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lunes, 1 de noviembre de 2010

ALIMENTACIÓN DOCTRINAL (James Ensor)


James Ensor (1860-1949) era un flamenco de sangre inglesa. Un tipo peculiar ya desde el ADN, que decidió pintar frente al rechazo de su pequeña familia burguesa, pero pintó y también fue rechazado por el academicismo que no entendía sus colores ni su mordacidad, así que fundó el grupo de los XX, outsiders belgas que también rechazaron su obra maestra (Entrada triunfal de Cristo en Bruselas). Así que estaba un poco arrinconado en su encierro de Ostende y le dio por hacer grabados y pintarlos a mano, con toda la mala leche posible. Esta es la tierra de Bruegel el viejo y de ironía sabemos un poco, me llamo Ensor y esto es lo que pienso de Bélgica: mierda mental. Este es el alimento de este país: mierda. La doctrina de la iglesia, del rey, del ejército, de la clase burguesa a la que pertenezco: mierda que recibe con la boca abierta el pueblo belga. Esa es su moral. Desde Ostende se tiene una perspectiva perfecta de todo Occidente. Qué risa, qué enfermedad. Al poco los tiempos trajeron fauvismos, expresionismos y surrealismos, y Ensor, que llevaba ya mucho tiempo plagiándose a sí mismo, fue descubierto. Cuánto aplauso ahora, ¿verdad, James? monografías, exposiciones internacionales, el rey de Bélgica que te nombra Barón y te da una medalla, una estatua en tu pueblo. Entonces, claro, queda feo este grabado y James da órdenes de que no se reproduzca más. La radicalidad tiene el límite de la sombra, muchos perros dejan de morder si le acarician el lomo. No le busquemos tampoco la moraleja al asunto, quedémonos con el detalle de esos culos cagando o con los líos en los que se metió durante la ocupación nazi, cuando sacó su vieja mala baba para pintar hilarantes caricaturas de los generales enemigos. Eso es lo maravilloso de una vida de contradicciones, que siempre nos podemos quedar con la parte que más nos convenga. Yo me quedo con el punk de 1889.

lunes, 18 de mayo de 2009

AÚN APRENDO (Goya)


Goya es todo, ya he escrito, y sigo escribiendo, mucho sobre su caleidoscopio infinito. Goya abre una falla, y dentro de la falla abre otra y así en un juego de matiuskas terrible. E inicia. Y dice, mirad, esto es la modernidad. Goya pinta el futuro. Su pintura es un palimpsesto de estilos por venir. Hasta el último día de su existencia quiso ir más allá. Cuando ya lo había hecho todo quiso continuar. Más allá. Porque ser Goya es ser un horizonte abierto, y él lo asumía. Fijaos en esto, por ejemplo, Goya se había exiliado a Francia, harto de la oscura dicción del español postnapoleónico. En Burdeos, un anciano que ha reiventado la luz y los ojos que miran la luz. Allí descubre una nueva forma de grabar, y la quiere hacer suya, aunque sepa que es más de la muerte que del mañana. Tal vez esa sea su lección más imprecedera. Tal vez en este grabado está todo a lo que debemos aspirar. Aprender, siempre, aunque seamos un genio en los umbrales de la desaparición. Nunca habrá de ser suficiente.