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jueves, 31 de agosto de 2017

El tiempo del paso

            El padre de familia, como cada mañana, dio un beso en la frente a su mujer y marchó a cumplir con su viejo ritual. El antiguo espejo de la familia, que había pasado de padres a hijos durante generaciones, estaba esperando su cita diaria. Aquel hombre trasnochado, sin salirse lo más mínimo del guión que el tiempo había escrito poco a poco, miró su rostro reflejado en el cristal después de frotar sus ojos con indiferencia. Allí volvió a encontrarse con aquel cobarde que tanto le avergonzaba, el mismo que hacía años había dicho adiós a los sueños de su juventud, ¿y a cambio de qué? Su futuro estaba atado a esa familia que, con el paso del tiempo, cada vez se parecía menos a aquella vida que un día pensó que sería para siempre. Sin embargo, en uno de los rincones del espejo, todavía quedaba algo del reflejo de sus viejas ilusiones.
            El joven hijo, cada mañana, siempre se quedaba hipnotizado un par de minutos delante del antiguo espejo de la familia. Apenas había empezado a descubrir qué era eso de la vida en realidad, y aquella antigualla tenía algo que le atrapaba antes de afrontar cada nuevo día que se presentaba. Como si de magia se tratara, aquel enorme cristal conseguía reflejar sus mayores sueños e ilusiones. Una sonrisa idiota invadía su rostro por completo cada vez que se veía a sí mismo reflejado, ya fuera viajando a aquellos lugares exóticos que no podía quitarse de la cabeza, o conquistando un nuevo corazón allí por dónde pasara. Poco más podía ver allí aquel iluso, poner los pies en el suelo era el último de sus intereses, a pesar de que nunca hiciera nada por sacar aquellos sueños del interior del espejo. Qué rápido iba a cambiar todo aquello en tan solo unos años, aunque él estuviera convencido de todo lo contrario.
            El anciano abuelo, como no podía ser de otra manera, cada mañana se miraba en el antiguo espejo de la familia. Aquella reliquia, con la que tantos momentos había compartido, no reflejaba ningún remordimiento, ni tampoco ilusiones que ya no vendrían. Aunque necesitó muchos años para comprenderlo, finalmente se dio cuenta de que, en realidad, aquel cristal no reflejaba más que lo que cada uno quisiera ver allí. Desde entonces, ninguna fantasía se paseó por allí para embaucarle, ¿por qué iba a quedarse plantado allí soñando sin más, en lugar de perseguir sus sueños? Tampoco vería allí nada de lo que lamentarse, ¿cómo hacerlo, si las decisiones de su vida siempre habían estado en su mano? Pero, aunque supiera que había estado equivocado toda su vida, nada le hacía más ilusión que ver a su nieto fantaseando delante del antiguo espejo de la familia.


El Show de Truman The Truman Show Peter Weir Jim Carrey
Foto: El Show de Truman (The Truman Show) (1998) Dir. Peter Weir

lunes, 31 de julio de 2017

El regalo del abuelo

Aquel oro deslumbrante escondía, al menos, los secretos de una vida entera. Tal vez hubiera pasado por muchas más manos, pero ¿cómo iba a saberlo aquel niño de tan solo diez años? Lo único que él sabía es que ya era suyo, al fin lo tenía entre sus manos o, para ser más exactos, en su estrecha muñeca. Toda la familia quería el viejo reloj del abuelo, aunque muchos sólo pensaran en vender aquel trasto inútil y darse un buen capricho. Otros, menos codiciosos, querían mantener vivo el recuerdo de su entrañable abuelo. Él, en cambio, era el único que conocía la verdad que ocultaban aquellas viejas agujas.
Era su nieto favorito, con él no podía guardar secretos. Su chico tenía que saber que, llevando aquel reloj, los buenos momentos duraban casi eternamente y, además, se convertían en recuerdos inolvidables. “Todavía eres muy pequeño para comprenderlo, pero algún día, cuando seas mayor, lo entenderás”, le decía siempre el abuelo. Y aquel inocente niño, que aún no podía saber nada de la vida, siempre replicaba con un ingenuo y sonoro: “Yo ya no soy pequeño”. Pronto se dio cuenta de que su querido abuelo decía la verdad. Cada vez que sucedía algo emocionante, las agujas del reloj comenzaban a moverse más y más despacio, hasta casi detenerse por completo. Mientras los años iban pasando –ni siquiera el reloj podía luchar contra el paso del tiempo–, su memoria se llenaba, poco a poco, de grandes momentos que recordaba con todo detalle. El primer beso que robó, o aquella vez que logró ganar una carrera al imbécil de su hermano mayor, estaba seguro de que nadie más podía recordar esas cosas tan bien como él.
Nadie sabía vivir la vida como él, todo gracias al regalo del abuelo. De hecho, según se hacía más mayor, sus experiencias eran cada vez más intensas, y su huella todavía más imborrable. Llegada la adolescencia, no tardaría en llegar el momento de los momentos. Una noche como otra cualquiera, conoció a una chica que le cautivó, y estaba convencido de que nada de lo que hubiera vivido antes estaría a la altura. Y así fue, durante la noche más larga de su corta vida, llegó a creer por momentos que el tiempo se había detenido por completo. “¡El reloj lo ha vuelto a hacer!”, fue lo primero que pensó a la mañana siguiente, justo antes de darse cuenta de que ni la chica, ni su preciado reloj, se habían despertado con él. Ningún recuerdo sería tan inolvidable como aquella mañana que dijo adiós a su inseparable amuleto. Fue entonces cuando comprendió que, tal vez, el reloj no había sido el único regalo de su abuelo.


