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20 feb 2019

ANTOLOGÍA SOLIDARIA «UN 4 DE FEBRERO»


   Hace aproximadamente un par de años, mi querida amiga y escritora Mayte Esteban comentó que la habían invitado a participar en un proyecto benéfico que por entonces comenzaba a gestarse. Sus organizadores con su máximo exponente, el escritor J.A.P. Vidal pretendían reunir a un grupo de escritores que aportaran un relato de su autoría, de temática y género libres. Cómo único requisito, hacer mención a una fecha: la del 4 de febrero. ¿Y por qué esta fecha? Porque los beneficios de lo que sería esa futura antología irían destinados a alguna fundación o asociación sin ánimo de lucro cuyo objetivo principal se centrara en la lucha contra el cáncer, en cualquiera de sus vertientes. Junto a esa invitación, también le llegó una petición, la de facilitar otros nombres de escritores a los que pudiera apetecerles la idea de participar. Y ella, junto al mío, sugirió el de dos compañeros más a quienes quiero y admiro: María José Moreno y Víctor Fernández Correas.

    Me vi así con una propuesta sobre el mantel: un relato relativamente corto por crear y la compañía de unos participantes que, literariamente hablando, eran más «grandes» y reconocidos que yo; a Mayte, María José y Víctor había que sumar otros como Roberto Martínez Guzman o Mónica Gutiérrez Artero, que ya estaban en lista y dispuestos a colaborar. Todo un reto y una responsabilidad. Porque había que estar a la altura de las circunstancias y de la calidad narrativa de quienes iban a formar parte de ese elenco de escritores «antológicos». 

   Pero es que lo mío son los relatos. Ellos son mis niños bonitos, mi debilidad, los que me trajeron a este mundo; podría decir que hasta se parecen a mi madre, porque ellos «me parieron» y arrojaron al mundillo literario. Y esto, unido a la causa que promovía esta iniciativa, pudo más que nada para que aceptara el reto.

   Busqué bolígrafo y papel y puse a funcionar la mente. Había que crear una historia bonita, completa, que provocara suspiros sin empalagar y, por supuesto, con mi sello personal. Y así nació No fue casualidad, un relato con un tema de fondo que me gustó tanto que me dejó con ganas de más. De mucho más. Pero no porque la historia quedara incompleta, sino porque en ella se podía profundizar, no solo enraizando la trama, sino en su poso de reflexión. Y así lo hice. Viendo que la antología, por dificultades técnicas ajenas a nuestra voluntad, retrasabae incluso cuestionabasu publicación final, quise utilizar este relato como «precuela» de lo que después sería Un café a las seis, mi siguiente novela, publicada en julio de 2017. 

   Y ahora vosotros os preguntaréis: «¿Entonces el relato y la novela son lo mismo?».

   Pues no, exactamente. Mi relato de esta antología es la esencia de la novela. El perfume de base. La versión concentrada de la historia de su protagonista. Pero la novela es mucho más. No son páginas sumadas injustificadamente, sino el resultado de una trama más completa, con añadidos que yo consideré necesarios para aportar una visión más amplia al tema de base que quería desarrollar, con detalles más precisos en la evolución de sus personajes y de su forma de ser y actuar, y con mayor número de reflexiones, no solo en relación al tema principal, sino a otros tantos relacionados con él que también era interesante tratar. Partiendo de un relato que a mí me parece precioso y en absoluto inacabado, nació la novela más corta, dulce y amable de las que he escrito hasta ahora .

   Pero volvamos a la antología. A la lista de escritores ya mencionados se fueron añadiendo algunos más, hasta completar los doce que finalmente hemos participado en ella, como Ana Bolox, Carmen Flordelís, Aránzazu Mantilla, Nieves Muñoz de Lucas o Aída del Pozo. Y también una prologuista (Amparo Lledó) y un ilustrador (Diego Bolox). Plumas muy distintas, pero igualmente buenas, con historias tan dispares que rompen la monotonía lectora provocándonos percepciones y emociones diferentes, dignas de disfrutar.

