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miércoles, 2 de mayo de 2012

se me coló...

Llamó al timbre de mi casa un martes hacia las doce y media de la mañana.  Se presentó: era vendedora de una conocida marca de cosméticos. "No te interesaría...?". Tenía la cara graciosa y el aspecto muy  cansado.
 Mi defecto es la empatía, lo sé, viene de largo, me ha creado más de un problema meterme en la piel de otra persona sin que nadie me llamara. Así que sin pensarlo dos veces, ni una, la invité a café recién hecho, advirtiéndole, eso si, que no le compraría nada. Me miró con ojos agradecidos, husmeó, inclinó la cabeza agradecida como un perro pachón  y diez segundos después  estaba acomodada en el sofá mirando mis desplazamientos como si hubiera estado instalada en mi casa desde siempre.
En  el segundo café parloteábamos sobre lo divino y lo humano. Ella más.  Hablaba muy rápido y tenía un deje  curioso, arrastraba  las eses y su charla quedaba, un poco, bastante, enfatizada.
 Era  una abogada sin pleitos y no vivía mal  con su nuevo trabajo vendiendo cremas antiarrugas catálogo en mano, " además, como me gusta hablar..." "Ya".  No se si estaba muy cuerda.
 Giró la  cara hacia el balcón mirando el sol que inundaba la calle, después de un silencio ni corto, ni largo, volvió la cabeza hacia mi, colocó un cojín entre  su cuerpo y el mío y bajando la voz en un sususurro grave,  espetó: " mi especialidad es la angeología..." "perdón?".





lunes, 5 de abril de 2010

amenaza tormenta...






















Los relámpagos anunciaban lluvia cuando se despedian en el descansillo.

Mantenían la puerta semicerrada a sus espaldas para impedir que el gato manx, un gato sin cola entusiasta de los espacios abiertos, se escabulliera entre sus piernas.
Otro relámpago, un resplandor vivo e instantáneo les iluminó el pasillo oscuro. Ella contó mentalmente: uno, dos, tres... el trueno retumbó sobre la última palabra de él. Adiós. Ella cocluyó: la tormenta está a tres kilómetros...
Un largo abrazo, dos sonrisas.
La de él, amplia, parecía satisfecho. La de ella, sólo esbozada en una cara desmaquillada y serena. Un lector de gestos avispado habría interpretado que aquella media sonrisa era la traducción de una presentimiento: no volverían a verse.
Cuando cerró la puerta, se quedó inmovil escuchando el sonido de sus pasos alejándose, suaves, elegantes, amortiguados por la larga alfombra del pasillo.
Finalmente el silencio.

Los sentimientos de él cabían en la palma de una mano.
Los de ella eran intensos, penetrantes, complejos, abarcadores: jaspe rojo
Encontrarse tan poco y tanto, fue como el choque de dos cuerpos en un callejón angosto, oscuro y sin salida, con una única dirección y dos posibilidades: estamparse contra el muro, o volver sobre sus pasos.
Se arriesgaron. Los dos. Se mezclaron, se fundieron, traspasaron juntos, volvieron sobre sus pasos abrazados, ocuparon el mínimo espacio, llenaron su tiempo y su universo de caricias y palabras sin reproches.

Empezaba a caer una lluvia suave sobre la cristalera de la terraza.
Salió a la ventana y lo vió a punto cruzar la calle, él se volvió a mirarla, la sonrisa aún estampada en su cara, con la mano le hizo un último gesto de despedida.

Y ella, liberó, como la lluvia que escampa, una voz impensable: "abre bien el paraguas, que desde mi ventana te lanzaré las palabras que menos te duelan "

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viernes, 29 de enero de 2010

apariencia engañosa...

















