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miércoles, 23 de abril de 2014

EL AUTOREMAKE EN EL CINE: CAPÍTULO IV (y VIII)

Ahora bien, no todo son ventajas con el cambio de género, de hecho creemos que se pierde mucho más que se gana al convertir en musical la película, sobre todo de cara al guión y a los diálogos. El jazz no da el mismo juego que daba el slang. Las mejores líneas de diálogo escritas por Wilder y Brackett para Bola de fuego ya no tienen sentido en Nace una canción y, o bien desaparecen, o simplemente pierden la fuerza y gracia iniciales.

Sin unos diálogos adecuados, sólo la presencia de un actor especialista en registros cómicos podría salvar la cinta, pero ya hemos dicho que Danny Kaye no se encontraba precisamente en su mejor momento anímico. Al actor se le nota carente de chispa, ausente a lo largo de todo el metraje, pensativo en escenas que no lo requieren, apático para un personaje que no debería serlo, sin ninguna predisposición a improvisar y dejándose llevar por un libreto tan plano como él. El director se quejó amargamente de los continuos retrasos por culpa de las idas y venidas de Kaye al psiquiatra intentando recuperarse de su separación. Hawks recordaba que el actor “intentaba hacerse el gracioso, pero no hacía reír a nadie” (Hawks citado en Perales 2005, p.262).

Si Kaye fracasa estrepitosamente, Virginia Mayo tampoco ayuda demasiado. No está claro quién fue, si Goldwyn o Hawks, el que se empeñó en que la actriz imitara a Barbara Stanwyck.[1] El caso es que la actriz “bizca”, que tanto brillara en películas de aventuras, westerns o cine negro, aquí se encuentra encorsetada, poco suelta en los números musicales, intentando imitar, sin éxito, las poses y el caminar de Stanwyck, y tan carente de gracia como su compañero. Hawks también lo reconoció: “No valía para la comedia” (McBride 1988, p.103).

fig. 4.20


A la desidia general se unió el anodino trabajo de Gregg Toland que se encontraba desplazado por el technicolor. La fuerza expresiva habitual de su objetivo sólo parecía brillar cuando rodaba en blanco y negro (compárese, por ejemplo, las dos secuencias en las que la cabaretera muestra su provocativo vestido, 4.13 con 4.6). Como a Hawks ya no parecía importarle demasiado el encuadre —rara vez aparecen juntos los siete profesores (4.20), casi siempre el que falta es Benny Goodman, al que suponemos ausente del rodaje y ocupado en otros menesteres— ya no era necesario el concurso de Toland, ni su habilidad con la profundidad de campo y las angulaciones extremas. Pese a contar con el mismo decorado, se desaprovecharon sus niveles en altura y todo resultó mucho más convencional, sin ningún adorno, y no porque por fin se impusiera el criterio general de Hawks, sino más bien por la desgana de ambos profesionales.

No creemos equivocarnos al afirmar que Nace una canción puede ser la película menos afortunada e imaginativa de Howard Hawks. Lo peor es que su falta de interés contagió al resto, actores y técnicos, para conseguir una cinta de la que sólo se salvan algunos números musicales mientras el resto es un sucesivo remedo de secuencias insulsas, un proyecto fallido desde el inicio por la nula disposición del director hacia él.
FIN DEL EPÍGRAFE "BLANCANIEVES Y LOS OCHO ENANITOS"




[1] Hawks le explicó a McBride que “la obligaron (a Virginia Mayo) a ver Bola de fuego varias veces”, pero Perales afirma que fue Hawks el que le hizo ver la película una y otra vez (2005, p.262).


