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lunes, 1 de mayo de 2017

2 X 1: “Y LA VIDA CONTINÚA” y “A TRAVÉS DE LOS OLIVOS” (Abbas Kiarostami)


Y la vida continúa (Zendegi va digar hich, 1991)

En 1991 se produce un hecho transcendental en la historia del cine mundial y del iraní en particular: la película de un desconocido Abbas Kiarostami, Y la vida continúa, gana el premio Rossellini en el festival de Cannes. Igual que sucedió con el cine japonés cuando Kurosawa presentó al mundo su obra Rashomon (1950), con el italiano cuando el propio Rossellini unos años antes sorprendió con Roma, ciudad abierta (1945), o con muchos otros países fuera de la esfera hollywoodense, Kiarostami hizo lo propio con su original cinta. A partir de Y la vida continua el cine del país de los ayatolás comenzó a tenerse en cuenta y directores de la talla de Makhmalbaf, Panahi o Majidi se incorporaron al circuito cinematográfico como lo que eran, unos realizadores magníficos con un cine moderno y realista que se nos antoja fundamental hoy en día.

En realidad la película de Kiarostami era la segunda parte de una trilogía que había comenzado con ¿Dónde está la casa de mi amigo? (Khane-ye doust kodjast?, 1987) y que finalizaría con A través de los olivos, la otra película de la que vamos a hablar. Por tanto más que un “dos por uno”, nos referimos a un trío de cintas que Kiarostami ideó a partir de su interés por la educación infantil. De hecho, venía de realizar un par de largometrajes muy críticos con el sistema educativo de su país. Con la excusa del guión de ¿Dónde está la casa de mi amigo? –un niño busca a un compañero de clase para devolverle el cuaderno y así evitar que el maestro lo castigue–, Kiarostami filma la segunda de las cintas desde una posición tan realista como curiosa:


En Y la vida continúa, un padre y su hijo atraviesan la zona castigada por el terremoto iraní de 1990 con el objetivo de localizar al actor (que no al personaje) protagonista de la película anterior. Es decir, Kiarostami mezcla ficción y realidad de forma perfectamente estudiada para rodar lo que le interesa: las pequeñas historias de los habitantes de la región que cuentan de la forma más natural posible cómo han sobrevivido a la catástrofe y cómo han perdido a familiares y amigos. Ellos, mientras tanto, siguen con sus vidas e intentan volver a la rutina que finalmente es lo que da la felicidad. El verismo de su proyecto se logra con una cámara ágil y con la colaboración de actores improvisados, no profesionales.

En cuanto a la historia en sí, el director se fija en pequeños detalles como el hecho de la preocupación de la gente por colocar una antena de televisión para ver el mundial de fútbol, por regar las plantas en medio de la desolación o por descubrir que hay agua corriente en una solitaria tubería. Son elementos que configuran una hermosa película, minimalista, sin apenas trama, pero cuyo tema, el que el título adelanta, es desarrollado con perfección y espontaneidad por igual.




A través de los olivos (Zire darakhatan zeyton, 1994)

Tres años más tarde de Y la vida continúa, el realizador iraní se interna en el rodaje de dicha cinta, pero lo hace con otra película como si fuera un documental, o el making of, cuando en realidad es una suerte de experimento de cine dentro del cine, una vuelta de tuerca más en su afán por filmar la realidad con ayuda de la ficción.

Así de sorprendente es A través de los olivos que arranca con la presentación del propio Kiarostami (no es él, es un actor, cosa que no oculta al público) en el lugar del rodaje de Y la vida continúa, concretamente en la realización de la secuencia que presenta a una pareja de recién casados que viven entre ruinas.

Los actores de esa escena son los personajes de la nueva película: son dos jóvenes que apenas se conocen, que sólo se relacionan en los ensayos y filmación de Y la vida continúa. Hussein, que así se llama el que hace de flamante marido, quiere casarse con la joven que interpreta a su mujer en la ficción (no olvidemos que “esa ficción” era la realidad en la cinta anterior –me temo que me estoy liando, pero así es el cine del maestro iraní–), pero ella no quiere saber nada de él debido a la injerencia de su abuela que quiere un marido mejor para su nieta. La insistencia de Hussein es el tema principal de la cinta. De nuevo una trama minimalista porque la película no deja de ser otro experimento de Kiarostami para “oír” lo que tienen que decir los personajes que van apareciendo en el filme. De hecho, el realizador siempre decía que rodaba sin guión, que él no contaba historias, lo que hacía era escucharlas.


