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crítica, pensamiento,mundo cultural, ensayo, producción narrativa y poesia, artes escénicas.
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Escuchó ruidos en el patio. Le extrañó que no ladrara el perro. Sintió
nítidos -silbándole los oídos- tres disparos secos. Se levantó a tientas de la
cama, y en el patio se tropezó con su propio cadáver, y la magnum aún humeante
en la mano
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¿Me acompañas amor, a una fiesta de
máscaras, la noche de brujas? Él parecía no escucharla, pues siguió bebiendo su
cerveza, ahí en la barra , atento a la canción que Fito Páez cantaba en la pantalla gigante: "Estas
en el club Calavera /En el refugio Monteagudo te abrazan con el corazón/ Fui a
cantar una noche con el piano /Y un cartel escrito con dolor decía que la calle
no es un buen lugar/ Para vivir, mucho menos para morir/ Transmítelo,
transmítelo /"
-Amor, ¿me escuchaste? -
-Claro que te escuché, y tú ya sabes lo
que pienso al respecto. Esa fiestecita gringa no me entusiasma ni un poquito.
-Pues voy a ir de todos modos -le enfatiza
la mujer, con un brote de lágrima-Los amigos de la empresa vamos a montar una
comparsa parodia de la muerte.
-Ve tranquila a tu fiesta de brujas - le
dijo tiernamente. Yo prefiero el bar. Aquí se dan situaciones, que bien valen la
pena para un buen reportaje de la noche (asomó su alma de periodista)- Le dio
un beso. Salieron a la Gran avenida, y tomaron sendos taxis que, los llevarían
a sus apartamentos.
El primero de noviembre, El tabloide, estremecía la tranquilidad de la Gran avenida con la nefasta noticia: "Joven periodista, baleado a la entrada de bar La treinta, la noche de brujas, por una comparsa de la muerte.
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La
calle era larga y estrecha, de casas con balcones de madera taraceada, que casi
se besaban. Los andenes tan altos, que prefirió caminar por un suelo de piedras
redondas que le maltrataban la planta de los pies, a pesar de los acolchados
tenis. Hacía calor. Sacó un pañuelo rojo
y se secó el sudor de la tarde de un sol abrasador.
Le
habían dicho, "el hombre vive en la última casa del callejón, no hay
pierde. Es la única que no tiene balcón, ahí termina la calle". La
puerta estaba abierta de par en par. Palpó la pistola en la pretina.. Pensó en
su padre, muerto a mansalva por el hombre que buscaba. Traspasó un largo zaguán,
en el fondo, en un patio sin plantas, estaba el hombre tendido en una hamaca,
escuchando tangos que salían de uno de los cuartos. y sintió por primera vez miedo, un miedo
cerval, que no había sentido desde que
andaba buscando al hombre, por cielo y tierra, para matarlo.
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Sé que te quedaste mirándome, como
quien escarba en la mirada del otro indicios o señales que te digan que es a
quién recuerdas o buscas, después de esos avatares que llevan a desjuntar el
amor, como decías cuando parejas amigas tuyas, se distanciaban. Creo que cada
uno, por ese pacto de no invadir los espacios del otro, nos fuimos llenando de
razones para separarnos sin heridas. Ahora estabas ahí, al otro lado de la
calle misma, donde hubo la emoción del primer beso, después de una noche de
copas y canciones de Sabina. El bar ya no estaba, pero creo que como yo
recordaste la canción, "Sentados en corro/ merendábamos besos y porros/y
las horas pasaban de prisa/ entre el humo y la risa", porque se te
ensombreció la cara, pero no el corazón, pues seguiste adelante.
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La mujer lo vio tras el amplio ventanal
de vidrio del bar. Le había llamado la atención, la frase rotunda de alguien
adentro, desafiante, "todos me valen verga". Era el mismo hombre, que
tiempo atrás, con su pinta de actor de
cine de Hollywood, le pintó pajaritos de
oro, si se casaba con él, condenándola a la miseria y el fracaso, mientras él,
se daba con su fortuna esa vida que
tanto le gustaba de putas glamurosas,
casinos de lavaderos de narcos, y tragos
en los bares más caros de la ciudad portuaria . Ella, hubiera querido que la
bala que le destapó los sesos, no hubiera sido para él, de pronto para el
barman, o algún desprevenido bebedor. Ahora muerto, cómo alimentar el odio, si
odiarle era la razón de su vida
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