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domingo, 15 de octubre de 2023

Buscando el flanco débil en Ignacio Echeverría

Hace unos días, tuvieron lugar en Almería unos actos dedicados a la memoria de Ignacio Echeverría Miralles de Imperial, en cuya organización he podido participar activamente, algo de lo que me siento orgulloso. No obstante, para sorpresa de los comisarios de todo esto, Ignacio Echeverría comienza a ser un recuerdo demasiado vago en demasiada gente y, además, hemos dado con algunas voces que, desde la confianza, la sinceridad, incluso el cariño, nos han planteado ciertos interrogantes sobre la conveniencia o necesidad de mantener viva esta figura con varios argumentos que voy a tratar de condensar en dos, dando además mi respuesta firma y convencida para cada uno de ellos.

En primer lugar, hay quien resta valor a Ignacio o a las actividades que buscan mantener viva su memoria con el argumento de que otros muchos "han hecho lo mismo". Bueno, estoy convencido de que mucha gente a lo largo de la historia ha dado su vida por otros, aunque en términos relativos ya no serían tantos. Pero de esas situaciones yo creo que Ignacio supera en mérito -si es que fuera correcto hacer este tipo de escala, pero me parece una respuesta justo a la premisa de confrontación- a aquellos que dieron su vida por un familiar o por un amigo, a aquellos que dieron su vida por compañeros de batalla, a aquellos que lo hicieron en una situación de conflicto bélico o armado, a aquellos que decidieron dedicarse a profesiones en cuyo ejercicio ese riesgo va implícito, etc. Creo que es compatible darle su sitio a Ignacio con reconocer un gran valor en tantas otras personas a lo largo de existencia de la humanidad, pero me sigue resultando extraordinario que alguien, sin ningún tipo de formación especial en defensa personal o similar, se dedicase a correr en dirección opuesta a tantos ciudadanos que huían del terror (¡incluso policías!) dispuesto a defender a otros de lo que fuera que encontrara con un simple monopatín. Y, ojo, sabiendo que la probabilidad de defender a alguien amado, siquiera conocido, era ínfima.

En segundo lugar, hay quien se pregunta si Ignacio, en caso de haber sabido con certeza que le esperaba la muerte, hubiera hecho lo mismo. Qué duda cabe de que la respuesta a esta pregunta no la tiene nadie, quizás la hubiera tenido Ignacio, quizás no. Pero hay algunas cosas que sí tengo claras: la primera es que una semana antes un policía había sido asesinado en un atentado e Ignacio ya había manifestado que él, de haber estado allí, lo hubiera defendido. Creo que esto es importante porque nos habla de que la muerte en un suceso estaba muy reciente en su imaginario y que, aún así, había dicho expresamente que hubiera acudido en defensa del agredido. Cae por su propio peso que si acudes a defender a una persona que finalmente resulta asesinada, estás asumiendo que puedes correr su misma suerte. La segunda cuestión que tengo clara es que, especialmente en ese clima, si ves a muchas personas (incluso policías!) huyendo de un punto, no sería lógico pensar que la amenaza que te vas a encontrar vaya a ser una cucaracha o un chiflado con un bate de béisbol: es obvio que la situación va a ser mucho más peligrosa. Y si decides dirigirte hacia esa situación y no eres un enajenado mental, es fácil comprender que estás asumiendo consecuencias negativas de todo tipo, incluso la muerte. Y allí que fue, con ímpetu y decisión. Con la energía suficiente para que otras personas que probablemente hubieran fallecido, sigan hoy vivas. Lástima que entre los tres terroristas consiguieron matar a este joven ejemplar.

Y añado algo que pienso: si yo hubiera sido una de las personas amenazadas en aquel puente, Ignacio Echeverría Miralles de Imperial, a quien jamás conocí de nada, hubiera arriesgado su vida por salvar la mía. Esa deuda imaginaria la asumo con alguien que, además, no parece que hiciera aquéllo con un ánimo suicida, sino simplemente con el deseo de ayudar a quienes consideraba tan valiosos como él mismo. Todo ello, además, impregnado con una fe superlativa y un amor a Dios incalculable.

domingo, 8 de octubre de 2023

Protagonista

En la vida, tantas veces los papeles vienen ya repartidos desde el back stage. No era difícil intuirlo conociendo su historia. Cuando el fruto del esfuerzo no es la brillantez, ni la admiración, sino simplemente la versión constantemente mejorada de uno mismo, lo más fácil es pasar totalmente inadvertido. Cuando las virtudes anheladas no son la popularidad o la prolongación de las cifras en el saldo bancario, sino la bonhomía y otras de este olvidado ramo, la salida normalizada es la de la indiferencia.

No destacó nunca entre sus hermanos, tampoco entre sus compañeros de estudios o de trabajo. Un chico bueno, esforzado: uno más. Afortunadamente, él tenía la suerte que no muchos tienen: una mirada distinta. Con sus ojos puestos en otras cosas, poco importaría ser el eterno don nadie, ¡el barquillo del turrón!, el actor secundario del que nadie recordará nunca el nombre, como tampoco se recordará que sin él la película, directamente, no habría funcionado.

Un día morirá, si es que no lo ha hecho ya, y aun en esa forma de pasar como pasan los días (como si nada) habrá alguien que sepa echar de menos lo que hacía sin darse mérito, sin hacerse notar, sin saber venderse. Alguien extrañará las cosas que se queden sin hacer, o peor hechas, porque la mano silenciosa que daba sentido al todo ya pasó a mejor vida. Y es obvio que de imprescindibles están los cementerios llenos, que la vida seguirá su camino y nada o casi nada parecerá detenerse; pero quizás entonces alguien tenga al menos la intuición de que en este puzle falta una pieza más importante de lo que parecía.

Y si su forma de morir es extraordinaria, cabe además la posibilidad de que se eleve sobre el resto como el mismo Cristo fue elevado, clavado en una cruz, para que todos lo contemplaran desde abajo. Algo así pasó con mi admirado Ignacio Echeverría: tuvo que morir dándose para que el mundo le prestara la atención que le debía. Y su padre se empeña en señalar lo normal y corriente que era Ignacio, mientras poco a poco va relatando las historias que, en la pura cotidianeidad, reafirman que Ignacio siempre estuvo hecho de una pasta especial; aun cuando, en principio, perteneciera a la casta de los que por no protagonizar, parecen no protagonizar ni sus propias vidas.

lunes, 24 de julio de 2023

A vueltas con el liderazgo

En el terreno de la empresa, del deporte o de las relaciones personales no es difícil leer artículos, frases, libros, etc. sobre lo que es o debe ser un buen líder. Cuando un equipo gana un trofeo, el capitán -que se supone es el líder del grupo- es quien lo recoge; pero cuando ese mismo equipo sufre una derrota importante, se espera que sea ese mismo líder quien dé la cara, quien se comunique con prensa y aficionados, quien lejos de esconderse en el vestuario, defienda los intereses de la institución a la que representa. 

