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miércoles, 30 de enero de 2019

Ricardo Ruiz



























i

La lección de anatomía del Dr. Nicolaes Tulp (1632)

invernales
públicas
una vez al año
en hospitales o teatros
entre velas perfumadas
música vino
dulces y curiosos
burgueses
de seria naturaleza
son sus lecciones

un cuerpo interrogado
un cuerpo con nombre
caído

un cuerpo criminal
expuesto
a la ley
y sus cirujanos


ii

según Rembrandt
Harmenszoon van Rijn
jóven y por encargo
su pincel observa
en sus errores
lo que no buscan
la precisión de los cortes
del escalpelo ausente  
de sangre ausente
sobre el músculo flexor
o en el troquíter del húmero
donde no se inserta

solo un fórceps
el cuerpo abierto
iluminando
un libro
De humanis
corporis fabrica
donde solo ellos leen
lo que aún no saben
la mano que señala
el movimiento
de la mano del alma
el sistema nervioso
de la libertad
y el valor de los tulipanes

iii

en las Provincias Unidas
en sus sus villas y tabernas
el negocio del aire
espeso como el recuerdo
de la peste de la guerra
el saqueo el esplendor de la crisis
y en sus barcos el virus
hacia toda orilla del mundo

no en sus encargos
en sus mandatos
soberbios reconocerse
el fuera de cuadro
un organismo enfermo
a restablecer
el orden la horca
una ronda nocturna
a pleno día
y en el poder
verse

iv

La lección de anatomía del Dr. Jan Deijman (1656)

declina
su fama y fortuna
en cercanas muertes
y autorretratos

declina
su lengua
en claroscuros
de niebla

y pinta
lo que no
ahora sabe
sombras
en las sombras
raspando
el hueso
de la luz

v

ante mi ruina
deste recado
tomaré cuenta
y que este lienzo
aurore a vuesas mercedes

inicuas

dirán sus manos  
del maestro
de la corporación
un detalle incierto
la sinceridad
es el engaño
de los grandes hombres
sus figuras ausentes
(solo las manos de quien opera)
interrogan
en la disección del cerebro
de un cuerpo vaciado
el intelecto general
las manos de los otros

no se sacia el ojo de ver

una pintura que arde
y se restaura
un espejo de bruma













lee
en la red
matan a un niño
un joven una mujer
un libro
su corteza abierta
en teoría y en pdf
dice: siempre hay
a quien matar
su imagen
extraña
luminosa
o terrible
ningún orden
exime
de la muerte
cotidiana
para nacer
del duelo
de los sueños

no
de ver ciego
“leer
en la letra”
su más allá
de lo que
en su pensar
el amor cuida

espeja
en su cumplir
palabra 
por
palabra
lo espeso
real
cae
en la misma red
en su fuera
otra vez
matan





De Los husos del no, inédito.



































miércoles, 18 de julio de 2018

Lara Gentile


Foto de Darío Zambrano.
















Te amo, sí, pero de otro modo.
¿Porque cómo podría amar del mismo modo
el cielo a la tierra? ¿Cómo
podríamos esperar que el canto nos acompañase
más allá de los límites de lo estridente?
¿O la espuma del mar puede cubrir
algo más que la arena visible de la orilla?
¿O la hoja que cae podría tocar aquello profundo
que el suelo cubre? Un acaso
no es razón para suponer que los estados
evidentes del mundo cambiarían
por el breve sentimiento de un hombre.
Te amo, pero de otro modo.
Aunque la luz todavía llegue a iluminar lo indescriptible. 








Te escribiría poemas hasta que envejecieras,
para contarte mis contradicciones
y torpezas. Sobre el mundo,
casi nada puedo decirte,
como no sea
un silencio largo.



(inéditos)















martes, 23 de enero de 2018

Marcelo Gobbo














llueve

eso que se arrastra en el aire de la noche invoca más miedos que diatribas
es por eso que los ojos cierran sus párpados al mundo que se instala
justo por debajo de la almohada y mueve
la penumbra hacia otro sitio otra emboscada otra clientela

más allá del cambio hay algo que se agita en torno al caos
porque es caos eso que mueve al cielo al fuego y a los seres
no es el sueño que acaricia geometrías y reglas o esperanzas
solo es el apabullante caos que disemina en sí mismo un orden aparente
para burlarse de todo

y sobre esas sábanas arrastra su sosiego o su ardid y su certeza
como una aguja clava en la vena una burbuja
que circula y corta
la circulación

