sábado, 29 de noviembre de 2025

POEMAS DE ANA MARÍA RIVAS - POETA DESDE EL SALVADOR JOVEN


Cárcel

Una marea de hombres corre

con el viento de los campos.

Muerden, despedazan,

hacen de mí una piltrafa entre el fuego.

 

Caudal de huesos son ellos en mis manos

huesos que apuntan, señalan, golpean

martillos de calcio resonando en mis oídos

forman una hilera frente a mi

caen sus restos,

me acorralan, me amordazan.

Queman.           

 

Al otro lado,

los ojos de la multitud me señalan

ríen a carcajadas, hunden

sus dedos lascivos en las rejas.

 

Esta cárcel circular que es el tiempo

ha hecho de mí un animal herido,

eterna, colgada del árbol de las sombras.

 

Todas las risas se repiten

Todos los tiempos,

los gestos

los rostros

Toda la sangre estancada entre mis manos.

Esta imagen sólo es el recuerdo:

La cárcel es este cuerpo en el que habito.

 

 

Una mujer

Cuántas veces huimos del mundo,

Cuanto tiempo nos quemaron las manos:

ejercimos largamente el oficio

de parir, hacer la cena, criar las bestias.

 

Nos confinaron a ser adorno,

en la sala de señores importantes.

Mordimos la lengua ante el insulto,

contuvimos el puño, ante el golpe.

 

Nos rendimos a limpiar los estantes más bajos,

Y les chupamos su maldad entre lágrimas.

 

Nos royeron el cuerpo,

nos dejaron desnudas,

en basureros, veredas y cañales.

 

Fuimos violadas todas.

Por el padre, por el hijo, por los hijos de sus hijos.

 

Y nadie dijo nunca nada.

 

En la hondura del silencio,

nos zurcimos las heridas.

Nuestro corazón era un remiendo

que se abría siempre,

una y otra vez.

 

En noches más oscuras nos quemaron las alas.

 

Coleccionábamos yerbas, hacíamos brebajes,

para curar a quienes fueron nuestros delatores.

Nos hallaron ejerciendo el amor entre el fuego,

alzamos la voz y nos creyeron dementes

Y por brujas y desviadas nos quemaron en la hoguera.

 

Eran todos varones, hijos legítimos de Dios.

 

Ceniza sobre más ceniza,

fuimos una con el soplo del viento.

Borraron nuestros nombres de las enciclopedias

ignoraron nuestros pasos en los periódicos importantes

guardaron nuestros restos en amplios cementerios

donde nunca hubo una tumba,

un nombre,

una mujer.

 

 

Un perro en el estante

Usted quiere una mujer con un perro en el estante.

Gesto amable,

palabra de miel

y manos ligeras.

Quiere un cuerpo dócil,

prudencia en el modo

y vestir de iglesia.

 

Yo sólo sé reír de sus hábitos

y fluir

en mi propio caudal de tiempo.

 

Sé ofrecerle este cuerpo húmedo

cuyo único fin es transitar por la tierra.

 

No sé conversar sobre apariencias:

Yo busco la semilla de la imagen

y la hago florecer entre mis manos.

Hablo de la niebla que apaga las ciudades,

del reloj atrapado en su silencio:

digo cuchillo en lugar de la palabra.

 

Hablo del día

que vuelve a su puerta

y me toca los ojos para que despierte.

 

Y yo soy ese cuerpo que se instala en sus pupilas

soy la herida que se abre en su garganta.

 

Usted quiere una mujer con un perro en el estante.

Una casa amplia

Y dos hijos,

para jugar en el jardín.

 

Yo no tengo jardín, ni perro.

Mi vientre es un valle estéril:

Aquí sólo sangrará la luna.

 

Yo me visto del fuego que profiere mi lengua,

me visto del tiempo que creo entre mis manos

Frente a usted, yo desnudo mis ojos.

 

 

 

II

 

Amanezco.

Limpio el polvo que dejaron los días.

Adivino que este tiempo estuve dormida:

cultivé una historia marchita desde su raíz.

 

 

Historia de la canción de fuego

 

 

I                                                                                                                     

 

Tú brotabas del aire como un espasmo entre las hojas

brotabas del silencio que origina los ciclones.

Pero tu cuerpo era una canción de fuego:

Ardías en los límites de la tempestad de mis manos.

 

No llamabas a un huésped del viento,

sino una amante que supiera de la espera,

de mirar por las ventanas y disecar las multitudes

de estrellas y de nombres que asomaban a buscarte

y guardar,

ramos de flores marchitas

para colgar sus cuerpos en la puerta de tus ojos.

 

II

 

Hay un cuerpo de metal bajo mi cuerpo

Tú lo forjaste en tu corazón incandescente

 

Aunque tu lengua era un eterno crepitar

tu corazón era hierro forjado de espinas.

Amabas las espadas nacientes de tus manos

y hundías sus filos en la soledad de mi cuerpo.

 

III

 

Un canto de hombre lunar

hace temblar los pilares del tiempo

su voz se multiplica y golpea

las paredes de mis manos de hierro.