Eso mismo ocurre en la vida, en cualquier grupo social, pero la degeneración constante del mundo en el que vivimos creo que debe hacernos cambiar las definiciones y la forma de ver las cosas.

Hace ya unas semanas, cuando se modificó la ley del "solo sí es sí", el Presidente del Gobierno no apareció por el Congreso de los Diputados porque entendió que su imagen no debía quedar marcada por ese momento. En la reciente campaña electoral, el supuesto líder de la oposición ha decidido no formar parte de según qué debate televisivo a cuanta de no sé bien qué razones. Las dos personas llamadas a liderar la nación española, cuando llega la hora de la verdad prefieren no dar la cara.


Y lo más triste no es que no lo hagan por comodidad o por algún interés puramente egoísta; en mi opinión, lo peor de todo es que no lo hacen porque hay estudios y estudiosos que consideran que eso es lo mejor para ellos. Es decir, que electoralmente les va a funcionar mucho mejor esconderse que salir a la palestra. En definitiva, que el liderazgo que queremos dista mucho de ser el que se define como propio del buen líder: no queremos a alguien que tire del carro, no queremos a alguien que sea capaz de tomar la palabra y decir "nos hemos equivocado en esto y en aquello, pero lo vamos a corregir cuanto antes", no queremos a alguien que sea capaz de conceder entrevistas recurrentemente a medios no afines; preferimos a alguien que, cual avestruz, hunda su cabeza en el fango y espere a que escampe como si la cosa no fuera con ella. Ésa, y no otra, es nuestra talla como país.

domingo, 10 de julio de 2022

Cuestión de interés

Leí ayer, en un grupo de WhatsApp, lo siguiente:

"La sociedad democrático liberal actual es hidropónica. Alicia Melchor utiliza este término para referirse a las personas que crecen sin raíz en la tierra, que es lo mismo que desarrollarse sin hijos, sin familia, sin patria, sin clase".

Como no conozco a Alicia Melchor ni su obra, no puedo profundizar en ese concepto, pero a mí sí que me suena a la cantidad de gente que nos rodea y que vive sin apego alguno a la manifestaciones culturales propias de su tierra. Quien me conoce sabe que me gusta mucho la forma en que por mi tierra se viven las fiestas de la Semana Santa y del toro. Hay otras fiestas como pueden ser el carnaval, el Rocío, o tantas otras con las que no me he relacionado y seguramente por ello no han despertado en mí mayor interés, hasta la fecha.

Pero son, en cualquier caso, formas de vivir, ser y estar que han hecho suyas miles y miles de personas en Almería, Andalucía o España a lo largo de los años y que, quizás, necesiten de ciertos impulsos. Y, reconozco, en ambas me cuesta empatizar con determinadas actitudes, y cada vez más. Me explico, o lo intento:

Nuestra Semana Santa, la de Almería, vive un momento difícil. Por más que nuestro alcalde nos diga que somos el movimiento social más amplio de la ciudad, no podemos volver los ojos a la realidad que esconde: somos los que somos y el resto es necesario atrezzo. No pocas son las hermandades escasas de salud donde cuatro gatos hacen o mueven lo necesario para que la cosa funcione. En otras, aún con mucha mejor estructura y más solera, vivimos reediciones de años pasados (¿el día de la marmota?) por la sencilla razón de que llevar una vida profesional y familiar equilibrada estando al frente de una hermandad es, hoy, imposible. Al final, termina siendo hermano/a mayor aquel individuo que menos quiere que en su hermandad entre una gestora. 

¿Y dónde arranca el problema? En mi opinión, por encima de todo, hay dos puntos clave: el primero es que muy pocos se acercan a trabajar: para disfrutar y opinar sí que hay disponibilidad, pero no para asumir responsabilidades. Cuesta incluso hacer hermanos con cuotas anuales de entre 30 y 40€. Echar un buen rato bajo las trabajaderas, ir a conciertos, participar en un cortejo... y hasta ahí. El segundo punto que en mi muy humilde opinión es clave es que tenemos absolutamente en contra, en demasiadas ocasiones, a un actor que es principal y fundamental. Mientras no se bajen del pedestal de autoridad que ya en 2022 no les pertenece y se den cuenta de que todos ganaríamos si nos hicieran la vida más fácil, mal iremos.

Con el toro hace tiempo que vivo con una sensación: los profesionales parecen vivir al margen de las urgencias de la fiesta y todo lo tenemos que poner los aficionados. No basta con pagar unas entradas que se mueven en unos precios altos, por más que esté justificado, sino que además tenemos que soportar los caprichos de unos y otros, reírles las gracias, estarles agradecidos y asumir como propias las responsabilidades de las que ellos tiempo ha dimitieron. Por supuesto hay excepciones: Enrique Ponce echó sobre sus hombros la temporada 2020 y Morante le dio el relevo para la siguiente y en ello sigue. Por citar dos.

Y claro que un profesional tiene que ser, ante todo, profesional. Y ello exige cobrar su trabajo. Pero si de verdad queremos que la fiesta sobreviva, habrá que cuidarla un poco. Si nos gustar asistir a los actos que ofrece el Foro 3 Taurinos 3, igual debemos hacernos socios del mismo. No vale volver a aficionarse a los toros el día que ves que les puedes sacar rédito económico. Es reprochable que las temporadas del supuesto mesías del toreo de nuestro tiempo sean como son las ¿temporadas? de José Tomás (y así vienen los ridículos que vienen). Muchas veces doy por hecho que la tauromaquia, a la que percibo tan bella, misteriosa y necesaria, tiene los días contados; pero si nos dedicamos a ordeñarla y no arrimamos el hombro de manera generosa nunca, esos días pueden ser horas.

Veo, en definitiva, falta de cariño, ánimo e interés en darnos un poco a las cosas que han construido nuestro maravilloso estilo de vida, poca generosidad a la hora de regalar no ya algo de nuestro dinero en 3 tristes cuotas anuales, sino también en dar parte de nuestro tiempo. Por eso aprecio y valoro cada vez más a las personas que son capaces de dar y de darse allí donde no esperan recibir nada a cambio.

lunes, 28 de marzo de 2022

Humor y libertad de expresión

Soy un ferviente defensor de la libertad de expresión allí donde ésta no colisiona con otros derechos fundamentales. Por intentar poner algún ejemplo: la libertad de expresión me parece sagrada cuando alguien quiere decir lo que sea sobre cualquier cuestión política; que si esto es una dictadura, que si yo soy más de república o de monarquía, que si no comulgo con este partido, que si usted se ha equivocado y hasta pienso que me está robando, que si creo o dejo de creer en Dios. Son cosas que en determinados lugares o momentos no se han podido decir libremente y esto me parece lamentable. De hecho, yo creo que el derecho a la libertad de expresión que se recogió en las cartas fundamentales de tantos y tantos países tiene más que ver con eso que con la libertad de decir -literalmente- lo que nos apetezca.