un niño llora al otro lado de la niebla
se rasga un velo donde nada debía ser revelado
un hombre muere poco antes de tener que morirse
una mujer pare un grito de hastío y ay de furia
y una multitud aclama el fin de un rito que era todo
lo que el mundo tenía
para sostenerse

qué hay de la alegría el tacto dócil de una piel sobre la otra
qué quedó del aliento que en el cristal talló fantasmas en vilo
qué de los nombres que se callaron y de los profanadores
de las buenas conciencias siempre horrendas
qué de tus ojos frente a los míos sin sombras todavía
cuándo

y eso sigue avanzando y la noche cediendo
y en el terso canto errático que se oye tras las cortinas hay un rey muerto
y un tuerto que han puesto de testigo para señalar al sombrerero loco
mientras se inflama la hoguera donde estas páginas
arderán para ahuyentar la helada de la mañana
y a las malas intenciones de los compasivos

luego vendrá la lluvia esa lluvia espesa que irascible
vuelve a quienes no se quedan durmiendo un rato más entre las sábanas tibias
o entre los muslos lustrosos de rocío
las gotas sobre ese orden que se vacía de vida
de verdad o de entereza
que se vacía
vacío
que se impregna

a la sospecha redonda como un sol como un aullido como un mirar de espanto
como la sombra impretérita que acude a la cita justo
cuando habíamos dejado de citarnos y el despertador suena en el momento del beso

ya no recuerdo ni se acuerda tampoco el hartazgo
la caricia del ensimismamiento
sobre la quemazón del periplo que marca el deambular en círculos
bajo la mirada de un lector distraído

eso tiende su mano o su cuerpo o su lastre o su lengua y nos toca
me toca te toca te somete
a su presencia solo con tocarte o rozarte quizás
apenas roce

lo siento

aquí está acá estremece el gemido el temor de estar de ser y el caos sin aurora
como la vecindad del miedo o lo cierto del aire que se exhala
o el mensaje de texto que se escribe para suponer la mueca
como un sucedáneo de la voz que nunca fue alzada

dame un like y te explico

eso se estira y te amedrenta te bosteza y te entumece
te carga sobre tu vida y te desplaza hacia el fondo de la voz que te asiste
cuando nadie piensa ir en tu socorro
de viaje hacia la nada

y si no me di cuenta todavía es porque llueve hasta en el margen de mi letra
justo donde el borrón es cuenta nueva y el señuelo señuela
como un signo sin traducciones

todavía no soy quien he sido y mucho menos sé ser en presente con tanta agua afuera
que persiste en caer y caer y chapotear
sobre este caos previsible que arrincona y espeja
todas las aristas de la ausencia

quiénes son los hombres que amanecen con su aliento fresco
los que vuelven blanquecinos los reflejos o los que saltan sobre sí mismos en el barro

y quiénes las mujeres que se besan contra las manos desiertas

esas que se arremolinan en el éxodo del chisme o quienes curan la sangre de la tierra

eso sigue escurriéndose del atrape sigue excavando en el colchón como una espina en un hueso
mientras la lluvia insiste en deshabitar las paredes con su reclamo hueco
y esparce en la tristeza un recuerdo que tuve en un otoño lejano
como si ceñirse a la mudez no fuera suficiente

para qué menoscabar la tarde que se instala sobre el calor inmenso
de ese otro cuerpo que fue el deseo y la instancia tibia
cómo no suponer que de esa saliva un hueco ahuyentaría la gravidez de un tiempo que nos eludía aún
como todo lo que no puede preverse
con un golpe de inocencia

había ahí yo pregunto una clave una llamada algún misterio
que requiriera un pie de página justo
al momento de estar en ella o tal vez no supe
cómo la hierba de la mañana se plasmaba de destellos cuando los pasos no asistían

hoy quisiera ser su ahora en el marco mismo donde mi nombre rompe contra el sueño
o un barco abriéndose al horizonte con el mar rugiendo en un océano de cine
y en tu piel la pantalla

nada de lo que asemejamos puede huirnos
siquiera cuando el desorden de estar siendo nos somete a la única certeza de estragarnos sin remedio
y en esa vacuidad lamentamos el vicio de la bondad
un artefacto sin centro

arrancados de la sensación de ser nos queda el diapasón que tañe la médula
que nos sostiene o el estruendo con que quebramos la risa
que fuimos

eso nos demuestra que también hubo lágrima y describe en los párpados el surco de otra lluvia
nos abofetea sin cariño y nos abre
los ojos a los golpes

la luz entra por las hendijas y susurra
su versatilidad de inmunda
soledad y espera

llueve
y ahora ya nada espero de esta lluvia y me quedo aguardando tus manos
que nunca llegan salvo a la oquedad de mí
o a esta madrugada
para quitar espacios
para ahuecar la atmósfera
para bruñir la superficie de un robot cansado de soportar sus tuercas
para empuñar reproches
para pasar
de página.



