Hoy voy a tener el enorme placer de expresar un poquito del inmenso cariño que siento por Mirta Vidal, cuya amistad sigue tan vigente como el primer día que la conocí. Es algo que nunca ha de prescribir (para decirlo en el lenguaje que nos es familiar).
Conocí a Mirta siendo yo un perfecto novato en el mundo de la interpretación. Desde el primer momento surgió entre ella y yo lo que se llama vulgarmente una química y siempre funciona aún hoy, cuando recuerdo afectuosamente ciertos incidents chistosos de cuando trabajábamos juntos en los Tribunales.
Entre sus muchas cualidades se destacaba siempre su sentido del humor y nos encantaba reír a carcajadas por cualquier cosita. Recuerdo que hace poco tuve la ocasión de hablar con ella por teléfono, estando ella postrada por esa insidiosa enfermedad, se rió con una de mis tonterías. Su risa me daba esperanzas porque pensaba que indicaba mejoría en su estado de salud.
La última vez que la vi fué aquí en Puerto Rico. Dago y ella habían venido de visita y la encontré tan y tan delicada que me partía el alma. Fuimos a comer a un sitio donde habíamos ido un montón de veces antes. No pude dejar de admirar su valor porque me daba perfecta cuenta de lo mucho que le costaba cualquier esfuerzo. Le hice reír recordándole la vez que nos habían servido en un restaurante una sopa anunciada como "sancocho suculento" que resultó ser un caldito aguado con un pedacito de zanahoria flotando en el medio. Siempre nos causaba mucha gracia esa anécdota.
Pero como dicen que lo bueno si breve, dos veces bueno, terminaré diciendo que se nos ha ido una mujer irremplazable, un ser excepcional en todo sentido, a quien extrañaré por los años que me queden de vida. Mirta, que en paz descanses.