Pulp Fiction Quentin Tarantino Cristopher Walken
Foto: Pulp Fiction (1994) Dir. Quentin Tarantino

domingo, 30 de abril de 2017

Sueños cruzados

Sus miradas volvieron a cruzarse con timidez, una noche de sábado más, mientras cada uno de ellos intentaba disfrutar de la compañía de sus viejas amistades y pasar un buen rato. La mayoría de las veces, sin ningún éxito, muy a su pesar. ¡Maldita compañía!, debía de pensar él, cada vez que chocaba con el intenso brillo de sus ojos, sabiendo que podría estar pasando aquellas horas a su lado. Ella era todo lo que él siempre había buscado, aunque, a decir verdad, hasta que la conoció no sabía que hubiera estado buscando nada. ¿Pensaría ella lo mismo?, eran las únicas palabras que se hacían eco en su mente, una y otra vez, mientras removía su copa sin parar y fingía prestar atención a sus amigos.
¡Pero cómo iba a saberlo!, los nervios se adueñaban de él por completo cuando ella esbozaba aquella dulce sonrisa, la misma con la que ya había soñado más de una noche. ¿Dar el paso él y acercarse a hablar con ella?, ¡pero qué locura, y con tanta gente en el local! Ya se daría la ocasión, tarde o temprano, ¡cuestión de tiempo! O, al menos, eso era lo que a él le gustaba pensar, aunque tal vez no fuera más que la excusa perfecta para su falta de coraje. Mientras tanto, ella seguía preguntándose, todas las noches, por qué aquel chico tan interesante apartaba su mirada cuando ella le regalaba su sonrisa más sincera. Y es que también él se había colado alguna que otra vez en sus sueños, aunque no tuviera forma de saberlo. Sin embargo, las semanas iban pasando una tras otra y, a diferencia de sus sueños, sus caminos nunca llegaban a cruzarse. ¿Dar el paso ella y acercarse a hablar con él?, ¡pero qué locura, y con todos sus amigos delante! Al final de la noche, cada una de aquellas miradas no sería más que una nueva oportunidad perdida.
Si algo cierto hay, es que nada dura eternamente, y menos ocasiones como aquéllas. Un sábado más, después de una larga semana como las anteriores, acabaría siendo muy distinto al resto. Aunque aquella noche el local estaba más lleno que nunca, él nunca lo había notado tan vacío. Buscó su mirada sin descanso por todos los rincones, pero ella no estaba por ninguna parte, y ya nunca volvería a dejarse ver por allí. A pesar de que su camino siguió hacia adelante, nunca logró olvidar la luz de aquellos ojos que un día le robaron el corazón. Pero, a veces, la vida guarda pequeñas sorpresas bajo su manga. Pasaron muchos años, ¿cuántos?, nunca se había parado a contarlos. Fue en el momento más inesperado del camino, cuando sus miradas se cruzaron de nuevo, y aquella vieja sensación despertó para recorrer sus cuerpos una vez más. ¿Daría el paso alguno de los dos?, ¡sería una locura no hacerlo!

El Show de Truman The Truman Show Jim Carrey Ed Harris
Foto: El Show de Truman (The Truman Show) (1998) Dir. Peter Weir

miércoles, 30 de noviembre de 2016

Buenos tiempos, malos tiempos

En los días de su juventud, le contaron qué significa ser un hombre. Ahora ha llegado al fin a esa edad, y está intentando hacerlo lo mejor posible. Pero no importa cuánto lo intente, siempre acaba metido en la misma mierda. Buenos tiempos, malos tiempos, ella bien sabe que ha tenido de todo. Y aunque su mujer se marchó de casa para irse con aquel tipo de ojos castaños, bueno, parece que nunca le ha preocupado mucho.
Sólo dieciséis años, se enamoró de la chica más dulce de todas. Apenas habían pasado un par de días, pero ya había pasado de él. Ella le juró que sería sólo suya, sí, y también que le amaría hasta el final, cuando él le susurró al oído: “Ya he perdido otra amiga”. Buenos tiempos, malos tiempos, él mismo sabe que ha tenido de todo. Y aunque su mujer volvió con el rabo entre las piernas, bueno, parece que eso tampoco le importó mucho.
Buenos tiempos, malos tiempos, todo el mundo ha tenido de todo. Y cuando su mujer se volvió a largar con todo su dinero, bueno, parece que entonces empezó a preocuparse. Él sabe mejor que nadie qué significa estar solo, y claro que le gustaría volver a su hogar. No le importaba lo que hablara la gente, porque iba a amarla todos y cada uno de los días de su vida. Ella es la única que puede sentir cómo late su corazón, aquella dulce niña que por fin entendió que nada podría separarles.

Versión libre de “Good Times, Bad Times”
Álbum “Led Zeppelin I” (1964) Art. Led Zeppelin

Good Times Bad Times Led Zeppelin I
Foto: Portada del Álbum “Led Zeppelin I” (1964) Art. Led Zeppelin