Ahora bien, utilizar la libertad de expresión que, efectivamente, es un derecho importantísimo para insultar, desacreditar o atacar a otras personas, generalmente, bajo el paraguas del humor, ya me empieza a generar dudas. Sé que a partir de ahí poner límites es muy difícil, pero luego vemos en el telediario que un chaval se ha suicidado porque se burlaban de él en el colegio y se nos remueven las entrañas. Pero, si los mayores podemos hacer mofa de lo que sea para reírnos, ¿por qué los niños no?

Y será verdad que tenemos la piel muy fina, pero vivimos en un país donde unos chistes están muy mal vistos mientras que otros hacen mucha gracia. Dependerá de la agenda (2030) de cada uno, de lo políticamente correcto, etc. Como los escraches, que eran muy necesarios y muy democráticos hasta que dejaron de serlo y todos sabemos porqué.

Y no sé si Will Smith hizo bien en arrearle un tortazo al otro tipo, tampoco sé si esto es una problema de penes como apuntan los de siempre. Me temo que yo no hubiera respondido así; pero tampoco me hubiera hecho maldita gracia la broma porque no todo vale, por muy gracioso que parezca.

Sin pretensión de hacer un tratado doctrinal, cabría reflexionar también sobre la llamada violencia verbal. Cuando se ejerce la violencia verbal, ¿se puede responder con violencia física? Yendo a un paso anterior, ¿el humor excluye lo violento de lo verbal? ¿Quién decide si es humor: la intención del que habla o escribe, la percepción del destinatario de la supuesta broma, un espectro más amplio de público?

Vuelvo a lo de antes: no sé si Will Smith hizo bien, pero sospecho que el otro comediante será algo más cuidadoso en el futuro y esto, aunque haya a quien le parezca mal, a mí me deja un cierto sabor a justicia.

viernes, 31 de diciembre de 2021

Ciao 21

Ninguno de los hitos que han terminado por marcar mi 2021 entraba en mis cálculos hace justo un año, el 31 de diciembre de 2020. No sé si soy yo o somos todos los que andamos sumidos en una incertidumbre constante desde que a principios de 2020 la vida, como la conocíamos, cambió.

¿Cuáles serían esos hitos? Seguramente el primero de ellos sería ese liarnos la manta en la cabeza a nivel familiar para que la empresa que no en vano lleva el nombre de mi padre dé un saltito más. El momento de adquirir un señor local en el entorno más céntrico de la ciudad y al que hay que hacerle -está en curso ahora- una señora reforma tiene ese punto de vértigo que ese tipo de decisiones, supongo, requiere. Cuando de aquí a unas cuantas semanas, meses, la reforma finalice y traslademos las oficinas a su nueva ubicación en Gerona 15 cambiará sustancialmente nuestra forma de trabajar, que ya de por sí cambia día a día, nuestra percepción del equipo y la propia percepción que clientes y amigos puedan tener de la propia asesoría. Y éste está llamado a ser, a su vez, uno de los grandes hitos de mi 2022 y casi que de mi década.

El segundo de esos momentos diferenciales vivido en 2021 bien podría ser el lanzamiento de mi querido guardabrisas a las ondas el pasado mes de septiembre. No muchas semanas antes era algo imprevisible, pero en una conversación más o menos casual con Víctor Hernández Bru conseguí ganarme su confianza para proyectar algún tipo de espacio cofrade en la emisora que él gestiona (esRadio Almería, claro). En no demasiado tiempo El Guardabrisas cogió forma como espacio semanal y hoy es una realidad más o menos consistente a la que Daniel Valverde y José Antonio Sánchez, junto con quien escribe, dan un realce y un empaque que no desmerece del resto del panorama informativo cofrade almeriense. O eso creo. Y si desmereciera, debo decir que lo pasamos bastante bien y con eso me quedo.

El tercer momento clave de este año tuvo lugar el 30 de octubre. Sin muchos perejiles, con poca familia y pocos amigos, me casé con Belén. Una boda muy en tipo covid, en un paréntesis de los pocos tan despejados que nos ha brindado esta incesante pandemia que tiene mucho de real pero en la que los medios de comunicación y los propios gobernantes deberán valorar algún día si no se están excediendo. El caso es que, hablando en primera persona y singular, volví a casarme no demasiado tiempo después de haber vivido una experiencia algo traumática y mis cicatrices tengo. No me considero ejemplo de nada, aunque algunos buenos amigos me hayan dicho cosas parecidas; lo cierto es que creo que he tenido mucha, muchísima, suerte y Dios dirá.

Total y como decía al principio, un año vivido a base de momentos difícilmente imaginables al final de 2020. Por el camino muchas otras cosas: mi entrada en ese mundo tan curioso que es BNI, la renovación de la junta de gobierno de mi Hermandad con otra Semana Santa más frustrada, el premio La Hornacina con todas sus derivadas, las amistades que se afianzan, el centro de entrenamiento personal empezando al fin a funcionar y, muy especialmente, cada día, cada instante, cada recuerdo con los míos y sobre todo con el mío, con Mateo, un niño increíble y una responsabilidad apasionante en la que seguir moldeando lo que, a Dios gracias, bastante bien venía ya de fábrica.

Si el 2021 ha sido tan inesperado, cualquiera juega a adivinar lo que va a traer el 2022. Ya hay alguna pincelada con el tema de la oficina, quedamos expectantes a ver qué se puede hacer el próximo Domingo de Resurrección (que ya está bien la bromita) y nos asomaremos a un nuevo año, en fin, con el corazón dispuesto a lo que venga pero pidiendo siempre mucha salud y mucha vida. Lo demás, en lo posible, correrá de nuestra cuenta. Feliz 2022.



sábado, 29 de mayo de 2021

F·R·I·E·N·D·S

Cuando empiezo a escribir estas torpes y erráticas líneas (sí, empiezo a escribirlas y ya sé que lo van a ser) no han pasado ni 20 minutos desde que he terminado de ver FRIENDS: the reunion, esa suerte de documental de casi una hora y 40 minutos de duración en el que se recorren anécdotas y recuerdos de los actores... y de los propios personajes. Reconozco que me ha resultado divertido y emotivo a partes iguales, aunque al terminar de verlo me ha caído el viejazo encima. Supongo que esta serie me hizo gracia siendo demasiado joven, cuando no podía entender mucho de lo que en ella se contaba, pero es que hay un personaje, Chandler Bing, en el que siempre quise mirarme o que al menos siempre me hizo gracia. Supongo que eso hizo lo suyo y la belleza de Rachel y Monica (como buen Chandler, siempre fui más de Monica) puso el resto. 

El caso es que la cogí joven y con esta serie crecí, de la mano de sus protagonistas y de sus historias de amor, sus búsquedas, sus pérdidas, sus retos. Ahora que prácticamente tengo la edad que tienen ellos al final de la serie, qué duda cabe de que mis últimos diez años de vida, al menos por momentos, hubieran dado también para una serie. Como los de toda la gente de mi quinta, por otra parte, que andamos en la edad de ir asentando -generalizando- precisamente eso: los rumbos profesionales, las relaciones afectivas, la paternidad, etc.

