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sábado, 22 de mayo de 2010

Mi interés por la epistemología. H.D.

Me pasé siete años de colegio y tres de liceo jugando en clase.
Algo considerado malo en sí mismo.
Y aprendí un truco, que consistía e que cada año, faltando tres
meses para el término del curso debía fingir un tremendo
arrepentimiento por mi comportamiento anterior
y estudiar. De este modo, como premio, me promocionaban
con excelentes notas. Estas se debían a mi nivel de
aprendizaje y al comprobado arrepentimiento.
Nuca entendí cómo no se daban cuenta.
Estudiar, para mí era fácil, leía los libros, fueran de la
materia que fueran, como si se tratara de libros
de cuentos o aventuras.(Papi, ¿sabes qué le pasa al ocho
cuando lo divides entre dos?)
En una semana descargaba en mi cerebro cualquier
programa de estudio.
Algunos, incluso, no necesitaba descargarlos,
estaban allí disponibles en cualquier instante.
Hubo una materia de la cual nunca escribí ni una
sóla redacción en el cuaderno. Sencillamente, cuando
me pedían que las leyera en voz alta en clase, me
ponía de pie y me las inventaba sobre la hoja en blanco.
Así, hasta que un día el profesor me lo pidió para
escribir en él una nota para mis padres y pudo comprobar
que no tenía nada escrito.
Como aquello no era posible sancionó a toda la clase.
Esto, según aquél imbécil, cuyo apellido, Castro, quiero recordar,
era imposible; y hasta que no apareciera el auténtico
autor -y eso que en clase había niñas­- de mis
redacciones, la sanción sería colectiva.
Con el paso del tiempo los curas que regentaban
mi colegio con vulgaridad e ignorancia probadas
se hartaron de mi a cierta altura,
(aunque alguno de ellos me quería mucho,
puesto que me daba besitos cariñosos
durante la obligatoria confesión,
e incluso otro de apellido Heine,
después de clase de canto,
me prodigaba espirituales e insonoras
caricias en el pene y en el culito,
y me estrechaba con emocionados espasmos
contra su pecho)
y me echaron.
El que me echaran significó para mi un cambio de perspectiva
cognitiva.
En el nuevo colegio empecé a leerme los libros antes del
curso y luego me "ausentaba" de clase sólo con la
mitad de mi cerebro. Este, cuando partía en busca de
aventuras tenía a buen recaudo dejar conectada una oreja
que recopilaba toda la información que en un futuro pudiera
necesitar.
Cuando llegué a la facultad me interesé con sobradas
razones por la epistemología.

viernes, 21 de mayo de 2010

La mujer invisible. Héctor D'Alessandro.

Este cuento, en su día, fue dedicado en secreto
a Ingrid, su inspiradora. Ahora, vuelve en público
a ella, que siempre fue su dueña.


viernes, 31 de julio de 2009

Se ha dicho sobre Voces con vida.

Victor Jimenez ha dicho sobre los autores de Voces con vida.

“...Sin duda alguna serán los conquistadores de los nuevos espacios de difusión actuales donde ya se imponen y de los lectores que esperan nuevas voces con vida”.

martes, 28 de julio de 2009

Ver lo que no se ve. Héctor D'Alessandro

Ver lo que no se ve. Héctor D’Alessandro

Desde muy niño me asombró la capacidad de las personas para ver lo que no se ve. Yo me había acostumbrado a dar rodeos inmediatos en torno a cualquier frase que un adulto soltara con extrema rapidez. Como si yo me dijera a mí mismo: “si lo dice rápido es que no lo piensa, ya no lo sabe, ahora no actúa esa persona sino el peculiar patrimonio de estupidez acumulativa que su tradición individual le haya permitido adocenar”. Ese instinto tan certero nunca me falló. Cuando alguien suelta una idiotez a gran velocidad significa que las palabras están hablando a través de él, no está generando nada, sólo basura.

Dentro de esa infinita cantidad de porquería mental están casi todos los dichos populares de todas las tradiciones poliimbéciles del planeta, casi todas las frases hechas y un buen conjunto de falsos pensamientos cuyo vaciedad queda demostrada por la recepción que cualquier adulto sano puede hacer de ellos: una vaga desolación y el silencio propio ante lo irremediable se apodera de la persona. El virus de la idiotez humana acaba de pasar por la estación circular del cerebro una vez más. Tiene parada en todas las estaciones.

