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sábado, 20 de febrero de 2010

Súper Porno

En el futuro tus deseos serán virtuales” leemos en los minutos iniciales de X1 (al menos de su trailer), presentada como la primera película porno en 3D (sí, sí, aquel viejo sueño de Tinto Brass) que se estrenará oficialmente el 18 de marzo próximo.

¿Virtuales? ¿Qué quiere decir que un deseo es virtual? Por lo menos no parece serlo para el pastor ugandés que proyectó una película porno gay en un oficio religioso a modo de denuncia. “¡Esto es el pecado! ¡Esto es lo que sucederá delante de sus ojos si no se persigue a estos degenerados!” Toda esta semana centenares de blogs replicaron la noticia. Parece que para el pastor con el enunciado no bastaba, no era suficiente: las imágenes funcionaban (en su cabeza) como una prueba, como un documento.

Hasta no hace mucho, el porno era una industria con sus elementos (su orden de producción) perfectamente distribuidos: en los últimos años la ecuación se fue modificando radicalmente. No es que se haya virtualizado (o re-virtualizado), sino que el porno no sucede en el mismo sitio ni del mismo modo. ¿Qué sucede con algo tan central como el casting en una plataforma como CAM 4?

¿Qué sucede con el director? ¡Incluso con la programación! Rebobinemos ¿CAM 4 es porno?
Por lo pronto, disputa a los espectadores-porno. ¿O acaso el motor del porno no radica en el deseo de los espectadores?

Por otra parte ¿qué sucede con el tiempo? Las imágenes del porno siempre funcionaban en un relato pretérito (una serie de escenas de sexo ya filmadas). Pero CAM 4 es ¡en tiempo real! Espectador y espectado experimentan un mismo momento ¿en lugares distintos?

Veamos. Existen análisis (fuimos recolectando varios el los últimos días) que afirman que Second Life se transformó definitivamente por su megaoferta sexual. La gran red social 3D se transformó, para muchos, en el gran juego de sexo virtual. Leemos:

“La industria del porno fue, precisamente, parte de la causa del progresivo deterioro del proyecto. En un mundo virtual donde se podía montar un espectáculo abiertamente explícito casi en plena calle y dónde las ofertas de dudosa catadura convivían con las serias, las empresas preocupadas por su imagen comenzaron a cerrar sus sedes online. En 2008, Linden cambió de manos y el nuevo presidente de la compañía, Marc Kingdon, decidió llevar todos los negocios con contenido para adultos a un nuevo continente llamado Zindra, cuyo acceso está prohibido a los menores de 18 años.”

Quizás el pastor ugandés tuviera razón en este sentido: el porno ya no permanece en el mismo sitio ¿o somos nosotros los que ya no pertenecemos del mismo modo a un lugar específico? Me escribe Napoleón B. :

“Cuando tu novia, amante o amiga vive en otro continente, a miles y miles de kilómetros, y sin embargo está a tu lado en el metaverso, cuando tenemos sexo por medio de nuestros avatares mientras nuestros cuerpos se encuentran tan lejos ¿es el deseo el que se virtualiza o solamente el contexto el que ya no nos interpela del mismo modo?”.

Si el espacio público puede ser intervenido pornográficamente por un hacker (cuando, hace muy poco, se produjo en Moscú ese fabuloso atasco debido a la repentina proyección de escenas porno en una pantalla publicitaria no fueron pocos los que hablaron de porno público), también la intimidad hace mucho que está distribuida de otro modo.

Si CAM 4 es una plataforma de canales públicos, en Chile, el ahora célebre Sandro montó su pyme con un equipo casero y en su propio living. Ponelo.cl es un portal de negocios que, como venimos viendo y como tantos otros, afecta radicalmente las estéticas y los alcances de lo que entendemos por porno.

¿Acaso Bruna Surfistinha no se convirtió en un best seller de la era 2.0? Hoy día, entender la cambiante lógica de las redes –no sólo la dinámica de la web, sino más bien los efectos unplugged de esta dinámica- es un objeto cultural capital. Parece increíble, pero aún existen quienes se siguen resistiendo a aceptar que pasamos una increíble cantidad de horas de nuestras vidas interactuando por medio de la web.

¿O acaso que un chef con Anthony Bourdain promocione sus “comidas porno” no es un síntoma de lo que sugiero? El dúo italiano Il Genio lo expresó del modo más directo que conocemos: lo nuestro (lo de todos) no es más que Pop Porno.

viernes, 22 de enero de 2010

Mega Porno

Más porno alien, más porno avatar: la arrasadora película de James Cameron ya tiene su versión XXX en marcha. No hay más que pasearse un poco por la blogósfera: ¡hay quienes ya se lamentan porque no será en 3D!

La productora Hulster a sugerido un título: “This Aint Avatar XXX”. Seguimos observando como crece una tradición trash: el merchandising más extremo y más obvio de las superproducciones de Hollywood es… cine paródico. Aunque bien ¿cuál es la parodia? ¿No deberíamos hablar de mimetismo obsceno?

Sigo creyendo que tanto el porno como el trash (escorzos del mismo objeto) resultan el ejemplo más acabado del estado de las estéticas que definen nuestra época (un tiempo mediado por la web). Abdican de “lo novedoso”, asumen sin pudores su cualidad de producto, funcionan como una representación de la representación (Baudrillard: continuamos rumiando –lo admitamos o no- tus hipótesis sobre la sobreexpansión del simulacro).