Muchas veces, al perder naturalidad se pierde también belleza

Siento ahora y de nuevo el vacío del final de la serie, cuando, de alguna manera y sin morir, esos seis personajes, que tanto me acompañaron, mueren para mí. Y es que uno puede sentirse viudo de quien no ha muerto. El caso es que ese viejazo al que hacía referencia me trae aquí casi arrepentido de lo vivido, de la juventud volcada en un sumidero que yo creía balsa. Y digo casi arrepentido porque mis principios me impiden arrepentirme de lo hecho con buena intención: es lo que decidí en el tiempo presente, que es cuando se deciden las cosas, y no quince años después. Por eso y por mi herencia, que justifica y da valor a todo, todo y todo; de tal suerte que lo gastado pareciera invertido. 

Ay, FRIENDS, una serie de un tiempo en el que se podían hacer chistes de casi todo, al tiempo que se nos iban enseñando y naturalizando otras realidades: la homosexualidad, las "operaciones de reestructuración" matrimoniales, otras paternidades... el tiempo que nos toca vivir, a fin de cuentas. Una serie en la que, como digo, siempre había un chiste sobre lo que sea y con la que todos nos reíamos. ¿Aguantarían muchos de esos chistes su actual visionado por la gente de la generación Z? ¿Instaría el peligroso Ministerio de Igualdad a su inmediata censura y cancelación? Dejadme vivir en aquellos años, cuando mirábamos menos a 2050 y todavía vivía con el sacrosanto mandato de prepararme para que mis churumbeles vivieran mejor que yo, toda vez que yo andaba viviendo mejor que mis padres; porque entonces parecía el escenario más probable y no lo que se antoja hoy.

lunes, 12 de abril de 2021

¿Quién manda aquí?

Pasó la Semana Santa del 21, indudablemente mejor que la del 20, pero que no por ello deja de ser insatisfactoria. Seguramente, el consenso general sea que se ha hecho lo que se tenía que hacer; o, al menos, lo que de manera razonable se podía. Y, si bien es cierto que lo hecho, hecho está; creo que donde corresponda deben hacerse algunos análisis de los sinsentidos que se han vivido en Almería durante los días que teníamos por los más grandes del año. Y ello ha de hacerse sin despistarnos del gran objetivo, que ya es o debe ser la Semana Santa de 2022.

No entiendo bien a quienes ya dicen, relamiéndose al decirlo, que no habrá manifestaciones externas el próximo año. Aun viendo con pesimismo el desarrollo del proceso de vacunación, no me cabe duda alguna de que para el final del próximo invierno el porcentaje de población inmunizada -tal y como están las cosas hoy- debería ser alto, muy alto, como un costalero de primera de misterio. Que de aquí a entonces pueden surgir 20 (de las llamadas) cepas, como pueden hacerlo 20 virus nuevos, pero hemos de trabajar con los escenarios que hoy resultan más previsibles. Y yo soy de la opinión de que ni la nula capacidad de gestión del Gobierno de España va a evitar un alto porcentaje de inmunización, como decía, para cuando se acerque la próxima primavera (y la Semana Santa del 22 viene más bien tardía), aunque tan solo sea porque los países desarrollados del orbe ya hayan cubierto sus necesidades de vacunas y nos empiece a tocar a los demás recibir dosis a manos llenas.

Algo habrá que hacer; y será bueno empezar a pensar en ello desde ya. Pero, volviendo al inicio, tocará analizar también qué ha pasado este año y, entre otros temas de interés, cuáles son los motivos que nos llevan en primer lugar a haber tenido unas instrucciones diocesanas tan estrictas y, en segundo lugar, a que unos se las salten y otros no; y no me refiero propiamente a las hermandades, que al final pintan lo que pintan, y con esto ya me he adelantado a lo siguiente. Porque del análisis de muchas de esas situaciones vamos a poder sacar interesantes conclusiones sobre algo que planteaba el otro día en Twitter Manu Lamprea: ¿quién manda aquí? En Sevilla no lo sé, Manuel, pero en Almería yo tengo claro quién manda y hasta puedo asumir que tenga poco remedio, a fin de cuentas ya tengo años de experiencia en ello. Pero la realidad es peor que eso: no pocos cofrades, en distintos foros, han puesto de manifiesto la sensación de que se ríen de ellos. Yo cuando veo algunas de las cosas que han ocurrido puedo decir que siento lo mismo.

Y lo que está en juego, me temo, no es ni la autocomplacencia ni la vanidad de unos cuantos capillitas que se empeñan en quitarle tiempo a sus trabajos, a sus familias, a sus amigos y, en definitiva, a sí mismos en pos de algo que consideran que merece la pena: en realidad y hasta cierto punto nos pueden dar morcilla; lo que de verdad está en juego en última instancia es la evangelización que se produce a través de hermandades y cofradías y que, en la muy humilde opinión de quien escribe, es una de las vías más eficaces que tenemos aquí y ahora (si no la que más) para una evangelización ciertamente light pero que, con tiempo y cariño, bien puede podría llevar a algo mucho más potente.

miércoles, 17 de febrero de 2021

Miércoles de Ceniza

Tengo un amigo, Paco, que por Cuaresma suele renunciar al dulce, que le pirra. Lo hace a modo de sacrificio y ofrenda. Yo creo que fue en 2018 cuando decidí emularle y hacer lo mismo, pero privándome del queso, que me pica más que el dulce. En 2019, con todo lo vivido en 2018, decidí que tampoco hacía falta fustigarse uno mismo de manera tan innecesaria; pero en 2020, en un arranque de necedad (que nadie se lo tome a mal), decidí retomar los cuaresmales sacrificios renunciando al dulce, que desgraciadamente y con la edad, cada vez parece que me guste más.

El caso es que recién estrenada la Cuaresma de 2020 fui, por fin, a comer a un restaurante de Almería al que le tenía muchas ganas y del que se cuentan maravillas sobre su tarta de queso. Maldición. Qué falta de previsión. Tuve que renunciar a probar el ansiado manjar (que digo yo que lo será, pues aún no lo he probado) por estar ya sumido en ese sacrificio autoimpuesto para la pasada Cuaresma. A los pocos días nos encerraron a todos en nuestras casas y la vida se sumió en este tedio que ya nos resulta tan familiar. ¿O soy el único que se asombra de ver multitudes o abrazos en la televisión?

En fin, que ya está aquí el de Ceniza de 2021 y no tengo ganas de prometer nada porque a nada sé ya por dónde meterle mano. Tanta incertidumbre rompe la baraja, desequilibra la balanza. Y en el horizonte empezamos ya a vislumbrar un nuevo Domingo de Ramos, estallido de la nada o, aún peor, reventón de la ausencia, de la herida mal curada en el calendario de unos días que no son sino la triste copia del día anterior en este vivir sin vivir que nos obliga a volver los ojos (y el corazón) a lo que siempre se ha llamado las pequeñas cosas para a continuación decir que son las más importantes. Aplastante ilógica. Y a la salud, ésa que tanto celebrábamos cada 22 de diciembre en busca de un consuelo impropio de Jueves Santo y a la que ya no queremos perder la cara, no sea que se cuele más aún en nuestras vidas ese bichito invisible que tantas y tantas ha segado, muchas de ellas sin cómputo ni registro oficial. Que ya no votan.