 

Aunque tu origen

era el aire y la escarcha

tu vocación fue siempre el incendio:

peregrinar mujeres y volverlas ceniza.

 

Ahora encuentro tu epitafio en mis manos,

tu beso es, solamente un despojo,

porque el hierro de mi lengua se ha vuelto una guadaña

y mi voz sólo hiere el aire con tu nombre.

 

 

Cómplices

El templo está por arder:

nuestros labios se rozan y encendemos el fuego.

Y qué felices somos,

desnudas, frente al altar de la muerte.

 

Ven hermana, asómate al espejo:

contempla la belleza con que creció tu semilla

recorre los campos hacia el sur de tu cuerpo,

deslizaré mis dedos sobre tus montes.

 

Muerdo tu cuello y te escucho crepitar

lamo tus dedos que encontraron otro norte.

yo soy tu viña, tu sed y tu vino

y habré de derramarme en ti.

 

Cierra los ojos y siente,

cómo nos acercamos al eclipse.

Niña mía, muévete en mis manos,

haz que tu vientre florezca en mi lengua.

 

 

Oráculo

Dame unas alas de pájaro para el viaje

sujeta bien mis manos,

y lléname de cera.

 

No temas,

sé muy bien mi destino:

el sol derretirá mi vuelo

y yo caeré incendiada sobre el mar.

Tomado de:

https://www.festivaldepoesiademedellin.org/es/Festival/31/AnaMariaRivas/

 

 

Hábitos higiénicos

 

Mi juventud se escapa bajo la regadera,

huye veloz entre la humedad de los caños.

Cierro la ducha,

la piel me cuelga.

Me miro al espejo y sólo hay huesos.

El perro ladra y abre la puerta,

me mira sonriente y empieza a lamer.

 

 

La jaula es el pájaro

 

En honor a A. Pizarnik

 

Desde hace tiempo el canario no canta.

No sueña con pájaros de otros continentes.

Se sienta en la esquina,

junto a la ventana

da vueltas en círculos

sobre el mismo espacio.

 

¿Quién le dirá

que hace mucho

la jaula que imagina

ha volado alto

y la ventana ha estado abierta

para acariciar el aire?

 

 

Ars poética

 

¿De qué me sirve la ilusa pretensión:

ser ilustre literata,

proxeneta del lenguaje?

 

Apilar palabras en páginas blancas

disecar sus cuerpos,

atravesarles alfileres,

como las mariposas

que asfixié entre mis manos.

 

¿De qué me sirve la memoria taxonómica del ave,

si el pájaro no vuela ni canta?

Tomado de:

https://elescarabajo.com.sv/creacion/poesia/delmara/

 

 

Mother

«Oh madre oscura, hiéreme

con diez cuchillos en el corazón»

P. Neruda

 

I

 

Madre: ¿has escuchado tu voz los últimos años?

¿Sabes acaso que has perdido

tu nombre

tu edad

y tus sueños?

Te cambiaron los ojos por dardos

los dedos por gusanos

y los pies por estacas.

 

Te llamo madre porque no sé decirte de otro modo.

No puedo llamarte mujer ni anciana ni monstruo.

 

El café desborda en la cocina

y te has quedado dormida frente al tele.

Han pasado siglos y tus huesos siguen habitando la sala,

la tierra en la boca, el veneno en tus párpados.

 

Madre, ¿dónde guardaste las píldoras del insomnio?

En estos días necesito

coserme los ojos y esperar la muerte.

 

 

 

II

 

Mi madre es un pez sin océano ni estanque,

ojos de ceniza en la habitación de mi memoria.

 

Ella soñó parir a muchos hombres

que postraban sus rodillas

y adoraban su vientre.

 

Mi madre mató a sus hijos.

Y por cada uno se clavó una aguja:

Era tan grande su estirpe

que no fue más mujer sino acero

y entre carne y sangre

se volvió una espina.

 

Mi madre volcó su imperio de cruces en mi falda

impuso sus manos en los hijos que aún no tengo

y les dio veneno porque odia las ratas.

 

 

 

III

 

Madre, cántame una canción de cuna

donde quepan las distancias del mundo

y el rostro donde se queman los espejos,

cántame noches sin amanecer que me separen

de la fe de enterrar mis manos en los astros

 

Téjeme una mortaja por vestido

hazme trenzas en el cuello

y sujétame a las vigas,

méceme, seré tu péndulo

una muñeca amplia oscilando entre los muebles.

 

 

 

IV

 

Madre, olvidé decirte que nadie tiene una madre.

 

 

 

 

 

Una mujer

Cuántas veces huimos del mundo,

Cuanto tiempo nos quemaron las manos:

ejercimos largamente el oficio

de parir, hacer la cena, criar las bestias.

 

Nos confinaron a ser adorno,

en la sala de señores importantes.

Mordimos la lengua ante el insulto,

contuvimos el puño, ante el golpe.

 

Nos rendimos a limpiar los estantes más bajos,

Y les chupamos su maldad entre lágrimas.

Nos royeron el cuerpo,

nos dejaron desnudas,

en basureros, veredas y cañales.

 

Fuimos violadas todas.

Por el padre, por el hijo, por los hijos de sus hijos.

