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martes, 29 de mayo de 2012

El torero Castaño


Terres Taurines



Javier Castaño se ha convertido en la torerísima Trinidad del aficionado: hombre, lidiador y espíritu irredento que con sus salmos responsoriales beatifica el buen toreo, que carece de temporalidad, es perenne, ni es antigualla fósil, ni tiene porque dar de beber a las fuentes del vanguardismo; goza de perpetuidad, como ley justa de dios y proclama del hombre libre, a pesar de que su cauce tiende a desaparecer, como un guadiana cuya corriente, irremediablemente, está predestinada a doblar las manos en el abismo oceánico, desembocando en la collera de los manzanares, morantes y julys de turno, que forman, granito a granito de arena, risco a risco de destoreo, el delta de cultura.


Castaño, cuyos genes comparten la nascencia leonesa con el amamantamiento charro, como un héroe de la mitología castellana, de Castilla la vieja, que es a la vez fría y dura; fértil y acogedora, tierra forjadora de hombres recios e hidalgos, ha sido capaz de reciclarse, de renegar del toreo ventajista, chusco y pordiosero que practica con solemne fanfarronería la inmensa mayoría del escalafón, para erigirse en lidiador de época, delfín de Esplá y tantos otros, y lo más increíble, hombre y taurino respetable. Sus triunfos vienen siempre acompañados de la mano del extásis del toro con trapío, hierbas y casta, que es huella dactilar de la Fiesta, encargada de dar veracidad al asunto y de transmitir el miedo, gasolina que quema al aficionado a lo bonzo -único especimen ibérico (en claro peligro de extinción) que se metería el chisquero en señal de protesta por algo-. Aleación inflamable de canguelo y maestría capaz de hacer, en virtud a la naturaleza alquímica del arcano del toreo, que el cemento del tendido arda y chisporroteé como la Roma neroniana.

Para Castaño no habrá premios Paquiro, medallas de bellas artes ni entrevistas con rubalcabas. Es posible que Arrabal no sepa ni quién es, y que Dragó el único castaño que conozca sea uno que se cría en Chanthaburi, ciudad de la baja Tailandia, y cuyas raíces, empapadas en siete u ocho gin tonics, producen un efecto virilizante que no está al alcance ni de los abuelos cebolletas de las Ramblas. A la carpa no lo invitarán, con él Muñoz Infante no hará por evitar un conflicto de orden público y es seguro que los revistosos no andan a tortas por escribirle la biografía.


Ni falta que hace. Castaño es ya el torero de un pueblo que está ayuno de tíos valientes, honrados y políticamente incorrectos. Del que lo hace -nos guiaba Joaquin Vidal-, yo soy del que lo hace. Y Javier Castaño se lo hizo a seis Miuras en Nimes.


miércoles, 18 de abril de 2012

Cuadri sigue debiendo media docena a Sevilla


Plaza de toros de la Maestranza




















Toros de Hijos de Celestino Cuadri, lustrosos, con cuajo, romana, "muy sevillanos" de cabeza, según la cargante crítica moderna. Aplomados, descastados, poco castigados en el caballo y a menos en el último tercio, salvando el tercero, manso con una punta de casta, ovacionado sorprendentemente en el arrastre. Cuarto y quinto, cinqueños. Antonio Barrera: media estocada delantera tirando la muleta y dos descabellos (silencio tras aviso). Estocada caída y delantera, rueda de peones y cuatro descabellos (silencio). Javier Castaño: pinchazo perdiendo la muleta, estocada entera y tres descabellos (tras aviso, saluda una ovación desde el tercio). Pinchazo en hueso, estocada entera y contraria, perdiendo la muleta (silencio). Alberto Aguilar: estocada casi entera, suelta y caída y tres descabellos (ovación y salida al tercio). Media estocada desprendida y seis descabellos (silencio tras aviso).

