Es un libro que me ha impactado desde todo punto de vista, por su limpieza, por la no necesidad de descripción de un ambiente frente a un mundo nuevo, por la profundidad en el alma de sus personajes (algo que no sorprende en el autor), por lo visionario para la época frente a la irrupción de nuevas formas de pensar, por los puntos de vista religiosos, políticos y filosóficos que muestra, por el mensaje que transmite, el nuevo mesías, el “amar al prójimo como a uno mismo”, el perdón de los pecados. Me es difícil hablar de un libro que no me ha dejado fibra sin mover, porque todo lo que diga de seguro se va a quedar muy corto, pero hagamos el intento. El “idiota”, el príncipe Myshkin, es otro exiliado de la vida, quien, para efectos de propiciar por un tratamiento para su enfermedad, ha tenido que ir a Suiza y vivir lejos de la sociedad a la que pertenece por más de cuatro años. Su retorno, que es cuando comienza la narración, no podía ser más interesante, más diciente y premonitorio de lo que vendría, en ese tren en el cual se dirige nuevamente a su Rusia, conoce ya a varios personajes que serán importantes durante la obra y escucha por primera vez el nombre de esa mujer que representará su ruina: Nastassia Filippovna. Los personajes van siendo presentados por el autor, todos ellos con las características que siempre les imprime, con esos abismos en su psiquis, capaces de lo mejor, pero también de lo peor. Se conoce a los Yepanchín, que serán fundamentales en la obra, porque representan a esa clase media, acomodada, que pretende y consigue, que representan una clase que tiene relación con el príncipe. El general, la generala y sus tres hijas. Aglaya, la menor, otro de los bastiones de la obra. Luego, además de esa familia tan importante, se presentan a gente de pueblo, personas que, en su mayoría, buscan cómo aprovecharse de nuestro príncipe. ¡Y esa es la obra! Los adornos, todo lo demás cortesía de Dostoievski. En pocos espacios, en pocos lugares, se presentan una serie de interpelaciones entre los personajes, en donde sale lo mejor, la gran apuesta, la verdadera obra. Diálogos en los que se conoce sobre los puntos de vista que tiene el autor; en los cuales se va conjugando esa trama de la lectura, y que llevan a pensar: ¿Quién es el verdadero idiota? ¿Lo será el príncipe, quien solamente se le conoce por sus buenos actos? O ¿lo serán todos esos otros personajes que se mueven por asuntos tan vacíos como la ambición, el poder, la sociedad? Me es forzoso asociar a la esencia de esta obra un aparte en el que el príncipe le envía a Aglaya una carta y se hace referencia a que ella estaba leyendo el quijote. Creo que el príncipe tiene algo de quijote, algo de incomprendido, algo de locura, tal vez por su misma enfermedad, de la cual el autor enseña porque la vivió, porque actúa bajo los valores que deben aplicarse, bajo el deber del perdón, bajo la comprensión del prójimo, pero se le trata como idiota. Es un incomprendido, un excéntrico al quien los demás no entienden. ¿Quién es el verdadero idiota? Tal vez su único pecado, porque era un niño, el príncipe tenía esa nobleza propia de los menores, fue confundir el amor y la complacencia, de ahí que no supo escoger, o, mejor, no supo cómo corregir a tiempo. Además, finalmente, ¿esa mujer que lo quería sí lo merecía? Su destino le mostró a dónde tenía que llegar. Obra fundamental para conocer al autor. Me ha encantado. + Leer más |