Y nadie dijo nunca nada.

 

En la hondura del silencio,

nos zurcimos las heridas.

Nuestro corazón era un remiendo

que se abría siempre,

una y otra vez.

 

En noches más oscuras nos quemaron las alas.

 

Coleccionábamos yerbas, hacíamos brebajes,

para curar a quienes fueron nuestros delatores.

Nos hallaron ejerciendo el amor entre el fuego,

alzamos la voz y nos creyeron dementes

Y por brujas y desviadas nos quemaron en la hoguera.

 

Eran todos varones, hijos legítimos de Dios.

 

Ceniza sobre más ceniza,

fuimos una con el soplo del viento.

Borraron nuestros nombres de las enciclopedias

ignoraron nuestros pasos en los periódicos

guardaron nuestros restos en amplios cementerios

donde nunca hubo una tumba,

un nombre,

una mujer.

Tomado de:

https://literariedad.wordpress.com/2019/08/11/ana-rivas/

 

 

 

Revelación

 

 La poesía ocurre al descubrir

mi reflejo en los ojos del gato.

Tomado de:

https://furiaca.com/cinco-poetas-centroamerica-que-debes-conocer/

viernes, 28 de noviembre de 2025

POEMAS DE MATHEW DICKMAN - LOS J´´OVENES HABLAN DESDE USA -

Lo que quieras

 

Mi hermano vivo

nos ofrece la cena. Despliega el menú como un par de alas

sobre la mesa. Lo que quieran

dice. Su voz cálida sobre el cielo brillante de los cubiertos.

El otro,

mi hermano muerto, está sentado

en la oscuridad de la tumba, con la espalda apoyada contra su nombre.

Yo camino por ahí con la droga que más me gusta

adentro mío. Se está sacando una cascarita que tiene en la muñeca.

Me mira, abre bien grande,

los brazos sobre el pasto. Lo que quieras, dice. Su cuerpo

que empieza

a perder el color, su voz que se va despacio.

 

 

Lento (Versión Sandra Toro)

 

Más que poner otro hombre en la luna,

más que un propósito de yogur y yoga para año nuevo,

necesitamos la oportunidad de bailar

con desconocidos hermosos de verdad. Un lento

entre el sofá y la mesa del comedor, al final

de una fiesta, mientras la persona que amamos salió

a buscar el auto

porque empezaba a llover y si algo se nos moja

le rompería el corazón. Un lento

para traer la noche a casa, para romperla. Dos personas

hamacándose como una boya. Nada extravagante.

Una musiquita. Una botella de whisky vacía.

Es un poco como ser infiel. Tu cabeza apoyada

en su hombro, tu aliento que sube por su cuello.

Tus manos le recorren la columna. Las caderas de ella

se desdoblan como una servilleta de algodón

y empezás a pensar cómo es que todas las estrellas del cielo

están muertas. Mi cuerpo

habla lento con tu cuerpo. La Melodía encadenada o

Escalera al cielo, un lento con eléctrica. Toda mi vida

cometí errores. Chiquitos y crueles. Hice mis planes.

Y no llegué nunca. Comí mi comida. Tomé mi vino.

El lento no importa. Es todo inocencia como los chicos

antes de los cuatro. Como estar en los brazos

de mi hermano.  El lento de los hermanos.

Dos hombres en medio de la sala.  Cuando bailo con él,

uno de mis grandes amores, es totalmente humano,

y cuando gira para hacerme un dip o lo piso

porque los dos llevamos, pienso que

uno se va a morir primero y el otro va a sufrir.

El lento de lo que vendrá

y el lento del insomnio

chorreando por el piso como agua de la bañera.

Cuando la mujer con la que duermo

está en el baño, desnuda,

cepillándose los dientes, escupe en el lavatorio

el lento del ritual. No hay nadie que nos salve

porque no hay necesidad de ser salvados.

Te lastimé. Te quise. Corté el pasto

del jardín de adelante. Cuando la desconocida del vestido blanco

cubierto con un millón de cuentas

viene hacia mí como un candelabro hipersexuado viviente,

la agarro de la mano. La hago girar para un lado

y para el otro. Es el bosque de almendros

del baile lento y oscuro.

Es lo que tendríamos que estar haciendo. Desguazar

en busca de alegría. El haiku y la miel. El lento de la naranja y el orangután.

 

 

V (Versión Sandra Toro)

 

La flaquita que va codo a codo

con la hermana menor

tiene una remera que dice

HABLAME EN NERD

 

y yo quiero,

quiero poner mi bolsa de las compras en el piso

atrás de la boca de incendio

y susurrarle al oído algo sobre la división.

Quiero pararme atrás de ella y deslizarle

un solo dedo por la columna

mientras me cuenta de sus correlativas.

Tal vez se queje un poquito

cuando le diga que x es igual a menos b

más menos la raíz cuadrada

de b al cuadrado menos 4(a)(c), todo

elevado a la segunda. Pero tengo esperanzas.

Le puedo mostrar mis historietas

y mi Playstation. O podemos sacar

las cartas viejas de D&D;

y sentarnos en el sótano a la luz de una vela.