Antiguo seguir hablando de la “muerte del autor”. Un concepto que pertenece a otros tiempos.

Hace rato que un autor no es mas que un clon de otro clon de otro clon. La diferencia sólo es una variable de la repetición.
El pornotrash (tautología pura) es viral. Replica, expande. El porno es información (visual, económica, corporal). ¿Quieren estadísticas? No pierdan un segundo más: hagan clic acá. No se pierdan este video. Las encuestas son pura estética: pornografía deificada.

Dije: porno avatar. Sexo software: el erotismo como gadget.
Hoy por hoy: ¿Existe algo más mecánico, robótico, que la representación de sexo avatar? Cuerpos que repiten una acción como si fueran juguetes de cuerda. Al Marqués de Sade sin dudas le divertiría esta culminación digital de los eternos autómatas.

Escuchaba en Second Life, donde proliferan las versiones del planeta Pandora (¡avatares de avatares!): los adictos al sexo del Metaverso buscan y exigen, cada vez más, animaciones de mayor complejidad.

Si el cuerpo se digitaliza ¿cuál es la frontera? ¿Cuál será el verosímil?
¿Cómo afectan los imaginarios de tratamiento digital a nuestras sensaciones?
Hace un siglo atrás, el mandato de la ideología del progreso comenzaba a empujar a las artes visuales en la aventura de la no figuración, de la no representación.
Nuestra época es la pesadilla de Platón: experimentamos la representación a la enésima potencia.
Mega Porno.

Hace cuarenta años, en su célebre Theatrum Philosophicum, Foucault arengaba: “Invertir el platonismo ¿qué filosofía no lo ha intentado? ¿Y si definiésemos, en última instancia, como filosofía cualquier empresa encaminada a invertir el platonismo?

A más de un cuarto de siglo de fallecido el pensador galo, no vivimos en ningún status quo que el enunciado. Imposible arqueologizar algo que se antoje como original. La pornografía y el trash están más allá de la parodia: la absorbieron de tal modo, tanto la estilizaron (en su brutalidad) y la distorsionaron, que nos resulta sumamente dificultoso establecer la diferencia.

¿Cómo acercarnos teóricamente a estas coordenadas?
¿Cómo encarnar la situación? ¿No es finalmente la maquinaria pop la que se pone, una vez más, en juego?

Leemos en el impecable Furia & Clase, de LDF (Luis Diego Fernández):

“Estoy seguro que Gwen Stefani estaba chequeando The Superficial cuando una casta algo insólita (e irregularmente, filosofal) de pornógrafos se dio cita en el mismo lugar en el que se encontraba la diva pop. A saber, sin órdenes particulares: Michael Ninn –pornógrafo fashion-, Bruce La Bruce –pornógrafo gay y punk-, es decir, queercore-, Tanya Hyde –pornógrafa fetish- y Jules Jordan –pornógrafo gonzo, californiano, ass adict-. También, por cierto, otros pornies más cult, como Georges Bataille, Leopold Von Sacher Masoch o hasta el propio divino marqués (de Sade, obvio). Por el corredor lateral, donde desfilan las musas inasibles pero, radicalmente, carnales, aparecían figuras y seres de “poca definición”.

El estilo de LDF atrapa a la perfección el clima de lo que intento describir (brillante la cita a Merovingian y Perséfone; cuestión de gustos, mi imaginación me lleva más al desparpajo de Lady Gaga –sensualidad trash de la nueva década- que a la proliferante Gwen).

En la era web, el porno lo invade todo: en ella (parafraseando a Gombrowicz) no existe pensamiento que no sea porno.

lunes, 20 de julio de 2009

Psicópatas en software

Sobre los neópatas y la criminalidad anfibia

Pensemos en un Norman Bates o bien en Patrick Bateman, en todo lo que puede representar la distancia que nos lleva de Psycho a American Psycho. Demos un giro y proyectemos por un momento las psicopatías de ambos en la web.

Bates y Bateman (nombres donde las letras parecen tantear la identidad secreta de Bruce Wayne/Bruno Díaz, el encapotado de Ciudad Gótica) cumplían su destino del Doctor Jekyll y Mister Hyde en un mismo contexto, sólo separados por unas pocas décadas y la distancia en millas entre el Hotel Bates donde residía en primero y la sede de la firma de inversión Pierce & Pierce donde el segundo trabajaba como vicepresidente del departamento de fusiones y adquisiciones.

Pero ¿y si ambos hubieran decidido que el mejor sitio para asesinar no era el mundo físico sino… un mundo virtual?

Hace unos años, cuando le comentaba a un amigo periodista y escritor, mis primeras incursiones por Second Life lo primero que me consultó fue “¿podés asesinar? Si todo sucede en un contexto de ficción ¿no es lo mejor llevar estas posibilidades al límite?

¿Para qué otra cosa nos sirve la ficción?


¿las conductas antisociales están penadas? La verdad es que lo único que me tienta de entrar a Second Life es poder convertirme en un archicriminal y comenzar masacrando a todos los que se me crucen”.