De ese conjunto casi infinito me asombró sobremanera esa capacidad para ver lo que no hay que se haya presente en las personas extremadamente poseídas por la mente comunitaria y que no han tenido ninguna oportunidad de parir alguna vez una idea o algo que se le parezca. Decía, esa gente, “has visto a fulano (o mengana) siempre solo (o sola).” Y luego venía la pregunta sobre porqué no está con alguien; nunca nadie cogía por el camino en el que hubiera por ejemplo carteles indicadores que dijeran: “qué feliz se le ve, qué bien está consigo mismo”. Y si se decía algo de esto, inmediatamente agregaban (para cagarla) “si solo/a está tan bien, cuando esté con alguien será increíble”. O bien, “Has visto a tal, qué casa tiene”. “Sí, pero no tiene el coche que tiene perengano”. (Siempre aquello que falta.) “Has visto a fulanita, qué éxito ha tenido.” “Sí, pero no viaja a X”. (Siempre aquello que está ausente).

Yo no me engaño, todos estos que siempre han repetido todas estas bobaliconadas, hoy gobiernan el mundo, desde puestos de importancia y desde cada esquina desde la cual se monitorea el sentido común vigente. Estos, que ayer nomás decían esas cosas, son los mismos que creen en un montón de ideas indemostrables. Son los mismos que creen tener pensamientos propios, son los mismos que creen ver el aura, son los mismos que se preguntan porqué ese petróleo está en ese país de miserables y no en la gasolinera de mi esquina, con lo mona que es, son los mismos que creen tener la capacidad de modificar alguna cosa y los mismos que anhelan algo con una fuerza equivalente a la de un pedo y creen que eso les salvará. Gracias a ellos y su labor constante, ahora me percato, la idea general de dios es una idea negativa y chabacana, es el más elemental de los sentidos comunes y corrientes. Un pensamiento que siempre ha estado volcado a lo que no está, necesariamente va a crear un dios que está ausente, que no se puede ver y que en definitiva nunca se puede alcanzar. Dios, ahora lo veo claro, es el más grande pensamiento de escasez que se haya podido concebir. Es el nombre que se le ha dado a la ausencia total. Ese dios no me gusta, ese dios es suicida, el supremo anhelante de lo que no está aquí y ahora.

Ese Dios no escucha, no puede escuchar, porque lo que yo digo sucede aquí y ahora.

jueves, 23 de julio de 2009

Una antologia sin fronteras. Por Bernardo Ruiz

"Voces con vida surge a partir de la convocatoria del Salón Internacional del Libro para el primer concurso internacional de cuento breve de la Ciudad de México. La única norma limitaba la extensión de cada relato a un mínimo de 400 y un máximo de 800 palabras. En tal medida, el grado de dificultad para distinguir la historia merecedora del premio debe haber sido una pesadilla. Lo muestra el alto grado de calidad de diversas historias.

La distinción recayó en “Plaza, palomas, poesía y papel picado” del escritor chileno Víctor Aquiles Jiménez Hernández, radicado en Suecia desde hace veinte años. La historia me recordó la anécdota de algún escritor ruso encarcelado que debió destruir su obra maestra para poder fumar, o darse calor, lo que mete ruido a mi juicio de la historia. Francamente, encuentro un placer o un interés mayor en otros textos que por su plasticidad o por su capacidad imaginativa me asombraron. Entre ellos puedo citar los de Abraham Lifshitz, Daniela Bojórquez, Nelson Cordido Rovati, Darcy Rodríguez García, Dan Lee, o el de Héctor D’Alessandro, entre otros."



Para leer este texto completo clique aquí: http://escribo-yo.blogspot.com

martes, 23 de diciembre de 2008

El estado del tiempo. Héctor D'Alessandro

Este relato se encuentra en la antología "La profecía Tlön".

viernes, 19 de diciembre de 2008

La Profecía Tlön Héctor D'Alessandro, está en Bubok

Este relato y otros están editados en el libro de relatos "La Profecía Tlön" de Héctor D'Alessandro, que se puede comprar en Internet en el siguiente link:

http://www.bubok.com/libros/6568/La-Profecia-Tlon

La profecía Tlön de Héctor D'Alessandro está en Bubok.

