Lo que quieras
Mi hermano vivo
nos ofrece la cena. Despliega el menú como un par de
alas
sobre la mesa. Lo que quieran
dice. Su voz cálida sobre el cielo brillante de los
cubiertos.
El otro,
mi hermano muerto, está sentado
en la oscuridad de la tumba, con la espalda apoyada
contra su nombre.
Yo camino por ahí con la droga que más me gusta
adentro mío. Se está sacando una cascarita que tiene en
la muñeca.
Me mira, abre bien grande,
los brazos sobre el pasto. Lo que quieras, dice. Su
cuerpo
que empieza
a perder el color, su voz que se va despacio.
Lento (Versión Sandra Toro)
Más que poner otro hombre en la luna,
más que un propósito de yogur y yoga para año nuevo,
necesitamos la oportunidad de bailar
con desconocidos hermosos de verdad. Un lento
entre el sofá y la mesa del comedor, al final
de una fiesta, mientras la persona que amamos salió
a buscar el auto
porque empezaba a llover y si algo se nos moja
le rompería el corazón. Un lento
para traer la noche a casa, para romperla. Dos personas
hamacándose como una boya. Nada extravagante.
Una musiquita. Una botella de whisky vacía.
Es un poco como ser infiel. Tu cabeza apoyada
en su hombro, tu aliento que sube por su cuello.
Tus manos le recorren la columna. Las caderas de ella
se desdoblan como una servilleta de algodón
y empezás a pensar cómo es que todas las estrellas del
cielo
están muertas. Mi cuerpo
habla lento con tu cuerpo. La Melodía encadenada o
Escalera al cielo, un lento con eléctrica. Toda mi vida
cometí errores. Chiquitos y crueles. Hice mis planes.
Y no llegué nunca. Comí mi comida. Tomé mi vino.
El lento no importa. Es todo inocencia como los chicos
antes de los cuatro. Como estar en los brazos
de mi hermano.
El lento de los hermanos.
Dos hombres en medio de la sala. Cuando bailo con él,
uno de mis grandes amores, es totalmente humano,
y cuando gira para hacerme un dip o lo piso
porque los dos llevamos, pienso que
uno se va a morir primero y el otro va a sufrir.
El lento de lo que vendrá
y el lento del insomnio
chorreando por el piso como agua de la bañera.
Cuando la mujer con la que duermo
está en el baño, desnuda,
cepillándose los dientes, escupe en el lavatorio
el lento del ritual. No hay nadie que nos salve
porque no hay necesidad de ser salvados.
Te lastimé. Te quise. Corté el pasto
del jardín de adelante. Cuando la desconocida del
vestido blanco
cubierto con un millón de cuentas
viene hacia mí como un candelabro hipersexuado
viviente,
la agarro de la mano. La hago girar para un lado
y para el otro. Es el bosque de almendros
del baile lento y oscuro.
Es lo que tendríamos que estar haciendo. Desguazar
en busca de alegría. El haiku y la miel. El lento de la
naranja y el orangután.
V (Versión Sandra Toro)
La flaquita que va codo a codo
con la hermana menor
tiene una remera que dice
HABLAME EN NERD
y yo quiero,
quiero poner mi bolsa de las compras en el piso
atrás de la boca de incendio
y susurrarle al oído algo sobre la división.
Quiero pararme atrás de ella y deslizarle
un solo dedo por la columna
mientras me cuenta de sus correlativas.
Tal vez se queje un poquito
cuando le diga que x es igual a menos b
más menos la raíz cuadrada
de b al cuadrado menos 4(a)(c), todo
elevado a la segunda. Pero tengo esperanzas.
Le puedo mostrar mis historietas
y mi Playstation. O podemos sacar
las cartas viejas de D&D;
y sentarnos en el sótano a la luz de una vela.
Sé suficiente sobre el Dr. Who,
la Enterprise y la Flota Estelar
como para sacarle la remera y desabrocharle el jean.
Podemos desarrollar la Teoría de las cuerdas
por todo su dormitorio.
Podemos doblegar juntos el espacio-tiempo.
Pero a lo mejor no es eso lo que pide.
El mundo viene hablando sucio
desde que ella tiene orejas para oír.
A todos nos habla mierda
y no hay nada en la bomba de hidrógeno
que me haga querer usar un anillo para el pene
o hacerlo en la cocina mientras hierve una olla con
agua.
A lo mejor, con los hombros caídos como tiene
y el pelo largo tapándole
la mitad de la cara,
ella solamente pide que la consideren
algo más que una noche salvaje, un rizo
de vello púbico, o la estructura rosada
y compleja de los pezones.