BIBLIOGRAFÍA DEL EPÍGRAFE "BLANCANIEVES Y LOS OCHO ENANITOS":

-A Song is Born (Vídeo) 2009, Twentieth Century Fox Home Entertainment, Beverly Hills.
-Ball of Fire (Vídeo) 2007, Twentieth Century Fox Home Entertainment, Beverly Hills.
-Bogdanovich, P. 2007, El director es la estrella, T&B Editores, Madrid.
-Casas, Q. 1998, Howard Hawks. La comedia de la vida, Dirigido por, Barcelona.
-Crowe, C. 2002, Conversaciones con Billy Wilder, Alianza Editorial, Madrid.
-McBride, J. 1988, Hawks según Hawks, Akal, Madrid.
-Perales, F. 2005, Howard Hawks, Cátedra, Madrid.
-Torres-Dulce, E. 2001, Armas, mujeres y relojes suizos, Nickel Odeon, Madrid.
-Wood, R. 1982, Howard Hawks, Ediciones JC, Madrid.


lunes, 21 de abril de 2014

EL AUTOREMAKE EN EL CINE: CAPÍTULO IV (VII)

En Nace una canción, Hawks repitió diálogos, personajes, actores secundarios[1] y utilizó el mismo decorado para copiar la puesta en escena del original sin ningún recato. Cuando filmó un gag que no estaba en Bola de fuego era porque ya lo había empleado en otras películas, nos referimos a la secuencia en la que Danny Kaye, ante la mirada sorprendida del resto de colegas, intenta cubrir con una maleta la espalda desnuda y el trasero de Virginia Mayo (4.16).[2]

fig. 4.16

La única variación notable del argumento, la que justifica el paso de comedia a musical, es la profesión del grupo de estudiosos: los científicos ocupados en elaborar una enciclopedia ahora son musicólogos investigando sobre nuevas melodías. La adaptación corrió a cargo de Harry Tugend que se limitó a realizar los cambios necesarios sin aportar mucho más; tanto es así que ni siquiera aparece en los créditos (sólo se menciona la historia original escrita por Billy Wilder y Thomas Monroe). El resto de diferencias son mínimas: los profesores son siete en vez de ocho, los limpiacristales, en vez del basurero, sustituyen el slang por el jazz, y son los que le abren los ojos al profesor Frisbee (Danny Kaye) para que salga al exterior a tomar nota de los nuevos sonidos. La cabaretera se llama Honey (Virginia Mayo) y canta el “Boogie Boogie” en vez del “Drum Boogie”, pero el resto de la historia es la misma: la joven se refugia en la vivienda de los académicos a causa de su relación con un gánster (Steve Cochran).

fig. 4.17
 Aunque persiste la referencia al cuento de Blancanieves, los “enanitos” tienen menos presencia en la trama, igual que el mafioso que sólo aparece al final, y todo debido al metraje que ocupan los números musicales. Así, Hawks omite la presentación de los profesores en el bosque y cambia el baile con Honey por una jam session (4.17) que, en opinión de Quim Casas, “es la peor secuencia del filme, carente de ritmo e imaginación” (1988, p.234). A pesar de dicha escena, es en ese aspecto, en el de la música, donde se encuentran los logros de la película.[3] Parece que Hawks sólo puso verdadero interés, como aficionado al jazz que era, en hacer de Nace una canción un documento donde se pudiesen ver y escuchar a leyendas del jazz como Louis Armstrong, Benny Goodman (que interpreta a uno de los profesores),[4] Tommy Dorsey, Mell Powell, Lionel Hampton y Charlie Barnet, entre otros. Primero por separado (4.18), en el arranque de la cinta cuando Frisbee recorre los locales de moda; después juntos, en secuencias como la de la grabación o la del final, sin duda lo mejor del largometraje (4.19).
  
fig. 4.18
Allí, los músicos se enfrentan a los matones y Hawks mezcla el suspense de la trama con el número musical. Lo que intenta el grupo es hacer caer, con las vibraciones, un pesado objeto sobre el gánster que les está amenazando. Hawks reúne para la ocasión una orquesta, más que una banda, repleta de talentos, y sigue uno de los principios del musical, el de concluir el filme con el número de mayor calidad —y duración— en una apoteosis final.

fig. 4.19





[1] Mary Field, por ejemplo, vuelve a ser la mecenas enamorada del joven profesor, aquí interpretado por Danny Kaye.
[2] El gag ya lo había rodado, con mucha más gracia, en La fiera de mi niña; más tarde lo repitió en Su juego favorito.
[3] Los directores musicales de Nace una canción fueron Hugo Friedhofer y Emil Newman. Este último, hermano de Alfred Newman, el responsable de la banda sonora de Bola de fuego.
[4] Quizás lo más divertido de la película sea cuando el profesor Magenbruch (Benny Goodman) se queja de que no se puede tocar el clarinete sin partitura. El resto de músicos de jazz le comentan que Benny Goodman solía hacerlo, Magenbruch responde: “¿Benny Goodman? Nunca he oído hablar de él”.


