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domingo, 14 de mayo de 2023

2 X 1: "PRIVATE DETECTIVE 62" y "MATANDO EN LA SOMBRA" (Michael Curtiz) (II)

Private Detective 62 (1933) 

El gran director Michael Curtiz tuvo una de las filmografías más extensas y de mayor calidad del universo cinematográfico que ahora llamamos cine clásico. De todas sus películas destacan aquellas que dirigió en el seno de la Warner Brothers. De origen húngaro, Curtiz llamó la atención de Jack Warner allá por los años veinte cuando veía lo bien que se desenvolvía el realizador en Austria dirigiendo películas épicas (Esclava Reina, Sansón y Dalila, Sodoma y Gomorra, etc.). Cuando lo contrató, el productor seguramente ya tenía en mente encargarle El arca de Noé (Noah’s Ark, 1928), una cinta estilo DeMille con la que prácticamente se decía adiós al cine mudo.

Pero a Curtiz no solo se le daban bien las superproducciones, enseguida demostró su habilidad para todo tipo de estructuras narrativas. Se quedó en la Warner y ellos que salieron ganando. Dos ejemplos de aquellos filmes tan bien realizados son los policíacos que dirigió en los primeros años treinta con William Powell de protagonista:

En Private Detective 62, el primero de ellos, Powell es Donald Free, el detective privado del título. Después de haber caído en desgracia por haber sido declarado persona non grata en Francia, Free tampoco tiene demasiada suerte al asociarse con Dan Hogan, un colega con pocos escrúpulos, que sigue las instrucciones del dueño de un casino. Free reacciona cuando Hogan y el mafioso planean engañar a una joven a la que el segundo debe mucho dinero.

 

Entretenido filme, que Curtiz realiza sin muchos medios, al estilo de las películas de serie B, pero con un ritmo muy rápido, una narrativa casi perfecta y un dominio de las elipsis prodigioso. Así, Curtiz es capaz de pasar de un país a otro en pocas secuencias mientras el protagonista se mete en problemas, lo detienen, lo juzgan, viaja en un barco, escapa de él y busca trabajo. 

El caso de Curtiz no deja de ser curioso porque le sucedió lo contrario que a la mayoría de directores: de especialista en rodar largometrajes colosalistas, con grandes medios, superproducciones costosas del cine mudo, pasó a dirigir películas de escaso presupuesto, policíacos, dramas, comedias, cintas de aventuras, es decir, de cualquier género, pero siempre con su sello de realizador imaginativo, que manejaba ⸺y acaso inventaba⸺ todos los recursos cinematográficos para convertirse en uno de los que cambió el cine norteamericano para siempre.


Matando en la sombra (The Kennel Murder Case, 1933)

El segundo de los filmes que Curtiz dirigió en 1933 con William Powell al frente del reparto fue Matando en la sombra, adaptación para la gran pantalla de la novela homónima de S.S. Van Dine, creador del personaje protagonista, el detective Philo Vance:

Vance sospecha que el suicidio de un magnate y coleccionista de cerámica china es en realidad un asesinato. La lista de sospechosos (la sobrina, la amante, la pareja de la amante, el secretario, el cocinero chino, el mayordomo que no falte, el hermano, etc.) es extensa debido al mal carácter del finado y a sus chanchullos comerciales, pero la solución del caso se presenta complicada, ya que la víctima se hallaba en un cuarto cerrado por dentro.

Entretenida trama donde todos tenían motivos para matar a la víctima; donde un jarrón chino y una daga son las claves del misterio; y donde la policía se deja aconsejar ⸺y mandar⸺ por un detective famoso, al estilo de las novelas de Sherlock Holmes o Agatha Christie.

 

La cinta es un ejemplo del típico misterio locked-room o habitación cerrada, también llamado “crimen imposible”. Es, sin duda, la mejor de la larga serie de películas que se realizaron sobre la figura del detective Philo Vance ⸺en 1940 se hizo un remake titulado Calling Philo Vance (William Clemens)⸺; Matando en la sombra es la quinta de la saga, la cuarta y última protagonizada por William Powell, y la única dirigida por Michael Curtiz, con su acostumbrada maestría.