A lo mejor quiere que la midan más allá
de la cucharadita de sombra del ano
y el molusco suave de la lengua,
más allá de la ecuación de los miembros, y que la vean
como un absoluto.
Y a lo mejor no será un salto gigantesco
en la ciencia de la compasión, pero es algo.
Así que cuando paso al lado de ella
hago exactamente lo que me pide,
levanto la mano derecha y hago una V
como los Vulcanos cuando le desean suerte a alguien,
esperando que consiga lo que quiere, aunque
tenga que ser en una galaxia muy lejana.
Problema (Versión Sandra Toro)
Marilyn Monroe se llevó a la cama todas las pastillas
de dormir cuando tenía treinta y seis, y la hija de
Marlon Brando
se colgó en el dormitorio Tahitiano
de la casa de su madre,
mientras que Stanley Adams se pegó un tiro en la
cabeza. A veces
podés mirar las nubes o los árboles
y no se parecen nada a nubes ni a árboles ni al cielo
ni a la tierra.
Kathy Change, la performer,
se prendió fuego mientras los hijos de Bing Crosby se
volaron
para siempre de la historia de la música.
A veces me sorprende la vida interior de los osos
polares. El filósofo
francés Gilles Deleuze saltó al mundo,
y después fuera de él, desde la ventana
de un departamento. Peg Entwistle, una actriz sin
ningún
protagónico, se tiró de la “H” del cartel de HOLLYWOOD
cuando todo se veía en blanco y negro
y David O. Selznick era rey, circa 1932. Ernest
Hemingway
se puso una escopeta en la cabeza en Ketchum, Idaho
y la nieta, modelo y actriz, trepó el árbol genealógico
para darse una sobredosis de fenobarbital. Mi hermano
abrió
treinta parches de fentanil y se los metió en el cuerpo
hasta que no fue más su cuerpo. Me gusta
cómo se oyen los gansos sobre el río. Me gustan
los jaboncitos de los baños de hotel porque son
hermosos.
Sarah Kane se ahorcó, Harold Pinter
le llevó rosas cuando todavía estaba viva,
y Louis Lingg, el anarquista alemán, prendió un
cartucho de dinamita
con la boca
aunque le llevó seis horas
morirse, 1887. Ludwig II de Bavaria se ahogó
lo mismo que Hart Crane, John Berryman y Virginia Wolf.
Si vas
de viaje, siempre tenés que llevarte un libro para
leer, sobre todo
si es en tren. Andrew Martínez, el activista desnudo,
murió
preso, desnudo y con una bolsa
en la cabeza, y en 1815 el aristócrata y escritor
polaco
Jan Potocki se disparó una bala de plata.
Sara Teasdale se tragó un frasco de tristeza
después de darse un baño de inmersión
en el que docenas de senadores romanos se abrieron las
venas abajo del agua.
Larry Walters se hizo famoso
por volar en una silla de jardín Sears con cuarenta y
cinco globos de helio.
Llegó a una altura de casi 5000 metros
y aterrizó. Él era un hombre que volaba.
Se disparó en el corazón. A la mañana salgo de la cama,
me cepillo
los dientes, me lavo la cara, me pongo la ropa que más
me gusta.
Yo quiero ser bueno conmigo.
Rey
Siempre soy el rey de algo. Aclamado o destruido,
recién coronado, o decapitado. Rey de la hierba sombría
y rey de las sábanas sucias. Me siento en el medio
de la habitación en diciembre
con las ventanas abiertas, cinco pastillas y una
navaja. El secreto
de mi vida. Mi poder asesino y mi poder
de permanencia. Cuando fracasa la erección, cuando el
auto casi
choca contra el guardarraíl, soy rey. Balanceo mi mano
sobre
las hormigas brotando desde la vereda y las convierto
en caballeros,
me siento en la mesa del comedor y miro en los
profundos
ojos de mi televisor, mi gente. Les digo que el reino
será recordado en sueños de estática. Les digo
que lo que se perdió será recuperado. Entonces me pongo
mis Vans
cuadriculadas blanco y negro, exactamente el par de
zapatillas
que mi hermano mayor usaba cuando todavía era un
ciudadano del mundo
y salgo, salgo a la calle
con mi mapa de los muertos y lo busco,
busco la X que ahora es,
para devolverle el cetro, tomar el manto
rojo de mis hombros y colocarlo alrededor de los suyos,
alzar la corona
de mi cabeza y ajustarla sobre sus cejas,
para inclinarme con una rodilla, con las dos
rodillas, y bajar la cabeza para decir despacito mi
señor, mi amo, mi rey.
