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domingo, 9 de enero de 2022

EN UN LUGAR SALVAJE (Land de Robin Wright, 2021)

La carrera de la actriz Robin Wright ha tenido dos picos estelares: uno en sus inicios —con la excelente película de Rob Reiner, La princesa prometida (The Princess Bride, 1987)—, y el otro en los últimos años con el éxito mundial de House of Cards (2013-2018). Precisamente, la confianza que le ha dado haber dirigido algunos episodios de la serie de televisión es la que ha propiciado su debut como realizadora de cine. Robin Wright dijo que sentía que había vuelto a empezar, que dirigir era como si estuviera disfrutando de otra nueva vida en Hollywood. «Estoy en modo comprar algo para dirigir», llegó a decir en una entrevista. Así es como eligió el guion de Land (aquí titulada En un lugar salvaje), a la vieja usanza, después de leer varios libretos:

Edee (Robin Wright), mujer traumatizada por una tragedia, huye de la ciudad para vivir aislada en la montaña, en una cabaña lejos del pueblo más cercano, sin vehículos y solamente con unas cuantas provisiones. Cuando los alimentos se acaban y llega el invierno, Edee se ve incapaz de sobrevivir. A punto de morir, Miguel (Demián Bichir), un cazador, y Alawa (Sarah Dawn Pledge), una enfermera, descubren la cabaña y cuidan de ella. Una vez recuperada, insiste en que quiere vivir sola, pero sin saber cazar, ni pescar, ni cultivar la tierra, sus posibilidades de sobrevivir son escasas...

El guion de Jesse Chatham y Erin Dignam le llegó a Robin Wright en 2018 y enseguida despertó el interés de la actriz. En la película, gracias a la argucia de los guionistas para enganchar a la audiencia, no sabemos hasta el final qué es lo que le pasó a la familia de la protagonista; tampoco se explica hasta el último momento la razón por la que Miguel ayuda desinteresadamente a Edee. Según Robin Wright, el largometraje «cuenta la odisea de una mujer tras sufrir una experiencia que cambia su vida, y que decide sanar a su manera y bajo sus propios términos». 

En realidad, Edee se retira a un lugar inhóspito, no con el propósito de curarse de la depresión que la atenaza, sino de abandonarse a su suerte. Es una especie de suicidio asistido por la naturaleza. No huye para "sanar", como asegura la directora, huye para dejarse llevar al mínimo contratiempo. Claro que un “contratiempo” en un lugar como ese, es una sentencia de muerte. 


Una cinta, pues, de supervivencia, de aprendizaje y amistad, donde la naturaleza es un personaje más al que no hay que menospreciar. Wright denuncia con su película la arrogancia y soberbia del ser humano, que se cree capaz de vencer a los elementos por su mera presencia como dominador del planeta. Es algo en lo que han insistido varios directores en los últimos años en películas más o menos ecologistas.

Por poner solo dos ejemplos, en Cuando todo está perdido (All Is Lost, J. C. Chandor, 2013), un navegante solitario interpretado por Robert Redford lo tiene muy complicado para sobrevivir; mientras que en Everest (Baltasar Kormákur, 2015), con la participación de Robin Wright en el reparto, se narra la historia real de la tragedia ocurrida en la ascensión a la célebre montaña en mayo de 1996. Todas ellas con una destacable fotografía, que también es el aspecto más notable del filme de Wright cuando las excelentes imágenes ayudan a encuadrar la historia en cada época del año. Lo curioso es que la cinta se rodó en Canadá, en otoño, en una ventana de apenas un mes donde estaba previsto que se dieran en Alberta todas las condiciones meteorológicas (lluvia, nieve, sol, viento) de cada una de las estaciones.

Tema sencillo, pero bien expuesto, rodaje convencional, organización clásica, estupendo equipo y brillante fotografía son los componentes que conforman la primera piedra en el camino de una directora a la que habrá que seguir muy de cerca. 





lunes, 19 de enero de 2015

BIRDMAN (Alejandro González Iñárritu, 2014)

¿No les ha ocurrido alguna vez que justo después de que les hayan presentado a alguien, en una primera impresión, la persona les ha parecido más falsa que una moneda de 3 euros? Pues eso es exactamente lo que nos ha sucedido con la última película del director mexicano, González Iñárritu.



En nuestra opinión, Birdman es una cinta disfrazada de cine independiente con ocultos intereses comerciales —legítimos, no digo que no, pero que no nos engañen— que parece un remedo de la propia trama: un actor venido a menos (Michael Keaton) quiere demostrar su valía en el teatro, mientras mantiene una lucha interna con su otro yo, el que antaño le diera la fama como estrella blockbuster.

Una historia que quiere ser original, pero que llega algo tarde después de la más conseguida JCVD (Mabrouk El Mechri, 2008), o del arranque de El Congreso (The Congress de  Ari Folman, 2013), cintas con guiones especulares donde Van Damme y Robin Wright, respectivamente, hacen de ellos mismos —igual que Michael Keaton—; todos con unas carreras en decadencia cuyos éxitos anteriores pesan en exceso (a nadie se le escapa que Birdman es Batman). Tampoco tiene nada de innovador el hecho de que la trama se desdoble cuando los conflictos entre los personajes influyen en la obra que representan en la ficción (aquí los ejemplos son mucho más numerosos: La noche americana, Vania en la calle 42, La mujer del teniente francés, etc.).