Este relato y otros están editados en el libro de relatos "La Profecía Tlön" de Héctor D'Alessandro, que se puede comprar en Internet en el siguiente link:

http://www.bubok.com/libros/6568/La-Profecia-Tlon

La profecía Tlön de Héctor D'Alessandro está en Bubok

Este relato y otros están editados en el libro de relatos "La Profecía Tlön" de Héctor D'Alessandro, que se puede comprar en Internet en el siguiente link:

http://www.bubok.com/libros/6568/La-Profecia-Tlon

domingo, 14 de diciembre de 2008

Gastar las palabras. Héctor D'Alessandro

Gastar las palabras. Héctor D’Alessandro


Perder el miedo a las palabras.

Atravesarlas.

Ir más allá

Hasta el otro lado de las vocales

Saltar

Vengarse

De la sórdida tozudez de su amenaza

Invocar a las palabras y no temblar con los fulgores

De su halo, de su peso, de su ancestral amenaza

cíclica.

Repetirlas, sí, una y otra vez, hasta gastarlas.

Entrar en ellas como en un vientre.

Volver del túnel que representan

con un resto de luz pegado en el ojo.

Sentirlas caer en la noche como un miedo en la nuca.

Como un mono aullador que recorre los jardines

enhiesto y vigoroso, sometido a un imperio que no acaba.

Soñarlas junto a la cuna, mecerlas frente a un reloj.

Verlas nacer a las seis pe eme, sí, seis pe eme

y treinta y un minutos.

Volver a visitarlas, invitarlas a una participación

sosegada y suave, deliciosas presas del músculo quieto.

Venid a mí, tengo para vosotras la totalidad de mi columna.

Tengo pegadas a mis vértebras una miríada de imágenes

sometidas a una demolición incesante.

Mis espaldas son anchas, un continente entero puede reposar

en ellas.

Y lo hará, seguro que lo hará.

Recorre mis vértebras continentales un vibrante rumor crepitante.

Se mezcla a su paso con el agua, con el fuego y también con la tierra.

Quisiera cantar esta noche con todas las voces que poseo.

Con todos los verbos que me habitan.

Perdido ya el miedo a las palabras.

Mi garganta se abre plena, se abre en arpas, se abre en órganos,

se abre para dar paso a mi corazón de pez, de viejo monstruo

antediluviano, de calle, de paso, de parlante sangre intrépida.

Me moveré a mis anchas esta noche.

Haré sonar mis vértebras como cañones, como estampidos,

como gritos, sacudiré un ratito el caviloso temor

de tus costumbres urbanas.

Voy a desperezar todas mis letras.

Las que gritan y las otras.

Las que permanecen silenciosas trabajándote la médula.

Cuando el monstruo grande de la frase se hunde en un océano

Descomunal de revueltas palabras incomprensibles y al arrastrar

la última pregunta, deja flotando en el oscuro mar un aire hervido

de sueño, de misterio, de postergación espléndida hasta la siguiente

acometida.

miércoles, 26 de noviembre de 2008

Sobre el libro “Viaje a la ficción”, un viaje a ninguna parte. El Sr. Vargas Llosa ha llegado a la avanzada edad del tarambanismo. Héctor D'Alessandro



Sobre el libro “Viaje a la ficción”, un viaje a ninguna parte.
El Sr. Vargas Llosa ha llegado a la avanzada edad del tarambanismo intelectual.
Héctor D’Alessandro

