Encima de la cama: la caja de las cartas amarilla y El Libro de los Prodigios donde yo aprendí a leer. Y a quién le importa. Todas mis vainas reunidas junto a mí: los trabajos y los versos, lo olvidado, las cerillas, las encendidas tardes de aquella habitación. El mal bajío.
Ahora puedo irme sin cruzar el umbral.
Leo de noche y comienza a llover al otro lado y dentro.
Yo soy la niña que teme que se enloquezcan las células de su alma. Terrorismo tabú del cuerpo contra el ser humano.
Yo soy la niña.
Que teme.
Metabólico cambio de las esencias.
Contraer la elegancia en su justa medida, si se desborda la falda al caminar a quién a quién le importa.
Qué más darán los geranios si nunca serán quebrados por ninguna mano.
El sol cae sobre el Atlántico. Y seguirá cayendo aunque no estén mis ojos para mirarlo.
Pero nadie dirá si es hermoso. Él científico así me lo dijo una tarde. Me lo dijo lleno de ojos.
Y luego un dolor de cabeza y la tensión en el labio superior, extremo izquierdo.
Ya palpita el herpes neurótico.
Ahora escucho a un perro obscenamente pequeño que pone tilde a la Luna
donde nadie me busca.