguimos los avatares de cada familia y de cada uno de sus miembros, los cuales se encuentran en el mismo centro de los principales hechos históricos de cada momento, permitiéndonos así combinar una mirada personal a cada uno de esos acontecimientos desde el punto de vista de los individuos particulares a los cuales les ha tocado vivir en una determinada época y lugar, con la visión Histórica de dichos años, adentrándonos así el el corazón mismo de los hechos históricos y asistiendo a ellos desde un nuevo punto de vista, dependiendo del personaje al que le toque vivirlos. Si bien es cierto que tal vez haya una cierta simplificación por parte del autor en algunos hechos de los que se relatan, no puede negarse que nos encontremos ante una forma muy amena de repasar la Historia con mayúsculas, aquellos hechos a los que en muchos casos no nos habíamos acercado más que como una materia de estudio escolar y que ahora se puede volver a observar en forma de vivencias personales de los protagonistas de esta novela. Sin duda nos queda esperar a la culminación de la trilogía para revivir de la mano de Follet las últimas décadas del siglo XX de esta manera tan interesante.

miércoles, 26 de enero de 2011

La Caída de los Gigantes

No suelo ser, por lo general, muy aficionada a los libros que ya antes de su publicación son best sellers, habitualmente me escaman aquellos que nacen acompañados de una campaña de promoción tan grande e insistente que cuando los ves en la librería te preguntas ¿pero este libro, no lo he leído ya? Te suena tanto la portada e incluso casi te conoces la historia de tanto oírla comentar, que normalmente me provocan pereza más que otra cosa y no suelo comprarlos. Me ocurre, por ejemplo con el Premio Planeta o fenómenos como Larsson. Eso no impide que, transcurridos algunos meses o en ocasiones años, y guiándome por comentarios de quienes ya los han leído y los valoran positivamente, me los compre, generalmente en edición de bolsillo ya que, por suerte para mi economía, no soy caprichosa en el tema de las ediciones, e incluso debo confesar que en muchos casos, incluso me han podido gustar y mucho.

Y comento esto, porque no es habitual en mí haberme leído ya un libro como “La Caída de los Gigantes” de Ken Follet que salió a la venta hace apenas tres meses; lo normal en mí habría sido esperar a comprarme la edición en bolsillo o a que alguien me lo prestara y aprovechar unas largas vacaciones, no solo por su condición de libro “éxito seguro de ventas antes de su publicación” que antes comentaba, sino también por su exagerada extensión que tampoco ayudaba a que me atrajera demasiado , pero gracias a la generosidad de una amiga que me lo hizo llegar ya me lo he leído, ¿qué digo?, ¡me lo he bebido literalmente! He tardado menos en ventilarme sus mil páginas que lo que he tardado con algunos otros que no superan las trescientas.

Es innegable, debo reconocerlo, la habilidad de Follet para escribir mamotretos como éste y ser capaz de enganchar desde el principio, de dibujar a sus personajes de tal manera que no sea engorroso pasar de unas tramas a otras y de un personaje a otro sin perder el hilo de las historias y disfrutando realmente de la narración.

Aprovecho para dar un consejo al que vaya a comenzar la lectura del libro: que ni se le ocurra tratar de leer siquiera la descripción de los ¡más de cien! personajes principales que se listan al inicio del libro, al estilo de las novelas de Agatha Christie; lo único que conseguirá será montarse un cacao terrible en la cabeza tratando de recordar nombres y circunstancias. Todos estos personajes irán apareciendo a lo largo de la narración y serán fácilmente identificables.

En resumen, una lectura muy amena, con un fondo de documentación histórica sobre la I Guerra Mundial muy interesante y que recomiendo a cualquiera que quiera disfrutar de una lectura entretenida. Se cuenta, desde el punto de vista de personas de carne y hueso, la transición ocurrida en Europa en aquellos años al pasarse de forma generalizada de la sociedad basada en los privilegios de las clases dominantes a la instauración o ampliación de los sistemas democráticos en los que el pueblo asume un nuevo papel, la extensión del sufragio y en el caso de Rusia, la toma de poder por los obreros y soldados dando lugar a la República dirigida por los soviets.

Por suerte, el autor ha prometido continuar con la saga hasta completar el S. XX. Seguiré la serie, sin duda.

martes, 1 de junio de 2010

De Sandor Marai a Ken Follett


Terminé hace unas semanas de leer “La Mujer Justa” de Sandor Marai, un autor que me gusta especialmente, a pesar de no ser de lectura fácil, ya que profundiza con gran intensidad en los pensamientos y sentimientos de sus personajes, lo que se da especialmente en esta novela en la que se cuenta una misma historia a través de sus tres protagonistas que cuentan en forma de monólogo en primera persona los mismos hechos pero pasándolos cada uno de ellos por el tamiz de su propia experiencia, de su particular situación en la vida, en la historia y en la sociedad de la Hungría de principio de siglo, una realidad histórica para mí desconocida (al margen de las obras de Marai que siempre son húngaras) mediante la que descubro una sociedad cargada de tradiciones, cultura y larga historia y que quedó silenciada tras las guerras mundiales.


Marai retrata a los tres personajes, el esposo perteneciente a la antigua nobleza, la esposa burguesa y la amante de procedencia obrera e incide mucho en lo que la clase social de cada uno afecta a su modo de actuar, de pensar y de considerarse a sí mismo reflejando al mismo tiempo cómo la incipiente desaparición de las rígidas barreras entre dichos grupos sociales lleva aparejado que estas personas, en ocasiones, pongan en duda su verdadera identidad al dejar de encontrarse amparados por el marco tradicional en que cada uno vivía y moría dentro de su grupo social, acogiéndose a sus usos y limitaciones o a sus privilegios entendidos como algo inmutable que aportaba la seguridad de sentirse parte de algo perdurable, pero que en ese momento empezaba a dar muestras de no serlo tanto, con lo que esos cambios sociales suponen también cambios en las mentalidades individuales de los personajes.


Las novelas de Marai no son, precisamente, de acción sino de introspección en las mentes y corazones de las personas retratadas, por lo que el haber acometido tras esta lectura, “Un mundo sin fin” de Ken Follet (best seller por excelencia de los que hay que leer por obligación) no ha sido precisamente una decisión afortunada: es como pasar, sin solución de continuidad, de contemplar el fuego de la chimenea en una tarde lluviosa a tirarse en paracaídas desde una avioneta, la mente trataba de permanecer aún en un estado de serena reflexión cuando se la somete a un exceso de actividad, puede que esta sea la razón que me lleva a calificar esta última lectura de “novelón de verano” recomendable únicamente para llenar largas y ociosas tardes de verano en las que no se quiera dar mucho trabajo a la reflexión. Tan sólo me ha planteado una duda: ¿cómo es posible meter tanto sexo en una novela en la que la mayoría de sus personajes son monjas y monjes? Supongo que es un ingrediente imprescindible de cualquier best seller veraniego que se precie de serlo.