Sé suficiente sobre el Dr. Who,

la Enterprise y la Flota Estelar

como para sacarle la remera y desabrocharle el jean.

Podemos desarrollar la Teoría de las cuerdas

por todo su dormitorio.

Podemos doblegar juntos el espacio-tiempo.

Pero a lo mejor no es eso lo que pide.

El mundo viene hablando sucio

desde que ella tiene orejas para oír.

A todos nos habla mierda

y no hay nada en la bomba de hidrógeno

que me haga querer usar un anillo para el pene

o hacerlo en la cocina mientras hierve una olla con agua.

A lo mejor, con los hombros caídos como tiene

y el pelo largo tapándole

la mitad de la cara,

ella solamente pide que la consideren

algo más que una noche salvaje, un rizo

de vello púbico, o la estructura rosada

y compleja de los pezones.

A lo mejor quiere que la midan más allá

de la cucharadita de sombra del ano

y el molusco suave de la lengua,

más allá de la ecuación de los miembros, y que la vean

como un absoluto.

Y a lo mejor no será un salto gigantesco

en la ciencia de la compasión, pero es algo.

Así que cuando paso al lado de ella

hago exactamente lo que me pide,

 

levanto la mano derecha y hago una V

como los Vulcanos cuando le desean suerte a alguien,

esperando que consiga lo que quiere, aunque

tenga que ser en una galaxia muy lejana.

 

 

Problema (Versión Sandra Toro)

 

 

Marilyn Monroe se llevó a la cama todas las pastillas

de dormir cuando tenía treinta y seis, y la hija de Marlon Brando

se colgó en el dormitorio Tahitiano

de la casa de su madre,

mientras que Stanley Adams se pegó un tiro en la cabeza. A veces

podés mirar las nubes o los árboles

y no se parecen nada a nubes ni a árboles ni al cielo ni a la tierra.

Kathy Change, la performer,

se prendió fuego mientras los hijos de Bing Crosby se volaron

para siempre de la historia de la música.

A veces me sorprende la vida interior de los osos polares. El filósofo

francés Gilles Deleuze saltó al mundo,

y después fuera de él, desde la ventana

de un departamento. Peg Entwistle, una actriz sin ningún

protagónico, se tiró de la “H” del cartel de HOLLYWOOD

cuando todo se veía en blanco y negro

y David O. Selznick era rey, circa 1932. Ernest Hemingway

se puso una escopeta en la cabeza en Ketchum, Idaho

y la nieta, modelo y actriz, trepó el árbol genealógico

para darse una sobredosis de fenobarbital. Mi hermano abrió

treinta parches de fentanil y se los metió en el cuerpo

hasta que no fue más su cuerpo. Me gusta

cómo se oyen los gansos sobre el río. Me gustan

los jaboncitos de los baños de hotel porque son hermosos.

Sarah Kane se ahorcó, Harold Pinter

le llevó rosas cuando todavía estaba viva,

y Louis Lingg, el anarquista alemán, prendió un cartucho de dinamita

con la boca

aunque le llevó seis horas

morirse, 1887. Ludwig II de Bavaria se ahogó

lo mismo que Hart Crane, John Berryman y Virginia Wolf. Si vas

de viaje, siempre tenés que llevarte un libro para leer, sobre todo

si es en tren. Andrew Martínez, el activista desnudo, murió

preso, desnudo y con una bolsa

en la cabeza, y en 1815 el aristócrata y escritor polaco

Jan Potocki se disparó una bala de plata.

Sara Teasdale se tragó un frasco de tristeza

después de darse un baño de inmersión

en el que docenas de senadores romanos se abrieron las venas abajo del agua.

Larry Walters se hizo famoso

por volar en una silla de jardín Sears con cuarenta y cinco globos de helio.

Llegó a una altura de casi 5000 metros

y aterrizó. Él era un hombre que volaba.

Se disparó en el corazón. A la mañana salgo de la cama, me cepillo

los dientes, me lavo la cara, me pongo la ropa que más me gusta.

Yo quiero ser bueno conmigo.

 

 

Rey

 

Siempre soy el rey de algo. Aclamado o destruido,

recién coronado, o decapitado. Rey de la hierba sombría

y rey de las sábanas sucias. Me siento en el medio

de la habitación en diciembre

con las ventanas abiertas, cinco pastillas y una navaja. El secreto

de mi vida. Mi poder asesino y mi poder

de permanencia. Cuando fracasa la erección, cuando el auto casi

choca contra el guardarraíl, soy rey. Balanceo mi mano sobre

las hormigas brotando desde la vereda y las convierto en caballeros,

me siento en la mesa del comedor y miro en los profundos

ojos de mi televisor, mi gente. Les digo que el reino

será recordado en sueños de estática. Les digo

que lo que se perdió será recuperado. Entonces me pongo mis Vans

cuadriculadas blanco y negro, exactamente el par de zapatillas

que mi hermano mayor usaba cuando todavía era un ciudadano del mundo

y salgo, salgo a la calle

con mi mapa de los muertos y lo busco,

busco la X que ahora es,

para devolverle el cetro, tomar el manto

rojo de mis hombros y colocarlo alrededor de los suyos, alzar la corona

de mi cabeza y ajustarla sobre sus cejas,

para inclinarme con una rodilla, con las dos

rodillas, y bajar la cabeza para decir despacito mi señor, mi amo, mi rey.

