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lunes, 19 de enero de 2015

BIRDMAN (Alejandro González Iñárritu, 2014)

¿No les ha ocurrido alguna vez que justo después de que les hayan presentado a alguien, en una primera impresión, la persona les ha parecido más falsa que una moneda de 3 euros? Pues eso es exactamente lo que nos ha sucedido con la última película del director mexicano, González Iñárritu.



En nuestra opinión, Birdman es una cinta disfrazada de cine independiente con ocultos intereses comerciales —legítimos, no digo que no, pero que no nos engañen— que parece un remedo de la propia trama: un actor venido a menos (Michael Keaton) quiere demostrar su valía en el teatro, mientras mantiene una lucha interna con su otro yo, el que antaño le diera la fama como estrella blockbuster.

Una historia que quiere ser original, pero que llega algo tarde después de la más conseguida JCVD (Mabrouk El Mechri, 2008), o del arranque de El Congreso (The Congress de  Ari Folman, 2013), cintas con guiones especulares donde Van Damme y Robin Wright, respectivamente, hacen de ellos mismos —igual que Michael Keaton—; todos con unas carreras en decadencia cuyos éxitos anteriores pesan en exceso (a nadie se le escapa que Birdman es Batman). Tampoco tiene nada de innovador el hecho de que la trama se desdoble cuando los conflictos entre los personajes influyen en la obra que representan en la ficción (aquí los ejemplos son mucho más numerosos: La noche americana, Vania en la calle 42, La mujer del teniente francés, etc.).



Sin una trama que aporte nada nuevo, el filme se sustenta en las hipotéticas virtudes de realizador y actores. El primero se atreve a rodar, cámara en mano, en sólo un plano secuencia todo el largometraje (con las mismas trampas que Hitchcock en La Soga, todo hay que decirlo). Un alarde técnico que se nos antoja tiene que ver más con el lucimiento personal del director que con la película en sí. Ni siquiera los saltos en el tiempo sin cortar la filmación (elemento narrativo que tampoco es nuevo y que, por ejemplo, hacía muy bien Angelopoulos en El viaje de los comediantes) son suficientes para que desparezca esa sensación de rodaje autocomplaciente.

Algo parecido sucede con los actores. Todos ellos empeñados en una verborrea sobreactuada con la excusa de estar dando vida a personajes que quieren demostrar su buen hacer como profesionales de la actuación. Una redundancia que cae en la soberbia interpretativa, muy en sintonía, eso sí, con el trabajo del realizador.

Con Birdman, Iñárritu logra todo lo contrario a lo que se propone: una película poco sincera rematada con un final tan falso como la cinta en sí. Una conclusión seguramente forzada por aspectos comerciales, o incluida a última hora para no caer en otro defecto, el de la trama previsible. Fuera o no esa la intención, la verdad es que ya no importa demasiado: a esas alturas, el largometraje ya no tenía mucha solución.   


Ver Ficha de Birdman.


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