Y tras el de Ramos, el de Pascua o, como a mí más me gusta, el de Resurrección. También llegará para hacer el de 3 seguidos sin pisar las calles de una ciudad que ni sabe qué esperar, ni parece que le importe. Pero si hay una advocación bonita en este mundo ésa es la de la Esperanza y ya se sabe que la Esperanza es lo último que se pierde. A ver si a base de repetirlo nos lo terminamos de creer.


viernes, 16 de octubre de 2020

La caridad en las hermandades y cofradías.

Esta reflexión aflora con ocasión de la lectura del llamado Plan Estratégico 2020-2024 publicado por la Agrupación de Hermandades y Cofradías de la Ciudad de Almería. Vaya por delante mi más sincera felicitación a su junta de gobierno por el trabajo realizado en este plan y, en general, en todas sus actuaciones al frente del organismo aglutinador de nuestra Semana Santa. Creo que era hora de introducir en el ámbito cofrade algunas cuestiones interesantes más propias del mundo empresarial, tales como una fijación de objetivos, un trazado de planes, un análisis de lo que somos y queremos ser, etc. Es un camino hacia la seriedad, tratando de evitar que el día a día no nos permita más que tapar los agujeros que van surgiendo y seguir haciendo "lo mismo de siempre".

Dicho esto, también es cierto que en cuanto a sensaciones, el Plan Estratégico me llevó de más a menos, pues en su contenido hay una planificación de cuestiones a desarrollar y que se irán abordando en los próximos años, alguna interesantísimas e importantísimas, pero termina pareciendo que todo lo relevante tiene que ver con la caridad, pues, analizado al peso, es lo más destacado del plan. 

Por evitar malentendidos, si la pregunta es si las hermandades deben hacer caridad, la respuesta es obvia: sí. La caridad ha de ser, seguramente, uno de los pilares que sostengan el día a día de nuestras hermandades. Pero, ¿es nuestra misión principal como cofrades o lo más importante que debamos hacer en ese ámbito? Yo creo que rotundamente no. ¿Para justificar lo que hacemos ante la sociedad hemos de reducirlo todo a la caridad? Yo insisto en que no.

Hace escasas fechas, la Real Federación de Hermandades y Cofradías de Semana Santa de la Ciudad de Granada emitió un valiente comunicado en el que manifestaba su disconformidad con la reducción a la que ha sometido el Ayuntamiento de la ciudad nazarí a la subvención anual que perciben las cofradías. Y, leyéndolo, parece que diga, aun sin decirlo, que las hermandades merecen la subvención que reciben por esa labor asistencial y caritativa que realizan en su ciudad a lo largo del año. ¿Y ya está? ¿Eso es todo lo que ofrecemos y brindamos las cofradías a nuestras ciudades? Es decir, ¿en ausencia de caridad no somos nada? Reitero que el comunicado no dice eso, aunque a mí me deja esa sensación.

Indudablemente, la labor principal de las cofradías debe ser el culto público. Estoy convencido de que esto por sí mismo no merece subvención alguna, pues la alimentación del hecho religioso, la evangelización que cada uno pueda llevar a cabo conforme a sus medios, no es algo que deba recibir dinero público para su mejor realización. Cosa distinta es que la tradición ha conformado un ejercicio de ese culto público riquísimo desde el punto de vista artístico, social y cultural. Queramos o no, la Semana Santa que hemos de vivir de manera leal a nuestra fe, es para la ciudad en su conjunto un espectáculo de fantásticas dimensiones. Y eso sí que es subvencionable y merece la ayuda de la administración, como manifestación cultural de miles de ciudadanos que genera, además, un impacto económico destacado allí donde ha cogido cierto vuelo.

Desde ese punto de vista, la caridad debe ser un punto más a nuestro favor. Porque a la caridad nos obliga nuestra fe y nos obliga también la sociedad en la que vivimos, que espera esto de nosotros. Pero, cuidado, que gran parte de la sociedad no nos quiere sino laicos: poco importa para muchos que hagamos las cosas en nombre de Dios, pues lo único que quieren es que hagamos obra social y caritativa, como cualquier ONG, dicho en el mejor sentido de la expresión.

Por todo ello, opino que virar hacia la caridad, caridad, caridad y más caridad, es caer en cierto modo en la trampa de quienes nos obligan a justificarnos en aquellos ámbitos que, siendo tan nuestros, no son ni deben ser nuestro motivo de existir, ni nuestro objetivo principal.

Y, por último, siguiendo la línea de lo que se propone en el Plan Estratégico, a la hora de afrontar las obras de caridad seamos listos: no todo es dinero, hay mucho que hacer empleando tiempo, conocimiento y voluntad. No pretendamos viajar siempre solos, unámonos entre nosotros o incluso con otros que ya saben bien lo que hacen y cómo lo hacen. Y, por supuesto hagamos más caridad. Y más  y mejor hermandad, AMDG. 

viernes, 2 de octubre de 2020

Les putes, con perdón.

Internet -Twitter, Forocoches y entornos similares- se revolucionó hace unos días con el hallazgo de que Fani, una de las locas del coño promotoras del concepto "les gallines" así como de la idea de que éstas (las gallinas) son violadas por los gallos, se prostituye anunciando sus servicios por internet, saliendo a la luz algunas de sus fotografías para su promoción en ese ámbito, sus tarifas, etc.

A partir de esta noticia, se pueden hacer muchas reflexiones en muy distintos sentidos, pero yo me quiero centrar en una: el cinismo y la hipocresía de nuestro tiempo. Porque nos encontramos con una mujer adalid del animalismo y del feminismo más progresista que actúa, según sus palabras, como trabajadora sexual o, lo que es lo mismo, se prostituye. Torrente diría que es puta, a ella quizás le gustaría más "pute".

Sin entrar en consideraciones religiosas, éticas o morales, considero simple y llanamente repugnante que una persona proclame a los cuatro vientos que las gallinas son violadas por los gallos mientras ella vende su cuerpo. Porque esta persona es de las que, sin duda, estarán en contra, por ejemplo, de que haya azafatas en eventos deportivos. Seguro que ella proclama como denigrante que dos azafatas entreguen un ramo de flores a un ciclista y le besen la mejilla para una foto; mientras ella cobra -sí, siento decirlo- por mear encima a otras personas o dejar que la meen a ella, que no sé si en esto se puede ser también activo, pasivo o versátil (¡lo que aprendemos con First Dates!).

Y es que, en definitiva, lo de esta chica no es sino un ejemplo más, aunque un tanto extremo, del cinismo y la hipocresía con la que opera el común de los mortales a día de hoy. Ponerse detrás de un micro a decir lo contrario de lo que se hace, proclamar valores conforme a los que no se vive o vestir una vida entera de mentira y seguir como si nada son cuestiones a la orden del día.