 

 

El Revolver de Mayakovsky

 

Me quedo pensando en cómo

las moras van a hacer que la boca

de un chico de ocho años parezca la de un fantasma

al que le dispararon en la cara. En la oscuridad puedo ver

a mi hermano mayor caminando a través de la maleza

en su cerebro. Lo puedo ver parado

en el lobby del hotel,

solo, a los gritos con la máquina de hacer hielo.

En lugar de la luna

estuve embobado con la luz de la luna brotando desde la tapa de plástico

que encajé en la pared del baño. Online

alguien dice que tiene el revolver de Mayakovsky

y que lo va a vender por solo cincuenta mil dólares. ¿Por qué

no se me ocurrió? Sacarle las medias a mi hermano muerto

y ponerlas en el mercado por algo a cambio,

una entrada para una película, algo

que tenga un ticket, una prueba de que yo estuve ocupado viviendo,

que no estuve toda la noche encerrado llorando,

que no me quedé levantado

dibujando un arma una y otra vez

con un marcador negro, que no recorté

la que me salió mejor, o que no me quedé

frente al espejo, apretando el gatillo de papel hasta que se rompió.

 

 

La tumba de mi hermano

 

Como una ciudad a la que siempre odié, manejando sin parar,

el pie en el acelerador, pasando de largo todos los semáforos

deseando estar en casa. Odiando también a los chicos que viven ahí

como si pudieran elegir. Lo imagino

en diez millones de partículas

de ceniza, atado a un precioso racimo de encaje blanco, un moño plateado

donde debería estar su cuello,

echado a un lavarropas, puesto a girar para siempre

en un delicado ciclo bajo la mugre. Todo lo que queda

de él, la vegetación de él, la nada

de él: su skate, y su bicicleta y su cerveza y los cigarrillos

y su hija

y sus compilados y su soledad, sus piernas y pies y brazos y cerebro

y sus rótulas.

Afuera del cementerio

todavía hay una parte de él

enterrada en el misticismo de su ADN, marcada en un picaporte

o en los dientes de las llaves de su auto. Dos chicos

de la escuela que está cerca

van a coger encima de él

y yo no voy a saber cómo pararlos. Alguien

va a tirarles una botella vacía de vodka

y él la va a tener que atajar.

 

 

Ciencia Rara

 

Hice una pila de ropa exactamente de tu peso y altura

en la cama, porque te extraño. ¡Te inventé

por una noche! Puse las mancuernas

que son mis manos alrededor del sweater que es tu cintura y las dejé

que se durmieran ahí. La luna está en el patio

flotando a través de las persianas, transformada en una cebra

con rayas brillantes, durmiendo en el piso. En mi decimocuarto sueño

con vos estábamos en París. Pero soy ingenuo, ¡y también quiero

que estemos en París! Quiero baguettes

y desayunos, quiero la Calle de la Luna y sábanas de hotel.

Esposas francesas y agua francesa en botellitas. Te agregué

otra remera porque quizás ya hayas cenado. A la mañana

le voy a poner unos alambres a las medias y calzoncillos

que son tu cabeza. Voy a empujar y hacer palanca

para ver si te levantás, bostezando, con los brazos

para adelante, tus piernas

empezando a patear, y te voy a abrazar y te voy a besar

donde tu boca lástima porque era nada más

que un pañuelo nuevo.

 

Versiones MVG del libro Mayakovsky’s Revolver, Norton, 2012.

 

Las versiones de Sandra Toro corresponden al material de su blog El Placard: http://el-placard.blogspot.com.ar/.

 

Tomado de:

https://www.malonmalon.com.ar/index.php?option=com_content&view=article&id=246:el-revolver-de-maiakovski-matthew-dickman-por-martin-vazquez-grille&catid=56&Itemid=461

 

 

Sobre el amor

 

Tienes que hacer

algo por ti mismo

 

es lo que ella

solía decirme

 

mientras me veía lavar

los platos o doblar

 

la pila de ropa

tibia de los niños.

 

Ahora creo que ella

se veía a sí

 

misma como un valiente

caballero que mira con desdén

 

los techos de paja

de algún villorrio de segunda

 

o las puertas de algún

oscuro e ignoto

 

castillo, diciendo yo

me merezco otra cosa.

 

No entiendo por qué

a menudo la valentía

 

va de la mano con

la crueldad. Sería feliz

 

con solo mirar a mis hijos

todo el día. Sería feliz

 

viendo cómo cae la nieve

sobre el vidrio verdoso

 

de algún invernadero

hasta que el vidrio se quiebre

 

y los tomates del interior

se vuelvan pelotas de hielo.

 

Mi madre suele contar

de cuando llevaba

 

a sus hijos de compras

teníamos ocho años

 

y dice recuerdo cómo

te miraba la gente y

 

también a tu hermano, eran

unos niños tan

 

bonitos me preocupaba

que algo pudiera llegar a

 

pasarles. Sólo recuerdo

cómo solía mirarnos

 

diciendo podría quedarme

viéndolos así todo el día.