Ayer llegó a las librerías, anoche lo leí; lo que suponía, un bluff. Uno mas del Sr. Vargas. Seré breve, quizás en los próximos días lo relea y piense exactamente lo contrario.Se anuncia como un libro que analiza los sutiles mecanismos que relacionan vida y ficción. Esto es hacer de vicios virtudes, tras redactarlo el Sr. Vargas vio que a ese tipo de analisis del cual no puede escapar ("Orgia perpetua", "Historia de un deicidio", quizás el más escolar y simple de sus libros)es a lo que había llegado y lo justifica a posteriori con un prólogo muy muy aburrido en el que basicamente explica como se le ocurrió a él la novela "El hablador".
El caso es que este libro es una estafa en toda regla. Fue anunciado como un estudio del estilo de Onetti. No lo es. Para estudiar el estilo de alguien hay que poseer un estilo propio y Vargas no lo tiene, mal que le pese. El Sr. Vargas sabe crear espléndidas estructuras totalmente injustificadas por la trama. Ha aprendido a crear persones redondos con el paso de los años (muchos años). Pero su estilo aún no ha llegado, chupar un clavo, como dicen en Uruguay, posee más encanto para las papilas gustativas.
Sólo hay un pasaje en este interesante libro informativo (eso es lo que es) que va de la página 116 a la 119. Allí define la voz más usual de los relatos y novelas de Onetti como a una voz crapulosa, pero no le llama “voz” sino estilo.
Conocedor de sus carencias, el sr. Vargas se justifica al final del libro diciendo qué es lo que no quería hacer. Dice que “no es un libro de erudición” sino “una lectura personal”.
El Sr. Vargas es deudor una vez más de la vieja escuela de estudios literarios centrada en la temática y en la relación entre el libro y la vida del autor. Está enchalecado en sus propias represiones. Vargas, que a esta altura de la vida, con más números en el otro mundo que en este, no va a desarrollar un estilo que no posee y jamás lo verá en otro aunque se lo pongan señalizado y etiquetado. La pruieba de que este libro es un bluff, es que hasta llegar a la página 32 no se menciona a Onetti sino que se habla de una vaga teoría del narrador junto al fuego y el origen de la ficción y otras memeses en las cuales Vargas no cree pero ahora finge creer. El sólo cree en las ocho horas junto al ordenador.
Insiste mucho, Vargas, en que este narrador, Onetti, es valorado en su país, el Uruguay, por la izquierda y por la derecha. Una estupidez, es incomprendido a izquierda y a derecha y por ello respetado. La ignorancia se ha distribuido democráticamente en ese país. Lo que le sucede a Vargas es que a esta altura de la vida se ha dado cuenta que no posee un estilo, sus frases, las mas bellas, extrapoladas, no levantan vuelo. Es que el arte es un secreto a voces. Y Vargas lo conoce, tanto que ha escrito una obra maestra que se llama “La ciudad y los perros”. (¿Alguien recuerda algún personaje memorable de sus novelas?). Pero luego se le ha ocurrido querer meterse en todo. Por mucho que se vista de seda...
En fin, que el mundo ha cambiado de manos, las influencias culturales predominantes están cambiando de eje al igual que los polos financieros y Vargas no quiere bajarse del tren (lo cual es muy legítimo), no se va a fingir un izquierdista, pero está dando el giro táctico para reconquistar al público de izquierda que ya hace años lo crucificó. El caso es que fingirse inteligente analizando a un autor inteligente no le va a rescatar ni a un lector con cerebro, que estos seguramente jamás lo abandonaron. Son los mismos que saben que de aquí a cincuenta años Vargas será olvidado, se leerá “La ciudad...”, Se recomendará mucho como un libro menor “Pantaleón...” y de su obra ensayística literaria se recordará que se parecían mucho a unos ejercicios juveniles de estudiantes de bachillerato. “La verdad de las mentiras” será la excepción por su gran contenido informativo y por el acierto de algunos pasajes. El futuro siempre es de los mandarines, y Vargas no lo es.
Quien quiera aprovechar al máximo este libro, que vaya a la librería y lea las páginas indicadas en el tercer párrafo de esta nota. Así habrá aprovechado lo que Vargas aun puede dar y se puede ir a gastar sus 17,50€ a otra parte.
Este libro no obstante me ha hecho pensar, me ha hecho pensar que todos los juicios negativos acerca de la prosa y el estilo de Onetti son verdaderos, sí que es pastosa su prosa, sí que está afectada por las malas traducciones, sí que plagia mucho a Faulkner, pero aún así es el creador de un mundo, y lo es porque tenía una concepción de éste, negativa, pero concepción al fin, algo de lo que carece Vargas Llosa. Un autor extraño donde los haya, constructor de artefactos literarios de complejísima arquitectura no siempre justificada, un neoliberal a ultranza que podría continuar negando el derecho del autor a intervenir en la praxis histórica y política, mientras él, como buen derechista, lo hace junto a amigos como Aznar provocando a gobiernos legítimos con tácticas parafascistas, y ahora, en pleno malabarismo final, intentando dar un giro a la izquierda que quizás lo ponga en la posición más ridícula: la del que finge arrepentimiento.
Un mundo vacío, incluso cuando escribe ensayo, el del sr. Vargas, ni siquiera hay en él la suciedad que tanto admira en Onetti, un mundo de estudiantes que tratan acerca de temas pero nunca tocan la verdadera carne bullente de la vida. En el fondo quizás lo teme, quizás sea sólo palabras este señor, quizás nunca existió, quizás la CIA le escribió todas sus novelas para infiltrarlo en determinados sitios, como lo hizo con Jackson Pollock y sus cuadros, o quizás la explicación de todo esto sea lisa y llanamente que el Sr. Vargas que argumenta sobre Onetti con un informe del economista E. Iglesias es del signo de Aries, y no hay ninguna otra razón. Al fin y al cabo, en una encuesta ya antigua se demostró que a largo plazo (diez, quince años) los barrenderos de N.Y. acertaban más sobre economía que los más extraordinarios economistas.
Sr Vargas, no intente vender gato por liebre. Hace feo. Y usted ya es grande. Cuando quiera saber algo sobre “estilo” llámeme y nos tomamos un café; según la hora que sea, hasta quizás sea mejor que se pase por casa.
Un saludo.