Sin una trama que aporte nada nuevo, el filme se sustenta en las hipotéticas virtudes de realizador y actores. El primero se atreve a rodar, cámara en mano, en sólo un plano secuencia todo el largometraje (con las mismas trampas que Hitchcock en La Soga, todo hay que decirlo). Un alarde técnico que se nos antoja tiene que ver más con el lucimiento personal del director que con la película en sí. Ni siquiera los saltos en el tiempo sin cortar la filmación (elemento narrativo que tampoco es nuevo y que, por ejemplo, hacía muy bien Angelopoulos en El viaje de los comediantes) son suficientes para que desparezca esa sensación de rodaje autocomplaciente.

Algo parecido sucede con los actores. Todos ellos empeñados en una verborrea sobreactuada con la excusa de estar dando vida a personajes que quieren demostrar su buen hacer como profesionales de la actuación. Una redundancia que cae en la soberbia interpretativa, muy en sintonía, eso sí, con el trabajo del realizador.

Con Birdman, Iñárritu logra todo lo contrario a lo que se propone: una película poco sincera rematada con un final tan falso como la cinta en sí. Una conclusión seguramente forzada por aspectos comerciales, o incluida a última hora para no caer en otro defecto, el de la trama previsible. Fuera o no esa la intención, la verdad es que ya no importa demasiado: a esas alturas, el largometraje ya no tenía mucha solución.   


Ver Ficha de Birdman.


domingo, 10 de noviembre de 2013

THE CONGRESS (Ari Folman, 2013)

Sin abandonar la sección EFA, en el día de ayer asistimos a la proyección de una cinta que también compite en el apartado de los filmes europeos cofinanciados con el fondo EURIMAGES, aquí en el festival de cine de Sevilla. Una película que prometía por la originalidad de la propuesta, pero que, en esta ocasión, se quedó sólo en una buena idea, a nuestro entender mal desarrollada.

Ari Folman, el director judío de la estupenda Vals con Bashir (2008), vuelve al cine de animación con la adaptación de “The Futurological Congress”, novela del escritor polaco Stanislaw Lem (el autor de “Solaris”, entre muchos otros libros). Sí en Vals con Bashir, el realizador se apoyaba en los dibujos para narrar un excelente y muy premiado documental sobre el conflicto arabe-israelí, aquí  parece que hace todo lo contrario: parte de una trama bastante interesante para no-narrar un absurdo desfile de imágenes animadas.

Y eso que la película arranca también como un documental: La actriz Robin Wright, que se interpreta a sí misma —¿la recuerdan como Buttercup en La Princesa Prometida (The Princess Bride de Rob Reiner, 1987)? Si no es así, no se preocupen, ya se encargan en la cinta de que hagan memoria—, pasa por un momento delicado en su carrera tras varios títulos para olvidar, con 44 años, con una hija adolescente rebelde y un niño a punto de quedarse sordo y ciego. Entre su agente (Harvey Keitel) y el productor de la Miramount Pictures —la Paramount, claro— le proponen un contrato a perpetuidad: se someterá a una sesión de escaneado para diseñar una actriz por ordenador, idéntica a ella, que haga las películas que la compañía quiera para la eternidad. La actriz acepta y su vida cambia totalmente… Su vida y la película, por desgracia.



Una pena porque el comienzo es prometedor, dada la ácida crítica a la estructura de Hollywood en un guión que parecía especular y muy interesante. De hecho, las mejores secuencias se deben a este arranque con un buen registro dramático de Robin Wright y un siempre acertado Keitel. Pero desde la firma del contrato y tras la sesión de escaneado, lo que viene a continuación (las dos terceras partes de la cinta) es una sinfonía animada, onírica, delirante y sin sentido. El filme pasa al género animado de ciencia-ficción con una especie de mundo al estilo de Matrix (The Matrix de Andy y Lana Wachowski, 1999), donde todo es ilusión, donde las personas se drogan para vivir una vida que no es suya. Si bien todo vale en este género, hay que tener algo de cuidado con la trama: a diferencia de Matrix, aquí no se explica cómo sobrevive la gente, qué come o a qué se dedica, tal es la paranoia del largometraje.



Ari Folman toma nota del pasado “animado” de la protagonista de Beowulf (Robert Zemeckis, 2007) y le da la vuelta para hacer deambular a Robin Wright por un entorno que discurre entre el de Yellow Submarine (George Dunning, 1968) y los cartoons de Tex Avery. Convertida en una caricatura de ella misma —nunca mejor dicho—, la nueva heroína decadente, la Buttercup madura caída en desgracia, ya sólo se dedica a la búsqueda de su hijo; algo que termina de rematar la cinta hasta volver la trama no sólo absurda sino también aburrida.  

The Congress, por tanto, nos ha parecido un filme irregular, con un arranque prometedor y un desarrollo que bien pudiera proyectarse en los museos de arte moderno como una sinfonía que encadena imágenes oníricas sueltas, muy del gusto de los amantes de la animación, pero desde luego poco adecuado para incluirlo en esto que llamamos cine.



Ver Ficha de The Congress.



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