Hace un tiempo comenzó a circular por la red el término neópata. Carlos Cabezas López lo definió así:

“Para comenzar a hablar de la inserción criminal dentro de Internet, también hay que hacerlo del perfil primario de este inconveniente: el neópata. Básicamente, la neopatía es una forma de definir a aquellas personas que utilizan la red para expresar su agresividad, tensiones, trastornos neuróticos, trastornos psicóticos, esquizofrenias, delirios o cualquiera otra cuestión que pudiera ser proyectada a través de la red.”

¿Crímenes imaginarios, como los definió alguna vez desde el título de una de sus novelas Patricia Highsmith? No en todos los casos.

Porque muy diferente es experimentar con las psicopatías en el anonimato de la red (y pienso en los grupos de avatares asesinos en un metaverso, donde el componente de ficción puede ser casi total) a utilizar psicopáticamente internet con fines criminales.

Ya no estaríamos frente a crímenes imaginarios sino frente a crímenes anfibios.

“¿Y cuáles son sus actos habituales y medios disponibles? Todos los que vienen implícitamente ligados a Internet. Seleccionar víctimas para violaciones a través de redes sociales, lo que además les permite hacer un estudio previo de la víctima;

emplear esa enorme cadena de televisión global y al alcance de cualquiera que es YouTube para difundir “hazañas” tales como golpear a un inmigrante, humillar a un compañero de colegio o realizar actos vandálicos en el metro; optan por difamar u ofrecer sexo haciéndose pasar por terceras personas a través de portales de anuncios o foros; cometen delitos informáticos creyendo ser experimentados hackers; lanzan insultos y amenazas de muerte amparados en el pseudo-anonimato que ofrece la red. Así, hasta llegar a anunciar masacres en el mencionado YouTube, que ya ha sido testigo de varios casos de estas características.” (C.C.L.)

La mayor diferencia es ¿de qué forma aparece implicado el cuerpo físico? ¿cómo y por qué puede ser vulnerable? ¿Y de qué especie puede propagarse el daño psíquico?

Donna Haraway señaló las particularidades del devenir cyborg: la tecnología ya no es algo por fuera de nosotros, sino que modela y participa activamente de la definición de las conductas y la sociabilidad humana. Sin llegar al extremo de la distopía boteriana de Wall-E de Pixar, con una humanidad de obesos manipulados por máquinas, lo cierto es que cuando la tecnología falla no sólo altera nuestro humor sino que trastorna un sinfín de decisiones cotidianas.

Vivimos en una época de crímenes digitales.

Ya me referí al profuso abanico violentaiment. Claro que existe una diferencia abismal entre Cho Seung-Sui, Pekka Eric-Auvinen, Matti Juhani Saari y quien sólo fantasea y juega a ser un criminal en la web, pero ¿qué sucede cuando los límites y repartos entre ficción y no ficción se vuelven más erráticos?

"Más allá de la ficción, estadísticamente hablando, un uno por ciento de la población total padece psicopatía. Eso quiere decir que durante tu vida te has relacionado y te vas tener que relacionar con un par de ellos." (F. Plaza).

viernes, 10 de julio de 2009

Porno total

¿Evolución del porno?

Es una sensación extraña y por momentos bastante contradictoria: mientras aumentan las quejas por el default narrativo del género (caída en la que muchos diagnostican su decadencia), en su ¿antítesis? la dimensión porno exhortada por Baudrillard (ese obsceno éxtasis de la información y la comunicación, “pornografía de los circuitos y las redes, de las funciones y objetos en su legibilidad, fluidez y disponibilidad”) no deja de sobredimensionarse.

¿Dije antítesis? No, no se trata de dialéctica. Sino de planos contiguos que se intermodifican sin pausa.

Porno y Tecnología: la multiplicación del malestar en la cultura.
El peor reflejo es responder con ironía, cinismo o (falsa) perplejidad.
El Apocalipsis, mis queridos, pasó de moda.

Es evidente, el porno evoluciona y muta, pero ¿de qué modo? ¿Cuál es su dinámica? ¿Cómo avanza en una época en la que la cultura parece centrifugarse cada vez más en su batalla contra o a favor del entretenimiento?

¿Qué relaciones establecen en este escenario las formas de definirse del porno y sus contexto?

Observemos el escenario: por lo pronto proliferan en la web sinopsis de la progresión pornotecnológica (el porno de la tecnología y la tecnología del porno, yin y yang), simultáneamente a las voces de alarma por el colapso de las redes 3G en Japón debido a las descargas de películas condicionadas.
¡Pero si Alex de la Iglesia, inminente académico, también baja películas porno!
Menos aún debería sorprender que celebradísimas pornostars incursionen en la escritura twitter.

Porno cada vez más como sinónimo de ubicuo. Hoy mismo, abriendo el portal de Youtube nos encontramos con una entrevista de la estrella pop Lady GaGa en Malaga promocionándose desde la imaginería porno, la misma que Kevin Smith transforma en comedia con su última producción ¿Hacemos una porno? (Zach and Miri Make a Porno).

Insistamos con Baudrillard: caminamos por lo que quedó después de la orgía.

Pornografía es el nombre que le dieron a esa zona extraña en que el caos subsiste en el interior del orden” (Walter Kendrick). La cita fue utilizada por el antropólogo Bernard Arcand, para introducirnos en un ejercicio de coordenadas en este caos que precipitadamente se debora lo que quedaba de orden.

