What do you think?
Rate this book
352 pages, Paperback
First published April 29, 2020
Some great insights into history and time but the fiction they are embedded is frustrating me to an extent I can't remember experiencing in a long time. I feel like I'm missing something important.
Novels and stories offer deceptive consolation about order and form. Someone is supposedly holding all the threads of the action, knowing the order and the outcome, which scene comes after which. A truly brave book, a brave and inconsolable book, would be one in which all stories, the happened and the unhappened, float around us in the primordial chaos, shouting and whispering, begging and sniggering, meeting and passing one another by in the darkness...
“No hay nada casual a día de hoy en esta avalancha de personas que han perdido la memoria… Están aquí para decirnos algo. Y, créeme, algún día, más pronto que tarde, muchos empezarán por sí solos a descender al pasado, a «perder la memoria por propia voluntad. Se avecinan tiempos en los que cada vez más personas desearán cobijarse en la cueva del pasado, volver atrás. Y no por buenas razones, precisamente. Debemos tener preparados los refugios antiaéreos del pasado. Llámalos «cronorrefugios», si lo prefieres, o «refugios históricos»”A medida que los años empiezan a ser muchos el presente se convierte, como apropiadamente dice el autor, en un país extra��o y el pasado en la patria de la que nos expulsaron y a la que la repatriación es ya imposible. En ocasiones ese pasado nos alcanza y nos conmueve a través de la luz de un atardecer, de un olor, de una palabra ya desusada, del nombre de un trineo que tuvimos de niño, del sabor de una magdalena, dejándonos más tristemente exiliados en este cada vez más incomprensible presente, preludio de un futuro aún más extraño e inhóspito. Será por eso que a los viejos les gusta contar historias del pasado, una forma de volver a un sitio en el que, malo o bueno, son jóvenes y no hay incertidumbre, pero también en la necesidad de inocular esas experiencias en los recuerdos de otros que los mantengan vivos un poquito más, que se conviertan en pruebas vivientes de que ellos han existido.
“Hay un monstruo que nos acecha a cada uno de nosotros. La muerte, dirán ustedes. Sí, sí, la muerte es su hermana. Pero la vejez es el monstruo”No puedo estar más de acuerdo. El infierno es la vejez, la incapacidad-Atila que va conquistando cada vez más terreno en el que no vuelve a crecer la hierba, el tachado continuo e imparable de posibilidades, la desacompasada marcha de mente y cuerpo, la desaparición de lugares y personas que se llevan consigo tu pasado (“se fue la última persona que me recordaba como un niño”).
“Vuelve pellejos tus pechos, torna las nalgas macilentas, te arquea la espalda y te llena de canas el cabello que ya empieza a ralear mientras hace brotar pelos de las orejas y te esparce lunares por el cuerpo, manchas en manos y cara, te hace balbucear sandeces o enmudecer, al fin chocho y senil, después de vaciarte los bolsillos de palabras. Hijo de puta. Llámalo tiempo, vida, vejez, da lo mismo, son todos de la misma banda. Idéntica escoria.”Y entre esas incapacidades terribles hay que destacar el deterioro cognitivo, la demencia senil y el alzheimer.
“Primero olvidas palabras sueltas, luego rostros, habitaciones, extravías el cuarto de baño en tu propia casa. Olvidas lo que has aprendido en la vida; de todos modos, no era mucho, muy pronto se desvanecerá con el resto. Luego, en la fase sombría, como la llamaba Gaustín, llegará el olvido de todo lo acumulado antes de que existieras, aquello que tu cuerpo sabía por naturaleza, sin ni siquiera sospecharlo... la mente olvidará hablar, la boca olvidará cómo masticar, la garganta olvidará cómo tragar”La narración continúa con la popularización de esos espacios estimulantes y placenteros entre la población sana; colectivos enteros, países enteros quieren volver a un pasado idealizado; se hicieron referéndums para elegir ese momento de felicidad colectiva que sustituyera la inseguridad del presente y, sobre todo, les proporcionara la seguridad de un futuro mejor.