De Marcas de agua, inédito.























sábado, 9 de septiembre de 2017

Eugenia Segura




























Árbol salvado del patio de la infancia
de la sierra y del ruido al vaciado del mundo
tocado por el rayo entre todos los otros
viene hasta mí sin romperse
de la vasta noche de todas las cosas

se va al cielo, se va

por las ramas 












El bosque como algo que no sé, que desconozco. La liebre impredecible, su papel de alarma. Saltó de la mata, rayando el dolor, como un relámpago chiquito en el lugar del miedo.












no me dijiste nada
de la alegría
como si el premio y el castigo
de seguir respirando fuera
ser el testigo impasible de un tsunami
o del misterio de una flor que se inclina
ante la luz porque no ha nacido
para hacer otra cosa












Otra vez dejarse caer de bar en bar, mientras la luna me acompañe por el camino de ida, por el camino de vuelta. Otra ronda para volcarle su traguito a la tierra, silencio todos, silencio: brindo por el llanto de los primeros telépatas.












Me puse en el lugar del fuego, y sí, iría hasta el fondo, treparía el filo de la astilla hasta encontrarte. No te extrañe que abra puertas, huesos y planetas, que anuncie y que recuerde en cada cosa a la ceniza. Más se ha servido de mí el pan que el asesino, más le habré dolido al bosque.

He dado por igual luz y peligro a las palabras













creía que mi voz era el atajo
que te traía de vuelta desde la noche oscura
los hilos que te ataban a este mundo
pulsados por el canto silencioso
–no supe si tal vez los escucharas–

fue la continuidad tarea menos ardua
que excavar un pasadizo donde no
se te cerrara el mundo

ahora que he encontrado
el sitio sutilísimo
donde compartir con vos esas canciones
los libros los paisajes
que siguen sucediendo cada vez
que el tiempo que me toca se distancia
comprendo que la herida se ha cerrado
y en su lugar de vos me queda
esta sonrisa de cómplices por dentro

con su pequeño resplandor indestructible





De Fondo blanco, el andamio, San Juan, 2017.




























sábado, 2 de septiembre de 2017

Diego Brando




















3

Vierto el agua del jarro / y abro un camino en el césped. / Mi cara y la luna se reflejan / y surgen los pensamientos, / no es en vano el destello. / Mañana cuando salga el sol / y todo se haya secado / buscaré mi rostro / en la tierra seca. / En su memoria dejaré un lirio, / una invitación a la tormenta.








4

Estoy despierto y puedo ver / bajo la luz que ilumina el patio / el último brillo de las plantas. / El sol de mañana / se posará sobre las flores heladas / y luego se esconderá tras las nubes. / Hombre de trabajo, / tomo mis herramientas para la poda, / un largo día me espera. / Hasta que se prenda nuevamente la luz / hasta que brillen los cortes con elegancia.








9

Soy un hombre abandonado / en el fondo de un patio / dentro de los tapiales / que me contienen. / Muevo con mis manos / las ramas del naranjo / y cae la fruta madura / sobre el césped / con fuerza. / Una cosecha ejemplar / si no fuera / porque el sol se ha ido / y la tierra se ha puesto lúgubre. / Aún así, / tomo mis naranjas / y me pongo a resguardo / agradecido. / El viento de tormenta / surge allá afuera / y en mí / una inquietud: / de qué estoy hecho / y qué pretende de mí / la naturaleza. / Por lo pronto / resta esperar / que después de las heladas / la fruta sea más dulce.








10

La primera vez en el mar / me hundí en él / hasta el peligro. / Mientras me hacían señas / para que me acercara / o volviera / yo sonreía / con el agua al cuello, / los brazos en alto. / De esa temporada volví a salvo, / e incluso sobreviví / varios años. / Ahora me tapa la tierra / y no hay nadie en las costas. / Quedé en el mar / como en un reflejo.