El Revolver de Mayakovsky
Me quedo pensando en cómo
las moras van a hacer que la boca
de un chico de ocho años parezca la de un fantasma
al que le dispararon en la cara. En la oscuridad puedo
ver
a mi hermano mayor caminando a través de la maleza
en su cerebro. Lo puedo ver parado
en el lobby del hotel,
solo, a los gritos con la máquina de hacer hielo.
En lugar de la luna
estuve embobado con la luz de la luna brotando desde la
tapa de plástico
que encajé en la pared del baño. Online
alguien dice que tiene el revolver de Mayakovsky
y que lo va a vender por solo cincuenta mil dólares.
¿Por qué
no se me ocurrió? Sacarle las medias a mi hermano
muerto
y ponerlas en el mercado por algo a cambio,
una entrada para una película, algo
que tenga un ticket, una prueba de que yo estuve
ocupado viviendo,
que no estuve toda la noche encerrado llorando,
que no me quedé levantado
dibujando un arma una y otra vez
con un marcador negro, que no recorté
la que me salió mejor, o que no me quedé
frente al espejo, apretando el gatillo de papel hasta
que se rompió.
La tumba de mi hermano
Como una ciudad a la que siempre odié, manejando sin
parar,
el pie en el acelerador, pasando de largo todos los
semáforos
deseando estar en casa. Odiando también a los chicos
que viven ahí
como si pudieran elegir. Lo imagino
en diez millones de partículas
de ceniza, atado a un precioso racimo de encaje blanco,
un moño plateado
donde debería estar su cuello,
echado a un lavarropas, puesto a girar para siempre
en un delicado ciclo bajo la mugre. Todo lo que queda
de él, la vegetación de él, la nada
de él: su skate, y su bicicleta y su cerveza y los
cigarrillos
y su hija
y sus compilados y su soledad, sus piernas y pies y
brazos y cerebro
y sus rótulas.
Afuera del cementerio
todavía hay una parte de él
enterrada en el misticismo de su ADN, marcada en un
picaporte
o en los dientes de las llaves de su auto. Dos chicos
de la escuela que está cerca
van a coger encima de él
y yo no voy a saber cómo pararlos. Alguien
va a tirarles una botella vacía de vodka
y él la va a tener que atajar.
Ciencia Rara
Hice una pila de ropa exactamente de tu peso y altura
en la cama, porque te extraño. ¡Te inventé
por una noche! Puse las mancuernas
que son mis manos alrededor del sweater que es tu
cintura y las dejé
que se durmieran ahí. La luna está en el patio
flotando a través de las persianas, transformada en una
cebra
con rayas brillantes, durmiendo en el piso. En mi
decimocuarto sueño
con vos estábamos en París. Pero soy ingenuo, ¡y
también quiero
que estemos en París! Quiero baguettes
y desayunos, quiero la Calle de la Luna y sábanas de
hotel.
Esposas francesas y agua francesa en botellitas. Te
agregué
otra remera porque quizás ya hayas cenado. A la mañana
le voy a poner unos alambres a las medias y
calzoncillos
que son tu cabeza. Voy a empujar y hacer palanca
para ver si te levantás, bostezando, con los brazos
para adelante, tus piernas
empezando a patear, y te voy a abrazar y te voy a besar
donde tu boca lástima porque era nada más
que un pañuelo nuevo.
Versiones MVG del libro Mayakovsky’s Revolver, Norton,
2012.
Las versiones de Sandra Toro corresponden
al material de su blog El Placard: http://el-placard.blogspot.com.ar/.
Tomado de:
https://www.malonmalon.com.ar/index.php?option=com_content&view=article&id=246:el-revolver-de-maiakovski-matthew-dickman-por-martin-vazquez-grille&catid=56&Itemid=461
Sobre el amor
Tienes que hacer
algo por ti mismo
es lo que ella
solía decirme
mientras me veía lavar
los platos o doblar
la pila de ropa
tibia de los niños.
Ahora creo que ella
se veía a sí
misma como un valiente
caballero que mira con desdén
los techos de paja
de algún villorrio de segunda
o las puertas de algún
oscuro e ignoto
castillo, diciendo yo
me merezco otra cosa.
No entiendo por qué
a menudo la valentía
va de la mano con
la crueldad. Sería feliz
con solo mirar a mis hijos
todo el día. Sería feliz
viendo cómo cae la nieve
sobre el vidrio verdoso
de algún invernadero
hasta que el vidrio se quiebre
y los tomates del interior
se vuelvan pelotas de hielo.