Es posible contar el nacimiento de la pornografía de al menos dos maneras que no son históricamente del todo concordantes. Se la puede tratar como una etiqueta, es decir como un reconocimiento social, y hacer la historia del uso de la palabra, o definir las características principales del fenómeno para luego situar su emergencia”.

En un caso y otro ¿no estamos frente a un mapeo de las diferentes configuraciones de dos términos-continente como intimidad e información?

En un posteo anterior husmeamos en las “definiciones activas” sobre el porno en el trabajo teórico y en las prácticas militantes: una vez más, la era de los imparables prefijos. Del post-porno al cyber-porno y de ellos al trans-porno.
No es este el momento de realizar una genealogía cultural de la palabra porno.

Tampoco sobre el soporte, aunque quizás, si de genealogías se trata, no serían inadecuadas unas palabras sobre El Satario, presuntamente la primera película porno de la historia –circa 1908- filmada en Quilmes, así como la cruzada para impedir las bajadas porno en los iPhones. Pero lo dejo para otro momento. Quiero centrarme, con unas pocas líneas, en otro escorzo.

Primero, el porno se resemantiza. Wikipedia, recopilando materiales de la web, nos aporta nuevos materiales sobre la estratégica biografía de la pornostar existencialista Sasha Grey, que rebasa por completo el control de identidad:

“En mayo de 2006, Grey se mudó a Los Ángeles y comenzó su carrera en películas para adultos justo después de cumplir 18 años. Originalmente ella barajó el nombre Anna Karina (el nombre de la ex esposa de Jean-Luc Godard) antes de decidirse por su actual nombre artístico.

Ella declaró que el nombre "Sasha" fue tomado por Sascha Konietzko del grupo KMFDM, mientras que "Grey" representa la novela de Oscar Wilde El retrato de Dorian Gray y la escala de Kinsey de la sexualidad.”
¿Teoría artística en el porno a los 18 años?
En el número 14 de la revista Otra Parte, Pablo Schanton analizó las tácticas de construcción de la identidad pop de Bob Dylan a Britney Spears ¿estos ejemplos no tienen un regusto ingenuo frente a la alambicada reconfiguración porno de Grey? Hasta parecería cándido insistir en que Francis Ford Coppola también incursionó tempranamente en el género.

Vivimos en tiempos definidos por las Online Communities (Brea dixit). Si las estrellas porno de última generación proponen mediante un complejo constructo, también los usuarios de mundos virtuales manipulan el porno jugando con imaginarios propios de la ciencia ficción más arty.

En otra ocasión escribí sobre un proyecto inscripto en Second Life como Space Colony Necronom IV: el porno según H. R. Giger manipulado por usuarios del metaverso. ¿Cómo definir esta experiencia pornográfica en red con cuerpos de diseño y citas eruditas que ya tiene su no módica tradición?

¿No resulta por lo menos inconveniente –por no decir desfasado- referirnos a la pornografía sin tomar nota sobre cómo el obsceno éxtasis de la información reconfigura los modos en los que entendemos la identidad?

Nunca como ahora el porno anfibio nos dispara tantos ejemplos inexcusables.

martes, 30 de junio de 2009

Pasados autoremixados

¿Deberíamos decir que la modernidad se autoinflingió un hara-kiri o un seppuku? ¿Fue un final alto o vulgar?

El reencantamiento del mundo, de Michel Maffesoli, hace semanas que es mi libro de cabecera. Y no puedo sino preguntarme ¿la proliferación de las redes es parte de ese reencantamiento?
¿Debemos hablar de razón informática o mejor de remitologización digital?

Décadas y décadas persiguiendo un síntoma.
“Un elemento responsable de profundas metamorfosis en toda nuestra manera de visualizar el mundo exterior, tanto desde un punto de vista perceptivo como estético, es el movimiento. Pero ¿qué es lo que distingue al movimiento actual del de siempre?

(…) Mientras el movimiento del hombre, de las cosas y de los demás organismos vivientes podía ser remitido a ritmos esenciales de la naturaleza: años, meses, días, latidos del corazón, respiración, mareas, etc, el transcurrir del tiempo era entendido, evidentemente, como sincrónico con la naturaleza misma.

(…) Actualmente, desde el comienzo de la llamada era tecnológica, la velocidad está en la base de gran parte de nuestra vida de relación”. (Gillo Dorfles, Metamorfosis de la temporalidad: velocidad y consumo, 1965).

Pero no es sólo que el tiempo (nuestra percepción temporal) se modifica por aceleración, sino más exactamente por multiplicación de conexiones.

Cada punto atravesado por miles de líneas.

Ni más ni menos que un efecto cotidiano: en la web el tiempo se licua (incluso se centrifuga) con demasiada frecuencia. A todos nos sucede.
Sin proponérmelo me encuentro en la web (en páginas casuales, blogs, en Facebook) con amigos de tiempos que se me antojan remotos, a los que había perdido la pista hace décadas. Incluso amigos de amigos, muchos que conocí fugazmente hace décadas y ahora reaparecen con todas las marcas de los días transcurridos: con su súbita presencia se acumulan decenas y decenas de historias que no conocí en su oportunidad.