 

La última vez que hablé

con mi padre

 

fue la noche en que

cremamos a

 

mi hermano mayor. Estaba

sentado en un sofá

 

mirando una hoguera vacía.

No lo había visto

 

en años justo entonces

me acerqué a él como

 

a un niño

al que encuentras

 

perdido en el supermercado

y le dices ven, vamos

 

a buscar a tus padres,

no deben estar muy lejos.

 

Creo que le dije, Allen,

lo siento Darin se fue.

 

Y él hizo un ruido

como el de un niño que busca

 

la mano de una madre

y cuando trata de tomarla

 

se da cuenta de que la madre

no era suya. Suspiró

 

y dijo es tan extraño

ya no tener hijo.

 

Mi padre tenía razón,

su hijo estaba muerto

 

se había ido y ese

era el principio

 

y el final de cualquier historia

que yo jamás pudiera contar

 

sobre el amor. Anoche,

cuando fui a la tienda

 

a comprar pañales nocturnos

para Owen, me sentí muy feliz

 

de que todos tuvieran

que usar mascarillas.

 

De no tener que verle

la cara a nadie.

 

De no tener que ver

mi propio rostro. Me quedé

 

mirando las cajas de cereales

deslizarse por los pasillos,

 

mirando las latas

de vegetales convertirse

 

en latas de fruta. La música

que sonaba en mi cabeza

 

era tan hermosa

era como el sonido

 

que hacía la madre

de mis hijos cuando caminaba

 

por la casa

en calcetines.

 

***

 

Puente

 

Antes incluso de llegar al puente, en la esquina

cerca del parque, dos chicas jóvenes

caminan comiendo hamburguesas, un pedazo

se cae de una de sus bocas

y ella me mira, caminando aún, y me espeta

cuidadovasapisarlacomidaputomaricónjajaja−

No conozco a nadie

que pudiera ser capaz de acostarse con ellas, ¿quién se bajaría

los pantalones y tocaría

esos minúsculos cabellos con la punta de su

lengua? ¿Quién querría tener esos dos culos

en su cara o ese olor a kétchup y pepinillos chorreando de su

boca? Y no puedo imaginármelas

atravesando el Puente Hawthorne, el río

todo oscuro y encendido

como un héroe en una novela de vampiros, no puedo imaginármelas

tan tristes, tan descorazonadas, conociéndose a sí mismas

lo suficiente, conociéndose a sí mismas tanto como para elevar

sus cuerpos pesados sobre el raíl, una

de sus sandalias con piedras preciosas falsas

que se cae a la vía peatonal,

y que se cae al agua, y que respira, y que está al revés, y que

se va. Cuando me paro y me fijo

creo que estoy nervioso porque estoy preocupado

por si pierdo las gafas, la negra

montura que se escabulle, toda la gravedad

que la hace saltar, que la empuja hacia abajo

como una mano en la parte de atrás

de mi cuello, lo que veo: la comida que se cae,

el ruido sordo y estúpido de las chicas

que caminan, la noche inhalada por los árboles,

las casas flotantes que parpadean, todo ello sucede

al otro lado de las lentes. Mi puente favorito. Mi parte favorita

del camino a casa. Esta elección

que creo que tengo. En una película navideña que me gusta,

un hombre está apoyado

en la barandilla, mirando el agua, pensando

sobre el agua, preparándose,

dándole tiempo a la gente para que lo atraigan otra vez

hacia la tierra. Tiempo para que un ángel en un abrigo gris

y una cara de los años cincuenta le detenga. Cuando me inclino un poco

puedo sentir detrás de mí los coches que corren hacia el este, nadie

pone el freno de

mano, nadie pita.

Quizás las chicas están

en el coche de un amigo, siendo devoradas

por hamburguesas y brillo de labios de sabores,

las dos canciones de la muerte

que son sus cuerpos, y quizás

una de ellas saluda con la mano, o parece que saluda

cuando enciende un cigarrillo, así, por la ventana y se cae

y sigue cayendo.

 

***

 

En la Tierra

 

Mi hermana pequeña se aleja

de la colisión, del hielo negro, del lado aplastado

de los pasajeros, del inmenso camión que destrozó

el coche, y desde la cuneta de la autopista

una gran bolsa de plástico flota

muy blanca

por encima del césped

donde los gusanos trabajan lentos y ciegos debajo

de las hormigas que marchan

en columnas de gracia, como soldados

antes de ser enviados a algún lugar, antes de que la guerra los humanice

de nuevo y los disperse por campos

y arenas, camillas y cuerpos,

por el universo

de humo y ceniza, y se agazapen

en lo que queda de un edificio

mientras un tanque sube por la calle hacia el río

donde se para, apaga su motor, el conductor mira

a través de una ventana más pequeña que un sobre,

y se pone a sudar y a pensar

en qué bonito es Kentucky. En la Tierra

a mi hermano gemelo le extraen un cáncer

de la frente después de un año de haber estado picándome

diciéndome siempre “¡eh, no te toques tu cáncer!”