H.D.

P.S. Si se me ocurre un nota que diga exactamente lo contrario, mañana la publico, si no, es que estoy muy ocupado leyendo a De Quincey.


martes, 25 de noviembre de 2008

La vida privada de Bob Tormentas. Héctor D’Alessandro

Este relato forma parte del libro "La Profecía Tlön" de Héctor D'Alessandro

lunes, 24 de noviembre de 2008

Puedo. Héctor D’Alessandro

Puedo. Héctor D’Alessandro


Puedo darme todas las respuestas posibles.

Puedo preguntarme eternamente cómo supe que te querría.

Puedo preguntarme y responder con acierto acerca de un sinfín de cosas.

Pero me pregunto a cada instante qué me trajo hasta aquí.

Cómo llegué a esta ciudad, a esta costa, a este cuerpo palpitante que te desea.

Puedo responderme por ejemplo con una frase

Que estoy aquí por algo que desconozco

Por un destino anhelante de luz

Por una idea una frase una convicción.

Por una casualidad.

Preguntar por ejemplo al infinito murmullo de las rocas en la ciudad

A las palabras de sus poetas.

A los muros de agua que se desploman en la cambiante costa.

Cómo es que lo caminos me trajeron hasta aquí.

La respuesta ha de estar escondida en

una palabra una frase un verso que defina ese viaje

Esa búsqueda.

Quizás viajar consista en partir en busca de una frase

De todo cuanto es posible escribir en un muro, en el agua, en las líneas de tu mano

Escojo una

Sólo una que resume el sentido de mi arribo a estas costas a esta vida a esta palpitación constante

“Tots els camins son bons per fer camí”*.



*Este último, maravilloso, verso es del poeta Miquelt Martí i Pol

sábado, 22 de noviembre de 2008

La mujer invisible. Héctor D'Alessandro (Este relato está en "La Profecía Tlön")

La mujer invisible. Héctor D’Alessandro. (Este relato está en "La Profecía Tlön".)


Estoy casado con una mujer invisible. Gracias a su peculiar característica, siempre estuve seguro de mis sentimientos amorosos. Si uno ama a una mujer que nadie ve, una mujer que uno mismo desconoce, entonces, lo que siente sólo puede ser amor, amor verdadero. Ningún juicio, ningún pensamiento, ninguna premisa o tensión puede afectar a mi constante amor y al sentido unívoco de mi pasión y mi enamoramiento.

Recuerdo que en el colegio, entre mis desaforados compañeros, se hablaba a toda hora, con niebla o con sol, de una mujer invisible, abocada a una vocación de inexistencia totalmente novedosa en la ciudad.