Y es que Internet es (también) un pasado de pasados, un remix de pretéritos probables a los que les perdimos en algún momento el rastro.

Ya nadie desaparece. Nuestro presente se vuelve gigantesco, porque en él desembocan tantos otros pasados que ni siquiera pedimos reinterceptar.

Es ridículo, pero hay quienes creen que cybercultura implica sólo el permanecer hipnotizados por el último programa que el mercado promociona histéricamente, y consecutivamente desatender los efectos colaterales que la interacción digital provoca, relegándola a una supuestamente ociosa teoría sobre subjetividades.

Mientras tanto, insisto, la web nos descubre pasados y pasados y pasados a los que no teníamos acceso. Los videos que no vimos en su momento (¿acaso Youtube no es una máquina del tiempo?), textos a los que no tuvimos acceso y ahí están, discos y discos que en su oportunidad vimos pasar de largo.

Octavio Paz solía decir que “memoria es presente continuo”. El tiempo de la red también se vive, que duda cabe, como presente continuo, como pasado invasivo.

Vuelve a rondarme la intriga ¿cuál es el tiempo de los relatos de mi adorado Alberto Savinio? ¿No es una suerte de superposición gloriosa de tantos pasados? Cuando ingresé por primera vez a Second Life experimente exactamente esa saturada sensación. No era un videojuego (no estaba manipulando una subjetividad-Lara Croft, por ejemplo), sino que estaba entregándome a un tiempo digital de sociabilidad en el que se amontonaban imaginarios de épocas por demás diversas. Comarcas-burbujas de tiempo conviviendo –medioevos, galaxias lejanas, presentes imposibles- en un gran rompecabezas virtual. Un diseño de existencia digital friccionándose indefectiblemente con otros.

En su prólogo-relato-justificación titulado “Recuerdos inventados”, introducción a su homónima autoantología de relatos, Vila-Matas hace referencia al tablón de mensajes en el Peter’s bar de Horta, en las Azores.

Del tablón de madera del Peter’s penden notas, telegramas, cartas a la espera de que alguien venga a reclamarlas.”
La web explota de este tipo de rastros. ¡Así finalmente conocí a Saurio, en la red, después de haber seguido su fanzine Wo Sut a principios de los ochenta!
Cada una de las notas del tablón nos tocan. Se refieren a un momento que nuestras vidas esquivaron.
¿O acaso no encontraste en Facebook a aquella o aquel que ya había desaparecido para siempre?


Huellas linkeadas con otras tantas interminables huellas. Trivias descomunales, infinitas.
También vivimos en todas esas historias que en su momento no vivimos.

Todos los que fuiste. Todos los que no fuiste.
Todos los que jamás te imaginabas que podrías haber sido.

jueves, 16 de abril de 2009

Demoníaca

No estamos saturados: somos saturación.
Con Anla Courtis y otros amigos exploramos hace meses uno de los desiertos más extensos de Second Life. En una de los grandes depresiones de arena, los avatares acoplaban.

La cercanía de los cuerpos virtuales (esas representaciones gráficas antropomórficas) generaba estáticas de lo más intensas. Los mismos cuerpos distorsionaban.
Algo que a My Bloody Valentine, los hermanos Reid o a Sonic Youth les encantaría.

Uso esta imagen como ejemplo: el contexto satura en nosotros, tanto como nos fuimos convirtiendo en saturadores de contextos. Y el proceso está muy lejos de su fin. Si sigo insistiendo en la necesidad poetizar la infoxicación no es por otra razón que resulta cada vez más evidente que nuestros modos perceptivos son vehículos de la saturación.

Todo lo que llamamos (por facilidad, pereza o desconcierto) “estético” se encuentra saturado. Pensemos solamente en el conocimiento artístico.

Incluso en la época de las neovanguardias (esa franja que alertó a Peter Bürger) con cincuenta nombres propios construías un atendible panorama. Hoy podríamos multiplicar esta cifra por diez y seguiría sorprendiéndonos todo lo fabuloso que tenemos que excluir.

Cada vez existe menos decantación, poseemos menos herramientas para lograrla. La información no se concentra ni se sintetiza (no se compacta) sino que se expande indefinidamente. ¿Qué hacemos cuando navegamos en la web sino acumular, archivar y linkear?
La intensidad resulta cada vez más apolínea. El extraviarse cambia de signo.

Toda percepción implica un uso específico de información, algo que los conductistas estudiaron exhaustivamente. Así lo que llamamos belleza, por ejemplo, para ellos no es más que otro uso perceptual de la información.

Entonces -una vez más- ¿qué sucede cuando esa percepción se advierte infoxicada?

Hace casi treinta años, el implacable Gillo Dorfles alertaba sobre las tensiones entre lo que definía como temporalidad artística y temporalidad demoníaca (“peligrosas desviaciones cronoestéticas”.) Ya no un problema teológico-histórico, sino otra consecuencia material de la expansión del horror vacui.

“La posibilidad de ahondar en este tema me fue sugerida por una observación de Enrico Castelli: “el carácter apocalíptico del mundo actual surge de la pérdida inconsciente del intervalo, de un consumo sistemático de la disponibilidad, de una supuesta plenitud del tiempo que no es otra cosa que la tentación demoníaca.’ (…) Consumo de disponibilidad: las palabras mismas nos remiten al concepto de entropía, de una tendencia al desorden, de una muerte del sistema y de un consumo del tiempo disponible, que trae aparejado el advenimiento de un tiempo exhausto, imposible de restaurar.