Con la montera calada, al más puro estilo esplasista, se recogía Javier Castaño, el maestro charro, o leonés -ahora que es ojito derecho de la afición, le salen pueblos como setas-, camino del burladero, a la muerte del quinto, sabiéndose triunfador, sin orejas ni apoteósis -los silencios maestrantes han mutado a ecos cadavéricos, de lo vacía y muerta que está la plaza; vacía por la crisis, económica y taurina, muerta por el arte que se pué aguantá, alter ego sevillano -agitanao- de la exigencia madrileña -más yihadista-, y que ha acabado convirtiendo la Maestranza en una academia de aficionados que confunden el culo con las témporas, salvo que el trasero sea del género artista, con lo cual a esa nalga, sea familia o no de las témporas, tendrá que tocarle el maestro Tejera el "Suspiros de España" sin rechistar-. Antes había construído dos faenas rebosantes en técnica y valor, cada una con sus virtudes, acopladas en todo momento a las necesidades, problemas y virtudes -pocas- que le iban planteando los badanudos cuadris. Al segundo, que no tenía nada, si acaso un abismo negro de guasa, a base de ir un paso más allá, de cruzarse y citar como se cruzan y citan los toreros, le sacó un yacimiento de derechazos, encajados y  mandados que no muchos son capaces de firmar. Por la izquierda, ni uno. Comerciante, no bajó la gaita ni con tres cuartas de acero en los rubios -los hermanos, quitando tercero, también vivieron en la permanente media altura-. El quinto, además de permitirle un arrimón ojedista, con algún pasaje templado de no más de dos muletazos ligados y no más extensión que un cuarto de tranco, también sirvió para que el valiente Adalid se sacase la espina del mal tercio de banderillas anterior, pisoteando el orden de lidia, las reglas más elementales del toreo, obligando a Galán a bregar con dos moles, para terminar saludando una ovación barata por dos pares de rehíletes caídos, con más exposición que lucimiento. La torería del subalterno nunca debería competir contra la eficiencia de la lidia y el oro del matador.

Sin torería y sin eficiencia, ni para el regusto, ni para la guerra, pasó Antonio Barrera por el barbecho abrileño. Al contrario que Castaño, no vino a apostar, el pasito que tuvo que dar para allá, lo daba para acá y cuando parecía que ya se iban a centrar, toro y torero, siempre salía un golpe de eolo, un molesto gazapeo o un gañafón que descomponía las telas y que componían la excusa perfecta para un torero que no paraba los pies quietos en ningun momento. Con el que abrió el festejo se lo aguantaron, más pacientes que el santo Job. No así con el cuarto, al que le recetó una somanta de pases impropios para lo que es el género, con el que en teoría hay que andar abreviando, de una corrida dura.

El mejor toro le cayó en suerte a Alberto Aguilar, al que el aficionado, que se sabe ya huérfano de Fundi, arde en deseos de aupar en el trono torista -potro de tortura, más bien, dirán algunos-. Aldeano, que empujó con fuerza en el primer trancazo y cantó la gallina con estrépito en el segundo -de aquí que no se entienda la ovación en el arrastre-, embistió con transmisión y codicia a la muleta, muy poderosa, también muy acelerada, del torero madrileño. El inicio, con unos doblones la mar de toreros, auguraba una batalla grande que acabó siendo menos de lo esperado. Por el derecho, único pitón potable del Aldeano, le enjaretó, bien colocado, pecho por delante y sin esconder la patita, varias series de mano muy baja, muleta puesta en el hocico, planchá, para luego fastidiar tan inmaculados prolegómenos con la ausencia absoluta de temple o de intento de. Cuando se la echó a la izquierda, quizás ya tarde, sufrió un desarme que el maestro Tejera premió con un tétrico ¡chimpún! muy de la casa. Con el castaño sexto, porfió y porfió justificando el sueldo y alargándose de más.