   Cuando, hace unos meses, la maquinaria volvió a ponerse en funcionamiento y supe que los beneficios obtenidos irían a parar a la Fundación Aladina, se me puso una sonrisa de oreja a oreja. Porque hablamos de niños y adolescentes, el colectivo más vulnerable, el que más nos necesita en todos los aspectos, el que más merece nuestra atención y nuestra dedicación junto a la tercera edad. Me alegró el resultado de nuestro trabajo y la ilusión que hemos puesto en la iniciativa. Y me siento orgullosa de haber podido aportar mi granito de arena a esta causa solidaria de esta forma tan bonita: a través de las letras y de la imaginación.

   Ahora solo falta que nos acompañéis. Que disfrutéis de ellas al tiempo que regaláis sonrisas. 
   Por ellos. Por los más peques.

    Enlace de compra: Un 4 de febrero.

  
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30 jul 2016

RELATO: "ROMANTICISMO 'NOIR'". (Antología "LA LIBRERÍA MÁS BONITA DEL MUNDO")



   De nuevo una voz quebró el silencio de mi habitación, atravesando las sombras. Debería de haberme asustado. Pero llegó a mí como un susurro cálido y envolvente, amoroso. Y yo lo seguí, embaucada, dejándome arrastrar hasta la calle desierta, apenas bañada por la luz cenital que las farolas alcanzaban a derramar sobre ella. El mundo dormía, mientras yo me deslizaba por la acera escuchando el batir de mis pasos, amortiguados por los restos de lluvia caída durante la tarde. El eco de aquella voz, llamándome, se adentraba en mis oídos guiándome como un faro en alta mar, hasta recalar en una bocacalle coronada por un establecimiento centenario que yo solía frecuentar, la librería París, de cuyo escaparate fluían reflejos que chispeaban en el cristal, como si alguien hubiera prendido velas tras él.

            Me acerqué con cautela y empujé la puerta. Estaba abierta. El calendario que había tras ella había retornado en el tiempo, sorteando un siglo que había perecido ya. La madera del artesonado y de las paredes se había rejuvenecido; no así sus libros, que lucían antiguos y polvorientos, apilados sobre las mesas, rezumando olor a tinta y a pergamino. Avancé bajo una nube de claroscuros en dirección a una pequeña escalera de caracol situada al fondo, al tiempo que paseaba las yemas de mis dedos por algunos volúmenes para apreciar la rugosidad del papel, los bordes y letras repujados en sus tapas, sus lomos torneados con puntos de libro aflorando al pie como lenguas rojas.

            Subí los primeros peldaños de la escalera, atraída por la intensidad de la luz que bajaba por ella. Me sorprendió observar que, en uno de ellos, yacía abierto el libro que yo había estado leyendo la tarde en que abandoné aquella estancia a toda prisa. Faltaban letras, palabras, incluso algunos párrafos en sus páginas. Habían sido arrancados y derramados en el camino de ascenso de aquel caracol. Extrañada, alcancé el final. Y entonces, el susurro de la voz se magnificó y una silueta masculina cobró forma a unos metros de mí, turbándome la mente y el corazón. Cerré los ojos por un instante y cuando volví a abrirlos pude ver un paisaje maravilloso, resplandeciente. Pareciera que los muros de aquella librería se hubieran derrumbado, conectándola con otro mundo, con otro tiempo. Observé una pradera inmensa, infinita, con retazos de hierba y salpicada de margaritas, violetas, brezos, como creada por el pincel caprichoso de un artista. En su margen derecha discurría un río bordeado de álamos y en cuya superficie acristalada se reflejaban los rayos de sol que alcanzaban a iluminar mi tez pálida, más pálida de lo habitual. El pálpito de mis sienes se acentuó al percibir un aroma a vainilla y limón precediendo a aquel hombre atractivo y de porte arrogante, ataviado con pantalón blanco, levita y botas altas de montar. Pude reconocerlo. Era Rodolfo. Insinuándome una sonrisa, con la mano abierta, extendida hacia mí.

