Hoy traemos a
nuestro cine club particular la pregunta del millón: ¿Puede el amor durar
eternamente? O lo que es lo mismo: ¿Es el amor más poderoso que la propia
muerte? El director, William Dieterle, y el productor, David O. Selznick —se
nos antoja que más el segundo que el primero, ahora veremos—, responden a esta
cuestión con una obra maestra:
La cinta narra
cómo Eben, un pintor sin suerte (Joseph Cotten), se
encuentra un día en el parque con Jennie, una niña muy particular (Jennifer
Jones, regular caracterizada como jovencita, dada su edad). La pequeña viste
como si perteneciera a otra época y se refiere a hechos acaecidos hace varias décadas
como si estuvieran sucediendo en ese momento. Eben se queda prendado de Jennie
y se pregunta si no ha sido todo una alucinación.
Jennie
es en realidad una adaptación de la novela de Robert Nathan a cargo de hasta
cuatro guionistas, siempre con la supervisión-intromisión de Selznick —el
productor que no sabía o no quería delegar—, todo para conseguir un producto
que sirviera de lucimiento a su descubrimiento personal, y a la sazón esposa,
Jennifer Jones. La cinta es un melodrama fantástico que reflexiona acerca del amour fou, con un ambiente onírico, muy
bien realizado desde la parte técnica e interpretado con el mismo tono melancólico
por todo el reparto.

Al estilo de Sueño
de amor eterno (Peter Ibbetson
de Henry Hathaway, 1935), Eben y Jennie se encuentran media docena de veces y
se van enamorando siempre como en un sueño. El largometraje se estructura
entorno a esos seis encuentros en donde vemos como Jennie va creciendo
paulatinamente. Selznick, en un principio, consideró la opción de contratar a
varias profesionales para que dieran vida al personaje principal en sus
sucesivas etapas, pero finalmente desechó la idea por el riesgo que corría al
depender de tantas actrices para la película. Suponemos que también tomó esa
decisión para ahorrar un dinero que luego empleó en presentar a su mujer tan
maravillosa como de hecho sale en pantalla, siempre como envuelta en una
aureola, apareciendo y desapareciendo de forma mágica.
Para el papel de
Eben, Selznick se decidió por Joseph Cotten (se llevó un premio en Venecia por
su trabajo en el filme) que actúa casi con el mismo registro que en
El Tercer Hombre. Eben se comporta como perdido, esperando que
aparezca Jennie en el momento menos pensado, en el parque, detrás de un árbol,
o en el portal de su casa. El personaje deambula por la historia sin saber qué
pensar acerca de su extraña relación con una persona que parece existir sólo en
su imaginación.
William Dieterle,
suponemos que atado por corto por Selznick, rueda el drama romántico con un tono
expresionista ayudado por la excelente fotografía de Joseph H. August, técnico nominado
por su trabajo al Oscar y tristemente desaparecido antes de finalizar el filme.
No era la primera vez que Dieterle se enfrentaba a una película rodeada de niebla
y claroscuros, o a una cinta fantástica: Fog over Frisco (1934) o El Hombre
que vendió su alma (All that money
can buy, 1941), respectivamente, son algunos ejemplos dentro de una filmografía
repleta de muy buenos largometrajes.
Para resumir, sólo
decir que Portrait of Jennie es el típico producto made in David O. Selznick:
la cuidada adaptación de un novelón, con muy buenos decorados, excelsa fotografía,
música envolvente (primero de Bernard Herrmann, despedido por Selznick, pero
dejando en la cinta el tema que canta Jennifer Jones; y después, a cargo de
Dimitri Tiomkin, plagiando, según sus compañeros, temas de Claude Debussy) y un
excelente reparto, con dos grandes damas de la actuación acompañando a Cotten y
Jones: Ethel Barrymore y Lillian Gish.
Y ahora vayamos,
como siempre, a hacer un esbozo de análisis de una de las escenas de la película.
Estamos en la segunda mitad de la cinta y asistimos a uno de los seis encuentros
entre Eben y Jennie:
La secuencia dura ocho minutos
aproximadamente y se divide en dos partes: el encuentro nocturno y
el posterior paseo por la ciudad, y la escena que transcurre en la buhardilla
de Eben.
En la primera parte, Eben pasea por el
parque y, mientras se pregunta si es víctima de una especie de encantamiento
que supera el paso del tiempo, aparece Jennie de entre las sombras, a contraluz
de una farola. El efecto es mágico y, si bien la cinta ganó el Oscar a los
mejores efectos especiales, el plano de la silueta de Jennie acercándose en la
oscuridad parece que se debe más a la habilidad del director de fotografía que
a otra cosa.
Eben y Jennie hablan con la melancolía que
preside toda la película, con cierta ambigüedad en los diálogos, aludiendo al
tiempo y al paisaje con tristeza, a veces como si la otra persona no estuviera
presente, como si estuviesen hablando en sueños. A continuación pasean de
madrugada por una ciudad que duerme, vacía, muy adecuada para el entorno onírico
de la secuencia. La presencia del puente al final de esta parte de la escena es
muy simbólica: Jennie comenta que nada separará a los amantes, mientras el
viaducto se convierte en una metáfora al representar el enlace entre los dos
mundos, el real y el del más allá; la misma conexión que mantiene unidos a Eben
y a Jennie.
La segunda parte transcurre en el estudio
del pintor. Eben da los últimos retoques al cuadro mientras Jennie posa
envuelta en la niebla. Ella se mantiene en un estado intermedio entre un mundo
y otro, como si estuvera a punto de desvanecerse. La fotografía de nuevo es perfecta para
reflejar esa sensación de alucinación, de ensueño. En especial cuando Jennie se
duerme. Dieterle cambia del plano medio al primer plano y vemos como a Jennie
se le van cerrando los ojos mientras habla del futuro, del destino. Y aquí
viene lo mejor de la secuencia: Jennie permanece inmóvil, como congelada. Parece
que se haya quedado así para la eternidad, como quedará en el cuadro que Eben
está pintando, rodeada de una luz que difumina su figura. Sencillamente fantástico.
Eben la despierta de una especie de trance. ¿Dónde
estamos?, pregunta ella cuando el espacio y el tiempo no parecen tener importancia
en una relación que traspasa ambas dimensiones. Después, se acercan al cuadro
ya terminado — insistimos en lo que representa una pintura con respecto al
tiempo: un retrato perdura más allá de la vida del que lo pintó y de su modelo—
y a continuación contemplan otros dibujos del pintor; algunos no presagian nada
bueno, como se verá más tarde (es el elemento de suspense que guarda la película
hasta la conclusión y que no vamos a desvelar).
La secuencia finaliza de la misma forma que
comenzó, con la mágica desaparición de la protagonista. Esta vez Dieterle se
vale del pañuelo que Jennie lleva a lo largo de la película y que viene a
demostrar que la presencia de la mujer en la vida de Eben no ha sido un sueño. Jennie
se lo coloca delante para desvanecerse como un fantasma ante la cámara en otro
efecto que se debe más al montaje y a la fotografía que a cualquier otra técnica.
De nuevo, sensacional.
Espero que les haya gustado.
Ver Ficha de Jennie.
Y muy pronto...
CENIZAS PARA UN BLUES.