La corrida triguereña, medida bajo el prisma del hierro comercial, se puede salvar de la quema: bien visto, se pudieron cortar tres orejas fácil y "dejó estar" -quede claro el entrecomillado-. También sacó el lado negativo, la cara B de las toradas menores: no se picó en el caballo -a pesar de las ansías de los picas por destacar-, los segundos puyazos no existieron y la emoción terminaron poniéndola más los toreros con su buen hacer. Pero como Cuadri es Cuadri, y su historia no merece comparaciones odiosas, ni es necesario ni cabal que los toristas se estén restregando el lomo unos contra otros, una y otra vez, cuando un festejo se da mal, hay que apuntar en la memoria del aficionado, que suele ser buena, que en el debe de Comeuñas se le sigue apuntando media docena a Sevilla.


viernes, 23 de marzo de 2012

Memento mori







UTAC


















 Miura, Castellón, 22 varas. Abluciones de feroz belleza, una exquisita obscenidad en su máximo esplendor y punto álgido de una cinqueña vida a cuerpo de rey de la dehesa. El tercio de varas, reconquistado como epicentro de la batalla a muerte. Al aficionado el "so y el arre" del piquero les suena a sacramental réquiem por la bravura. Aquí no tiene cabida la pena, el toro, TORO, que pronunciaría Juncal poniéndo boca de versado besugo, se encarga de no dar congoja, si acaso no de una congoja disney, sino de la que imparte el temor a ver mañana alguna viuda con luto. Sucede al contrario, que como en la Antigua Roma, cuando un general, altanero por las victorias, se pavoneaba como un guajolote real entre procesiones de partidarios, siempre topaba con un siervo encastado que le susurraba al oído "memento mori", amo. Recuerda que vas a morir, mi señor. Menos humos, chaval. Y los seis príncipes de Zahariche, que han luchado en los tres tercios derramando sangre y leyenda, dando sustos y alegrías, grandes triunfos y jaquecosos tormentos, en cada bufido, hasta el estertor final, con tres cuartas de acero en los rubios, y tragándose la sangre, dieron miedo e infundieron respeto. Y los espadas no se libran del memento mori ni en el hotel. Qué pesadilla tan torera.


Pablo G. Mancha. Toroprensa























Por los mismos días, en Arnedo, a plaza llena, con toro chico y billete grande,  Manzanares, cosechador de premios y alabanzas, se pegaba topetazos contra las tablas por su mala fortuna -aquí ya sabemos que la suerte es monopolio del Cid, la buenaventura de matar cárdenos, para que la que semari, que tuerce el gesto cuando un juampedro calamochea, en la vida se ha echado las cartas, y mira que una gitana con grasia le gusta más que a un tonto un lápiz-. Su mal agüero esa tarde era uno negrito de Victoriano del Rio, que apenas se tenía en pié, no se pudo picar y andaba como un borracho. Él y sus hermanos parecían cabrillas. Al quitarse al enjendro del medio, recogió una banderilla de la arena, y se la llevó a Matilla, para que analizasen la sangre, que vaya usted a saber si ese toro hijo de artista, lo mismo no tenía los glóbulos rojos vestidos de flamenca, ni los leucocitos llevaban peineta, ni las plaquetas se rompieron la camisa cuando le tocaba embestir enclasado. El microscopio nos dirá, de aquí a unos días, si es que al final se ha llevado a cabo la prueba de laboratorio, la condición del toro, que lo mismo, y nosotros -con nuestros treinta tomos del Cossío- sin enterarnos, era bravísimo y merecedor de indulto, resolución que debería de aparejar el castigo con la silla eléctrica a la Autoridad, que no tuvo a bien ni dar una mísera oreja, haciendo caso omiso a la importancia con la que recogió el rehílete de la arena.

Mientras unos hacen de la tauromaquia un espectáculo total, incombustible al desaliento, dulcemente cruel y más estremecedor y placentero que yacer una noche con Scarlett Johansson y por la mañana darle puerta, otros se entretienen en buscar a través de microscopio los problemas de la Fiesta cuando la grandeza la han tenido ahí delante de sus narices, en el Desafío de Castellón.





domingo, 11 de marzo de 2012

Castaño y sanseacabó.