miércoles, 16 de abril de 2014

EL AUTOREMAKE EN EL CINE: CAPÍTULO IV (VI)

4.1.2. Nace una canción (A Song is Born de Howard Hawks, 1948).

Si innecesario fue rodar de nuevo Broadway Bill, más lo fue rehacer Bola de fuego. Ambos remakes, muy diferentes entre sí, guardan ciertos elementos en común, como por ejemplo ser películas al servicio de unos actores en concreto (Bing Crosby y Danny Kaye, respectivamente), ser versiones musicales de sendas comedias y, sobre todo, ser calcos de los originales. Las motivaciones para realizar ambas películas son más comprensibles en el caso de Capra que en el de Hawks, si tenemos en cuenta las dificultades que a finales de los cuarenta tenía el primero para volver a dirigir, cosa que no le sucedió al segundo.[1]



















Para buscar las razones que llevaron a Hawks a recuperar la peculiar versión de Blancanieves hay que recurrir de nuevo al tantas veces citado Samuel Goldwyn: El productor tenía en nómina, entre otros, a Danny Kaye y Virginia Mayo, con los que ya ha­bía realizado tres películas.[2] Goldwyn quería seguir rentabilizando su inversión en la pareja, pero en 1948 Danny Kaye atravesaba una situación personal muy delicada provocada por su reciente divorcio. Según Hawks, un día que se encontró con Goldwyn, éste le confesó que necesitaba un proyecto para Danny Kaye, más que nada para sacarlo de la depresión en la que se encontraba. Hawks le sugirió que hiciera otra versión de Bola de fuego, pero en clave musical (Bogdanovich 2007, p.274). A Goldwyn le pareció una idea estupenda y al cabo de una semana lo llamó para decirle que quería ambientarla en 1922, cosa que a Hawks ya no le gustó tanto. Cuando más tarde el productor le propuso dirigirla, Hawks aceptó por una razón de peso: por los 25.000 dólares semanales que Goldwyn le iba a pagar.

Hawks siempre despotricó de la película: “Tenía tanta gracia como un nabo. Fue una experiencia absolutamente horrible. Jamás he visto la película” (McBride 1988, p.102). Afirmó que realizar un remake con tan sólo seis años de diferencia era un disparate, y un mal negocio para Goldwyn desde el principio. A toro pasado hay que darle la razón al director, sin embargo, hay que tener en cuenta que para el productor aquella situación no era en absoluto nueva: dos años antes ya le había funcionado con El asombro de Brooklyn, un remake musical en color de La Vía Láctea (The Milky Way de Leo McCarey, 1936), protagonizado por la pareja Kaye-Mayo y estrenado tan sólo diez años más tarde que el original. Entonces, ¿por qué no probar con Bola de fuego, una de sus películas más exitosas? Convencido de que había tomado la decisión correcta, Goldwyn reunió al mismo equipo técnico de 1941, encabezado por Gregg Toland, y le encomendó a Hawks la tarea de rodar en technicolor un musical protagonizado por su pareja de moda, tomando como base el guión de Bola de fuego.



Hawks se enfrentó a Nace una canción con evidente desgana, sin creer en la historia ni confiar en los actores impuestos por Goldwyn y con el único objetivo de pasar el trámite cuanto antes. Para ello, siguió al pie de la letra el guión técnico de Bola de fuego y realizó un calco de lo rodado en 1941 (compárese 4.12 a 4.15 con 4.5 a 4.8).





[1] El mismo año de Nace una canción Hawks filmó una de sus obras maestras: Río Rojo (Red River, 1948).
[2] Wonder Man de H. Bruce Humberston (1945), y El asombro de Brooklyn (The Kid from Brooklyn, 1946) y La vida secreta de Walter Mitty (The Secret Life of Walter Mitty, 1947), ambas de Norman Z. McLeod.


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