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e acuerdo a las características fundamentales del venezolano (occidentalizado), prela en nuestra forma de ser algo que ha sido llamado por el antropólogo y sociólogo Samuel Hurtado “matrisocialidad” (1998), que quiere decir la forma de establecer relaciones sociales en nuestro país, donde la figura materna juega un papel primordial y determinante (decisivo en el desenlace cultural).
A partir del ordenamiento de la nodriza cultural venezolana, que reseño con más amplitud en Estructura mítica y transformación etnocultural: el mito matrisocial (2005), he identificado algunos puntos neurálgicos que conducen a la articulación y presencia del Complejo. Resumidamente estos son:
a) Faltante de autoridad por parte del padre –la orientadora, y no la falsa autoridad (la represiva, el autoritarismo).
Ante la realidad siempre se reproduce en Venezuela una maniobra retrógrada o regresiva (no d-evolutiva) que lleva, bien por el flanco materno (volver al vientre) o bien por el paterno (éxtasis anómico), a reencontrarse con los primordios, restringiéndose a las redes del principio del placer. Mas por cada flanco el dispositivo placentero opera con lógicas distintas: por el flanco materno tiene un cariz bio-psíquico producto de la sobreprotección de la madre, quien consiente al hijo retrotrayéndolo de la realidad; y por el flanco del padre, como “colega” del hijo, la situación toma un aspecto sociológico toda vez que lo que identificamos como éxtasis anómico se produce por el gusto de permanecer al margen de la norma, sin compromiso ni responsabilidad, donde el padre colabora con la confusión que adquiere el hijo con la realidad a través de la situación de complicidad. Al mismo tiempo, su ausencia del hogar, bien por motivo del trabajo o por el vagar entre mujeres, forzará en la madre la aparición de una autoridad compensatoria cuyos contenidos siempre estarán, también, más próximos a la lógica de la complicidad (la alcahueta) y del autoritarismo.
b) Pánico a la realidad y faltante de rebelión en el hijo –no la rebeldía sin causa.
Apenas sabiendo caminar, mas no correr, el hijo sufre los embates de las caídas y no atina a comprender el porqué, pues su orientación fue deficiente y por tanto su capacidad crítica está disminuida. Así comienza a aparecer el miedo y que más tarde se convertirá en pánico a la realidad, puesto que el joven, acostumbrado a regresar a los primordios para aliviar su carga, no termina de enfrentarse directamente a los problemas. En la cultura matrisocial no se observa la avanzada sino el repliegue por miedo. Los venezolanos hacemos esperar al futuro. De ese miedo al porvenir se producen ansiedades, toda vez que la conciencia, manteniéndose viva y despierta, reconoce en lo profundo el extravío, pero opta por la fantasía, los sueños, lo milagroso, echando tierra a, o no queriendo reconocer, las duras verdades. Así, ante una disminución de la capacidad crítica se cierra el camino para el surgimiento de la rebelión, ese estar en contra de lo establecido, pero amparado por las buenas razones y la lógica, y aparece en su defecto la rebeldía sin causa: el estar en contra de todo y de todos sin razón aparente, simplemente “porque me da la gana”.
c) Sobreconsentimiento o sobreprotección por parte de la madre.
La madre venezolana es sobre-protectora, consentidora. Ella sólo representa el eslabón compensatorio por la ausencia (etnopsíquica) del padre. El consentimiento se refiere a la forma en que la madre se hace partícipe de los dolores o sufrimientos de su hijo, tratando en lo posible de aligerar su pesar. En nuestro caso, el exceso de consentimiento va a tener una lógica que apunta hacia una falta de amor verdadero, pues si se tratara de esto la madre daría los recursos posibles al hijo para que éste hallara su independencia, tal como el ave que arroja a sus pichones ya grandes del nido para que pierdan el miedo y aprendan a volar, a riesgo incluso de morir en el intento, pero a defenderse por sí mismos.
d) Ausencia de una situación cultural que favorezca el drama o propicie la tragedia social y complete el Complejo de Edipo.
Paralelamente a la situación familiar, ni nuestra cultura, ni nuestra sociedad en sí, nos aportan suficientes contextos apropiados para generar el drama o la tragedia social, esto es, la muerte metafórica del padre y la constitución del pacto societal. Hacerse mujer en Venezuela tiene sus ritos bien establecidos, en cambio, hacerse hombre apenas comporta experiencias de paso en la calle (no formales) por las cuales se abandona al joven a su suerte, a sobrevivir como pueda, en consecuencia, tienen dificultades para encontrarse y hallar camino a través de la sociedad. La desconsideración, pues, de políticas culturales adecuadas afectará en gran medida el desempeño social del colectivo, pero su ausencia es precisamente producto de la desorientación general que se vive dada la obnubilación generada por el complejo matrisocial.