Toro y Torero. Rullot para Aplausos


















Normalidad. Abrumadora normalidad, calma chicha, rutina cascabelera, con esas calificaciones, que descarrian de la senda por la que con tan buen nombre camina Adolfo Martín, ha salido echando humos el aficionado -ayer no había público- por la calle Xátiva abajo. La corrida no ha sido mala ni buena; ni mansa ni brava; ni inválida ni poderosa; ni morucha, ni enclasada; ni de Adolfo, ni de Martín, sino todo lo contrario. Si quitamos el segundo, de crueles intenciones, el encierro traído desde los Alíjares podría pasar perfectísimamante por ganado comercial en una de sus multiples y variopintas versiones bodegueras. Nobleza excesiva, para lo que viene demandando el escaso personal que acude a este tipo de corridas. En general la presentación fue buena, muy pareja, salvo dos grises cuya fachada lucía términos opuestos: el quinto, Monería, qué tino y qué arte tuvo la vaca, un galán de cine del blanco y negro, y el cuarto, que salió ya de chiqueros con la mengua de medio pitón. Poco después nos enteraríamos de que la calamitosa merma de sus defensas fue producida en un derrote por la mañana en corrales, y que los excelentísimos señores veterinarios de un montón de ilustres colegios acompañados por la regia autoridad competente, que como es sabido, pierden el sueño por velar por el pagador, decidieron aprobar el mutilado sin discusión. En el caballo la corrida cumplió, y en estos tiempos, cuando uno utiliza ese verbo, quiere decir poca cosa, más que nada que no se pareció a la corrida portuguesa, y que no hubo nada a destacar, a pesar del entrañable esmero de Castaño por fomentar la suerte de varas.


La buena nota de la tarde se la lleva el salmantino, que con su montera calada y su abnegación por una tauromaquia en desuso, cada tarde se le aparece al aficionado, que lo ha tomado como ojito derecho, como un espíritu atormentado, como los grandes románticos, que reniega de la decadencia y reta sin titubeos al resto de la terna, al de las patas negras -lo haya engordao quien lo haya engordao-, y a la dama de la guadaña. Merced a lo visto por la tarde, en el sorteo mañanero su bolita parece que fue sacada del sombrero por la docta mano del señor Jeckyll y míster Hyde. En el lote se llevaría una alimaña de las de ahora, se ha bajado el nivel y la expresión ya agrupa cualquier tipo de toro con comportamiento complicado o que salga de lo habitual, y el Monería, que era de garabatillo para el torero. Con el primero, el malo, estuvo valiente, buscándole las vueltas, robando pases aquí y allá, siempre por encima del prenda, que fue arrastrado por las mulillas habiendo conocido torero, cosa que no muchos de sus colegas podrían decir. Y con el bueno, más completo que sus hermanos, pelín noblón de más, quizás, y que generosamente intentó hacer mejor en un tercio de varas en el que el adolfo no cumplió con su parte del trato, estuvo sensacional, gustándose allá hasta donde aguantó el toro, templado, con cabeza, muy alejado de ese tremendismo de cercanías que gozosamente parece formar parte ya del pasado de Javier Castaño. Cortó una oreja, que es lo de menos, y nos deja cavilando hasta Abril, con Cuadri, en la Maestranza. Que Dios nos dé salud hasta esa fecha.

Sus compañeros de cartel dieron de sí lo que se esperaba, que tampoco era gran cosa. A David Esteve, en su día novillero puntero, no se le puede achacar su actuación lo más mínimo, es más, a muchos ha sorprendido, pues el asunto, dicho sea con todos los respetos, no pintaba muy bien. De torear en Ticapampa con el toro peruano a hacerlo en Fallas con los grises va un largo trecho que no todo el que se viste de oro es capaz de afrontar, ni todo el que paga entrada tendría que aguantar. El caso es que se dejó ir un tercero muy muy boyante, un caramelo torista, al que en una faena vulgar cortó una oreja al peso peruano. Al sexto, que no valía un duro, lo molió a pases, literalmente.

