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martes, 11 de noviembre de 2025

DJ AHMET (Georgi M. Unkovski, 2025)

Seguimos en la Sección Oficial del Festival de cine europeo sevillano, donde van saliendo cada vez películas mejores. En esta ocasión se trata de un largometraje macedonio, DJ Ahmet, la ópera prima del director Georgi M. Unkovski, que ganó de forma sorprendente dos premios importantes en el Festival de Sundance.















La trama se desarrolla en un pueblecito en Macedonia del Norte, una pequeña comunidad donde Ahmet (Arif Jakup), un adolescente de quince años, vive con su padre, conservador, autoritario, y con su hermano pequeño Naim, que no habla desde que murió la madre. Ahmet siente debilidad por la música, pero su progenitor sólo quiere que se ocupe de las ovejas. La vida de Ahmet da un vuelco cuando conoce a Aya (Dora Akan Zlatanova), una vecina de su edad, de una clase social más alta, amante también de la música y el baile, pero próxima a casarse con un hombre desconocido en un matrimonio concertado.

La historia tiene mucho de comedia romántica, de musical y sobre todo de humor, mucho humor. No obstante, el guion posee un trasfondo dramático —a punto de convertirse en tragedia—, cuando la tradición, la religión y las costumbres arcaicas no dejan que Aya y Ahmet se relacionen como debieran.

La organización del Festival califica al filme dentro del género coming of age, lo cual es un acierto por cómo evoluciona la vida de Ahmet: Todavía sobreponiéndose a la muerte de su madre, intentando que su hermano pequeño hable, descubriendo el amor por Aya, y aficionándose a la música. Es decir, en plena transformación de su personalidad de niño a persona adulta.

La cinta tiene, por tanto, mucho atractivo. El espectador no para de sonreír —a veces reír a carcajadas—, por las ocurrencias de los diferentes personajes, pero también es una delicia para la vista, gracias al paisaje donde se encuadra esta aldea remota, y al buen hacer del realizador macedonio, que dilata el tiempo cuando la situación lo requiere (la primera vez que se ven Ahmet y Aya; el baile de la joven y sus amigas en el festival de música, etc.), o lo acelera según convenga a la acción, mientras suena la excelente banda sonora.





domingo, 10 de noviembre de 2024

EMILIA PÉREZ (Jacques Audiard, 2024)

Segundo día aquí en el Festival de Cine Europeo de Sevilla, y de nuevo asistimos a una proyección de la sección Selección EFA, películas que siempre tienen algo que decir, no en vano son las elegidas para los premios anuales de la European Film Academy. En este caso es el aclamado director Jacques Audiard el que presenta su nuevo proyecto: Emilia Pérez, que ansía llevarse el premio del público.


La cinta de Audiard tiene un argumento de lo más original: el jefe de un cartel (Karla Sofía Gascón) quiere desaparecer, cambiar de vida y de género. Siempre ha soñado ser una mujer y es el momento de hacerlo. Para ello contrata a la abogada penalista Rita (Zoe Saldana), que se encarga de buscar cirujano, y del nuevo lugar de residencia para los hijos del narcotraficante y de su esposa (Selena Gómez). Cuando el cambio es efectivo, la nueva mujer —la del título— no puede abandonar del todo su vida anterior, ya que echa de menos a sus hijos…

Para Jacques Audiard cada película es un desafío. Desde sus éxitos dentro del polar y del thriller, el realizador francés siempre ha optado por experimentar. Así, en su película anterior, la estupenda París, distrito 13, Audiard se refugiaba en un blanco y negro expresivo donde retrataba personajes de distintas etnias y orientaciones sexuales. En Emilia Pérez le da una vuelta de tuerca al tema de los narcos con una trama que sorprende por su originalidad.

Porque la película no es un thriller (aunque haya tiroteos), tampoco es un melodrama con protagonista transexual, ni siquiera una comedia (varios golpes hacen reír al público), en realidad es un… ¡musical! Una especie de ópera pop donde algunos números están muy bien conseguidos, como el del arranque con Zoe Saldana cantando y bailando mientras escribe el alegato final de un juicio en el ordenador; el de Selena Gómez en su dormitorio, que se transforma en una sala de baile; o aquel de la entrevista entre la abogada y el cirujano, en el que los dos personajes cantan a dúo.

Como si fuera un Jacques Demy redivivo, Audiard afronta este reto con soltura y sorprende por su éxito en Cannes donde todo el elenco femenino (las tres nombradas más Adriana Paz) compartieron el premio a mejor actriz —con récord incluido para Karla Sofía Gascón, al ser la primera mujer trans en hacerse con ese galardón—, y donde, además, el director se llevó el premio del jurado. 





miércoles, 29 de noviembre de 2023

LA ESTRELLA AZUL (Javier Macipe, 2023)

Penúltima jornada, ayer, en el XX Festival de Cine Europeo de Sevilla, y hasta ahora la mejor de todas gracias al visionado de una película maravillosa: La estrella azul del joven director Javier Macipe, que acudió a la sala a presentar su largometraje. Macipe habló del rodaje accidentado de la cinta (nada menos que 10 años de producción desde que comenzó a escribirse el guion y, claro, con la pandemia por medio) y se sentó entre el público para ver su obra. Me imagino que salió contento de la sala dado el larguísimo aplauso que el público de forma unánime le dedicó al filme.

La estrella azul narra el viaje que Mauricio Aznar (Pepe Lorente), personaje real, cantante del grupo de rock aragonés Más Birras, hizo a Argentina en los años noventa para salir de una depresión e intentar recuperar de nuevo su vocación. Mauricio iba buscando la casa donde vivió y compuso sus canciones Atahualpa Yupanqui, pero finalmente se instaló en Santiago del Estero donde conoció al músico Carlos Carabajal y a toda su familia.

La cinta trata, por tanto, del viaje existencial de un músico en crisis que halla su Shangri-La particular en una ciudad de Argentina y en concreto en el seno de una familia de músicos especializados en la chacarera (ritmo y danza tradicional argentina). El encuentro entre Mauricio y Carlos, un viejo músico que acoge al roquero español como si fuera su hijo o su alumno, es un hito en la vida de Mauricio, que pronto recupera el ánimo para tocar música.



La cinta se estructura en tres partes muy diferenciadas, la primera en Zaragoza, la segunda en Argentina y la tercera de vuelta a España. En cada una de ellas, pero en especial en la segunda, la película brilla por todos lados. Hay planos excelentes que ya por sí solos son un prodigio (el caballo acercándose a saludar, una orquesta en un bar, la imagen metafórica de Carlos sentado al lado de un viejo árbol, y un largo etcétera), pero además la música es magnífica y se presenta como una suerte de aprendizaje por parte de Mauricio.