Comencé a temblar. Di un paso en dirección a él y aquella pradera me acogió en su seno como si hubiera vivido allí durante toda la eternidad. Me vi imbuida repentinamente en un corsé apretado bajo un vestido que cubría mi cuerpo hasta los tobillos, vaporoso en las caderas y abotonado hasta el cuello, mis manos enguantadas y un sombrero ocultando parte de mis cabellos. La presencia de Rodolfo volvió a despertar mis pasiones ocultas, mi deseo contenido, mi necesidad de amor… La atracción irrefrenable que provocaba en mí competía con la actitud apática de mi marido, al que no me atrevía a ser infiel, a pesar del clamor de mi piel, de la poesía que brotaba en mi alma al sentirme enamorada de aquel otro hombre que irrumpió en mi vida de un forma tan casual. Me desgarraban mis pensamientos por indecorosos. Me quemaban sus labios besando mi mano, pretendiendo mi boca. Pero darse por vencido no era afín a su temperamento. Había huido de aquellas páginas de libro y me había reclamado en mitad de la noche para devolverme a su mundo. Con él. Una nueva y halagadora declaración de amor.

El rumor del viento sofocó el calor y me dejó helada al amplificar otra voz, en la lejanía, a mi espalda. Él me miró suplicante mientras yo daba nombre a quien me llamaba, a quien me buscaba con aparente preocupación: era mi esposo. Me giré hacia la escalera con las manos de Rodolfo apresando las mías, nerviosa y con un latido amargo en la boca del estómago ante mi indecisión. La pradera a un lado, la librería al otro. El idilio, la pasión, el amor, el éxtasis… a mi derecha; el decoro, el honor, la decencia y mis deberes de esposa a mi izquierda. ¡¿Qué hacer!? ¡¿A dónde ir?!

El semental cabalgado por mi amante continuaba ensillado y amarrado al tronco de un álamo. Me dirigí hasta él para montarlo y salir huyendo de allí, hacia ninguna parte, hacia cualquier lugar donde acaparar minutos para reflexionar. Rodolfo corrió despavorido hasta adentrarse en la librería. Salió de ella tras unos minutos, sudoroso, gritándome, con un trozo de papel escrito de su puño y letra que dobló aprisa para entregármelo. Me besó en los labios, ajeno a las miradas de las parejas de enamorados que paseaban en los carros tras el vallado, y me ayudó a subir a la grupa del caballo, sin atreverse a un adiós. Agarré las riendas. Y al escuchar tan próxima la llamada de mi esposo, le clavé las espuelas para iniciar el galope. El animal, embravecido, se revolvió en un trote brusco de apenas diez metros hasta hacerme caer estrepitosamente. Perdí la conciencia, al compás de la cordura que me había acompañado hasta el mismo instante de disponerme a dormir.



**


Despierto confusa. Una luz blanquecina aflora tras mi cabeza. No puedo moverme, solo mis pupilas parecen tener autonomía propia. Y alguno de mis dedos, que a duras penas oscila sobre las sábanas. Un pitido suena a intermitencias y alerta a quien se encuentra sentado a mi lado, adormilado en un sillón de… hospital. Él toma mi mano, me acaricia la cara con cierta rudeza y corre hacia la puerta, atrayendo con sus gritos al personal sanitario que viene raudo a reconocerme. Un sinfín de modernos artilugios, cables y gomas penden de mí, de mi pecho, de mis brazos, de mi cabeza… «¡Has despertado, gracias a Dios!» —escucho decir.

Un médico se acerca, lo reconozco por el fonendoscopio que le cuelga del cuello y las órdenes que imparte. Acerca una pequeña linterna a mis ojos y abre cada uno de mis párpados mientras los ilumina. «Pupilas reactivas» —informa—. Me ausculta, toma mi pulso, visualiza los valores marcados en cada pantalla, comprueba los reflejos en mis piernas… Y me pregunta si puedo escucharlo. Asiento con lentitud. Consciente. De quién soy y… de dónde estoy.

—Hola, Beatriz —me saluda, cortés—. ¿Sabe dónde está? ¿Y por qué está aquí?

—En el hospital —balbuceo con esfuerzo, paseando la vista por cada rincón.

—Así es. En el Doce de Octubre. Sufrió un accidente de coche circulando por la autovía y ha estado en coma. Pero esté tranquila, se pondrá bien. Ahora debe descansar.

Alguien me aprieta de nuevo la mano, con fuerza. Giro levemente la cabeza para observarlo. Hay lágrimas de emoción en sus ojos.

