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viernes, 6 de abril de 2012

El Misterio de la Resurrección


           Durante los días de Semana Santa se conmemora la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús. Esta ritualización religiosa del mundo cristiano, ha ido derivando hacia una simplificación extrema, centrada en la expresión dramática y cruel de la muerte, de las llagas, del cuerpo sufriente sobre una cruz clavada en el monte Gólgota, de la sangre que atraída por la Ley de la Gravedad, se adentra en la tierra no sin antes viajar por los paisajes de una piel vilipendiada, flagelada, dolorida…
            El rito exoterizado se ha alejado del Alma del Conocimiento, de esa Sabiduría Esotérica y Cósmica, que revestida del Símbolo, nos habla de verdades y procesos universales que la propia Naturaleza expresa delante de nuestras propias narices… Porque el rito nació para entrar por los ojos y los demás sentidos, y no quedarse ahí, sino que quiere hablar al Corazón, busca despertar la Consciencia.
El gusano de seda, tras un período de crecimiento y engorde, comienza a segregar seda, con la que se envuelve hasta dar forma a un capullo, dentro del cual y pasado un tiempo, se producirá la metamorfosis que le hará resucitar, esta vez bajo la forma de una mariposa. Esto simboliza el paso de un ser terrestre a un status angélico.
            Jesús no expresó un milagro aislado y caprichoso, no protagonizó un prodigio único y arbitrario de magia, al margen de las Leyes y del Orden Universales. Jesús, desde su grandeza de Hombre que supo sacrificarse hasta ese extremo, y como Ser que integró Sabiduría y Amor, lo que hizo fue escenificar magistralmente una Verdad expresada por siempre en procesos físicos y metafísicos, en la Naturaleza y como propuesta de Realización y Ascensión para nuestro Ser Interno.
            No es casualidad que la Semana Santa se celebre al principio de la Primavera. Después del letargo invernal, de las hojas caídas, del reposo, una voz inaudible que se expresa como impulso de Vida Regenerada, grita al corazón mismo de todas las semillas: “Despertad a la Vida, creced y expresad todo vuestro potencial dormido, latente”.
            La semilla debe sacrificarse, morir como tal para dar paso a la majestuosidad del árbol, el que si todo va bien y recibe el agua, nutrientes y luz solar que precisa, alcanzará su máxima expresión, ofreciendo frutos y dando cobijo, sirviendo si acaso de simiente para otros tantos árboles. Este proceso, más allá del plano físico, también lleva implícito otro proceso ligado al Espíritu, a lo espiritual o metafísico. Si no morís, no viviréis, manifestó Jesús hace algo más de dos mil años. Y esta es la cuestión nuclear del mensaje. Esa muerte es en realidad la realización consciente de un proceso de limpieza, de cura, de transmutación o transformación por el cual nos despojamos de todo aquello que a nivel interno eclipsa y procura apagar nuestra original Luz, nuestra verdadera Esencia. Esta es la promesa del logro alquímico de transformar el plomo en Oro, de los Trabajos de Hércules, del milagro natural de la oruga que se convierte en Mariposa, etc. Es la trascendencia del ego hacia el Amor, el proyecto de despojarnos de nuestros defectos para expresar nuestra Luz sin eclipses ni nubes tormentosas…