En La estrella azul no falta el humor, pero tampoco el drama, incluso la tragedia, para una cinta que, en palabras del director, «no es un biopic, sino un viaje de un músico que renunció al éxito». De esta excelente película destaca la conclusión cuando Macipe, entusiasmado con su obra, quiere hacer partícipe al público de la experiencia de haberla rodado y filma un sorprendente final a lo Fellini en Y la nave va. Un final que deja buen sabor de boca como remate de una película a la que se augura mucho éxito.  



domingo, 9 de julio de 2023

2 X 1: "GENTE VIVA" y "TAXI" (Roy del Ruth)

Gente viva (Blonde Crazy, 1931)

La larga carrera del actor James Cagney comenzó con el inicio de los años treinta en la Warner Brothers, estudio en el que se mantuvo durante toda la década, la más prolífica de su carrera (33 películas). Uno de los directores que más veces lo dirigieron en esa época fue Roy del Ruth. Dos películas de este artesano son las que vamos a comentar ahora:

En la primera, Gente viva, Cagney es el pícaro y mujeriego botones de un hotel en el que realiza pequeñas estafas hasta que se enamora de una camarera recién contratada (Joan Blondell). Junto a ella va dando golpes cada vez mayores, pero en el camino la relación entre los dos sufre altibajos a medida que los “trabajos” se vuelven más peligrosos.   

Atractivo filme de Del Ruth, un realizador que se especializa en musicales y películas policíacas, casi como el propio Cagney, actor con un registro ideal para las segundas cintas, pero también con condiciones de bailarín ⸺en la cinta hace sus pinitos con el claqué en alguna escena. No en vano, comenzó su carrera en las tablas del music-hall, interviniendo en comedias musicales y en obras dramáticas hasta que la llegada del sonoro le cambió la vida al ser contratado por la Warner.

 

En cualquier caso, Gente viva no es ni un musical ni un largometraje de gánsteres, aunque se le acerque a este segundo género poco a poco. De hecho, lo mejor de la cinta es el cambio que va sufriendo la película desde una comedia romántica hasta un policíaco. Es verdad que no llega a la altura de obras coetáneas como Enemigo público (The Public Enemy, William A. Wellman, 1931), pero se queda en un filme entretenido, con giros continuos de guion donde los estafadores también son estafados como en la secuencias de los falsos billetes falsos, y en la de la carrera de caballos.

La interesante trama se complementa con buenos planos de Del Ruth donde destaca el cenital de la enfermería de la cárcel, con fotografía de bajo tono, muy minimalista, casi abstracto, muy del estilo de la Warner; y con finales de secuencia made in Cagney, rematados por el tipo duro que es, enfrentándose a otros más grandes que él, pero menos atrevidos. Ojo a un Ray Milland jovencísimo, casi irreconocible. Como pasatiempo extra les recomiendo contar el número de bofetadas que se dan unos y otros.


Taxi (Taxi!,1932)

Justo después de Gente viva, el director Roy del Ruth vuelve a colaborar con James Cagney en Taxi, otra película del mismo corte que la anterior, pero, digamos, más negra:

Cagney ahora es Matt Nolan, un taxista independiente que no se deja intimidar por la todopoderosa compañía Consolidated, que quiere deshacerse de los pequeños taxistas y no duda en usar métodos gansteriles para hacerlo. Uno de los compañeros de Matt, es el padre de Sue (Loretta Young), que en su lucha por mantenerse independiente termina en la cárcel y muere allí. A pesar de la tragedia, Sue opta por el diálogo para solucionar el problema, mientras que Matt está más por la labor de responder a la violencia con violencia…

El tema que trata la película, el de las controversias entre los taxistas independientes que luchan por sus licencias, y las grandes empresas que intentan que el reparto del pastel sea cada vez más grande para ellos, es bastante actual y ayuda a que la cinta mantenga su interés a pesar de los años.

 

El carácter radical de Cagney, aunque permanece en el bando teórico de los buenos, recuerda mucho al registro de sus películas de malvado, con sonrisa que hiela la sangre como en la citada Enemigo público de ese mismo año. De hecho, las mejores secuencias se reservan a Cagney enfrentándose a sus enemigos. También funcionan los planos fijos de la pareja Cagney-Young, sencillos, pero eficaces.

Cagney de nuevo, a la menor oportunidad, quiere lucirse como bailarín y hace algunos bocetos de números que demuestran lo bien que se le da el musical ⸺no olvidemos que ganará el Óscar unos años después con Yanqui Dandy (Yankee Doodle Dandy, Michael Curtiz, 1942). Esas secuencias quedan perfectas gracias a que Roy del Ruth sabe cómo introducirlas en una puesta en escena desenfadada. Al menos hasta que el drama se torna en tragedia y la película se vuelve cada vez más oscura; algo parecido, pero más intenso, a lo que sucedía en Gente viva.




domingo, 11 de junio de 2023

2 X 1: "I'LL SEE YOU IN MY DREAMS" y "PARA ELLA UN SOLO HOMBRE" (Michael Curtiz) (III)

I’ll See You in My Dreams (1951)

El realizador húngaro, y ahora reconocido como uno de los grandes, Michael Curtiz, arrancó la década de los cincuenta asentado en la Warner Brothers, productora donde estuvo casi tres décadas y donde cosechó los mayores éxitos de su carrera (Casablanca, Robin de los bosques, El capitán Blood, El lobo de mar, Alma en suplicio y un largo, larguísimo etcétera). Michael Curtiz se entregó en cuerpo y alma al sistema de producción del Hollywood clásico y acaso fue el paradigma de director de los grandes estudios.

Así, era capaz de supeditar todos los recursos cinematográficos al servicio del género para caracterizarlo y definirlo. No solo lo hizo en dramas, películas de aventuras, de cine negro, del oeste o bélicas, también se adentró en el musical con algunos éxitos ⸺aunque no fue su género preferido⸺ casi siempre dando vida a personajes que habían existido en la realidad. Después del éxito de Yankee Doodle Dandy (1942), homenaje al compositor George M. Cohan, y del fallido largometraje a mayor gloria de Cole Porter, Noche y día (Night and Day, 1946), Curtiz rodo en 1950 el excelente filme El trompetista, inspirado en el músico de jazz Bix Beiderbecke. A partir de aquí, en la década de los cincuenta rodó otros dos biopics, tan desconocidos en España como interesantes, de los que vamos a hablar ahora: I’ll See You in My Dreams y Para ella un solo hombre.