pero en broma porque él nunca puede estar enfermo,

no si yo he de quedarme en la Tierra,

y a mi hermana pequeña nadie la puede partir nunca por la mitad, una parte de su

Subaru que separa su torso

de sus piernas, no si yo he de querer vivir, no si yo he de querer pasear

por el Puente Hawthorne

con la ciudad ante mí, los edificios

llenos de luz y ascensores, el parque lleno de arces

y bancos, la policía ocupando

las calles como Novocaína, entumeciendo

Chinatown, entumeciendo Old Town, el Willamette

corriendo hacia el salvaje

Pacífico, la maravillosa hidro-aventura del Norte

todavía toqueteando la sangre de los de Nueva York y Nueva Inglaterra,

la explotación forestal ya se ha acabado y los indios ya se han acabado

pero por los casinos y los fuegos artificiales y los atrapasueños

mi hermana debe levantarse de entre los muertos

el acero y las luces rotas, mi hermano gemelo

debe bajarse de la mesa del quirófano

si yo he de poder mirar las nubles de la lluvia acercarse

como una familia de hipopótamos

desde la aguas cálidas del África

y secarse en el polvo, ellos deben estar aquí

si yo he de escribir una carta

a Marie o a Dorianne, Michael y Elizabeth

deben estar en sus cuerpos

para que yo no me los corte

del mío. Deben responder

al teléfono cuando les llamo para no tener que quedarme en el armario

encerado por siempre. Ahora mismo estoy sentado

en el porche de la casa donde me crié. ¡Este es el segundo sitio

en el que estuve en la Tierra! El porche donde Emily se sentó

en 1994, bebiendo té con licor

y leyendo las traducciones de Rexroth de Li Po,

poesía china

en su empeine, el río Han

que se derramaba en su pelo, por las escaleras

y la entrada del garaje

donde los dientes de león crecen como células

de sangre blanca. Los cogería en Kelly Park

e iría por la calle con ellos

por la 92. Todos mis deseos, todos ellos flotando

por todo el vecindario

donde yo quise enamorarme

de alguien, beber sodas de naranja de espaldas

con el cielo desabrochándonos los pantalones

y quitándonos las camisetas. No hay nada

como caminar por el noroeste de Portland

de noche, aunque hay demasiado dinero

y no parece auténtico. No hay nada en la Tierra

como la luz de la luna, el lago de noche

olor de césped alto y crema de sol. Es difícil imaginar

no conocer el olor de las gasolineras o del pino,

el olor de los calcetines demasiado usados y el olor

de las manos de alguien

después de haber nadado por los arbustos de romero.

Los quiero a todos

y todo el tiempo. Necesito ir

al cuarto de Erika, por los montones de ropa apilada en el suelo,

que me encantan por su euforia caída. Necesito

oler su cuerpo en el mío

días después de haber destrozado la cama o estropeado la alfombra

que ella detesta aunque estemos en ella. En la Tierra

mi hermana mayor nunca puede abrir otra botella de cerveza o disparar

a otro vaso de whiskey. No puede permitir al monstruo

de su cuerpo andar encorvado por los

campos de la familia, matando a los campesinos,

quemando las tierras por el camino hacia otra sobriedad

y entonces ser asesinada a hachazos por sus propias horquillas y palas,

no si yo he de lavarme los dientes

sin morderme la lengua. No si yo he de beber café

y leer el periódico y respirar. Oh, estar en la Tierra…

Caminar descalzo por la piedra fría

y saber que la mujer a la que amas también está caminando descalza

por el azulejo frío de la cocina

donde os besasteis ayer, estar de pie en una librería

y oler el papel viejo y el pegamento

en las espinas dorsales, mirar un mapa de una ciudad extranjera

y ser capaz de saber

adónde vas. Nadar en el océano,

nadar en un lago y no saber

qué hay debajo de ti. Tener dos mil

amigos en Facebook a los que no conoces

pero estar ahí embobado cada noche porque te sientes solo.

