Esta podría ser una tarde primaveral disfrutando de lo bueno que encontramos en mis pueblos...
En esos momentos calzarse unas botas de agua y disponerse a la búsqueda de caracoles es una especie de ritual.
Mi padre y yo realizamos cada uno nuestra versión caracolera:
él con sus hierros y soplete,
yo con mi ganchillo y mis lanas
Trabajo en forja realizado por Francisco Llop
Te adentras en terrenos verdosos, totalmente mojados.
Huertas que todavía aparecen rociadas por las lluvias.
Aromas de flores y hierbas limpias que se elevan a tu alrededor y se remueven a nuestro pasar.
Mil olores de verdes frescos percibimos en el paseo, que junto con el silencio campestre, vagamente interrumpido por el cantar de algún pájaro o algún vehículo ocasional, actúa de bálsamo inmediato sobre nuestro ánimo.
Es un verdadero relax.
Los sigilosos caracoles, inocentes del destino que les acecha, comienzan su paseo y salen a saludar al sol con sus antenas bien estiradas como queriéndolo tocar.
Se instalan cerquita de lechugas tiernas, acelgas y demás… salen de sus vidas retiradas y dejan blanquecinos rastros de baba que delatan su presencia.
Broches "Caracol" a ganchillo