En el primero de ellos, Curtiz recrea la vida y obra del letrista Gus Kahn (Danny Thomas), famoso músico popular de los años veinte y treinta, que llegó a trabajar en Broadway, nada menos que para el célebre productor de revista Florenz Ziegfeld. La cinta versa sobre el ascenso al estrellato, la caída y el resurgir del compositor, y arranca cuando Kahn conoce en una agencia musical a Grace (Doris Day), la que será su futura esposa, e insiste en venderle su primera canción, a la sazón el primer éxito de Kahn.

 

Ni que decir tiene que aunque el personaje protagonista sea el músico, el centro de las miradas se dirigen a Doris Day y a los números musicales en los que ella actúa. Con Doris Day ya había trabajado Curtiz en otro musical: Romance en alta mar (Romance on the High Seas, 1948) y en la citada El trompetista (Young Man with a Horn, 1950).

La trama de I’ll See You in My Dreams sigue la estructura de  “Ha nacido una estrella”, con los años veinte como telón de fondo y con un buen número de canciones célebres, todas ellas escritas por Kahn y cantadas por ambas estrellas, Danny Thomas y, sobre todo, Doris Day: Comenzando por la que da título a la película, “I’ll See You in My Dreams” y continuando con “It Had To Be You”, “Pretty Baby”, “My Buddy”, “The One I Love (Belong to Somebody Else)”…, y así hasta más de veinte canciones (algunas solo parcialmente) desfilan en una película muy del gusto del pueblo norteamericano.



Para ella un solo hombre (The Helen Morgan Story, 1957)

Seis años después de I’ll See You in My Dreams, Michael Curtiz vuelve al mundo de la música popular, a los años veinte, a la revista, a Broadway y al éxito que significa trabajar para el mito que fue Florenz Ziegfeld, y lo hace con el biopic de Helen Morgan, una cantante legendaria estadounidense.

Mal traducida en España, (Para ella un solo hombre), The Helen Morgan Story está protagonizada por Ann Blyth (su último largometraje) y cuenta con una pareja estelar encabezando el reparto: nada menos que Paul Newman. La cinta sigue de nuevo el auge y la progresiva caída de la protagonista, hasta llegar a un final tan emocionante ––y tan calcado–– como el de I’ll see you in my dreams.

No obstante, la historia de Helen Morgan trata, en realidad, de las idas y venidas de un triángulo formado por Helen, por el poco recomendable Larry Maddux (Paul Newman), un pendenciero aficionado a los trapicheos, en especial al contrabando de alcohol en la época de la prohibición, y por el eminente abogado Russell Wade (Richard Carlson), un hombre casado y muy rico que apostará por la estrella emergente.

 

De nuevo las canciones son lo mejor de una cinta donde brillan la voz de Ann Blyth (doblada por Gogi Grant). La película es mucho más dramática que la anterior debido al citado triángulo amoroso y, sobre todo, a la caída de la cantante, que es mucho más acusada. Circunstancia que aprovecha Curtiz para manejar escenas nocturnas de calles mojadas, donde reinan los claroscuros y la luz de bajo tono, mientras Helen es arrojada, literalmente, al arroyo.

En The Helen Morgan Story aparecen personajes que ya estuvieron en I’ll See You in My Dreams, como Florenz Ziegfeld, y suenan canciones que ya se escucharon en dicha película como “The One I Love (Belong To Somebody Else)”. También se cuenta cómo Helen llega a la cima de su carrera cuando actúa para Ziegfeld en la famosa revista “Show Boat”, aquí llamada “Magnolia” y recreada en varias ocasiones en el cine. Todo suena muy familiar, pero es bienvenido en una cinta tan entrañable como emocionante.





domingo, 22 de enero de 2023

2 X 1: "MÍSTICA Y REBELDE" y "BANJO ON MY KNEE" (John Cromwell)

Mística y rebelde (Spitfire, 1934) 

Con la llegada del sonoro, el director norteamericano John Cromwell, que procedía del teatro y había tenido éxito en Broadway, fue contratado por la Paramount, primero, y luego por la RKO, para dirigir películas. Especializado en adaptaciones para la gran pantalla, una de ellas fue Mística y rebelde, versión de la obra de teatro “Trigger”, dirigida por George Cukor y con la presencia de algunos actores del elenco en la propia película.

Trigger (Katharine Hepburn) es una joven que vive sola en las montañas, alejada de la civilización, y que apenas sobrevive con lo que le da el trabajo de lavandera. Muy guapa, es cortejada por sus vecinos, sin mucho éxito, pero también llama la atención de dos ingenieros que trabajan en la explotación de una mina. Uno de ellos (Robert Young), se enamora de Trigger y es correspondido. El conflicto surge cuando la esposa del ingeniero llega de la ciudad para hacerle una visita…

El filme lo domina la protagonista de la historia interpretada por Katharine Hepburn, que, a pesar de llevar apenas dos años en Hollywood, acababa de ganar su primer Óscar por Gloria de un día (Morning Glory, Lowell Sherman, 1933). En Mística y rebelde la actriz hace un papel de muchacha salvaje muy creíble, que contrasta con los más serenos, Robert Young y Ralph Bellamy, y sus intentos por educarla.

 

Una trama que se incluye en lo que podría ser un género, el de la chica indómita que atrae a los hombres por su físico, pero también por su descaro y por la inocencia casi infantil ante el amor. Otros ejemplos serían el de Gene Tierney en La ruta del tabaco (Tobacco Road, John Ford, 1941) o el de Jennifer Jones en varios largometrajes (Duelo al sol, Corazón salvaje, Pasión bajo la niebla).

Se puede decir que Mística y rebelde es una película pre-code, ya que se estrenó justo antes de que la censura del código Hays se estableciese con fuerza en las producciones de Hollywood. Se nota la laxa actuación del código en una cinta que muestra el adulterio totalmente desenfadado y desdramatizado, contagiado de la inocencia de la protagonista. No fue así en la obra justo anterior de Cromwell, Ana Vickers (1933), que tuvo que cambiar el argumento para poder pasar la censura. Filme que, por cierto, marcó una tendencia y provocó el cambio de actitud hacia una postura moral más estricta.  

 

Banjo on My Knee (1936)

Sin salir de la América profunda, John Cromwell dirige para la Fox, un par de años después, el musical Banjo on My Knee. Para un realizador que tocó prácticamente todos los géneros, con bastante éxito por cierto, se le daban especialmente bien las historias que transcurrían en entornos rurales o en los sitios más recónditos de la geografía norteamericana. Así, en los años treinta, Las aventuras de Tom Sawyer (1930), Mística y rebelde, Jalna (1935) o Village Tale (1935) se movían en esos ambientes.