Y Calvo, que se presentaba nuevamente con ese aspecto bucólico que tanto exaspera, a pesar del buen corte, muy clásico, que tiene, ya tenía perdida la partida antes de inciarse el paseíllo. De salida, la cuadrilla, con el gran rehiletero Montoliú a la cabeza, valiéndose de la asquerosa artimaña del toque de la punta de la capa una cuarta fuera del burladero, estrelló varias veces contra las tablas las ilusiones de un ganadero que cría cinco años un animal, y las del abonado, que llevaba a la espera de ésto un año. En el caballo, se dió la orden, o no se dió, si es que se inhibió, que es casi peor en un director de lidia, de dar leña a base de bien. Aún con esas, pasó las de caín, incapaz de dominar nada, y a pesar de llevar el uy a los tendidos y dar con las costillas en la arena, su labor tuvo más señas de pura inoperancia que de bizarría. Hace falta mucho más que "tener buen corte de torero" para merecer un puesto en ferias.






martes, 18 de octubre de 2011

Torería a cuatro patas










La instantánea, tomada por el notable aficionado Antonio Mechó, y publicada por los de Torear, muestra la primera vara del gran tercio protagonizado por Tito Sandoval y Remendón, con la venia de Javier Castaño. Eso es torería. Y delante de un Toro.



BONUS TRACK TAURINO



















Veo, en el Rincón de Ordoñez, una foto tomada al Niño de los Moruchos, en la que se ve como "le toman las notas". Éste, ese día, el día de Remendón y de Maquinista, fue el que no paró de escribir en su crónica -su, o de su subalterna, quién sabe- eso del "toro de la bravura otorgada de antemano".

Que cada cual vaya sacando sus propias conclusiones sobre el crítico de la buena pluma otorgada de antemano. Yo creo que va estando claro...

domingo, 16 de octubre de 2011

Cuadri: la esencia. Castaño: la torería.

Javier Arroyo. Aplausos


El toreo, en esencia, antes de que el lobby cultural lo secuestrara de sus raíces ancestrales, es eso que el aficionado ha podido sentir en sus entrañas durante el rato, que se nos hizo cortísimo, que duró la sagrada comunión del toro y el hombre con la muerte. El rito, que ha podido sobrevivir a reyes crueles, papas tiranos, dictadores déspotas y sociedades maniqueas, lo ha hecho gracias a hierros como el triguereño, cuyos toros, unos mejores, otros peores, han vuelto a poner en suma los valores que nunca debieron perderse. El miedo; la emoción; la dificultad de hacerse con la voluntad de una bestia; la importancia de todo lo que se haga delante del garlopo; el cuidado en los más mínimos de los detalles; el orden y la hombría, virtudes espartanas que hace tiempo sucumbieron al travestismo de la tauromaquia en esas cosas escochambrosas del arte y que nadie puede aún explicar de qué demonios va sin caer en la cursileria o el flamenquismo español, que diría Eugenio Noel.

La corrida mandada por Don Fernando Cuadri a uno de sus fueros, aún sin toros de vacas, que aquí nadie se da coba con corridas del siglo semanales y falsas antologías que luego tornan en cantes gordos, fue de nota. Impecables en cuanto a trapío, se da por hecho que a Comeuñas se va el premio al encierro mejor presentado. Bien comidos, lustrosos, duros de pitones, de pelos limpios y brillantes, con culata, pechos y romana, con sus marcas del herradero bien tatuadas y definidas, y las pezuñas como tienen que tener estos bichos las pezuñas, y no esos que se ven por ahí, que las tienen como los chanchos, que dicen en suramérica. Vamos, que si uno se tropezara por la calle con uno de estos galanes los reconocería de inmediato, "vaya, ya tenemos aquí otro año a la familia Cuadri Vides."

En cuanto al comportamiento, si hay justicia, que aquí no lo hay, también suyo sería el premio a mejor toro y corrida más completa, que no está mal para ser uno de esos hierros repudiados por las figuras y escupidos y pisoteados bajo la lápida del torismo. Exceptuando quinto y sexto, que acusaron más nobleza de la cuenta, el resto sacaron disparidad de comportamientos, todos de juego interesante, encastados, listos, nobles, pero de esa nobleza viva que nunca debió abandonar el toro de lidia, algo justos de fuerzas y a menos, todos, en el tercio de muerte -para las equivocadas exigencias en cantidad de pases que se requieren hoy-. Pero al cuarto hay que echarle de comer aparte.

