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480 pages, Paperback
First published October 1, 2005
[Fue] dejando atrás para siempre a los alcaravanes del Cauca sobre el cráneo de Jorge Robledo, los cormoranes de la Hoya del Gato, los lagartos de la Barranca de Malambo, las Iguanas de Tenerife que ven pasar canoas silenciosas, los tigres e Tamalameque, que vuelven feroces a las selvas, los monos diminutos del Carare, las ranas cantoras del Catatumbo, resplandecientes bajo el rayo perenne, los azulejos del Garinó, que no están nunca solos, los sinsontes de Gualí, que a esta hora cantan por las colinas, las garzas grises de Mompox que lo vieron caminar con Teresa junto al río dichoso de aguas pardas, los periquitos de Cantagallo, que vuelven verde el cielo, los armadillos de Buritica, que se ovillan ante el peligro, y las aguilas tijeretas del Cocuy, de las que salieron los pueblos de la Sierra Nevada, y las iguanas de Magangue, en las que se demora la tarde, y los gatos salvajes de Porce, y los cóndores reales de Cundinamarca, y las tatabras de Cipagual, y los bagrés grandes del Yarí, que suben en legión por los ríos y las comadrejas de Guarumo, y más allá decreciendo en el fondo de su memoria, las ranas bermejas de Nóvita, que corren sobre el agua, y los venados ariscos de Bogotá, que no volverán nunca, y las babillas fieras del Nare, quietas en el légamo oscuro, y los guatinajos moteados de Guayacanal, y los caimanes dormidos de Ambalema, en cuyas fauces abiertas vuelan alegres mariposas.
«Desde el momento en que Colón vio cruzar por el cielo esos pájaros desconocidos y Rodrigo de Triana gritó bajo la noche esa palabra, aquí toda la tierra es el mapa de una ambición: forcejear por las selvas es el oficio de los brazos enguantados de acero, y los que se apropiaron de la tierra de otros no vacilan jamás en verter sangre, por amiga que sea, para sostener ante Dios que la propiedad es sagrada»