Con respecto a Banjo on My Knee, la película vuelve al mismo ámbito que Tom Sawyer: al río Mississippi y a las aldeas que se levantan en sus orillas.  Allí viven una serie de personajes sin apenas educación, analfabetos la mayoría. La cinta comienza con la boda entre dos de ellos: Ernie (Joel McCrea) y Pearl (Barbara Stanwyck), bajo la bendición del padre del primero (Walter Brennan). Justo después de la boda, una pelea hace que Ernie tenga que huir al creer que ha asesinado a una persona.

A partir de aquí, las idas y venidas de los personajes buscándose unos a otros es el dinámico argumento de esta tragicomedia que, en realidad, es un musical salpicado de números donde Barbara Stanwyck sorprende cantando y bailando, donde Walter Brennan toca una y otra vez la canción que da nombre al título, como si fuera un hombre orquesta, mientras la canta su amigo Buddy (Buddy Ebsen, actor muy afín a estas historias como aquella que le dio la fama en televisión: Los nuevos ricos), que se lanza con el claqué de una forma original debido a su cuerpo largo y desgarbado.

 

El principal acierto de Banjo on My Knee es la descripción de caracteres: las de los protagonistas, con especial mención al genial Walter Brennan, pero también a otros secundarios: a Buddy, o al juez que no duda en tachar del acta de matrimonio los nombres de los recién casados si se van a casar de nuevo con otra persona, y que duerme la siesta en el embarcadero junto a una botella de whisky, hecho que mantiene en vilo al resto de vecinos que aguardan de un momento a otro el chapuzón. 

De nuevo, como en Mística y rebelde, no parece haber ley en el pueblo, al menos no la normal, pero sí la establecida por los ciudadanos de ese entorno hermético de la América profunda, donde tienen sus propias normas, algunas basadas en supersticiones. Bagaje que llevan con ellos cuando, por necesidad, tienen que acudir a la ciudad, algo tan extraordinario como viajar a otro planeta.




domingo, 26 de junio de 2022

2 X 1: "MOVIE MOVIE" (Stanley Donen)

Movie Movie (1978)

Hoy hacemos una excepción a nuestra sección “Dos por uno” al hablar de tan solo una película, y lo hacemos porque en realidad son dos cintas independientes entre sí dentro de un mismo título. En efecto, Movie Movie, dirigida por Stanley Donen, es una producción homenaje a los programas dobles que poblaban las carteleras de los años treinta.

En la última fase de su carrera, lejos de los musicales que le dieron la fama junto a Gene Kelly, el director estadounidense Stanley Donen se vuelve nostálgico y realiza una sátira, una comedia o una parodia, como quieran llamarla, de las sesiones dobles de la Warner Brothers en la década de los treinta (por si hay alguna duda, la supuesta productora se llama Warren Brothers), un filme maltratado por la crítica en su momento, pero que visto ahora no es tan malo como dicen.

La película se divide en dos mediometrajes Dynamite Hands y Baxter’s Beauties of 1933, protagonizados por George C. Scott, aunque, en realidad, son tres si contamos el “trailer” de un drama de aviación titulado Zero Hour, un corto en blanco y negro montado como reclamo publicitario, que parodia aquellas películas de Howard Hawks o William Wellman sobre héroes pilotando aviones en la Primera Guerra Mundial.

Con respecto a Dynamite Hands, se trata de una cinta del género pugilístico, y del cine negro, con todos los tópicos y clichés de este tipo de películas: el héroe, que necesita dinero para operar de los ojos a su hermana, y se mete a boxeador; el entrenador (George C. Scott), un antiguo campeón que cree en el púgil novato y se ve a sí mismo en su época de esplendor; la femme fatale, que engatusa al joven; la novia de toda la vida, una sufridora; el gánster que amaña los combates; y la pelea final está todo muy visto y suena risible, pero se deja ver con interés. La cinta, aunque filmada en color, se estrenó en los cines en blanco y negro para darle aún más autenticidad (más tarde, en la edición en vídeo, se presentó en el color original).

Mejor es el musical Baxter’s Beauties of 1933, seguramente porque Donen se ve más en su salsa dentro del género al que siempre se dedicó desde que era bailarín, luego coreógrafo y, por fin, director de cine. El título de esta parodia sigue la línea de las series de los años treinta Broadway Melody of… de la Metro Goldwyn Mayer, o Gold Diggers of… de la Warner.

La trama es muy conocida, un clásico backstage musical donde una corista novata se convierte en estrella gracias a sustituir a la vedette de turno en el último momento. Los ensayos, el manager (George C. Scott) que quiere montar un espectáculo por encima de todo, el joven compositor que también salta a la fama, los números caleidoscópicos estilo Busby Berkeley, los grandes decorados, etc., está todo muy conseguido y resulta entrañable.

En definitiva, Movie Movie es una parodia acerca de la edad dorada del cine, muy recomendable, en especial para el cinéfilo, que reconocerá elementos y recursos de las películas de la época y que, a pesar de mil veces vistas, se meterá de lleno en dos tramas atractivas y cercanas, dirigidas por un cineasta que se nota que echa de menos aquella era tan gloriosa.






sábado, 13 de noviembre de 2021

EL DESTINO (Al-massir de Youssef Chahine, 1997)

Como broche final al XVIII Festival de Cine Europeo de Sevilla, y mientras esperamos el palmarés, vamos a comentar una película que ha sido recién restaurada y presentada al certamen dentro de la retrospectiva llamada “Hacia otra historia del cine europeo”. Una selección de películas en la que, según la organización del festival, se pretende «proponer otra manera de pensar el legado fílmico del continente». Desde luego, de legado y de pensamiento va la coproducción franco-egipcia El destino, probablemente la obra maestra del cine árabe sobre Al-Ándalus, realizada por el gran director egipcio Youssef Chahine.

 

La película se basa en los hechos reales acaecidos en el siglo XII en nuestro país alrededor de la figura del célebre e influyente filósofo musulmán Averroes. El estremecedor arranque, con la ejecución en la hoguera de un cristiano por la inquisición francesa, acusado de hereje al atreverse a traducir la obra de un infiel como Averroes, marca el tema de la cinta, algo que no es nada nuevo y que por desgracia todavía se mantiene presente en muchos países en nuestros días: la persecución por unos y otros de aquellos que creen en la cultura como medio para alcanzar el progreso y la justicia social.

Tales eran los principios de Averroes como juez de la corte de Al-Mansour, un cargo que le otorgaba poderes incluso por encima del califa, ya que era el único que podía controlar al gobernante en caso de corrupción o de cualquier otro delito. La relación tirante entre los dos personajes es uno de los puntos de interés de este enorme fresco sobre la ocupación árabe en Andalucía.