Así, la pérdida del intervalo coincide con el incremento sistemático del consumo y la disminución de su disponibilidad ”.

Quantumología: aumentar la señal de entrada en un sistema hasta que no se produzca el incremento en su efecto. Vivimos en ese tope: Memory Almost Full.
Por esto, Dorfles (tanto antes de la irrupción de la web en nuestras vidas) observaba el crecimiento apocalíptico no ya en las dinámicas de las hordas bárbaras (la información de masas) sino en el creciente deseo de “una especie de temporalidad plena, no escandida por intervalos, que, si se prefiere, también podemos definir como tiempo demoníaco. El tiempo de Fausto, el trabajo baunásico”.

La última edición de la Bienal de San Pablo se centró en esto: ¿cómo crear un intervalo?

¿Cómo enfrentarnos a la imposible e ininterrumpida catarata de información? Ahora me pregunto ¿cómo reutilizar la saturación? ¿cómo asimilar la distorsión? (L. Lamborghini dixit). ¿de qué forma reecualizar el flujo fáustico?

La apuesta topográfica es clara: cuantos más mundos proliferan (altos, bajos, medios, insondables), mientras más salvajemente crece la disponibilidad ¿ganamos o perdemos visión?

Ahora pienso que este posteo debería haber comenzado con un epígrafe de Rilke, con ese precioso verso de sus Elegías de Duino

Porque lo bello no es nada más que el comienzo de lo terrible, justo lo que nosotros todavía podemos soportar (…)

domingo, 15 de febrero de 2009

La pornografía del futuro

El sexo virtual ¿es sexo?
¿Ver sexo es tener sexo?
¿Virtual implica necesariamente mediación, distancia?

Un usuario de Second Life ingresa a un sitio de orgías. Frente al entrelazado de tantos cuerpos, exclama: “¡esto es el futuro de la pornografía!”.

La virtualidad, por definición (aquello que no es físico) desplaza al cuerpo. Reubica (reordena) los sentidos. Genera otro tipo de inmediatez no material. Por eso sigo insistiendo en que el problema no es tanto el software sino cómo el programa sigue modificando nuestras políticas de virtualidad: los efectos culturales del software.

La pornografía es voyeur. Es alguien que mira a terceros teniendo sexo.
No estaría nada mal, entonces, proponer la confrontación de dos libros, que si bien originalmente fueron publicados con apenas dos años de diferencia (1991 y 1993), en nuestro idioma el salto se percibe como tanto mayor porque el primero se tradujo dos años después y el segundo con una distancia de casi tres lustros.

Me refiero a El jaguar y el oso hormiguero. Antropología de la pornografía de Bernard Arcand y Ojos abatidos. La denigración de la visión en el pensamiento francés del siglo XX de Martin Jay.

¿No es sintomático que la pornografía (sus conceptos, hábitos e industrias) se expanda más y más a medida que el lugar ocupado por la visión en la tradición occidental se cuestiona una y otra vez?

¿Nuestras formas de ver se virtualizan indeclinablemente? ¿Las cámaras web son una segmentación o ampliación de nuestros sentidos?

Daniel Molina me contaba, hace un tiempo atrás: “Un reconocido profesor universitario extranjero me estaba enumerando sus tareas diarias, su rutina, y en un lugar nada menor estaba su cuota diaria de pornografía por internet. En un pasado no demasiado lejano muy pocos hubieran hecho públicos estos hábitos. Hoy es algo muy común.

Para la web y sus proveedores, la pornografía no es más que otro índice, alimento de estadísticas.
Para Gombrowicz, el sólo término (las reverberancias de la palabra) implicaban un orden tanto más moral y estético que solamente económico.
La siempre astuta actriz porno Sasha Grey, autodenominada “pornostar existencialista” (indeclinable referencia actual para las tendencias del género) un punto de intersección de estéticas: Belladonna, Soderbergh, Smashing Pumpkins, Joy Division, Donald Judd, The Roots, Antonioni, Mingus, Zak Smith, el grupo Mondongo y Bowie.

Tengo que volver a mi biografía: de alguna manera quedé marcado por un prólogo que Aldo Pellegrini escribió para el inolvidable volumen de Argonauta, Pornografía y obscenidad, D. H. Lawrence y Henry Miller.

Para el surrealista argentino ya no se trataba sólo de moral, sino de la vulnerabilidad de una percepción sagrada en guerra: si avanza la pornografía, el erotismo declina.
Banalización del erotismo, ok. Pero ¿de qué modo?
¿Es una cuestión estética? ¿Comercial? ¿religiosa?
¿Todo esto junto?


¿Dónde apuntó George Steiner que pornográfico “es aquello que jamás será abstracto”? Cuando creíamos enterrada la antigua antinomia abstracto/no figurativo ¿en qué sitio nos colocan las imágenes de cámara web de gran tamaño de Marcelo de la Fuente?