La película es un pre-noir donde ya hay algunos estilemas del género que se desarrollaría en los años cuarenta, con la presencia de William Powell ⸺y de Mary Astor, futura femme fatale⸺ un año antes del éxito La cena de los acusados (The Thin Man, W.S. Van Dyke, 1934), que iniciaría otra larga serie de películas inolvidables con Powell, Myrna Loy y el perrito Asta, que por cierto también actúa en Matando en la sombra.






lunes, 25 de mayo de 2015

ESPECIAL 2 X 1: "EL CAPITÁN BLOOD" y "EL HALCÓN DEL MAR" (Michael Curtiz) (II)

Es curioso que un largometraje con tan pocas pretensiones fuese a la postre tan importante en la historia del cine —para muchos la mejor película de piratas nunca realizada—. Como ya se ha dicho, El capitán Blood supuso el comienzo de toda una serie de éxitos para la Warner Brothers, pero también fue la película que lanzó al estrellato a un desconocido actor australiano llamado Errol Flynn; a su pareja en ocho ocasiones más, Olivia de Havilland; a un excelente músico que debutaba —y se llevó la nominación al Óscar—, Erich Wolfgang Korngold; y al director que junto a Raoul Walsh, fue el que más veces rodó con Flynn: Michael Curtiz.

Curtiz, era un cineasta húngaro que había recalado en Hollywood cuando Jack Warner vio lo bien que se desenvolvía en Austria dirigiendo películas épicas. Curtiz acababa de terminar Esclava Reina (Die Sklavenkönigin, 1925) —después de haber hecho Sansón y Dalila y Sodoma y Gomorra—, cuando Warner lo contrató; el productor seguramente ya tenía en mente encargarle El arca de Noé (Noah’s Ark, 1928), una superproducción estilo DeMille con la que prácticamente se decía adiós al cine mudo.

El caso es que cuando Curtiz rodó El capitán Blood casi nadie lo conocía en Estados Unidos. A partir de ahí su carrera sólo hizo crecer y su reputación como uno de los directores más innovadores fue incuestionable. Para nosotros fue el paradigma del cineasta llegado de Europa (como Hitchcock, Lubitsch, Wilder y tantos otros) que cambió para siempre el modo de hacer cine en Norteamérica. Una evolución sin traumas desde dentro del sistema de producción de los grandes estudios en el que supo integrarse perfectamente. De hecho, junto a Raoul Walsh, Curtiz se convirtió en el realizador que caracterizó a la Warner como productora de películas de acción donde la narrativa vertiginosa y la dirección sin ambages fueron sus principales señas de identidad.

 Los pocos medios con los que contó Curtiz en El capitán Blood no le impidieron realizar una película espectacular. La batalla final es una brillante sucesión de imágenes de un vigor narrativo pocas veces visto gracias al ritmo del montaje, a la excelente música de Korngold y a la visión personal del gran director. La mano de Curtiz no sólo se nota en la viveza de las secuencias de acción, en las sutiles transiciones y en las oportunas elipsis, sino también en la técnica de claroscuros que compensa la falta de decorados. Las sombras del primer tercio de la película en espacios vacíos como los del tribunal son de una modernidad casi abstracta que sorprende hoy en día. También lo son los reflejos de la mar en los rostros de los personajes en los planos más emotivos. Son técnicas expresionistas, heredadas de su paso por el cine germano que usaría cada vez con mayor habilidad hasta llegar a la cima en Casablanca (1943). 


El hallazgo de Errol Flynn —como el de Olivia de Havilland, otra desconocida— también supuso todo un acontecimiento. De forma inesperada, su presencia llenó el vacío que había dejado Douglas Fairbanks desde que el cine comenzó a hablar. La llegada de Flynn al proyecto fue fruto de la casualidad, del rechazo de otros actores ya consolidados y del poco dinero con el que contaba Curtiz en una producción que no permitía la participación de grandes estrellas. La película fue la primera de las doce que Curtiz y Flynn hicieron juntos, una larga colaboración que, sin embargo, no se tradujo en una gran amistad si tenemos en cuenta las discusiones y las diferencias de criterio que existían entre ellos. En sus memorias, Flynn confirmó lo mal que se llevaba con Curtiz: “Pasé cinco miserables años con él haciendo Robin Hood, La Carga de la Brigada Ligera y muchas otras. En todas ellas, él (Curtiz) intentaba hacer las escenas tan realistas que mi piel no parecía importarle mucho. Nada le agradaba más que el derramamiento real de sangre.” (Flynn 2003, pg. 202).



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