Aunque quizás lo más importante sea cómo el director ha configurado una trama alrededor del pensamiento liberal de Averroes cuando cristianos (el hijo del ajusticiado), gitanos (los amigos del filósofo cuyo canto a la vida es mal visto por los fundamentalistas) y musulmanes (entre ellos, los hijos de Al-Mansour) forman una comunidad progresista y moderna encabezada por Averroes, muy peligrosa, eso sí, para los intereses de la oposición islámica. Tanto que los radicales logran que el califa destierre al filósofo y ordene quemar sus libros.

El mérito de la cinta, no obstante, no solo radica en el fondo ⸺«el pensamiento tiene alas, nadie puede detener su vuelo», dice el lema de la película atribuido a Averroes⸺, sino también en la forma. Así, los colores brillantes, parecidos a los del añorado Technicolor chillón de los años sesenta, con espectaculares mezclas de tonos cálidos y fríos en las noches andaluzas, hacen que pasemos por alto el año de su producción, a finales del siglo XX; mientras que la estructura del filme, como un musical al estilo Bollywood, se diferencia con toda la intención de otras superproducciones más hollywoodenses ⸺pensamos en The Message (Moustapha Akkad, 1976), otra enorme película, esta vez sobre la figura de Mahoma⸺, todo para que Youssef Chahine se salga con la suya y consiga realizar una cinta con sabor oriental, que, sorprendentemente, nace ya como un clásico sin necesidad del escrutinio del tiempo sobre ella.





domingo, 28 de febrero de 2021

LOS CABALLEROS LAS PREFIEREN RUBIAS (Gentlemen Prefer Blondes de Howard Hawks, 1953)

Adaptación libre del musical de Broadway de 1949, “Gentlemen prefer blondes”, basado a su vez en la novela homónima de Anita Loos. Al parecer, el libro original lo escribió Anita Loos durante un crucero a Europa en un trasatlántico en el que, como en la película, también viajaba el equipo olímpico estadounidense. Después de que la Twentieth Century Fox adquiriese los derechos de la obra de teatro, Howard Hawks, que tenía contrato con la productora, se embarcó en el proyecto con los mismos colaboradores de su cinta anterior: Me siento rejuvenecer (Monkey Business, 1952). El guion resultante no es otra cosa que una vuelta de tuerca más al conocido tema de las coristas que buscan marido, muy vinculado a los musicales backstage de los años treinta (véanse todos los de la serie gold diggers):


La morena Dorothy Saw (Jane Russell), y la rubia Lorelei Lee (Marilyn Monroe), son dos amigas que trabajan en una sala de fiestas. Mientras el único afán de Lorelei  es cazar a un hombre rico que la inunde de joyas, el de Dorothy es enamorarse de su futuro marido sin importarle el dinero. Lorelei casi ha conseguido su propósito, pero tiene que demostrar que es digna del millonario que persigue. Para cuidar de ella, Dorothy acompaña a su amiga en un crucero por el Atlántico. A bordo viaja todo el equipo olímpico de Estados Unidos y un detective privado contratado por el futuro suegro de la rubia...

Divertido filme de Hawks en el que repetían productor, guionista y director artístico; también lo hacían el veterano actor Charles Coburn, un fijo en este tipo de comedias, y la joven promesa que ya era toda una realidad: Marilyn Monroe. De hecho, 1953 fue el año del lanzamiento definitivo del mito. Niágara, Los caballeros las prefieren rubias y Cómo casarse con un millonario subieron de forma exponencial el caché de Marilyn Monroe que hasta ese momento sólo había trabajado en papeles secundarios. En la cinta que nos ocupa, la estrella todavía figuraba en segundo lugar en los créditos tras Jane Russell, y cobraba mucho menos que ella debido al antiguo contrato que la ligaba con la Fox (Jane recibió 200.000 dólares, mientras que Marilyn seguía con sus 500 semanales). “¿No soy yo la rubia del título?”, se quejaba con cierta razón la actriz.

A pesar de eso, Jane Russell era la que mejor se llevaba con la introvertida Marilyn que apenas salía de su camerino durante el rodaje. El problema de la estrella era la inseguridad enfermiza que padecía, la misma que la obligaba a llevar siempre a una profesora de interpretación junto a ella. Marilyn no daba por buena una toma si antes no lo aprobaba Natasha Lyntess, su coach particular. Eso ponía de los nervios a Howard Hawks y retrasaba mucho el rodaje. Tanto es así que un día en el que los productores preguntaron por qué no se estaba cumpliendo el calendario previsto, Hawks espetó lo siguiente: “tengo tres ideas maravillosas: sustituir a Marilyn, reescribir el guion para hacerlo más corto y contratar un nuevo director.” Al final, Hawks terminó despidiendo a la tal Natasha, pero Marilyn se vengó llegando cada vez más tarde al plató. El rodaje no finalizaba nunca y Hawks tuvo que admitir de nuevo la presencia de la dichosa profesora.


Contra todo pronóstico, la producción resultó uno de los mejores negocios en la historia de la Fox. Las canciones se mantuvieron meses en el top diez de las listas de éxitos y la cinta reventó la taquilla de todo el mundo. Pese a las buenas cifras en la venta de entradas, para algunos estudiosos la película no se encuentra entre las mejores de Howard Hawks. Los ataques de los sesudos críticos vienen del lado de la falta de personalidad del filme debido, según dicen, a la ausencia en el largometraje de elementos reconocibles del cine de Hawks. 

No me parece razonable tal afirmación cuando la cinta es bastante representativa de las comedias del cineasta, con la mujer hawksiana retratada en todo su esplendor. En este caso, eso sí, desdoblada en dos: una rubia materialista y tonta, al menos aparentemente; y otra morena e inteligente, irónica y romántica. Dos negativos de una misma fotografía que, como en todas las películas cómicas del director, siembran el caos entre los hombres allá por donde van; los dominan y manipulan y los hacen parecer menos listos que ellas. Hasta el gag de la inversión sexual, tan del gusto de Hawks en su afán de poner en ridículo al macho, se reproduce en la secuencia del camarote cuando las dos amigas emborrachan al detective, le quitan los pantalones y lo visten con un salto de cama rosa.

Con todo, lo mejor del filme, por lo que es recordado, son los números musicales rodados espléndidamente por Hawks. A destacar tres: el del arranque, que también se reproduce al final para redondear la cinta, donde Marilyn y Jane cantan y bailan “Two Little Girls from Little Rock”, una simpática melodía que resume la película —hasta da un consejo: “busca un hombre tímido o atrevido, alto o bajo, joven o viejo, pero que sea millonario.”—, y que además es el leitmotiv de varias secuencias del largometraje. 