—¡Oh, cariño! —exclama, con voz entrecortada.

—¿Sabe quién es? —me pregunta el doctor, temiendo que haya quedado amnésica.

—Charles, mi marido —contesto con rotundidad.

Se me humedecen los ojos. Desprendo mi mano de entre las suyas y pido que me acerquen la ropa que vestía en el momento fatídico. Rebusco en los bolsillos y consigo encontrarlo. Contengo el aliento al tacto con el papel. Lo despliego temerosa y leo:

«No permitas que separen nuestras pobres almas, han nacido la una para la otra. Están destinadas a encontrarse. Tuyo, Rodolfo Boulanger.»

Un profundo suspiro se clava en mi pecho. ¡Deseo ir con él! ¡No me importa lo que hablen
 de mí! No me importa ser condenada, perseguida, calumniada... ¡Es amor!

—No puede levantarse, Beatriz —asevera el médico, apaciguándome con ignorancia.

Lo miro extrañada y le advierto con gravedad:

—Se confunde usted, doctor. Mi nombre es Emma. Aunque, si lo prefiere, aún puede llamarme Madame Bovary.  


©Pilar Muñoz Álamo - 2016.

**************** 

Este relato forma parte de la antología "La librería más bonita del mundo", 
publicada por Editorial Playa de Akaba en junio 2016. 


30 jun 2016

"ROMANTICISMO NOIR". Antología "LA LIBRERÍA MÁS BONITA DEL MUNDO". (Playa de Ákaba).



   El género del relato marcó mis comienzos. Y no puedo olvidarme de él, a pesar de haber publicado dos novelas (y continuar con mis proyectos en este género) después de esa primera recopilación de relatos cortos que me adentró en este mundo.

   Me siguen gustando esos flashes traducidos en microrrelatos que plasman una forma de sentir, una escena cotidiana cargada de emoción, un pensamiento o una reflexión. Y me siguen encantando esos relatos cortos que, en muy pocas páginas, son capaces de recrear una historia completa con sorprendente final por una simple (y a la vez, compleja) cuestión de arte, el que esconde una buena elección y combinación de las palabras, tanto en calidad como en cantidad.
 
   Uno de mis últimos relatos lo escribí hace algo más de un mes. Y lo escribí expresamente para participar en la convocatoria de la editorial Playa de Ákaba, que pretendía hacer una selección de relatos cortos que sirviera para rendir homenaje a esos establecimientos a los que escritores y lectores tanto debemos: las librerías.

   Tal selección, convertida en antología y en la que mi relato está incluida, ha sido publicada en papel y lleva por título "La librería más bonita del mundo". En la tarde de hoy, 30 de junio, a las 18:00h., será presentada por Lorenzo Silva, escritor y editor de Playa de Ákaba, en la Biblioteca Municipal Eugenio Trías (próxima al Retiro), de Madrid, y a la que te animo a asistir.

   El relato con el que participo se titula "Romanticismo Noir" y comienza así:

   «De nuevo una voz quebró el silencio de mi habitación, atravesando las sombras. Debería de haberme asustado. Pero llegó a mí como un susurro cálido y envolvente, amoroso. Y yo lo seguí, embaucada, dejándome arrastrar hasta la calle desierta, apenas bañada por la luz cenital que las farolas alcanzaban a derramar sobre ella. El mundo dormía, mientras yo me deslizaba por la acera escuchando el batir de mis pasos, amortiguados por los restos de lluvia caída durante la tarde. El eco de aquella voz, llamándome, se adentraba en mis oídos guiándome como un faro en alta mar, hasta recalar en una bocacalle coronada por un establecimiento centenario que yo solía frecuentar, la librería París, de cuyo escaparate fluían reflejos que chispeaban en el cristal, como si alguien hubiera prendido velas tras él.
 Me acerqué con cautela y empujé la puerta. Estaba abierta. El calendario que había tras ella había retornado en el tiempo, sorteando un siglo que había perecido ya…».

   Romanticismo clásico. Fantasía. Un pizca de intriga. Y un sorprendente final. ¿Os animáis?



Lecturas 2018.

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