Tenía los ojos tan pequeños como un borrón de tinta china.
Tanto, que los de su entorno la llamaba "ojos de pulga", mote que nunca interpretó como desconsiderado. Según su modesto juicio se trataba de un cumplido cariñoso.
Todo lo que contemplaba: hombres, animales, edificios, trenes, coches, paisajes, los percibía un poco borrosos, diminutos y confortables, y presuponía que vivía en un mundo de acogedora miniatura.
Un día de invierno, alrededor de las seis de la tarde, entró en el desván buscando un viejo jarrón de flores.
El contorno de los objetos desdibujados por la escasa luz del trastero, hizo que se apoyara, descuidada, en una mesa de tres patas, que resistía firme en su horizontalidad asentándose sin gracia sobre las cajas de antiguos refrescos; del cajón semiabierto, olvidada, asomaba una polvorienta lupa, el mango moteado con enrevesadas incrustaciones en nácar. Entre las partículas de polvo que la cubrían aparecían, desfallecidas, unas letras que a ella se le antojaron góticas.
Limpió cuidadosamente con la punta de la falda el mango desconchado y emergió una palabra aparentemente inocente.
La leyenda le daba una orden breve: mírarme.
Acercó la lente a su ojo derecho -en su mano los restros de serrín acumulado por las carcomas sobre la superficie de la mesa coja, le produjeron un ligero escozor en sus ojillos de tachadura-. Miró, y se asombró al descubrir un mundo distinto, de gigantescas proporciones.
Asombrada, subió las escaleras lupa en mano, salió al exterior, inspeccionó un mundo desmesurado, y confusa, no supo distinguir si tenía el primero de los cinco sentidos atrofiado, o era una enana viviendo en un mundo de colosos.

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viernes, 2 de octubre de 2009

come rain or come shine....




Mirabas a través del cristal con un gesto que parecía distraido, los cristales de tus gafas tenían un velo ligero, empañados por una calefacción exagerada. Doblaste el papel del azucarillo con movimientos preciosistas, te secaste los labios con una servilleta inmaculada y los restos de un café apresurado quedaron atrapados como un dibujo de cómic.
Solo tus manos te delataban, el tecleteo del índice y el corazón sobre la mesa: tac tac, tac tac.. pero tu rostro como siempre parecía muy sereno, nada de mostrar emociones, "lo esencial es invisible a los ojos" me disparaste años atrás entre ventrículo y arteria.
"Cuanto tiempo, no ?, silabeaste.
Por una milésima de segundo
tuve la impresión que tus labios se curvaban hacia abajo en un rictus nervioso, quizás me engañé porque la sonrisa apareció rápida -ella te ha salvado en las situaciones más jodidas, y a la boba que fuí tu sonrisa la desarmaba-.
"Si, mucho tiempo"...
La lluvia se descaraba por momentos y las calles se vaciaban de manera apresurada, tuve la sensación de un déjà vu, aúnque no conseguía recordar el final de la secuencia.
Me vino una melodía a la cabeza:" Come rain or come shine" pero la letra se me resistía...
youre gonna love me like nobodys loved me come rain or come shine...abandonada entorné los ojos para desenfocar las gotas del cristal.."aún haces esto? " y te reíste con ganas. Vi dos líneas nuevas, desconocidas, alrededor de tu boca.
Cuando te pasaste la mano por el pelo supe que tu tranquilidad era fingida.
"Por qué sonríes?" dijiste, ladeando la cabeza.
Estuve a punto de responder "como me gusta este gesto.
Pero te dije, "tienes el pelo mojado".

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lunes, 24 de agosto de 2009

el tiempo que pasó, como una estrella fugaz...






















Cuando decimos: "el tiempo lo cura todo", hablamos por hablar, sin saber muy bien de qué hablamos.
El tiempo es una percepción, un invisible, una duración que no dispone de argumentos porque se niega a interactuar con nosotros. Es un mudo que avanza, un espacio que no se amiga ni resuelve, que no diagnostica, no elimina ni borra lo que ya no tiene remedio.
Menos cierto es lo afirman los optimistas "el tiempo transcurre a nuestro favor". El tiempo es neutral y no concede favores, no sufre ni padece, su avance natural es inclemente porque está programado como un corredor de fondo, su reto son las largas distancias. Y ese: "a nuestro favor", se reduce en volvernos más sabios a la par que envejecemos.
"Es cuestión de tiempo". Esa es una actitud razonable, es admitir que el tiempo, como el aire, es etéreo, sigiloso, necesario y que todo lo acaba poniendo en su sitio de manera natural.

Me he metido en ese jardín del tiempo, porque me han mandado unas fotos veraniegas . He descubierto que alrededor de los ojos, de la piel demasiado bronceada que los rodea, se han instalado unas patitas de gallo, unas perfectas desconocidas hasta el día de hoy y por la manera que se han afianzado me temo que han decidido quedarse.
Buscando el culpable de las estrenadas líneas de expresión -arrugas-, después de descartar el bronceador -quizás debí comprarme uno más caro- o la excesiva exposición de horas solares, todo se ha vuelto muy sencillo: se trata del maldito tiempo haciendo de las suyas, y he dado un nuevo sentido a la letra de una canción hasta hoy anodina: "el tiempo que pasó como una estrella fugaz..."