El segundo es una canción que canta primero Jane y luego repite Marilyn en la despedida del barco: “Bye, Bye, Baby”. Todo un éxito mundial con permanencia durante varias semanas en las listas de las mejores canciones, que, como en el resto de números, realmente son dos versiones en una: más sensual y lenta cuando la canta Marilyn, más rápida y divertida cuando lo hace Jane. El último número sencillamente ha pasado a la historia del cine como el mítico dentro del mito que ya es Marilyn. Cuando la rubia canta “Diamonds are a Girls Best Friends”, vestida de satén fucsia entre un grupo de hombres de negro y sobre un fondo rojo intenso, nadie duda de que una mujer como esa se merece todos los diamantes del mundo…, y todo lo que ella desee.


El post es un extracto corregido para la ocasión del capítulo dedicado a Los caballeros las prefieren rubias en mi libro: CINE Y NAVEGACIÓN. Los 7 mares en 70 películas




lunes, 9 de enero de 2017

CINE FÓRUM: LAS MODELOS (Cover Girl de Charles Vidor, 1944)

El nombre de Charles Vidor y el de Rita Hayworth permanecerán unidos en la memoria cinéfila colectiva gracias a Gilda (1946), película legendaria donde las haya. Sin embargo, un par de años antes el director y la actriz ya habían trabajado juntos en un estupendo musical del que vamos a hablar a continuación:























Como ocurrió con la mayoría de estudios en plena contienda mundial, la Columbia también se apuntó a la serie de películas cuyo objetivo era el entretenimiento de la retaguardia, de los que se habían quedado en casa. Se trataba de musicales, comedias o cintas de aventuras donde el color era tan brillante como las estrellas que los protagonizaban.

La compañía de los hermanos Cohn lo tenía complicado para competir con los musicales de la Metro Goldwyn Mayer y con las cintas a todo color de la Fox (estudio que se destacó en el escapismo para tiempos de guerra); pero gracias a su política de cesión de profesionales (en este caso la Columbia consiguió que la Metro le cediera a Gene Kelly) logró algún que otro éxito en esta faceta, como el obtenido por Las modelos.

La película es un convencional musical backstage, pero con una original estructura debido a la doble historia que se cuenta, una en el presente y otra en el pasado; ambas con Rita Hayworth como protagonista, y ambas con el mismo tema: el de tener que elegir entre la fama —y el dinero que lleva consigo— o el amor. En realidad el argumento es una variante de la típica trama de “Ha nacido una estrella”, donde Gene Kelly es el modesto empresario enamorado de Rita, y ella es la cantante emergente a la que quiere contratar el tercero en discordia: un potentado del mundo del espectáculo.


No obstante, la propaganda bélica se deja sentir con fuerza. Así, en la película se habla de la escasez de alimentos y de la necesidad de “machacar” al régimen nazi; en el número final se aprovecha para publicitar la venta de bonos; e incluso el propio Gene Kelly hace de sí mismo en un momento determinado de la ficción cuando se une a un grupo de artistas cuyo objetivo es divertir a los soldados que combaten en el frente.

Aunque el realizador del filme, Charles Vidor, no era de los directores musicales de primer nivel (como Vincente Minnelli, Stanley Donen o el propio Kelly), los números de la película sí se encuentran a la altura de los grandes musicales. Destaca el famoso tema “Long ago and far away”, que canta Rita Hayworth, que fue nominado al Óscar, y que resultó todo un éxito en Estados Unidos y en el mundo entero, una canción que ha sido versionada en multitud de ocasiones. También son notables, por su originalidad, el número “Alter-ego dance”, donde Gene Kelly baila con su propio reflejo en un escaparate; y el simpático “Poor John”, donde la Rita del pasado se ríe de su prometido con una divertida canción y un no menos gracioso baile.



Todos esos números son una maravilla, no obstante, nuestro  preferido es “Make way for tomorrow”, interpretado por el trío formado por Kelly, Rita y Phil Silvers. Es el número que ahora vamos a analizar:



La secuencia comienza en el bar después de que el trío de amigos abran sus ostras como es costumbre y descubran que no hay perlas en ellas, “quizás mañana cambie la fortuna” dicen a una y comienzan a cantar y bailar dentro del local. En esta primera parte hay música diegética pues alguien les acompaña al piano, y se puede decir que la escena pertenece al género tradicional. Sin embargo el resto de la secuencia, la que tiene lugar en el exterior, tiene mucho de musical moderno. Hay que recordar que la transformación fundamental surgió ese mismo año con el estreno de la coetánea Cita en San Luís (Meet Me in St. Louis, Vincente Minnelli, 1944). En ese filme y en los que vinieron después los personajes que cantaban y bailaban ya no eran artistas, sino gente de la calle, y los números surgían de forma espontánea sin necesidad de formar parte de una revista o de una actuación ante el público.

La segunda parte de la secuencia tiene lugar cuando Gene, Rita y Phil cogen unos instrumentos de fortuna y salen al exterior para recrear diversas acciones como las de la marcha militar del 4 de julio o la de un bote de remos hundiéndose. La canción sugiere que no hay que ceder a la tristeza, que hay que levantarse ante cualquier contratiempo y seguir adelante. Por cierto un tema muy adecuado para la época (nótense los sacos terreros de la calle que subrayan que estamos en guerra). La coreografía representa esa idea con pequeñas subtramas que demuestran que se puede narrar con el baile. Sin duda otro signo de que el musical se estaba haciendo adulto.

La tercera y última parte arranca con el encuentro con el policía. Al parecer toda esta escena rodada en la calle fue dirigida por Gene Kelly y se compone de travellings encadenados, algunos bastantes largos. El número ha vuelto a cambiar y ahora los tres amigos interaccionan con otros personajes que van apareciendo sucesivamente: el policía, una pareja besándose en un portal, el lechero y un borracho. Los dos últimos incluso se integran en la acción y forman parte de la coreografía que continúa imitando diversos oficios o acciones, como la de montar a caballo o bailar una danza india, ahora ya totalmente disparatados, de hecho han dejado de cantar, ya solo suena la música sin letra y por tanto sin un tema al que dedicar el baile.   