Cuando me lo comentaron, comencé de inmediato a soñar con ella. A toda hora. A imaginarla o mejor sería decir a no imaginarla. A vaciarla, casi sin darme cuenta, de todo contenido espurio, de todo defecto privado que pudiera alterar la natural armonía de una tan perfecta relación.

Durante muchos meses, antes de conocerla, o mejor sería decir, antes de estar delante de ella por primera vez, me entregué a la nada agotadora tarea de soñarla y soñarla, vestirla cada noche con una características líquidas como el agua y evanescentes como la niebla. Ajenas como el alma del vidrio. Nada en ella se opuso a mi tenaz sueño de perfección.

Cuando nos conocimos todo fue arrebato, hablaba yo y escuchaba ella, viajaban acompañando a mis palabras las más excelsas y depuradas emociones, las captaba ella y me las devolvía con frases envueltas en gasa, escoltadas por varios escuadrones alados de querubines y otros seres de algodón celestial.

Llegué a llorar por las noches con refinada angustia sutil ante tanto primor de amorcillos que iban y venían de mi corazón al suyo y del suyo al mío. Florcilla, le decía yo. Junquillo salvaje de mi corazón, me decía ella. Y nos revolcábamos en este amoroso algodonal con gozo y con liviano encanto.

Nada diré del día que hicimos el amor la primera vez. Me fundí en ella hasta desaparecer yo, dando brazada tras brazada en aquella natación seca encima de la cama. Y al día siguiente le comenté que me había parecido, por un momento, que me había vuelto invisible. Sí, respondió, esto es contagioso.

Yo sé que otro hombre menos enamorado que yo se hubiera puesto hecho una furia, pero yo era todo azúcar y el deseo de desaparecer dentro de ella era mayor que cualquier otra cosa en este planeta. Yo la amaba como nadie puede llegar a imaginarlo. Ya sé que decirlo puede parecer fácil, pero deberían saber que, primero, no hablo en vano, y, segundo, mi amor por ella supera lo meramente humano, algo que me parece por otra parte, una auténtica birria comparado con los sentimientos que surgieron en nuestra unión.

No me importaba, verdaderamente, volverme, yo también, invisible.

Habíamos desarrollado una compenetración tan enorme que yo cerraba los ojos, como suelen hacer los niños, que piensan que porque ellos no ven el entorno, nadie en el entorno puede verlos a ellos. Yo cerraba los ojos como si esto me volviera invisible. Esa era la esencia de nuestro amor, podía uno abandonarse frente al otro seguro de que nada malo se vería y seguro también de que todas las potencias de la imaginación estaban prontas para exornar al otro con los más hermosos colores de las galaxias. Vivimos un sostenido orgasmo perpetuo del cual, como si se tratara de una fulgurante cabalgadura, no queríamos bajar. Nada me importó la novedad de que, más tarde o más temprano, yo también sería invisible.

No sé en qué año bisiesto dejé cerrados para siempre mis ojos humanos. La oscuridad se convirtió en mi naturaleza y todo en mi fue salvaje. Algo extraño sucedió, como si el ahorro energético al dejar de ver y ver y ver el mundo y sus cosas, por su propia falta de uso se desviase, igual que el curso de un poderoso afluente fluvial y se hubiera ido a reforzar con potencias huracanadas a la corriente central de la vida que vivíamos. Entendí que en la ausencia de forma residía la creatividad más absoluta y que aquello es lo que esa sabia mujer me había enseñado durante nuestro ya largo matrimonio.

Nuestro amor se reforzó y el alma de vidrio de nuestra relación se tornó no sólo ajena al mundo sino omnipresente en el mismo. Nuestro mundo de amor, ajeno a este mundo, lo pobló a toda hora. En la ciudad, la gente temía o sospechaba o creía que estábamos caminando por los alrededores de sus vidas con el objetivo de espiarlos.

Creo que fundaron, incluso, una religión basada en nuestra omnipresencia.

Aquello produjo enormes temblores líquidos en nuestra alma transparente, la risa que llegaba como un desbordamiento de nuestros ríos interiores. Pero nuestra compasión no se desplazó hasta el prejuicio. Si tanto cuesta que la gente ame aquello que no se ve, cómo nosotros, navegantes de todas las transparencias, íbamos a juzgar a quienes creen en lo que no puede verse.

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