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martes, 4 de agosto de 2009

viajero...


















Como un artista circense se aseguró un pie en tierra firme, mientras el otro viajaba por otros continentes.
Equilibrista acrobático del más dificil todavía, en su huída hacia adelante consiguió hacer el equilibrio invertido, consistente en desplazar su cuerpo a las antípodas y mantener la mente en el punto de partida para no conocer la melancolía al encontrarse en lugares extraños.

La sensación de soledad que lo acompañaba en el presente, estaba involucrada en el pasado, en su memória, y en un deseo de olvidar sin olvido.

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viernes, 26 de junio de 2009

mi anónimo...













Atávica como los simios, levanté las manos para abarcar su espacio.
Abracé su imagen, una visión sin ojos -el revelado no incluía la sonrisa habilmente recortada, intuida y seguramente pálida-.
Los de seguridad tomándose su trabajo al pie de la letra, alarmados, temiendo un acto vandálico, me exigieron compostura.
Creo que me lo enseñaron en la infancia y lo olvidé: no se abraza a los desconocidos.
Lectora de su fisonomía, rastree su biografía silenciada en el catálogo couché de 80 gramos, papel brillante.
Me despedí de él con una última ojeada, guardada su imagen impasible en mi archivo íntimo, imponiéndome la enrevesada tarea de ser el detective privado que descubra la identidad del hombre sin mirada y sin sonrisa.

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sábado, 20 de junio de 2009

alma de blues...











Era nostálgico. Hizo de su nostalgia una condición de vida.
Leyó la frase de Miles Davis: "dejemos el blues para los blancos", y convirtió su vida en una estructura de blues clásico de doce compases.
Pero las ilusiones son personajes peligrosos y sin defectos.
En realidad era un negado para la música, y en su distorsión de la percepción sensorial se enredaba con la tristeza que envolvía su monótona y decepcionante vida de burócrata. Como contrapunto, murmuraba palabras en un largo lamento, que él creía baladas.
Cuando le preguntaban en que trabajaba, no sabía como definir su ocupación. Era un interventor administrativo que retenía un alma de bluesman.

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sábado, 13 de junio de 2009

de difícil explicación...


















No me mires, ya no te veo, uso lentillas opacas que me protegen de tus miradas.
Si me llamas por mi nombre y no respondo, no te extrañes, he cambiado todas las vocales, se me quedó el nombre propio en un sin sentido y me identifico con un alias.
No me escribas, me cambié de domicilio, alquilé mi casa a una familia trashumante.
No me olvides aunque leas mis palabras quiero ser el fantasma de tus sueños.

Leyó un tratado sobre Como llamar la atención y le añadió nuevas cláusulas.
Tenía talento natural y sabía alimentarlo.
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sábado, 6 de junio de 2009

el tren de las 7.30...














Hacía tiempo que no viajaba en tren.
En realidad hacía bastantes años que no utilizaba este medio de transporte, ni en corto, ni en largo recorrido.
Recordó cuanto le gustaba desplazarse en ferrocarril, antes, cuando lo usaba a diario.
Este en concreto, era el que la devolvía siempre a casa, su tren de las 7.30, aunque el lenguaje digital en verde de la gran pantalla, marcara -confundiéndola a diario-, que eran las 19.30 P.M.

El paisaje había cambiado y ella también.

Se acomodó para un viaje doble, de locomoción y al interior de sus recuerdos.
Hacía tiempo que evitaba acordarse que había tenido una casa en las afueras de la ciudad que compartió con un hombre - el hombre- que tanto había amado y que tanto la había defraudado y por primera vez razonó sin una partícula de sentimiento y con la vista clavada en el horizonte cambiante, que quizás debería ser justa y afinar el juicio: ella también fue una gran defraudadora.
Al entrar el convoy silencioso en el primer túnel, recordó el dolor del primer tiempo de la ruptura, como navegó dentro de una niebla espesa que le impedía avanzar, como creía empujar su espesura gris, ella, que era débil y pálida y su cuerpo no era atlético, como emergiendo detrás de un telón con apariencia teatral brotaba más y más niebla compacta, pastosa, de tono sucio y plomizo y como la fatiga la desfondaba sin apenas moverse del sitio.

En la introspección escuchó el vacío de sus propias palabras, escapadas desde la comisura de su boca, desprendidas, pálidas como una letanía pobre: no hay que afligirse por un amor evaporado.

Y eso, no la consoló.

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