Hay algo de oasis hundido en nuestras miserias
un remanente del dolor que ya no soportamos y que intenta
dar luz.
Una búsqueda de la rabia y la tensión
tremendamente futura,
en las cuerdas flojas de las que pendemos.
Buscando el arreglo, la coartada
en el atlas de nuestros cuerpos
y en los sentimientos pornográficos con que nos laten las
arterias.
Nos colocamos frente al abismo porque el vértigo nos hace
vivos
cuando desvencijados,
éramos sólo cansancio y apretar de mandíbulas.
Destruimos burladeros,
abandonados y quebrados ídolos de terracota.
Manoseamos esta conmoción que heredamos forzosamente
e inventamos un lenguaje propio cargado de plomo
con las muescas que nos dejan los recuerdos.
Y de repente la vida, embudo diabólico, que nos nubla en
plano cenital
y nos muestra la cúspide del deseo que se toca con los ojos.
Y después la alquimia de la noche
que con los mimbres sedientos de la memoria
dicta el resto.
Invoco tu verbo y lo elevo
en la más bella genuflexión.
Ser el alcantarillado de lo nunca hermoso
Ser la arista que nos crece eternamente por dentro
Que aquí hay un torrente
Que aquí hay un enfermo
Que aquí el cerco de las palabras
nos finge invencibles y sin espinas
cuando tragamos derrota y estamos terriblemente indefensos.
Porque engendramos belleza en el pánico
y lo sabes,
porque si yo fuera un nocturno que te recoge en la madrugada
todo sería dulce, y lo sabes,
porque un rojo atardecer puede camuflar nuestras sangres
y lo sabes,
pero siempre hay una noche más dura
en la que nos necesitamos.
Lo sabes.