Al menos, por decir algo positivo, a la tal Fani algo de dignidad debe quedarle cuando aún no ha entrado a formar parte de ningún reality de Telecinco. A la vista del nivel, estoy seguro de que llamadas no le han faltado.

lunes, 28 de septiembre de 2020

Fraude fiscal

No es casualidad que se hable y mucho de fraude fiscal. Parece que los españoles, que traemos equipado de serie un Lazarillo de Tormes en nuestros adentros, somos muy dados a escamotear lo que podemos y nos encanta que el fontanero no nos cobre el IVA. ¡Fraude! Se habla mucho también, claro, de grandes empresas y SICAVs. Según a quien quiera dar cera cada político y/o contribuyente, se habla de una cosa o de otra. Hasta de que la Iglesia no paga el IBI, que es un tema que también le gusta mucho a buena parte del país.

Hay, indudablemente, un tema interesante para debatir cuando analizamos el fraude fiscal en la vía del ingreso que es, con diferencia, la más manida. De lo que se habla mucho menos y nunca o casi nunca empleando la expresión "fraude fiscal" es del mal empleo del dinero público por la vía del gasto y la inversión.

Si es fraude fiscal que alguien deje de ingresar al tesoro 50€, ¿por qué no es fraude fiscal que alguien malgaste del mismo tesoro 50€? ¿Por qué se habla tanto del fraude fiscal de los contribuyentes y apenas se dedica tiempo al fraude fiscal de quienes dirigen las administraciones (el Estado no malgasta, malgastan sus gestores; y así con todo)?. ¿Por qué se habla de recortes y rápidamente pensamos que se va a recortar en sanidad, educación y pensiones en lugar de hacerlo, por ejemplo, en el tamaño de la administración que nos rodea y engulle? 

Mis conocimientos de los presupuestos del Estado y demás entes autonómicos o municipales son escasos y no permiten sino tratar de intuir determinadas cuestiones, pero es que hay evidencias que nadie en su sano juicio puede negar: que no necesitamos 22 ministerios, que no tiene sentido que el último mono (o la última mona) de cuantos adjuntos llegan a esos ministerios se levante 50.000 euritos al año, que si determinada administración "paralela" tenía que ser adelgazada cuando gobernada un partido X no es admisible que el partido Y la mantenga o incluso amplíe cuando llega al poder, que no hay una explicación lógica a las dietas de nuestros diputados o a que en su cafetería todo valga un importe ridículo si lo comparas con la calle, etc. Y con todo este panorama pretenden que nos traguemos sin más una subida generalizada de impuestos en plena crisis.

En España falta conciencia fiscal, sí. Pero no la habrá del lado del contribuyente mientras que no la haya de parte del gestor público. 

martes, 26 de mayo de 2020

Los hábitos de consumo.

A principios de año publiqué en este mismo blog el texto "Consumidores ¿responsables?"  en el que, sin imaginar lo que pasaría apenas un par de meses después, quise incidir en la relativa urgencia de apostar, como consumidores, por empresas locales, empresas implicadas con nuestro entorno, empresas que, a fin de cuentas, apuesten por los demás.

Una de las cuestiones que a día de hoy parece que tenemos claras es que debemos aumentar nuestro consumo en clave local: negocios de proximidad, turismo nacional, etc. ¿Lo haremos? En caso afirmativo, ¿durante cuánto tiempo?

La pandemia que nos viene azotando desde principios de año -primero de manera silenciosa y, posteriormente, como auténtica tormenta- ha modificado irremediablamente nuestros hábitos de consumo. Uno de los casos que más se me viene a la mente es el de los automóviles: los gurús hace meses y desde hace años apuntaban a que eso de comprar coche se iba a terminar, todo iba a ser compartir, coger por horas, etc. Los gurús en los últimos tiempos y desde hace apenas un par de meses apuntan a todo lo contrario: todos a comprar coche, nada de compartir, focos de contagio, etc.

En definitiva, nadie sabe nada. Pero yo, desde este mucho más que humilde espacio en la red, vuelvo a pedir a mis lectores que giren su mirada hacia las tiendas de su barrio, los comercios de su ciudad, las empresas de su provincia. Parafraseando a una persona muy poco lúcida, "nos va la vida en ello". Pero en esta ocasión es cierto.

jueves, 16 de abril de 2020

Planes

Supongo que no sabemos entender nuestra vida sin el largo plazo. Imagino que incluso cuando una enfermedad nos lo borra y nos pone el horizonte en X semanas de vida, seguimos jugando a imaginar el largo plazo para pensar en todo aquello que nos perderemos. No sé realmente qué antigüedad tiene este fenómeno en el ser humano o si es aplicable a todos los lugares del mundo, dado que hay países con una esperanza de vida real y tristemente baja.

Pero en el mundo en el que vivimos, lo que llamaríamos primer mundo, lo normal es firmar hipotecas (¡préstamos con garantía hipotecaría!) a treinta años. Caramba, treinta años. Lo normal es planificar también otra suerte de eventos en el largo plazo: hay quien tiene la fecha de su boda dos y tres años antes de casarse. Somos hijos, en fin, de un tiempo de bienestar y paz que nos ha permitido despegarnos con carácter general de una realidad aplastante: no existe otra cosa que no sea el presente.

El pasado existió y ya carece de toda existencia, a veces incluso de importancia. El futuro aspira a existir algún día, pero nunca existirá sin pasar a ser presente; y de su aspiración a su realidad ya sabemos que siempre hay alguna que otra diferencia.

A mí me repatea un poco, vamos a ser finos, eso de que "de esta crisis saldremos mejores personas" porque siempre pienso que lo único claro es que saldremos menos personas; y eso sí que no tiene arreglo y es una tragedia en muchos hogares. Pero creo también que tenemos la obligación de aprender de esto y de todo lo que nos pase en la vida; y una de las enseñanzas principales que aspiro a sacar de esta situación es la de que somos esencialmente tiempo presente. 

Seguiremos contratando esas hipotecas, seguiremos trazando proyectos a largo plazo, seguiremos haciendo planes... pero hay que estar en el presente de manera consciente para vivirlo y disfrutarlo de la mejor manera posible, instalando en el largo plazo aquéllo que no puede hacerse de otro modo. Lo contrario es pretender existir en lo inexistente y eso es, entre otras cosas, absurdo.

miércoles, 12 de febrero de 2020

De bruces.

Ni soy muy de radio, ni soy muy de prensa escrita; pero en la medida de lo posible sí que he sido bastante de Pérez-Reverte, del Jabois pre-El País, de Gistau y de Hughes. También de Cuartango, Rosa Belmonte y Landaluce (de la que hoy hemos sabido que se encuentra inconsciente por un accidente y a la que deseo una prontísima recuperación), aunque a ésta última cuesta mucho leerla donde suelo leer a esta gente: en Twitter.

