Cuando en sus sueños aparece la niebla, los caballos amarillos y las mujeres solitarias huyendo de edificios deshabitados con niños colgados de sus pechos, Amanda sabe que algo inesperado está a punto de ocurrir.
La noche anterior al suceso, Amanda soñó y soñó desde la fase Rem a la Delta, desde la vigía a la duermevela hasta que el despertador gritó desde la mesilla de noche con su timbre desafinado e hiriente.
Le costó incorporarse, como si durante la noche hubiese echado raíces o entre los omoplatos le hubiera crecido un musgo compacto y húmedo. Un escalofrío culebreó por la espina dorsal hasta perderse donde la evolución la había librado de lucir rabo.
Sin prisas se preparó un café cargado, encendió un pitillo- tenía que dejarlo- junto con retomar sus clases de yoga, practicar el inglés, ordenar los armarios, tener un hijo, tal vez un marido o un gato…
Tomaría un baño con sales de lavanda mientras en la cadena de música la voz de Dinah Washington cantaba Mad about de boy… y pensaría en cómo darle un giro a su vida.
No voy a reseñar con detalle en qué empleó Amanda su mañana de asueto y voy rauda a lo acontecido aquella tarde de otoño calurosa y seca como el lagrimal de un asesino en serie.
Barcelona. Cinco y treinta y cinco de la tarde, el sol cae a plomo sobre la plaza de Sant Jaume. Amanda ha quedado con una amiga en la Tetería del barrio judío, que huele a jengibre, menta y canela. Camina abstraída entre turistas que son los únicos que se atreven a vagabundear por la calle a esas horas.
Antes de que enfile las callejuelas estrechas y sombrías del call judío, nota un tirón a sus espaldas.
Una masa negra, al principio informe, emerge de las plantas del calzado deportivo de Amanda y dividida en dos bandas se arrastra por el suelo. La Sombra se recuesta exhausta contra el muro, se yergue y se agiganta amenazante. Y en un requiebro corta con la zurda las ligaduras y corre alocada susurrando con su voz ahumada: Soy libre, libre…
-Vuelve. No eres nadie sin mí, le grita Amanda antes de perder el conocimiento.
Los médicos no encuentran explicación a la enfermedad de Amanda, apatía general sin causas conocidas y alucinaciones, diagnostican.
-Hola, le dice el psiquiatra, cuéntame esa historia de tu sombra, Amanda.
Y el galeno no puede evitar una sonrisa de condescendencia, mientras escribe en un papel: Psicótica.
Pero yo sé, porque lo vi, y ahora vosotros también que Amanda no tiene alucinaciones. Pobre Amanda.
(Cuento que dedico a mi amiga Silvia de wastedcherry ¡Feliz cumpleaños!)