La visión declina cuando la pornografía se afianza.
Pornografía de la información, como diría Baudrillard (y retomaremos en próximos posteos).
¿Virtualidad pornografizada?
¿Es una medida de distancia, de tiempo, de soporte?
¿El erotismo condenado a una pornografía a distancia (pornografía mental)?
Cuestión que nunca fue dominio exclusivo de la psicología, sino por sobre todo de una siempre renovada antropología ¿cuál es el límite del sexo?
¿La virtualidad digital nos hunde en Otro Nuevo Desorden Amoroso?

Deberíamos volver al humor del video Entrevista # 4 Liliana, de Karin Idelson.

Necesito terminar con un pequeño párrafo de Juan García Ponce, de su libro Teología y pornografía, ensayos de análisis de la obra de Pierre Klossowski:

“Los cuerpos, iguales en esto a las almas a las que el lenguaje les da cuerpo en Le Baphomet, no tienen ningún principio que garantice su identidad y guiados en los impulsos que se alojan en ellos y les dan vida, tienden incesantemente a transgredir sus límites mezclándolos e intercambiándolos. Estos impulsos determinan y hacen posible la continuidad de la vida y la propia existencia de los cuerpos; pero también, porque se realizan ciegamente, muestran el carácter ciego de la vida. En ella el cuerpo pierde su identidad y su acción se convierte en trasgresión del cuerpo por el cuerpo, en prostitución de los cuerpos por si mismos: deviene pornografía”.

martes, 6 de enero de 2009

Ciudades Código: mundos dentro del mundo

Nada informa más que la forma.
Eso resulta más que evidente para un personaje como Lawrence Pritchard Waterhouse, protagonista-eje de Cryptonomicon, novela clave de Neal Stephenson. Cuando Waterhouse conoce Londres no visualiza más que gráficos, ritmos ópticos. Londres se le revela como sintaxis: esta ciudad no es más que otro código.

“Una persona podrá observar el montón de ondas cuadradas y no ver más que ruido. Otra podrá encontrar en ellas una fuente de fascinación, una sensación irracional imposible de explicar a otra persona que no la compartiese. Una parte profunda de la mente, experta en el descubrimiento de patrones (o la existencia de un patrón) despertaría de un salto y le indicaría frenética a las partes cotidianas del cerebro que siguiesen mirando el montón de gráficos. La señal es débil y no siempre se escucha, pero indicaría al receptor que repasase, durante días si es necesario, el montón de gráficos como un autista, extendiéndolos por el suelo, amontonándolos según algún sistema inescrutable, apuntando números y letras de alfabetos muertos en las esquinas, preparando referencias cruzadas, encontrando patrones, comparando unos con otros”.

Toda ciudad existe para percibirse. No sólo su arquitectura, sus estéticas urbanísticas, sino también sus movimientos: morfologías en marcha. Cada ciudad tiene su feed: una ciudad no es más que una plataforma, un pentagrama.

La literatura fantástica rebosa de ciudades paralelas, verdaderas ciudades ocultas dentro de ciudades. Scherer advierte que los niños (y los no tan niños) construyen refugios sin salir de su habitación. Los transcursos de Lezama Lima en las habitaciones de su hogar en la calle Trocadero no fueron otra cosa: los siglos oscilaban con sólo atravesar sus piezas. El astrólogo Schultze (alter ego de Xul Solar) conduce a Adán Buenosayres a la oscura ciudad de Cacodelphia. Cuando el agente Krauss, experto en la manipulación de ectoplasmas, decide conocer el origen de las Hadas de los Dientes, conduce a Hellboy y los suyos al Mercado de los Trolls, tan justamente superpuesto a un espacio marginal de Brooklyn.

Aquí las dos dimensiones. La primera avistada por el ahora centenario Lévi-Strauss en Karachi, hace más de medio siglo: “Ya se trate de las ciudades momificadas del Mundo Antiguo o de las ciudades fetales del Nuevo, nos hemos habituado a asociar nuestros valores más elevados, tanto en la esfera material como en la espiritual, con la vida urbana.

Las grandes ciudades de la India son una zona; pero lo que nos avergüenza como una tara, lo que consideramos como una lepra, constituye aquí el hecho urbano reducido a su expresión última: la aglomeración de individuos cuya razón de ser es aglomerarse por millones, independientemente de cuales sean las condiciones reales. Basura, desorden, promiscuidad, roces, ruinas, lodo, inmundicias, excrementos, orina, pus, secreciones, supuraciones: todo aquello contra lo cual la vida urbana nos parece defensa organizada, todo eso que aborrecemos […] Todos esos subproductos de la cohabitación, aquí, nunca llegan a constituir su límite. Antes bien forman el medio natural que la ciudad necesita para prosperar”. La cita es de Olivier Monguin: la mundialización produce el estallido y deja como saldo ciudades ilimitadas por saturación, justo donde el código enloquece, se congestiona, se vuelve ilegible por distorsión generalizada.

La segunda dimensión es el código dentro del código: la fórmula interior. Las ciudades de los metaversos son verdaderas cajas chinas. Pienso específicamente en Kowloon, en Second Life. Mientras que la original fue una “anomalía política amurallada”, un experimento en las entrañas de Hong Kong demolida hace 16 años, atestada y superpoblada, muy habitualmente en el software es un paraíso fantasma. En otro posteo me referí a los desiertos de lo virtual, a las tribus virtuales que prefieren conectarse en sitios visualmente desolados

(aunque tan a menudo estos posean una resolución gráfica imponente). Kowloon hoy puede transformarse en la Nueva Cacodelphia: urbanismo sin ningún enclave físico preciso.