Caminar por

Laurelhurst y ver una garza azul

que mata a un brillante pez naranja, lo eleva por el aire irrespirable

y entonces lo sumerge en el agua otra vez, y entonces por el aire otra vez,

y así varias veces hasta que siente

que el pez es suyo por completo. Sentir cómo el metro corre

debajo de la avenida

o cómo el avión que despegó en Nueva York está bastante

bien en el cielo de Arizona. Saber

cómo se siente uno después de beber whiskey o saber el secreto de que leer

novelas románticas te ha hecho

mejor persona, más caballeroso, y caminas

hacia el ultramarinos en medio de la noche,

enamorado de los aguacates y de las zanahorias,

y te quedas de pie frente a la fruta congelada

con la puerta de la nevera abierta

de manera que el frío helado enfría tu cuerpo

antes de ir al pasillo de los cereales

donde hay innumerables colores y tipos, cómo se siente en tus manos

el paquete de cereales

como un premio que hubieras recibido por algún favor importante, esperar

en la cola y que no te importe

esperar. La sensación de estar en un barco

y la sensación de ponerte unos zapatos nuevos

con un calzador de metal. Cómo puedes sentir que puedes correr

más rápido que nunca. Ir en autobús en invierno

y que tus gafas se empañen, el autobús

que te lleva a esa calle que conoces de toda la vida

o en la que acabas de encontrar el amor, qué más da. En la Tierra

mi madre está hablando con sus pechos

porque quieren matarla, se han puesto en su contra

como un senado, pero al final

les convence. Consigue que se comporten como dos perros

o como dos niños que juegan

demasiado a lo bestia con el gato y el gato aúlla, su cola casi

en huida. Ella debe estar aquí aún, allí por el

Lloyd Center después de salir de trabajar

bajo la lluvia, si es que yo he de vivir. En la Tierra

tengo una cama en la que me encanta meterme, el olor limpio de las

sábanas blancas, dejar caer mi cabeza

en la almohada tan suave y preocuparme y echarme encima

la manta, como una tumba,

y por la mañana por la ventana ver la fría luz del invierno

soplar. Cada noche en la oscuridad

y cada mañana en la luz

y ¿no crees que Jesús se salió

de su cueva, se arrastró fuera de su Subaru

y se quedó en un lado de la carrera esperando a la ambulancia

para que lo cubrieran con un sudario blanco? En la Tierra

me desmayo en la sala del multicine, me meo en los pantalones, voy hacia el ataque

como alguien con don de lenguas, enrollado

en las llamas de mi creencia, mi cuerpo en las manos de unos extraños

en la rancia y gruesa alfombra

mientras en la Tierra las palomitas explotan salvajemente

y el licor es de un rojo reluciente

detrás del mostrador, al lado de los M&M

donde está la chica más preciosa del mundo

en su severo uniforme, su chapita identificatoria muy

bien puesta, su nombre escrito en un trozo de celo

que tapa el nombre de otra persona.

Nunca me dará un beso, nunca estará conmigo en la cama, ahí afuera en agosto,

ni susurrará mi nombre. En la Tierra

Joe tiene un ataque al corazón, su paquete de cigarrillos sin filtro

descansa como una mano al lado de sus libros.

Conduce su corazón a través de tres acres de bypass

y entonces lo lleva al agua. En la Tierra

robo flores del parque, rosas y lirios orientales,

duermo demasiado. Soy siempre demasiado lento

o demasiado rápido a la hora de llegar, antes de que hayan abierto. Sigo

soñando que mi hermano mayor

ha regresado como un hombre que ha vuelto de una carrera larga,

extenuante. Pero no aguantaré así mucho más…

Y porque no tengo que hacerlo, corto una naranja

como lo hacen los atletas, en perfectas

mediaslunas. Quito la pulpa, la piel que parece

la superficie de la luna. Las pongo

en mi boca

y dejo que su sexo explote en mi garganta, mis pulmones

como dos mitades negras de una mariposa

atrapada en el nido de mi torso, leo un poema

que escribió Zach sobre un estanque, estoy pensando

sobre la última vez que vi a Mike

antes de que se mudara a Utah, tan sionista su atmósfera, releo

la notita que escribió Carl que sólo dice

ten cuidado. En la Tierra a Charlie lo han diseccionado

y lo han vuelto a cerrar.

Continúa queriendo a sus amigos y mirándose en el espejo,

y quizás sus nervios no han crecido

sobre la cicatriz que se hizo, y quizás está cansado

¡pero está en la Tierra! Debe levantarse por las mañanas

si yo he de quedarme en mi cama

escuchando música con la ventana abierta

y la puerta abierta y esperar

en calzoncillos a que entre por ella el amor con sus pies sucios

y sus manos sudorosas, si yo he de tenerla a mi lado, mi boca

sobre un nudillo, mi mano detrás de una rodilla, él debe

estar aquí aún. En la Tierra

la supervivencia se construye a base de suerte y centros de tratamiento

o despacio como un nacimiento de planeta, antes

no había nadie que sobreviviera,

simplemente los gases del big bang lo organizaban todo, o se construye

como un rascacielos, a mano, algunos obreros

caen, y otros se mantienen a salvo en el andamio, allí arriba en la Tierra,

quitándole el papel a los bocadillos que todo el día han estado

esperando comerse.

Tomado de:

https://www.zendalibros.com/6-poemas-de-matthew-dickman/

 

 

Salario mínimo

 

En el porche mi madre y nos encendemos los cigarrillos

como si fuera un receso de diez minutos

en la empresa de ser madre y de ser hijo,

unos minutos de libertad ganada

antes de marcar tarjeta, antes

de ponernos el delantal, los sombreros de papel,

lavarnos las manos dos veces

y volver al mostrador

esperando que los clientes dejen propina y sean amables,

el aire fresco del jardín frente a nosotros, y los perros

atrás cagan en todas partes.

Encorvados, somos dos extras en La noche del cazador.

Busco un segundo cigarrillo, un pequeño nadador

entre otros nadadores. Pronto vamos a volver

a la cocina amarilla a terminar

lo que queda del café. Y lo que venga a matarnos

pondrá leche en mi taza y azúcar en la de ella.

Tomado de:

https://www.zendalibros.com/cafe-en-la-nieve-de-matthew-dickman/