El número que acabamos de ver fue compuesto por los prestigiosos Jerome Kern e Ira Gershwin y fue fotografiado por Rudolph Maté que obtuvo una nominación al Óscar; premio que finalmente se llevó la banda sonora de todo el filme.



miércoles, 16 de abril de 2014

EL AUTOREMAKE EN EL CINE: CAPÍTULO IV (VI)

4.1.2. Nace una canción (A Song is Born de Howard Hawks, 1948).

Si innecesario fue rodar de nuevo Broadway Bill, más lo fue rehacer Bola de fuego. Ambos remakes, muy diferentes entre sí, guardan ciertos elementos en común, como por ejemplo ser películas al servicio de unos actores en concreto (Bing Crosby y Danny Kaye, respectivamente), ser versiones musicales de sendas comedias y, sobre todo, ser calcos de los originales. Las motivaciones para realizar ambas películas son más comprensibles en el caso de Capra que en el de Hawks, si tenemos en cuenta las dificultades que a finales de los cuarenta tenía el primero para volver a dirigir, cosa que no le sucedió al segundo.[1]



















Para buscar las razones que llevaron a Hawks a recuperar la peculiar versión de Blancanieves hay que recurrir de nuevo al tantas veces citado Samuel Goldwyn: El productor tenía en nómina, entre otros, a Danny Kaye y Virginia Mayo, con los que ya ha­bía realizado tres películas.[2] Goldwyn quería seguir rentabilizando su inversión en la pareja, pero en 1948 Danny Kaye atravesaba una situación personal muy delicada provocada por su reciente divorcio. Según Hawks, un día que se encontró con Goldwyn, éste le confesó que necesitaba un proyecto para Danny Kaye, más que nada para sacarlo de la depresión en la que se encontraba. Hawks le sugirió que hiciera otra versión de Bola de fuego, pero en clave musical (Bogdanovich 2007, p.274). A Goldwyn le pareció una idea estupenda y al cabo de una semana lo llamó para decirle que quería ambientarla en 1922, cosa que a Hawks ya no le gustó tanto. Cuando más tarde el productor le propuso dirigirla, Hawks aceptó por una razón de peso: por los 25.000 dólares semanales que Goldwyn le iba a pagar.

Hawks siempre despotricó de la película: “Tenía tanta gracia como un nabo. Fue una experiencia absolutamente horrible. Jamás he visto la película” (McBride 1988, p.102). Afirmó que realizar un remake con tan sólo seis años de diferencia era un disparate, y un mal negocio para Goldwyn desde el principio. A toro pasado hay que darle la razón al director, sin embargo, hay que tener en cuenta que para el productor aquella situación no era en absoluto nueva: dos años antes ya le había funcionado con El asombro de Brooklyn, un remake musical en color de La Vía Láctea (The Milky Way de Leo McCarey, 1936), protagonizado por la pareja Kaye-Mayo y estrenado tan sólo diez años más tarde que el original. Entonces, ¿por qué no probar con Bola de fuego, una de sus películas más exitosas? Convencido de que había tomado la decisión correcta, Goldwyn reunió al mismo equipo técnico de 1941, encabezado por Gregg Toland, y le encomendó a Hawks la tarea de rodar en technicolor un musical protagonizado por su pareja de moda, tomando como base el guión de Bola de fuego.



Hawks se enfrentó a Nace una canción con evidente desgana, sin creer en la historia ni confiar en los actores impuestos por Goldwyn y con el único objetivo de pasar el trámite cuanto antes. Para ello, siguió al pie de la letra el guión técnico de Bola de fuego y realizó un calco de lo rodado en 1941 (compárese 4.12 a 4.15 con 4.5 a 4.8).





[1] El mismo año de Nace una canción Hawks filmó una de sus obras maestras: Río Rojo (Red River, 1948).
[2] Wonder Man de H. Bruce Humberston (1945), y El asombro de Brooklyn (The Kid from Brooklyn, 1946) y La vida secreta de Walter Mitty (The Secret Life of Walter Mitty, 1947), ambas de Norman Z. McLeod.


lunes, 24 de septiembre de 2012

CINE FÓRUM: EL DESFILE DEL AMOR (The Love Parade de Ernst Lubitsch, 1929)


Nuestros lectores más asiduos a la sección de cine club habrán notado que nos gusta traer, de vez en cuando, alguna secuencia para analizar procedente de aquellos pioneros del cine mudo que sentaron las bases de lo que llamamos cine moderno. Hoy, de nuevo, volvemos la vista atrás, en esta ocasión para fijarnos en una cinta que fue muy famosa en su día y que significó la primera incursión en el cine sonoro de un director al que admiramos: Ernst Lubitsch.























Somos conscientes que The Love Parade ha sufrido con el paso de los años una merma considerable y, vista hoy en día, su rudimentaria producción llama mucho la atención en sentido negativo. Sin embargo, en nuestro modesto proceso de análisis —en el que siempre procuramos descontar el tiempo—, y tras situarnos en aquella época en la que la llegada del sonoro fue todo un acontecimiento, podemos observar, con cierta objetividad —muy poca, dada nuestra simpatía por el director berlinés—, las bondades de esta película.

El argumento es muy simple, se basa en la opereta “El Príncipe Consorte”, de los dramaturgos Leon Xanrof y Jules Chancel: 

El conde Alfred Renard (el simpático Maurice Chevalier) es destituido de su cargo en Francia por su afición a poner los cuernos a todos lo maridos parisinos. De regreso a su país, al imaginario reino de Sylvania, es llamado a la corte para ser reprendido por la reina Louise (Jeanette MacDonald, debutando). Su Majestad cae rendida al encanto del subordinado y, tras un fugaz noviazgo, se casan. Pronto, Alfred se dará cuenta de que no es más que el príncipe consorte y que no pinta nada en palacio ni tampoco decide las cosas de la alcoba…


Es una trama ligera y agradable en la línea de otras operetas que Lubitsch filmó antes de la llegada del sonoro, en las que, por cierto, no se echan nada de menos las canciones (véase la excelente El Príncipe Estudiante, The Student Prince in Old Heidelberg, 1927). En El Desfile del Amor, los números musicales son demasiado estáticos (ahora veremos por qué), pero muy divertidos. Así, tenemos la despedida de París, “París, Stay the Same”, cantada por Chevalier, luego por su criado (Lupino Lane) y, por último… ¡por su perro! También destaca la canción que da título a la película, cantada por Chevalier y Jeanette MacDonald: “My Love Parade”; y el número de Lupino Lane y Lillian Roth, “Let’s be Common”, donde reivindican su condición de lacayos y donde los exagerados movimientos de Roth nos recuerdan algunos largometrajes de Lubitsch tan primitivos como graciosos, en especial LaMuñeca (Die Puppe) y La Princesa de las Ostras (Die Austernprinzessin), ambos de 1919.

El guión de El Desfile del Amor corrió a cargo de Ernst Vajda y supuso el inicio de una serie de películas parecidas, todas de éxito, con el mismo grupo de director, actores y guionista. La fama de Maurice Chevalier fue en aumento y se descubrió a Jeanette MacDonald que hizo lo mejor de su carrera junto al cantante galo. Desde luego, estaba mucho más picante y descarada a las órdenes de Lubitsch que más tarde, en su etapa de la Metro, en aquellos musicales en los que hizo pareja con el cursi de Nelson Eddy.