A Gistau lo he tenido, desde hace muchos años, como un columnista top. Inteligente y divertido a partes iguales. Ya me fastidió que dejara Twitter, pero lógicamente más aún me ha dolido que haya dejado la vida. Y ni lo he seguido con interés exacerbado, ni he intercambiado tuits con él: nada. Pero el tipo se hacía querer con su pluma y con ese aspecto bonachón.

Ahora, escucharle y leerle sobre la prematura muerte de su padre, sobre su inmensa preocupación porque a él no le pasara igual y no terminara dejando a sus hijos sin su figura paterna demasiado pronto, ese miedo, esa "sensación de finitud"... es un baño de realidad tremendo. Ni somos eternos, ni sabemos cuándo nos daremos de bruces contra ello. Que su objetivo en la vida fuera, ante todo, conformar una familia y ejercer el papel clásico de padre de familia me causa admiración por la sencillez y clarividencia que demuestra con ello.

También me pongo ante el espejo y me reconozco en algunas cuestiones. Yo sí me sentí padre desde el primer momento que vi a mi hijo, no necesité verlo "desvalido" en ningún pasillo del hospital; pero, como David, tengo esa sensación de deber de permanecer, de que no todo vale como hubiera valido antes. Si tengo que hacer un viaje largo en coche, lo hago; pero en mi pensamiento siempre va mi hijo y lo que él pueda necesitar de su padre. Mi existencia queda, pues, felizmente condicionada. 

Ante ese espejo me obligo también a pensar en hechos ya consumados; ese no haber sido capaz de darle a él lo que yo más hubiese querido: una familia única, un hogar unido. Porque en el fondo quiero pensar que somos muchas las personas cuya mayor aspiración en nuestro recorrido vital, aunque en el día a día la acompañemos de muchos otros objetivos de menor rango, no es más que construir ese hogar donde ser felices y transmitir esa felicidad a quienes han de seguirnos.

No obstante, con la misma serenidad con la que escribo lo escrito, concluyo que es mi obligación convertir cada caída en una oportunidad. Al menos, mientras que no me bajen del ring como prematuramente ha sido bajado David Gistau.

miércoles, 5 de febrero de 2020

La verdad no es relativa.

Hace unos meses, en la inauguración de su teatro, decía Antonio Banderas que “Hay un momento en la vida en el que solo cabe la verdad”.

De un tiempo a esta parte, vengo razonando el efecto que el relativismo moral tiene en nuestra sociedad. La adaptación de las normas éticas o morales a nuestro comportamiento, y no a la inversa, me parece que está en el mismo epicentro de muchos de los problemas -para otros, libertades- que nos encontramos hoy en día.

El relativista rechaza la existencia de un estándar ético con el que medir o comparar la bondad o la malicia de acciones o comportamientos. De este modo, todo queda reducido a una libertad total del individuo -siempre a nivel ético o moral- en busca de su propia felicidad que, por lo general, se sitúa en la primera escala de sus prioridades, obviando cualquier deber o responsabilidad. "Si te hace feliz, está bien". Para quien vive según esta filosofía, de manera más o menos consciente, no hay deber o responsabilidad que pueda anteponerse a su búsqueda de la felicidad: cueste lo que cueste, pese a quien pese.

Otro camino muy del gusto de esta postura es el de negar la verdad como cuestión absoluta, convirtiéndola en algo totalmente relativo. Hay quien dice que "existe tu verdad, mi verdad y la verdad". Este último axioma, que por supuesto no tiene ningún sentido, se cae en el mismo momento en el que utilizamos la palabra "verdad" para nombrar a tres realidades teóricamente diferentes, cuando la verdad es, por definición, un concepto unívoco: no caben tres verdades ante un mismo hecho. Cabrán tres puntos de vista, tres descripciones incompletas o como se quiera decir, pero la verdad es una y única; por más cómodo que resulte en un momento dado para quien ha obrado mal -conforme a un estándar cuya existencia puede llegar a negar, por más que en realidad lo tenga presente y de ahí que promueva la existencia de una verdad poliédrica- querer deformarla o desvirtuarla.

Un ejemplo creo que bastante gráfico de todo esto lo podemos encontrar en una de las escenas finales de la película de animación "El Rey León" (1994): Simba tiene sometido a Scar y le reclama que diga la verdad al resto de la manada, a lo que Scar responde: "la verdad es tan relativa...". Por supuesto que la verdad es una, clara y evidente, y cualquier ser inteligente lo sabe; pero el recurso que le queda a quien quiere huir de ella es agarrarse a la ausencia misma de la verdad para volver inútil el juicio moral cuando éste es también indubitado.

miércoles, 29 de enero de 2020

Los suegros de Federico.

Pasó Federico, y cuando se nombra a Federico es de gente de orden saber de qué Federico estamos hablando, por el programa de Bertín, otro que tal, y pude ver algún fragmento del encuentro. Me llamaron la atención algunas cosas (la biblioteca, esa frase de "antes de que Cáritas fuese comunista", etc.), pero sobre todo me llamó mucho la atención la frase con la que describió a sus suegros, de los que dijo que tienen o tenían, no recuerdo el tiempo verbal, la idea de lo que es bueno y lo que es malo. Piropazo, a estas alturas de siglo.

Yo creo que en el fondo esa idea la tenemos casi todos, si bien son muchos los que han optado por ir dejándola atrás al compás que marcaban sus intereses más inmediatos. Porque ya no importa tanto lo que está bien y lo que está mal porque en este tiempo todo es relativo: las cosas no son ni buenas, ni malas; depende. Poco importa calificar un hecho como bueno o malo, porque la verdad no existe: únicamente existen los puntos de vista o, dicho de otra manera, la verdad no es un concepto unívoco sino que cada uno tenemos "nuestra verdad" (sobre esto tengo escrito y sin publicar un texto más amplio que, probablemente, cuelgue pronto). Que las cosas sean buenas o malas, más allá de que pueda ser cierto o no, carece de importancia: lo único que importa es que te haga feliz.

De este modo, con tanto relativismo moral, con la destrucción de la verdad como concepto y con la priorización total de la felicidad del ser sobre lo que pase con los demás, la sociedad como conjunto ha dejado de tener esa idea de lo que está bien y lo que está mal. No por no tenerla, sino por carecer de interés alguno en ella. Me recuerda al videojuego aquél: "nada es verdad, todo está permitido". El progresismo no quiere limitaciones morales, aunque paradójicamente sí que quiere ostentar una abrumadora superioridad moral sobre todo aquél que piense de otro modo.

miércoles, 15 de enero de 2020

El paisaje urbano somos nosotros.

La muerte de Fausto Romero, seguida en poco tiempo por la de Simón Venzal, decano de mi colegiación, me hizo pensar que las calles no cambian únicamente en función de las nuevas construcciones, de las reformas de edificios o de la apertura y cierre de negocios; tampoco porque las peatonalicen. El verdadero cambio en las calles, uno mucho más callado, tiene que ver con las personas que dejan de pasearlas.