Remendón, que venía de reata con fuste, de la familia de los zapateros, conocida ya por los aficionados como antiguamente era sabida de carrerilla la lista de los reyes godos, pues en Comeuñas se cuida todo, hasta los nombres, cada uno de ellos es portador de una historia, un presente y un futuro, y ahí que no se verá al bueno del mayoral hacerle el rabisaco en la derecha y el despuntado en la izquierda a una vaca de nombre Pantomima, como hemos visto que salen en casas de otros ganaderos que van dando lecciones por ahí, mientras pierden los papeles en los callejones de esas plazas de Dios. Todo suma. Y todo resta.

El galafate, guapo y hondo como el solo, tuvo la suerte de tropezarse con un torero cabal, Javier Castaño, que no dudó en satisfacer las exigencias del respetable y hacer lo que no ha hecho todo el G-10 en una sola de las tardes de esta temporada: poner eso en suerte. Hasta tres veces lo hizo, siempre atento al protocolo de la lidia, dejándolo bien largo, mandando en jinete y caballo. Y tres veces que Tito Sandoval, que es gente en esto, lo citó de largo con maestría, toreando sobre el penco, incluso gustándose. Con buen criterio, midió mucho el castigo, y protagonizó un tercio de varas vibrante por lo emotivo y casi clandestino del momento. De seguido, David Adalid, otro que es gente aquí, con los rehiletes dió una lección de torería y  hombría, colocándole en el canto de una perra gorda, citando y retando en largo, dos pares de aúpa a uno de Cuadri, que ahí es ná. Y la plaza en pié, los abonados, los que han sufrido a los benjumeas, los juampedros y los veraguas, pellizcándose para despertar del sueño, llorando de alegría, por ver al fin el toreo en plenitud. Sin la censura de las figuras ni los atropellos de las modas. Ya con la pañosa, y con la montera calada hasta las cejas, se empeñó Castaño, otra vez, en volver a darle distancias al morito, dejarlo que venga al galope para traerselo toreado, como mandan los cánones, haciendo el toreo de adelante hacía atrás y de arriba a abajo. Unas veces salió aquello mejor, y otras peor. Pero nunca dió un paso atrás, con mucha firmeza no dejó que  el bicho se le subiera a las barbas, que es parte importante en el argumento de las corridas. El fallo a espadas, clamoroso e imperdonable, le hizo perder dos orejas y posiblemente, la vuelta póstuma para Remendón, que al final fue arrastrado entre una gran ovación.

Iván García y Paulita merecen todo el respeto del mundo, además de ser valientes para matar esta clase de corridas con lo verdes que están, han mostrado ser grandes aficionados, mostrando los toros, aun en su propio perjuicio. Gratitud eterna y peros ni uno para ellos. 

Al acabar, los revistosos se quejaban -nunca se quejan, pero antier y ayer, sí, tocaba- de que la corrida ha sido mala porque no se han paseado orejas. Mentira. Sí que se han paseado, como cada tarde en la que le llega el buen toreo al aficionado. No había nada más que verle salir de la Misericordia con el pañolico y la sonrisa de pánfilo, engatusado por lo que acababa de ver, Paseo María Agustín pa' bajo, haciendo palmas por bulerías con las orejas porque, por fín, había visto la tauromaquia en todo su apogeo.

viernes, 15 de octubre de 2010

El toro es Cuadri


Burladero.com





Tres Cuadris para soñar el toreo, el toreo que todos soñamos, han saltado al ruedo maño, para darle por primera vez en la Feria, la categoría que se merece, la de cartel de Primera. Corrida variada de comportamientos, difícil en banderillas -Fandi ¿dónde estás?-, correosa para la lidia, interesante para el aficionado y muy desagradecida para los toreros. O sea, que ésta es una ganadería que no debe de ser culta, ni Don Fernando Cuadri artista. 


