Has convidado al solsticio, a la
sangre del poeta,
al dios que elucubra, a tu rosa azul
en el alfeizar.
Es un abril místico con el canto
fúnebre del pájaro,
en qué papel escribiste líneas de
nieve que se hacían largas
como disparos interminables en
ráfagas de luz.
El tesoro llegó con el carámbano,
con el frío de un hielo traslúcido
bajo los dinteles, me decías de la
luna como si en tu rostro
la perla luminosa encendiera burbujas de champán
con la alegría de sabernos misión.
¿Cuándo la palabra mecida por el
aire múltiple de las voces
hizo de mí una flor de amistad?
Porque era agua, porque había en ti
risas de murciélago,
porque con el ojal desnudo de tu
blusa
los pechos hablaban tras el color
sin sombra del edén.
Porque el alba era un cisne en el
lago de tus pupilas
y existió tanta penumbra, tanto
interludio
que ya la música volvía a su
jardín como si el hambre
buscara lombrices amargas entre los
resquicios del sueño
con los segundos por enhebrar luces
de carbón.
La noche me mira y descubro sus ojos
de libélula,
sed de labios que se abren para
sentir el matiz de los diálogos.
En qué latitud hallaré tu casa,
dime, ahora que la lluvia es la paz
y en las farolas ríen los besos del
pasado.
Ahora que te ves en la nube de los
espejos de cualquier comercio de arrabal
y nos espían las golondrinas con el
filo de sus alas agitándose
como parpadeos de locura en la
siniestra oscuridad.
Adónde el rastro de fluorescencia
que al caminar arrojas
desde el pedestal de tu columna
breve; y si te busco al morir el día,
con rododendros, episodios florales
entre los círculos de la alameda
y no encuentro tus huellas como
heridas sin sangre
ni en el portal de los cines vagan
tus élitros
para que yo dibuje las letras de tu
nombre en los rótulos.
Si tampoco por el paseo junto al mar
de la infancia o en las plazas recónditas,
en los bares cutres, en las páginas
de los libros de segunda mano,
en las aceras que son como vías de
un tren sin estación
existe ya un puente de amor, un
ritual de deseos,
una brisa húmeda que nos moje a la
vez las bocas
que, sin hablar, se volvieron un
ósculo de piedra,
una voz sin la memoria en éxtasis
de la juventud perdida.