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24 de diciembre de 2011
Feliz Navidad
Queridos amigos seguidores de este blog
Lo propio en esta fecha sería incrustar una imagen con abetos nevados, renos y campanillas o bien una imagen sacra recordando el Misterio: haría así lo que se espera de mí.
El corazón sin embargo me pide otra cosa: una madre, con un niño en brazos, que no pudiendo pagar la hipoteca ve como sus cosas, escasas posesiones, se van amontonando en la acera. O quizá una pequeña hoguera encendida en una habitación ametrallada de esa casa reventada de Trípoli, en la que tres soldados calientan un té. O mejor quizá esa cooperante de Médicos sin Fronteras que en Somalia ayuda a una desnutrida y exangüe parturienta. Pero no, eso tampoco va con mi estilo y aunque las imágenes me laceren intento sobreponerme y creer en nuevos horizontes.
Por fin vence la sobriedad, la sencilla belleza de unas flores que se ofrecían por igual a todos los que pasaban por aquel camino del valle de Ricote. Una flores que no distinguen entre ricos y pobres, entre afligidos y exultantes, entre vencedores y vencidos. Flores que son un símbolo de sencillez, de confianza, sabiendo que tienen que cubrir un ciclo de vida siendo lo que son: hermosas y ofrecidas.
Con ellas, para todos, con sencillez, Feliz Navidad
6 de septiembre de 2011
Playa de los locos
El sol, como una bola de fuego se va apagando mientras se hunde lentamente en un mar tranquilo con olas de plata. Los surfistas, pacientes, agazapados sobre sus tablas, aguardan la ola, esa ola que esperan vencer y cabalgar haciendo piruetas hasta la orilla. El atardecer es denso, silencioso excepto por el continuo y sosegado murmullo de la marea que está llegando a su pleamar. El acantilado ha perdido su verdor, oscuro y amenazante parece aumentar la lejanía de la estrecha franja de playa que aún no ha sido conquistada por las olas. Los escasos transeúntes se han parado, miran fijamente hacia el horizonte, sacan sus cámaras y guardan silencio; un silencio que parece una invocación suplicante al astro que ahora se esconde. Pequeñas gaviotas, pasan rozando las aguas que por momentos se tiñen de bronce y oro. Ellas tampoco hacen ruido pero no parecen estar buscando comida. Se diría que juegan a mojar sus patitas para ver si, como el mar, se pintan de oro.
Contemplo este paisaje y un torbellino de emociones, de nostalgias, de otros atardeceres se agolpan en mi mente. No trato de evitarlo, pero como las olas que resbalan sobre la roca, dejo que se vayan amansando, ordenando, callando. No desaparecen del todo pero ya no duelen, sólo queda una leve quemazón, que se vuele familiar. Envidio la constancia de los surfistas, su inmensa paciencia, es esfuerzo para mantenerse a flote y al acecho por si llega la ola, por si esta vez logran subirse a ella y gozar del placer de un instante glorioso que, para ellos, como para las gaviotas se ha vuelte de oro.
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