“Cuanto más olvida una sociedad, tanto más alguien fabrica, vende y rellena con sucedáneos de memoria los nichos desocupados”Gospodínov recrea en su Bulgaria natal esa situación de proceso electoral (algo que a los no búlgaros nos pilla un poco lejos, aunque la vida comunista que reivindica uno de los grupos en liza se parece bastante a la vivida en España hace 50 o 60 años) y recorre buena parte de Europa donde los resultados de los distintos referéndums parecen constatar que la inocua nostalgia individual se hace muy peligrosa cuando es colectiva, que la corta memoria de muchos y el escaso esfuerzo de todos en mantener vivo el trágico recuerdo de nuestra negra historia en las nuevas generaciones coloca a estas en situación de repetir los mismos errores que sus padres y abuelos, que fuerzas con mucho poder e inteligencia para modelar voluntades están interesadas en que ciertos hechos se olviden, se minimicen o se tergiversen sin que al resto parezca preocuparles.
“Olvidar exige esfuerzo y trabajo. exige estar recordándote todo el tiempo que tienes que olvidar algo. Seguramente esa y no otra es la labor esencial de toda ideología.”El autor cita a Thomas Mann que, en los albores de la Primera Guerra Mundial, decía:
“¿Qué era lo que flotaba en el ambiente? Agresividad. Irritabilidad generalizada. Una desazón sin nombre. Una tendencia colectiva a los comentarios venenosos, a los arrebatos de ira, a la violencia casi física. Cada día estallaban grandes discusiones, gritos sin objeto ni medida entre individuos o entre grupos enteros…”¿Les suena? Pues eso.
“… mientras el fuego de la memoria siga ardiendo, uno tendrá la sartén por el mango; en cuanto empiece a apagarse, los aullidos irán en aumento y el cerco de las bestias se irá cerrando entorno. La manada del pasado”
At it's best, the novel reminded me of Kundera at his most playful, with it’s philosophical but humorous musings on many topics, complete with sub-headings.
However, if the novel is flawed, it is by comparison to Kundera, or indeed Gospodinov's own model, the Minotaur's labyrinth. Kundera's novels were famously intricately constructed, nary a word out of place, and so to was the labyrinth containing the Minotaur, the work of the master Daedalus. In contrast, at times it feels as if, in the Physics of Sorrow, Gospodinov has simply included anything of relevance (and sometimes irrelevance) that occurs to him, and the novel also wavers between autobiographical fictions and literary philosophy (and typically strongest when the latter).
And now I will hazard a second assertion, which is more disputable perhaps, to the effect that on or about December 1910 human character changed.
Q: Something, or rather someone, else who has been consistently appearing throughout your books is Gaustine, both as a character and an alter ego. Could you tell me more about him and the process of inventing him?
A: He appeared first in my poetry—most of the recurrent features in my work do. I wanted to begin a poem with an epigraph that I did not want to sign myself, so I had to make up a character and came up with Gaustine, a troubadour from the thirteenth century. The epigraph was three lines, something like: “The troubadour was created by the woman, I can say it again, she invented the inventor.” After the book was published, I remember running into my ancient Greek literature professor—the best in his field—in front of the National Library and he told me, almost guiltily, “All afternoon I’ve been searching for this Gaustine in the library archives and there are no sources whatsoever about him.” Which was a very nice compliment. So Gaustine just went ahead and found his way, appearing in different forms.
I don’t remember anymore whether I thought up Gaustine or he thought me up. Was there really such a clinic of the past, or was it just an idea, a note in a notebook, a scrap of newspaper I randomly came across? And whether this whole business about the coming of the past has already happened or whether it will start from tomorrow…So the first part takes place in this kind of Gaustine’s clinic in Switzerland (there is a subtle hint to Thomas Mann’s The Magic Mountain). As one of my parents died with dementia, I was hesitant whether to continue reading but decided to take a chance and I have no regrets. There must be a kind soul in Gospodinov the person, besides a remarkable talent in G. the writer, because he handled it ever so gently and the stories of those who stayed in Gaustine’s “the world’s first clinic for the past” felt like a deja vu in waiting. While sad and painful, there is such a humanity in the way that he handles the issues of dementia and Alzheimer’s disease that it brings a renewed appreciation of the world inhabiting the mind of the loved ones when their distant past perseveres in the fog of recent memories. The kind of individual stories that G. shares are poignant, but he also infuses them with politics and a dash of humor (all in good taste).