Rafaelillo, por debajo del primero, noble pero no bobo, con muchas teclas que tocar, exigiendo torero con conocimientos y hombre con ínfulas. De lo segundo sí encontró, como siempre, de lo primero, sólo a ratos. No encontró, o sí, pero no pudo dársela, la media distancia, obligatoria con este toro, que cuando venía de lejos venía con prontitud, hondura y, en ocasiones, por el pitón izquierdo, hocicando. Un cheque al blanco para el portador, a cobrar desde principios de la siguiente temporada. Pero Rafaelillo, al que tanto admiramos, no estuvo a la altura con la pañosa, ni con el estoque, que llegó a usar de manera casi testimonial, pues lo despenó como un vulgar carnicero, con el descabello, cuando lo cabal hubiera sido entrar otra vez y mandarlo a tomar taurina sepultura por arriba, como se merecía Berreón

Con el cuarto, complicado e incierto en la muleta, descastado con su punta de guasa, demostró el oficio que se le supone, imponiéndose por los dos pitones, cruzándose para rebañar  muletazos de uno en uno, ganándole la partida al burí, que terminó echándose en el prólogo final de la faena. Muy digno.


Javier Castaño se ha tenido que llevar la sorpresa de su vida al `cuajar´-verbo taurino que nunca entenderé- a un Cuadri noble y al límite de fuerzas, como si de cualquier toro comercial se tratase, sin obviar la percha del galafate, serio como Fraga Iribarne, pero sin pitón derecho, que se partió rematando en un burladero. Pulseó, templó, y se empalagó de torear `a gusto´, con cadencia y ritmo, pero con pico y pala -a la pala del pitón, se entiende-. Pues de esto, varias tandas, y de lo otro, de lo barato y popular, otro rato delante de la cara del toro, y digo rato porque no sé cómo medir ni contar los trapazos ni los péndulos en tandas. Eso se los dejo a los de Cultura. Manchó el final de la faena dejándose llegar a la taleguilla el medio pitón escaso y ensangrentado del súbdito de Comeuñas. Pinchó y perdió oreja segura. Éste sería un buen toro para otra ganadería, pero para los que vamos a la plaza con Clavelino o Aragonés en la cabeza nos deja un poco fríos. Se parte un pitón con facilidad, flojo de remos, noble tirando a bobo, diez minutos de faena. Algo no cuadri, o algo no cuadra.


El sexto, un caín, que mató a Abel, y que quiso, por sus intenciones hacer lo mismo con Castaño y la cuadrilla, que las pasó canutas en el tercio de banderillas. El salmantino se puso, lo intentó, enseñó el peligro del toro y lo mató como pudo. Decoroso. Por poner un pero, debió machetearlo, poderle por bajo, ganarle la partida claramente, y no dejar la cosa en un `esperate ahí quieto que voy a por la espada y ahora acabamos´.



Digno con el segundo, aseado con la muleta, si bien siempre fuera de cacho, López Chaves nos recordó al buen torero que fué en tiempos no tan lejanos. Nos recordó en todo, hasta en lo de la espada. 

El quinto merece un punto y aparte, un toro de público -léase con el asco y desprecio con que lo pronuncian los taurinos-. Como si el público no tuviera derecho, aunque sea de vez en cuando, a ver algo que le guste y no tener que compartirlo con los toreros. Arreó en varas, que no quiere decir que fuera bravo, se le pegó, en banderillas -para variar- se hizo el dueño y en la muleta regaló casta, genio a raudales, embestidas portentosas, pero desclasadas, como dirían algunos. Ahí había mucho que torear, muchas cosas que poco tienen que ver con el arte que nos han vendido estos días, y sí con la ciencia para dominar a una bestia, con los conocimientos que otorga el traje de luces y con la capacidad de un hombre con la piel curtida a cornadas. Como pasa en muchos de estos escasos casos, Domingo López Chaves perdió la batalla ante un enemigo con un manantial de casta. Mis respetos. Nunca podré pitar a alguién que pierde con las de la ley contra un Toro íntegro. Pero amigo, un matador de toros no puede usar los aceros diecisiete veces para despachar al rival, que la integridad no es sólo exigible a los negros, si no a los matadores también.