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miércoles, julio 18, 2007

Santiago de Cacém, entre azules y blanco

No importa si es aquí o allá. Ahora es Além Tejo, Más allá del Tajo, esta región que tanto recuerda a la Extremadura española, tierra desigual y deshabitada, cambiante, algunos campos de regadío, otros para el ganado, muchos otros baldíos.

Me gusta este Portugal rural que aún sonríe y es personal. (¿Por qué deja de ser personal lo que en turístico se convierte? Aquí o allá).

Hoy vamos hacia el interior, a Santiago de Cacém. El aire se seca a medida que nos alejamos de la costa y el calor anida en el olor de la tierra seca, olor a jara y a retama entre monte bajo y alcornoques

Como los pueblos extremeños, los de aquí también son grandes. Más ciudad que pueblo, Santiago de Cacém luce blanquísimo a lo lejos, en lo alto. Y como otras poblaciones del Alentejo, viste su sencillo color encontrando el contraste con un cielo azulísimo.
Hoy busco fragmentos, esquinas,

trazos,

retazos,

formas,

bordes definidos

Y una iglesia ahora rehabilitada para museo donde nos recibe una malagueña simpática y guapa, una iglesia que fue centro de las peregrinaciones que se iniciaban al sur, en Sagres, y que subían hasta Santiago, peregrinaciones que terminaron con la invasion francesa; iglesia amurallada que hoy luce los pendones de la cruz de Santiago y que ahora quiere recuperar su pasado como punto de peregrinación y así entrar en la rueda del Camino de Santiago

Ciudad entre dos colinas, la iglesia y su muralla en una, las ruinas de Miróbriga (pero no las salmantinas de Ciudad Rodrigo) y un molino como los de la zona, éste construido en 1813 y todavía en funcionamiento, aunque nosotros lo vemos en su reposo. Cuando el tiempo lo permite, se puede visitar y quienes lo guardan te enseñan cómo en él se muele el cereal

De regreso, pasamos por Sines, en la costa, y caminamos su centro habitado de callejuelas alrededor de un castillo que prepara su escenario para un festival de músicas del mundo. Caminamos por el puerto

antes de robarle otra mirada al mar en Porto Covo, otro de los muchos lugares tan magníficos que hay en esta parte del mundo

martes, julio 17, 2007

Vilanova de Mil Fontes

No sé mucho de esta Vilanova donde estamos. Temprano esta mañana salimos a caminarla. No se descubre un pueblo sólo caminándolo. Es sobre todo su gente la que te cuenta: hay que moverse a su lado, tomar el café donde lo toman, comprar el pan donde lo compran, aprender a pedirlo de esa manera, recoger su tiempo, su pausa, su forma.

En estos dos día, y a pesar de estar querer hacerlo, ho yes cuando nos acercarmos al puerto de los pescadores. Separado de lo que parece ser el centro (o al menos uno de ellos) del pueblo, se esconde en uno de los entrantes del acantilado, como si su lugar hubiera sido elegido para protegerse de un océano demasiado abierto en una costa moldeada por el azote constante del oleaje

Hay silencio, apenas si hay movimiento. Él, como nosotros, en calma pierde su mirada en ese mar incesante


Ahí están, quietas y detenidas. Cada una de las barcas necesita atenciones y, todas reunidas, forman una espera que no se inquieta, espera sabia.
Ésta es la barca que me reclama con su azul y sus gaviotas entreteniendo su vuelo


En el pueblo, esta luz me soprende, estos contrastes que juegan sin descanso

Vamos buscando la iglesia o alguna plaza. Suponemos que alrededor de ellas puede darse ese diseño de plano que ayude a orientarse, que reúna calles y viviendas de la parte más antigua del lugar. Encontramos la iglesia que,

aunque no lo sea, parece nueva, como todo lo demás en el pueblo. Sabemos que algunas casas no lo son. Se les nota por la pequeñez de sus puertas, la anchura de sus muros. Pero son estos contrastes de blanco y amarillo, o azules, o azules y verdes los que nos despistan, todo limpio, todo tan retocado que no aciertas a distinguir ni su edad ni su historia

A veces son otros pasteles los que asoman

Pero es esta intensidad la que asombra,

esta solidez de contraste y sencillez


Algo aquí te invita y entretiene. A pesar de ser un destino turístico, no es la vida del turista lo que decide el ritmo de Vila Nova. No aquí en esta parte del pueblo donde las calles se juntan y entremezclan, no un poco más allá donde la gente se mueve de un sitio a otro haciendo la compra diaria. Tal vez sea un poco más allá, en la avenida donde hay carteles anunciando que se alquilan habitaciones. Pero la cafeteria-pastelería parece estar llena de portugueses y la lengua que escuchas alrededor es portugués.
Algo tranquilo que no es pretencioso, que es amable y respetuoso.

