Me gustó que comenzara la historia en Zaragoza, con dos críos pequeños que se quieren y se retan. Tiene siempre algo de tierno que aparezcan niños en las novelas, aunque luego se hagan mayores.
Verónica es una muchacha que ha tenido miles de sueños, entre ellos estudiar y demostrar que una mujer puede ser igual de inteligente que un varón, a pesar de la época. Pero su mundo se viene abajo y tiene que acabar como profesora. A pesar de ello, lo disfruta porque le encanta dar clases a los más pequeños. Enseña y cuida de su padre enfermo, la principal preocupación para ella, hasta que aparece Alejandro Zaldívar. Ella no recuerda a su antiguo compañero de juegos, pero él llega para cumplir una promesa que hizo a su padre, amigo íntimo del de la muchacha, antes de fallecer: cuidar de Verónica. Y a pesar de oponerse al principio, no le queda más que aceptar ese casamiento para ver morir feliz a su padre.
Ambos personajes son estupendos. Verónica es una mujer independiente, poco acostumbrada a una vida de lujo y demasiado arisca por algo que le sucedió en su pasado. Reconozco que a veces me hubiera gustado pegarle cuatro voces porque su terquedad para que Alejandro me ha puesto de los nervios. Claro que si desde el primer momento se hubiera mostrado dulce, no habríamos podido disfrutar de esta preciosa historia. Así que vamos viendo su cambio poco a poco, el modo en que se va integrando en el castillo que Alejandro tiene en Francia, Le Petit Beaumont, la manera en que empieza a suavizar sus palabras y sus hechos. La ayuda de los sirvientes de Alejandro, a los que considera su verdadera familia, son importantísimos.
Alejandro es un amor. Con mayúsculas. Un hombre íntegro que hace todo cuanto está en su mano para ganarse el cariño de una mujer que, desde el principio, le deja claro que el suyo va a ser un matrimonio de conveniencia, pero que no está dispuesta a más. Un caballero de pies a cabeza que me ha enamorado desde que lo vi aparecer, ya de pequeño. Me gustaría decir todo lo que va haciendo para acercarse a Verónica, pero descubriría esos momentos tan maravillosos que, lo digo de verdad, son dignos de leer.
Me ha encantado, como siempre, el modo de narrar de la autora, haciéndonos ver los lugares como si estuviésemos allí, casi oliendo el aroma de las flores cuando lo explica y hasta ver cómo crecen las plantas. La ambientación es genial.
A destacar, desde luego, los criados. Todos y cada uno de ellos, desde los mayores hasta los niños, son importantes en esta historia, todos tienen un motivo para aparecer, para darle cariño a la protagonista y hacer que acabe encontrándose cómoda junto a ellos. Sí, también hay alguien que no la admite como debiera, pero tiene sus motivos. El romance entre Leonard e Ivy, que transcurre a la vez, me ha sorprendido y maravillado.
Es una historia de encuentros y desencuentros dentro del matrimonio, de acercamientos sutiles y separaciones dolorosas, aunque no se aleje ninguno de los dos. Fluye lenta, como el agua de un río, permitiendo que el lector, como Alejandro, goce de cada instante en que consigue que su mujer esté más cerca de él. Le cuesta, pero consigue el amor de Alejandra porque no puede ser de otro modo.
También hay intriga y personajes perversos que dan pie a Verónica a mostrar su valentía y el amor que, al final, profesa a su esposo.
Simplemente, me ha encantado.
Nieves
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