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jueves, 12 de mayo de 2022

Tu labio superior

No había sido capricho pasajero lo del Verano fatal parido a medias con Nacho Vegas. Tu labio superior (2008) confirmaba un año más tarde que el castellano había vuelto para quedarse en la obra de la madrileña Christina Rosenvinge. La parte folk o acústica reclama su importancia desde el principio, bien sea más cercana al pop y con Vegas haciendo coros, La distancia adecuada, o al rock, Anoche (el puñal y la memoria), antes de que Eclipse —nómada y enigmática— dé con una de las canciones definitivas del trabajo. Tu boca es una delicia pop que tiene en su base a la Velvet y Sonic Youth. Las horas arrastran su languidez deliberada e incluyen unos versos finales en inglés antes de que Nadie como tú opte por la balada entristecida, pues

"Dentro de un año yo no estaré aquí
y tu mujer no sabrá que yo fui
la sombra que oscureció
su casi ideal historia de amor".
 

Huele a foxtrot Tu negro cinturón (con algún guitarrazo que otro), donde se acaba declarando que "No pienso volver al infierno / de la vida conyugal". La Rosenvinge punk se reivindica en Tres minutos, en contraste deliberado con Animales vertebrados, ya que aquí la encontramos sola con el piano cantando cosas como que "ha salido el sol, arrogante y español" en lo que parece a todas luces un pliego de cargos sentimental. Por la noche se relame entre el blues y el pop y constituye uno de los momentos privilegiados de un álbum que concluye cual delicado adagio Alta tensión. Un álbum llamado Tu labio superior que no sería igual de bueno sin esa banda compuesta por Steven Shelley, Chris Brokaw, Jeremy Wilms y Charlie Bautista, aunque su carácter tan personal —naíf y punzante al mismo tiempo (o cómo acariciar con la ironía y el dolor)— se lo debamos en última instancia, por supuesto, a la autora de La joven Dolores, su siguiente y magistral disco en el que repetirán los músicos citados.

miércoles, 1 de abril de 2020

Verano fatal


Dos de los nombres más brillantes del rock español unían fuerzas en 2007 para cantar al Verano fatal. Nacho Vegas venía de colaborar con Enrique Bunbury en el excelente y doble El tiempo de las cerezas y Christina Rosenvinge, tras Continental 62, se preparaba para recuperar el castellano con el muy notable Tu labio superior. Siete canciones y veinticinco minutos son suficientes para saber del talento de ambos, tres de la autora de La joven Dolores, una del creador de La zona sucia y tres escritas a dos manos. Entre el folk (Me he perdido, Que nos parta un rayo, No lloro por ti), la tormenta noise (Humo, Verano fatal) y el pop (Ayer te vi, No pierdes lo que das) reconocemos la voz personal de Rosenvinge y Vegas y los ecos de artistas como Yo La Tengo, Sonic Youth, la Velvet Underground, los Stooges o PJ Harvey. Las letras hablan del amor (fatal, al igual que el verano del título) que ha surgido entre los dos músicos, amor con fecha de caducidad y aire malsano que se introduce en las composiciones y parece justificar uno de sus versos: "Hacer siempre lo incorrecto es una forma de acertar". Los de un Verano fatal que no desentona en la discografía de estos iconos de los sonidos independientes nacidos en este país.

lunes, 29 de julio de 2013

La joven Dolores


Si largo, ignoto y caprichoso es el camino para la mayoría —más largo, más ignoto y más caprichoso conforme los años se superponen—, el que recorre la Christina Rosenvinge que cantaba con Álex de la Nuez aquello de ¡Chas! y aparezco a tu lado en 1987 hasta llegar a La joven Dolores en 2011, podrá parecer a algunos de una distancia insalvable. Sin embargo, para aquéllos que tengan cierta noción de su carrera, es ella —la distancia— menor de lo que cabría suponer, pues ya desde el momento en que Rosenvinge deja Álex y Christina y forma Christina y Los Subterráneos, al albor de los años noventa, se prepara para dar a conocer su lado oscuro del corazón, que diría Eliseo Subiela.

El retorno en 2007 al castellano junto a Nacho Vegas con el notable Verano fatal, y en solitario un año después con el también muy interesante Tu labio superior, culmina en La joven Dolores, excelente catálogo de ansiedades, depresiones y felicidades evaporadas varias concretadas —entre otros— en lexatines, gotas de semen, alfileres y vendavales. Equidistante de la sensualidad y la laxitud, Christina Rosenvinge examina la emoción subjetiva causada y/o relacionada con el dolor y convierte cada canción en un pequeño monumento estético edificado por su voz y la (espléndida) banda que la sustenta (la misma de su anterior trabajo): un Steve Shelley mucho más sobrio a la batería que en Sonic Youth, Chris Brokaw (de Come) y Charlie Bautista a las guitarras y Jeremy Wilms al bajo. Añadan pianos y violonchelos ocasionales y tendrán el paisaje sonoro de un trabajo que parece delicado en la superficie pero que lanza dardos envenenados (y por lo tanto lacerantes) desde su interior lírico y musical; déjense mecer por la aparente placidez de Weekend o La idiota en mi (mayor) mientras Rosenvinge canta que "Me voy en mi barquito / de la inmensa soledad" o "El verano fue tan imparcial / que nos hizo polvo / a los dos igual", y sabrán de la terrible calma del día a día en la que se inscribe la naturaleza del álbum; viajen con su autora, en definitiva, al infierno en una calesa hermosamente adornada y guiada por un criado en librea que ni les dirige la palabra ni gira la cabeza: habrán llegado a la esencia misma de las composiciones de Christina Rosenvinge (y su exacta instrumentación) para que se desvanezca en el instante en el que creen asirla. Así es. Hablamos de arte, no de la vida, nunca lo olviden. Por mucho que nos recuerde a ella, La joven Dolores no es sino una escenificación ordenada de lo intangible, de ese algo que nos dice que hay personas moviéndose en el exterior a las que pensamos en nuestro interior. Una escenificación distante y refinada —ajena a cualquier tipo de solución— de los golpes que recibe cualquier ser humano en su paso por el planeta, generalmente sin saber por qué (o sabiéndolo tan bien que es mejor no pensarlo).

Dejando al descubierto influencias que van de la Velvet Underground más, digamos, relajada a la nouvelle chanson, Christina Rosenvinge se ha convertido gracias a La joven Dolores en una de las artistas más completas y personales del pop español, un peldaño más de una escalera que todavía puede seguir subiendo. Ni ella conoce por dónde irá ese futuro camino (¿hace falta que repita los tres adjetivos que lo describen?) del que hablábamos al principio, pero el andado hasta la fecha es para sentirse lo suficientemente orgullosa como para arrepentirse o llorar pasados ya remotos por muy discutibles.