Es fácil estar de vacaciones, no tener horario, poder caminar hasta el mar a cualquier hora del día y rozar sus olas desde una playa casi vacía, recibirle, jugar, descubrir su celo, su nostalgia, su generosidad, sus cuevas de piratas

desde donde inventar y esculpir,

construir,

abrir

o llegar

antes de un atardecer y una luna que completan el ciclo de un día tan sencillo y hermoso en Vilanova de Mil Fontes


Eso sí, me faltas tú.

lunes, julio 16, 2007

De Vila Nova de Milfontes a Cabo San Vicente-Parte 1

Unos 100 kilómetros de costa desde Vila Nova al Cabo San Vicente, muchos pueblos en el camino. La carretera sinuosa recoge la ternura de una tierra cambiante en su verde, su vegetación dispersa, abetos y pinares entre montes baldíos. Verde que no viste exuberancias junto a un océano bravo que insistente, cuenta historias, calla, amamanta secretos, da vida, roba pareceres, acalla en sus olas.

100 kilómetros de azul, verde, azulverde, verdiazul, azulver.
Pueblos suspendidos en el tiempo, el interior recogido en sus gentes, sus pasos; el alrededor para todos los demás, los ingleses, alemanes y holandeses que gustan de venir a estas costas.
Es la dulzura de esta gente la que te enamora, te desarma, la sonrisa del desconocido, el sonido de su lengua, su amable mirar.

Hoy bajamos hasta el Algarve recorriendo la Costa Vicentina. A pesar del turismo, siento real esta parte de Portugal. Me gusta este campo, el espacio, el monte, la presencia de lo rural

Se respira un cuidado que no se ve en muchas partes turísticas españolas, tal vez una concienciación para proteger algun que otro espacio natural, algo a lo que los españoles hemos llegado demasiado tarde en muchos sitios.
Nuestra primera parada en el recorrido es Aljezur (¿acaso no es muy árabe este nombre?). El pueblo en cuesta, lo miras desde abajo, junto al puente,

el blanco estallando contra el cielo azul.
Cuando te adentras, te das cuenta de que el día sigue su curso. Como muchas otras veces, buscamos el mercado, no sólo por ver y saber qué pescado, qué frutas, qué verduras, sino por sentir el ritmo de la gente, sus formas y maneras,

sentir el pulso de quien pasea, quien comparte un cigarillo a la sombra o quien a solas se sienta dejando pasar las horas

La nacional que baja desde Vila Nova al Cabo de San Vicente es estrecha, con muchas curvas. No merece impacientarse. Antes de llegar al punto más septentrional nos desviamos para ir a Carrapateira, otro saliente al mar que no lo llaman Roca de ni cabo. Sin embargo, su mar infinito te acalla

A uno u otro lado,

su fuerza y su belleza son infinitas, y sus azules cambiantes, el regalo más exquisito

Sus gaviotas, tan elegantes y silenciosas que su hilo invisible enlaza y te lleva, te mueve sin sentir, en un suspiro, una eternidad.

Para cuando llegamos al Cabo de San Vicente, la belleza de Carrapateira se nos ha quedado tan presente que sentimos menor la altura de este cabo del sur y su fantástico acantilado. Aunque también desde allí los azules vuelven a ser insospechados y la costa perdiéndose en la distancia, una insinuación espectacular

De Vila Nova de Milfontes a Cabo San Vicente-Parte 2

Comemos en Sagres y el pescado fresco es exquisito. No sólo las sardinas tan típicas servidas con patatas cocidas son excelentes y fresacas, también el robalo (lubina) y la dorada lo son.

La tarde nos encuentra en Lagos, con su largo paseo maritimo y un puerto considerable. Igual que la gente o los mercados le dan un sabor indiscutible y carismático a las ciudades, los puertos con sus barcas de pescadores acarician esa personalidad marcada y codifican una historia y un tiempo que a cada puerto y a cada lugar pertenecen.

Cuando la tarde se sienta a descansar un rato, retomamos la carretera de regreso a Vila Nova, pasando por Odemira. Ahora nos movemos más rápido que esta mañana (no parece que los arcenes vayan a estar terminados antes de que termine el verano).
Odemira se pasea con la mirada y se deja querer. La contemplamos a lo lejos en su paseo junto al río Mira

pero también caminamos sus calles

y nos entretenemos en alguna de sus plazas donde las sombras se buscan para la tertulia

o donde se pueden comprar dulces artesanales y otros manjares del lugar

Esquinas y rincones de blanco y azul no esconden su encanto, desde las más pulidas y restauradas

a las más abandonadas

El trazado de sus calles te distrae, sus callejuelas te pierden, subidas y bajadas,

terrazas desde donde recibir a esta ciudad que desde del siglo XIII con su río juega


Cómo no cerrar el hoy con un atardecer de cielos nublados y tormentas escondidas. Espero en esta luz

Antes de que por unos instantes, el sol descienda y rompa su dorado sobre agues y arenas, luz íntima y brutal a un tiempo

para después encontrar una calma impensable en ese espacio sin tiempo, ese espacio que es presente y presencia