Nuestros modos de habitar poseen más y más ofertas de encuentro en territorios de novísima visibilidad. Variando los enunciados de Belting, la utopía del urbanismo es pura morfología contabilizada en bits: otra antropología de la imagen.

viernes, 19 de diciembre de 2008

Ese universo de fugados

Estoy fugado en Second Life. Es una forma de exilio voluntario.
Hace mucho (demasiado) que Linden Lab no me interesa nada.
O muy poco, y por otras razones.
El Metaverso (éste, todos) es un planeta de fugados.

No nos interesan los negocios. No vendemos anfibios espejitos de colores.
Lo que viene atrapándonos son las culturas que descubrimos a cada paso.
Culturas, subculturas. Imaginarios manipulados en todos los estilos.
Otro exilio del mundo físico. Cada fuga puede extenderse minutos, días, horas, semanas, incluso años. Pero siempre (siempre) será una fuga discontinua.
Estás, pero nunca absolutamente.

¿Suplantación? Para nada.
Hace unos días leía a alguien que escribió: “Stanislav Lem (y Philip K. Dick) acertaron en que la realidad sería sustituida por plataformas digitales".

Eso sucede en la ciencia ficción. Pero esto no es ciencia ficción. Es un software.

La virtualidad no necesita suplantar nada. Por el contrario: anexa, suma territorios. Ni más ni menos que espacios suplementarios: otra forma (otro modo, otra política) en la que ejercitamos nuestros sentidos. En que inventamos otros sentidos. Viajás a otra dimensión con sólo prender tu máquina.
Pero tu destino sigue estando en tus manos. A menos que se corte la luz.

Insisto: no se trata de ficción. O no totalmente. No es eso. Los metaversos no son estrictamente ficcionales. No de la manera en que entendemos aún la ficción en la literatura, las historietas o el cine. Se expande en ellos otro régimen no físico.

Como dice Napoleón Baroque, invariablemente sos vos, aunque en otro contexto. Jugás o no jugás, esa es tu elección.

La suplementariedad, por cierto, todavía resulta problemática. Genera morfologías sociales continuas. No es más que otra realidad (una realidad electrónica) que se adjunta a la que habitualmente transitamos.
Implica nuevas y disímiles estrategias culturales. En principio porque no se trata de mundos desconocidos que el antropólogo debe decodificar, investigar, analizar. No con las mismas herramientas. La virtualidad es pura construcción.
Es obra.

Second Life es un mundo virtual on-line, 3D, imaginado y creado por los residentes” reza uno de los slogans más difundidos por la empresa creada por Philip Rosedale. Por cierto, en este planeta de imágenes no se construyen sólo edificios o ciudades. U objetos, cuales fueran. Se trata de algo mucho más complejo. De continuo vienen inventándose formas de cultura virtual electrónica. El discurso de quienes garantizan el software y de cientos de programadores que trabajan para este software simplemente oficia de punto de partida.
Es una industria clave, pero jamás definitiva.
Después de un metaverso, existe siempre otro.

Maravillosa aritmética: todo se suma. Los metaversos se alimentan de absolutamente todo. Remixan lo real. Es una buena definición para comenzar: un metaverso es tu cotidianeidad remixada.
Remixada pero no autónoma. Hace unos años todavía se discutía sobre el tema. Hoy resulta absurdo. Vivimos en una cultura anfibia, esto es: postautónoma.

Fugados, por supuesto. Aunque miles y miles de los avatares que se cruzan por tu camino replican su idea de realidad. La necesitan. Como en aquel relato (¿de qué discípulo de Ray Bradbury?) en el cual los colonizadores del espacio exterior necesitaban ver McDonals en cada planeta que exploraban.

Los metaversos te proponen ese límite, te sitúan ahí: te invitan a diseñar tu fuga. Nadie realiza el remix por vos. Nunca. A menos que así lo decidas. El software tiene limitaciones, claro. Pero la mayor frontera siempre será tu imaginación. Sos vos. Ahí tenés tu papel, tu lápiz. Lo que escribas y dibujes corre por tu estricta cuenta.
Si lo que estás reclamado es un nuevo videogame para ocupar tu tiempo más que tus neuronas, será sólo tu decisión.

Sin embargo, concedo: ¿para qué un mundo virtual? ¿Para qué decenas de mundos digitales que pronto estarán interconectados? ¿No se trata acaso de una realidad aún más limitada que nuestra realidad? Sin duda. Pero una vez más estamos reclamando lo absurdo ¿el teléfono no es también una realidad limitada? Infinitamente más limitada. Lo mismo que el chat (un teléfono expandido).

Mi fuga cambia. Muta. Se centrifuga.
Decía recién: descubrimos muchos estilos de fuga. Incluso en aquellos temerosos que jamás se enteran que en un momento comenzaron a fugarse.
¿Fugarse adonde? ¿De qué? De ninguna parte. Desconectate. Estás en tu habitación, como todos los días. Tus cosas no fueron a ninguna parte.

¿Un sueño electrónico?
¿Acaso te quedaste dormido?