Para mí, las calles que recorro son aquéllas que pisan esa madre acompañando a su hijo al colegio, el que siempre lleva guantes como de portero; ese padre y esa hija que ha renunciado a llevar la mochila porque, total, quién mejor que el progenitor distinto de la madre biológica para ello; la chica que baja la misma calle todos los días: al mismo ritmo, altísimo; con el mismo gesto, tan serio; con sus auriculares; también los paseantes de perros, que son multitud; o tantos otros con los que me cruzo prácticamente a diario.

También formaban parte de mi vida, sin siquiera saludarles, Simón Venzal con su maletín a cuestas camino de la administración de lotería que hay bajo mi oficina, o Fausto Romero entrando a la librería Picasso, la que tan bien se controla desde las ventanas de mi despacho. Fausto Romero, además, formaba parte de ese otro paisaje con el que tanto nos identificamos todos, vivamos en el barrio que vivamos: las páginas del periódico. Hoy, los medios de comunicación, incluso las redes sociales en que nos relacionamos con totales desconocidos, nos hacen conformar otro círculo de relaciones donde, simplemente a base de escuchar o leer a determinadas personas, terminamos creando vínculos emocionales con ellas sin que sepan nada de nosotros.

Recientemente, de este paisaje tan mío como de todos los que pisan esas calles conociendo a esas gentes, se ha borrado Luis Góngora Sebastián. Con lo fácil que era cruzárselo en alguna esquina de mi trayecto diario, con su sombrero y su sonrisa, su trato exquisito.

Éste es el paisaje urbano que de verdad deja huella en cada uno de nosotros, y no el Toblerone. Cada uno conformamos nuestro itinerario en unas calles o en otras, las hay incluso que cambian radicalmente en función del horario; pero los rostros que nos cruzamos tienden a ser, en un porcentaje notable, los mismos. Hasta que poco a poco se van cayendo, como nos caeremos todos, para ser, claro, sustituidos por otros. Al principio no les haremos mucho caso, porque serán niños o simplemente nuevos en el contexto, pero la vida marca que muchos de ellos terminarán siendo pilares para otros del paisaje urbano de sus biografías. Como quizás, también, lo somos nosotros mismos.

miércoles, 8 de enero de 2020

Consumidores ¿responsables?

Las empresas, sobre todo las grandes que suelen ser la avanzadilla de los cambios, tanto por su faceta internacionalizada como por su tamaño y medios, desde hace algún tiempo parecen cada vez más concienciadas de que desarrollan su actividad en un entorno al que le deben no poco respeto. Esto puede ser por verdadera consciencia o por simple marketing, pero parece algo más o menos asentado. Hablo en gran medida de lo que llamamos responsabilidad social corporativa.

En esa línea van la preocupación por el medio ambiente y todo lo que implica el cambio climático, la implicación con obras sociales de distinta índole, los planes y políticas de igualdad, la contratación de determinados perfiles de empleados, el fomento de la actividad física, etc. Como digo, todas estas medidas, dejando a un lado el marketing que las acompaña, tienen su origen en la toma de conciencia del rol de la empresa y el empresario en nuestra sociedad, desde un punto de vista responsable.

Pero si miramos a quien está al otro lado del mostrador, al consumidor, me surge la duda de si somos consumidores conscientes, responsables, o no. Doy por sentado que el cliente de una empresa socialmente responsable experimenta una cierta sensación de orgullo, un mayor alineamiento, con su proveedor; ¿pero cambiamos de proveedor en busca de alguien socialmente responsable? ¿Modificamos nuestra conducta y nuestros hábitos como consumidores? Aquí ya tengo mis dudas.

Me queda la sensación de que lo que más nos preocupa (hablo generalizando) a la hora de tomar una decisión como consumidores es el precio. Por lo general, insisto en ello, si podemos elegir entre dos suministradores de un mismo bien o servicio el primer criterio al que nos vamos a atener es al precio y, después, a nuestra comodidad. Creo que ya va siendo hora de modular estos comportamientos. No digo que no haya que preocuparse del precio, pero siento que ante precios similares tenemos una responsabilidad que asumir para apostar por los que apuestan por nosotros: apoyar al comercio local, al pequeño empresario, es ya una necesidad urgente. No podemos pretender que todo el empleo en nuestro país o región lo generen Amazon y las empresas de mensajería.

Tampoco podemos quejarnos de que nuestras calles están tristes y solas si cuando salimos a pasear o, como estos días pasados, a disfrutar del alumbrado navideño nos dejamos la cartera en casa. Pasar toda una tarde, por poner un ejemplo, en una cafetería, viendo un partido de fútbol, a cambio de tomar un café que apenas vale un euro es una de esas grandes licencias que nos permitimos a diario y que únicamente contribuyen al empobrecimiento general: si quieres estar toda la tarde disfrutando de un partido cuyo visionado es previo pago, con un camarero atendiéndote, en un local climatizado, iluminado y limpio; quizás debas plantearte que hacerlo a cambio de un euro y con café incluído en el precio es abusivo. Y hay que decirlo con claridad.

Y si puedes elegir entre distintos proveedores, prueba a valorar qué empresa trata bien a sus empleados, qué comercio se implica en las actividades culturales o deportivas de tu ciudad, quién pone de su parte para hacer que tu entorno sea mejor. Celebrando la responsabilidad social corporativa, empecemos a asumir alguna responsabilidad como consumidores.

martes, 17 de septiembre de 2019

La rutina

A propósito de la vuelta al cole, al trabajo, a los horarios habituales (los que no son de verano) y, en definitiva, de la vuelta a la rutina, se me viene a la cabeza el texto que publicó hace unos días en su blog Alberto Gutiérrez y que podéis leer pinchando AQUÍ. Viene a decir Alberto que nos hemos autoimpuesto la obligación sí o sí de hacer cosas emocionantes, divertidas, memorables en cualquier brecha de tiempo libre que encontremos en nuestra agenda semanal. Y yo creo que en gran medida tiene razón cuando habla del cierto estrés que esto puede generar.

Internet y las redes sociales han llenado nuestras vidas de gurús del arte de vivir que nos bombardean continuamente con fotos idílicas y frases guays; no sé muy bien si para hacernos creer que nuestra vida es una mierda, o simplemente para convencernos de que podríamos aspirar a una vida mejor. El caso es que, como sociedad vista en conjunto, nos encanta seguir a estos agentes y regalarles likes a diestro y siniestro.

En un plano más terrenal, del terreno que pisamos, septiembre tiene siempre ese sabor a comienzo de curso y vuelta "a lo de siempre". Septiembre puede ser mucho más enero que el propio enero, hé ahí la paradoja.

En mi caso, este septiembre es el primero de mi peque en el cole; con lo que en realidad estoy volviendo a una rutina que nunca tuve, si es que se puede utilizar esta expresión. Toca adaptarse a una situación nueva, con todos los generosos aditivos que la vida me regaló y que no hacen sino un poquito más difícil -o eso me parece- el encaje de bolillos. Y esto es nada comparado con lo que parece estar viviendo el más joven de la casa.

Que la rutina ordena la vida lo escuché el otro día. Falta ahora comprobar, cuando lo nuevo quede convertido en rutinario, si se consigue tal extremo.