(inéditos)






















sábado, 9 de abril de 2016

María Paula Alzugaray
























“La lucidez es la herida más cercana al sol”.
René CHAR


El ciego en el río
verano de 2011


Fuimos con mi hermana al río a que los chicos se bañen.
Me quedé embobada sobre el terraplén
oyendo gritar a un joven ciego

Tengan cuidado, vengan más para acá

que miraba hacia los ruidos de sus hermanos menores
peleándose con agua y riendo.

Tiresias era el lazarillo. El mediador sin vista.

Cerré los ojos y mastiqué los gajos de la mandarina
persiguiendo entrar en el olvido estético.
Anaranjadas chispas líquidas bebí
pretendiendo quitar transparencia a la situación.









Sobremesa

Sobra de conversaciones
que salpican, que nadie pidió como postre.
De recuerdos ablusados en hazañas cremosas,
fábulas elegidas porque sí, que nadie ordena.
¡Tanto espamento con las migas, che!

Gente que habla fuerte sobre platos saciados
que cree que sus cosas son necesarias de contarse,
que los demás no estamos en su escenografía.
Hablan, son atrevidos.

Se debe reír para tapar tanta pena, es domingo. Hablan.

Ajenos, lejanísimos hechos. Cuajados como leche con los ecos de fiestas mezcladas.
Carreras de zanjas de caballos de cosas compradas en Martínez y Cía. Ltda.,
de perejiles obesos, vinos dulces y Dios
que llega al campo en carreta
que lee la borra del café en terrazas no en tazas mal enjuagadas, desmultiplicadas.

Tremendas diapositivas, tremendos los perros conjeturales
que soltaban el hilo y se iban tras el costillar mascado.
Nada de perros tullidos para la conversa.

Ensayamos términos con qué cantar también, ah sí sí
al costado de las avispas y de alguna milonga.
Acá se muere de 90 años… quién enterrará a quién…”.
No es que se saqueen las palabras, hay otras… como tercerizar”, hablan.

Gamuza de color, la siesta dice: acá estoy.

Tal vez extrañaría la arena, los caracoles… quién sabe, los separó su madre…”
Lloraban sin comprender.
Lloraban de sobremesa.
Y también eufórico, el invitado cuando todos se fueron, volvió y me besó.









Las corpulentas


De buenas dicen cosita linda a la tevé.

¿Pero de qué modo son fuerza?

No alcanzan a cruzar los muslos
las amolda su propia forma precipitada,
recostadas en su sueño, manejan motos
cosechadas en cuerpos ocupados de paciencia,
de bancos atardecidos.

Minga del sudor de la noche en que dormimos la piel
y ese asunto de las mechas bordadas con yuyos;
carbonatos violeta a las patas,
panorámicos pollos asfixian: pormenores para desentenderse,
comen canciones en dormitorios floridos.
El día está pesado: ojo de bife alzando el macetón.
Redondas, laboriosas sin hartura.

Cuando la abeja va a la uva es que está a punto:
paqué salir, mejor espiar de la persiana.
Probablemente no alcanzaría
con desovar goce en bailes groseros.
Paqué saltar cascada, mejor hornear esponjadas harinas
quedarse en el valle de la cama
hacer callar lechuzas, cavar potes color fiesta.
La costumbre es su estadío original.

¿De qué modo?
Las corpulentas distinguen:
cualquier campana no es quimera.

El acabamiento: sus cuerpos a los canes.
La naturaleza no reconoce geografía.
¡Qué les importa!











“La hija del carancho anda aprendiendo a volar”.
Ricardo ZELARAYÁN

Brenda me llamo


Llegó agitadísima al Cine Diana del barrio del Sindicato de la Carne.
Como una enciclopedia del movimiento,
agitadísima cargando un bebé gordo que se prende a su pecho escurrido.
Categóricos 18, 19. Jovencita más liviana que su sombra.
Y con dos preadolescentes más, escuderos.
Ofrecimos asientos y agua.
No advertí, en el fragor que era ciega.

Brenda me llamo y vine porque me dijeron que acá puedo aprender carpintería,
yo quiero hacer algo por mí y por mi hijo”.

Tan abrumadora su fatiga, la respiración tensada,
el sobresalto para llegar, su flacura de laurel, tanto
que salí a perseguir un milagro a lo largo de la avenida,
fumé dándole vueltas a la idea de algo luminoso, sin sed,
un futuro sin astillas.