Dentro de la obligada comparación que siempre hacemos en esta sección del blog, más que puntos en común entre ambas cintas, habría que hablar de cómo se complementan una y otra. No obstante, si nos abstraemos de la lógica que las une, podemos observar el estilo personal de rodar de Kiarostami: así, las secuencias dentro de automóviles son un sello característico de su cine, con diálogos entre los que conducen y los personajes de fuera (el espectador es el conductor y la película discurre en el exterior); también lo son los planos secuencias y las largas y estáticas tomas generales que cierran sus películas. Son escenas que fotografían caminos zigzagueantes y empinados, simples y sencillos encuadres muy adecuados para subrayar lo complicada y dura que es la vida.

Para terminar, quisiera reproducir las palabras que dijo Martin Scorsese con respecto a su colega de oriente medio: “Kiarostami representa el más alto nivel artístico en el cine”. La contestación del realizador iraní fue ingeniosa: “Son palabras de admiración que agradezco, pero que serían más apropiadas después de mi muerte”.

Kiarostami nos dejó el año pasado, por tanto ya tenemos el permiso del director para alabar su cine.







lunes, 10 de noviembre de 2008

GOMORRA (Matteo Garrone, 2008)

Acudimos puntualmente a nuestra cita de todos los años: el Festival de Cine Europeo de Sevilla -que mejora en cada nuevo certamen- y nos encontramos con la película estrella, Gomorra; flamante ganadora de un importante premio en Cannes y favorita para llevarse el giraldillo de oro. Desde luego la sensación de haber visto un gran filme no desaparece a pesar de la saturación de publicidad previa que arrastra esta cinta de Matteo Garrone. Y es que se basa en el polémico libro de Roberto Saviano, un nuevo Salman Rushdie al que la Mafia ha puesto precio a su cabeza, y vive en paradero desconocido rodeado de guardaespaldas.



Gomorra hace honor a su nombre al ser un retrato preciso de los barrios bajos (de un barrio bajo) napolitanos. Las drogas, los asesinatos, la prostitución no son esta vez el centro de la denuncia sino el marco que rodea el documento; porque se trata de eso: de un registro fiel de lo que ocurre en el escalón inferior del hampa organizada.

El realismo entendido por Garrone es similar al que nos presentan algunos autores iraníes (pensamos en Kiarostami o Makhmalbaf), al menos en la forma: la cámara en mano, nerviosa, pero no mareante (el propio Garrone es el operador), sirve de herramienta eficaz para mostrar tomas casi subjetivas, generalmente primeros planos, que introducen al espectador en la acción y eliminan casi por completo la poca ficción que sigue la trama. De hecho, el realizador se encarga de separarla de la realidad cuando unos adolescentes juegan a ser los protagonistas de El Precio del poder (Scarface de Brian de Palma, 1983) mientras se van introduciendo en el mundo de la delincuencia. Además, esto le sirve a Garrone para diferenciar –y reivindicar- su cine frente al comercial.


La historia (el documento) transcurre delimitada por las desconchadas paredes de una barriada del extrarradio de Nápoles; una ciudadela pintada de óxido por donde circulan los protagonistas de Gomorra: un niño que no le queda otra que implicarse en una u otra banda para vivir a sueldo de la Camorra; los dos adolescentes citados anteriormente; el “pagador” de la organización, que vive entre dos fuegos; un sastre al servicio de los mafiosos; o todo un entramado para deshacerse de residuos tóxicos, saltándose los mínimos procedimientos de seguridad. Lo que le interesa a Garrone es plasmar en la gran pantalla el punto de vista de los personajes para descubrir los motivos por los que se introducen en ese mundo del que es difícil salir. Creo que lo consigue plenamente.

Para las personas que no hemos vivido nunca en ese ambiente, películas como Gomorra se convierten, posiblemente, en la aproximación más cercana para entender lo que ocurre en los espacios donde habita y opera la delincuencia organizada. Y lo que pasa por sus mentes, contaminadas de miseria y podredumbre: corrompidas por el poder que otorgan el dinero y las armas.

Ver Ficha de Gomorra.
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