Poco se ha dicho de Pedro Pineda, y poco se puede decir, aunque a su cargo estuviera editar el texto del primer Quijote cuya forma editorial trató de expresar el creciente prestigio que la obra de Cervantes iba adquiriendo en las letras europeas. Es sabido que ese proyecto se gesta en Inglaterra, que ve la luz en 1738 en la casa editorial de Jacob y Richard Tonson, y que es una evidencia más de la presencia de Cervantes en la literatura inglesa del siglo XVIII, tan obvia en Fielding, Sterne o Smollett. Todavía en aquel tiempo las mejores ediciones en español seguían siendo las flamencas en octavo, y el Quijote de la Academia impreso por Ibarra, -que es de hecho el equivalente hispánico de esa edición-, llegaría varias décadas después. Consecuencia curiosa del prestigio creciente de la obra de Cervantes es la lectura atenta que empezó a merecer el escrutinio de la biblioteca de don Quijote. A ella se debe a veces una cierta confusión entre los juicios estéticos del autor y los libros que Pero Pérez, el cura del lugar, salvaba de la hoguera. En ocasiones esa lectura derivó en una cierta fortuna editorial. Que en 1778 Antonio de Sancha reeditase la Diana enamorada de Gil Polo, o que en 1804 la Real Academia dedicase uno de los primeros experimentos de la estereotipia en España al Aminta de Jaúregui no son probablemente hechos ajenos a ella, pero quien sin duda la tuvo en cuenta fue Pedro Pineda cuando se decidió a editar en 1740 Los diez libros de Fortuna de Amor, de Antonio de Lo Frasso.
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martes, 15 de enero de 2013
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