Pero la importancia de The Love Parade, bajo nuestro punto de vista, radica en la forma en la que Lubitsch se enfrentó al sonoro (ya hemos dicho que fue su primera película hablada).  Y es que, desde el año 1927 —El Cantor de Jazz (The Jazz Singer de Alan Crosland) tuvo la culpa— y hasta bien entrada la década de los treinta, la llegada del sonoro provocó que Hollywood se sumiera en una especie de oscura Edad Media. De repente, todo lo que se había avanzado en la producción de películas sufrió tal retroceso que el movimiento del objetivo, la puesta en escena e, incluso, la interpretación casi viajaron en el tiempo hasta los albores del cine silente: las cámaras se volvieron estáticas debido a que tenían que protegerse en enormes contenedores de cristal para que los rudimentarios micrófonos no grabaran el ruido de sus motores; los actores regresaron a los gestos exagerados porque los primeros sistemas de grabación exigían una vocalización extrema; y la puesta en escena se volvió excesivamente rígida, casi teatral, al tener que situarse los actores cerca de los dichosos micrófonos.

Lubitsch, en su afán para que The Love Parade escapara de ese retroceso, intentó manejar el sonido de la mejor forma posible. El director había llegado muy lejos en sus últimas películas mudas —El Abanico de Lady Windermere (Lady Windermere’s Fan, 1925), por ejemplo, es todo un prodigio de movimientos de cámara, angulaciones y planos secuencia— y no quería que la nueva tecnología arruinase todo lo que había logrado. Para ello, rodó buena parte de la película como si fuera muda y después incorporó la banda sonora, doblando algunos diálogos, algo que nos parece muy normal ahora, pero que entonces fue toda una revolución. Además, lejos de enemistarse con el sonido, lo tomo por aliado en secuencias como las de la noche nupcial cuando la salva de 300 cañonazos para celebrar el matrimonio real provoca que el flamante marido comience a dudar de si ha tomado la decisión correcta. También la escena del ladrido de la mascota, cantando al compás de la música, va en ese sentido, y la propia estructura de la película, con las canciones integradas en la historia, configurando un musical bastante adelantado a su tiempo.


Y ahora, sin más preámbulos, nos dirigimos a analizar la secuencia elegida. Se trata del arranque, justo después de los créditos. Estamos en París…

  

La secuencia es all singing y all talking, como las anunciaban entonces, pero es esencialmente muda. Rodada con muy pocos diálogos, está basada en primeros planos, planos detalle, en las miradas de los personajes y en el montaje, y muestra lo lejos que había llegado Lubitsch en el período silente y lo hábil que era narrando con las imágenes. El sonido está allí, pero no supone un impedimento para que el director de rienda suelta a su buen hacer.

La escena es en sí un corto, casi independiente al resto de la trama. Hay introducción, desarrollo y conclusión. Hasta existen dos puntos de giro que separan cada una de las fases. 

La secuencia comienza con un plano de situación, más bien con un “cuadro” de situación, una composición con lo más típico de la noche parisina, el Can-Can, la torre Eiffel, Le Moulin Rouge,… el champán. En el mismo sentido, a continuación, viene el primer número musical: “Ooh, La La” nos anuncia el género de la película y sigue con los tópicos, en especial el del champán. Es una simpática canción, con sorpresa final incluida, interpretada por Lupino Lane en un plano medio estático. La escena finaliza con una ligera panorámica del criado abandonando la habitación y cerrando la puerta.

El portazo da pie al inicio del siguiente encuadre, también con una puerta cerrada (aquí realmente es cuando comienza nuestra secuencia). Un plano general muy típico en el cine de Lubitsch, tan aficionado al vodevil y a dejar que el espectador imagine lo que sucede detrás de esa puerta (se oye una discusión, otro recurso sonoro). Del dormitorio sale Maurice Chevalier que se dirige al público en una pose brechtiana para anunciar que su pareja es muy celosa. Un plano detalle de una liga parece darle la razón a la enfadada mujer, sobre todo cuando Lubitsch enseña las piernas y comprobamos que a ella no le falta ninguna liga (más tarde repetirá plano cuando la reina enseñe las extremidades inferiores a un sorprendido gabinete ministerial). Con un montaje rápido y sin palabras vemos como la señorita se dispone a vengarse de Chevalier. Plano detalle de una pequeña pistola que saca del bolso y plano medio de los dos discutiendo de nuevo, en francés, hasta que viene el primer punto de giro: llega el marido (Chevalier nos hace de traductor mirando a la cámara por segunda vez).

De nuevo el plano de la puerta cerrada y el marido que accede a la habitación. Un corte a la mujer que se dispara cayendo al suelo, corte al marido y vuelta a ella ya en el suelo. Es un montaje rápido que hace que parezca que la cámara es la que se mueve. Lo que viene a continuación es el enfrentamiento entre marido y amante. Otra vez el montaje dinámico entre los dos y el plano detalle de la pistola. Lubitsch los reúne en el cuadro abandonando el juego del montaje. Es cuando suena una música no diegética, de suspense. Después de un ligero y elegante travelling en profundidad, el marido dispara. La escena parece haberse convertido de comedia en tragedia. Pero es tan solo una ilusión: el conde Renaud ni se inmuta. No había balas. Es el segundo punto de giro.

La conclusión es tan simpática como el resto: de la pareja amante-marido a la supuesta muerta que abre los ojos. El director deja a Chevalier solo y reúne al marido con su mujer. Una panorámica sigue a Alfred hasta un buró donde comprobamos (otro plano detalle) la cantidad de pistolas que hay en el cajón, tantas —se imagina el espectador— como veces se ha reproducido la escena.

Lubitsch finaliza la secuencia siguiendo con el mismo juego de montaje entre la cámara que filma a Chevalier y la que sigue al matrimonio; con intercambio de miradas entre ellos, y con algo de su repertorio de insinuaciones sexuales: el marido no consigue cerrar la cremallera del vestido de su mujer, pero el amante sí lo hace —y ella no puede disimular su agrado—. Es un ejemplo de lo que se ha llamado “El toque Lubitsch”: Ella va de un encuadre, el del marido, al otro, el del amante. Una vez que el amante le ha hecho “el favor”, regresa con su esposo.

La secuencia concluye con una panorámica que sigue al matrimonio mientras éste abandona la habitación. Un movimiento prácticamente igual que el del principio, cuando el criado salía del salón, y que provoca que la escena sea redonda.


Ver Ficha de El Desfile del Amor.


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