Mi madre suele contar
de cuando llevaba
a sus hijos de compras
teníamos ocho años
y dice recuerdo cómo
te miraba la gente y
también a tu hermano, eran
unos niños tan
bonitos me preocupaba
que algo pudiera llegar a
pasarles. Sólo recuerdo
cómo solía mirarnos
diciendo podría quedarme
viéndolos así todo el día.
La última vez que hablé
con mi padre
fue la noche en que
cremamos a
mi hermano mayor. Estaba
sentado en un sofá
mirando una hoguera vacía.
No lo había visto
en años justo entonces
me acerqué a él como
a un niño
al que encuentras
perdido en el supermercado
y le dices ven, vamos
a buscar a tus padres,
no deben estar muy lejos.
Creo que le dije, Allen,
lo siento Darin se fue.
Y él hizo un ruido
como el de un niño que busca
la mano de una madre
y cuando trata de tomarla
se da cuenta de que la madre
no era suya. Suspiró
y dijo es tan extraño
ya no tener hijo.
Mi padre tenía razón,
su hijo estaba muerto
se había ido y ese
era el principio
y el final de cualquier historia
que yo jamás pudiera contar
sobre el amor. Anoche,
cuando fui a la tienda
a comprar pañales nocturnos
para Owen, me sentí muy feliz
de que todos tuvieran
que usar mascarillas.
De no tener que verle
la cara a nadie.
De no tener que ver
mi propio rostro. Me quedé
mirando las cajas de cereales
deslizarse por los pasillos,
mirando las latas
de vegetales convertirse
en latas de fruta. La música
que sonaba en mi cabeza
era tan hermosa
era como el sonido
que hacía la madre
de mis hijos cuando caminaba
por la casa
en calcetines.
***
Puente
Antes incluso de llegar al puente, en la esquina
cerca del parque, dos chicas jóvenes
caminan comiendo hamburguesas, un pedazo
se cae de una de sus bocas
y ella me mira, caminando aún, y me espeta
cuidadovasapisarlacomidaputomaricónjajaja−
No conozco a nadie
que pudiera ser capaz de acostarse con ellas, ¿quién se
bajaría
los pantalones y tocaría
esos minúsculos cabellos con la punta de su
lengua? ¿Quién querría tener esos dos culos
en su cara o ese olor a kétchup y pepinillos chorreando
de su
boca? Y no puedo imaginármelas
atravesando el Puente Hawthorne, el río
todo oscuro y encendido
como un héroe en una novela de vampiros, no puedo
imaginármelas
tan tristes, tan descorazonadas, conociéndose a sí
mismas
lo suficiente, conociéndose a sí mismas tanto como para
elevar
sus cuerpos pesados sobre el raíl, una
de sus sandalias con piedras preciosas falsas
que se cae a la vía peatonal,
y que se cae al agua, y que respira, y que está al
revés, y que
se va. Cuando me paro y me fijo
creo que estoy nervioso porque estoy preocupado
por si pierdo las gafas, la negra
montura que se escabulle, toda la gravedad
que la hace saltar, que la empuja hacia abajo
como una mano en la parte de atrás
de mi cuello, lo que veo: la comida que se cae,
el ruido sordo y estúpido de las chicas
que caminan, la noche inhalada por los árboles,
las casas flotantes que parpadean, todo ello sucede
al otro lado de las lentes. Mi puente favorito. Mi
parte favorita
del camino a casa. Esta elección
que creo que tengo. En una película navideña que me
gusta,
un hombre está apoyado
en la barandilla, mirando el agua, pensando
sobre el agua, preparándose,
dándole tiempo a la gente para que lo atraigan otra vez
hacia la tierra. Tiempo para que un ángel en un abrigo
gris
y una cara de los años cincuenta le detenga. Cuando me
inclino un poco
puedo sentir detrás de mí los coches que corren hacia
el este, nadie
pone el freno de
mano, nadie pita.
Quizás las chicas están
en el coche de un amigo, siendo devoradas
por hamburguesas y brillo de labios de sabores,
las dos canciones de la muerte
que son sus cuerpos, y quizás
una de ellas saluda con la mano, o parece que saluda
cuando enciende un cigarrillo, así, por la ventana y se
cae
y sigue cayendo.
***
En la Tierra
Mi hermana pequeña se aleja
de la colisión, del hielo negro, del lado aplastado
de los pasajeros, del inmenso camión que destrozó
el coche, y desde la cuneta de la autopista
una gran bolsa de plástico flota
muy blanca
por encima del césped
donde los gusanos trabajan lentos y ciegos debajo
de las hormigas que marchan
en columnas de gracia, como soldados
antes de ser enviados a algún lugar, antes de que la
guerra los humanice
de nuevo y los disperse por campos
y arenas, camillas y cuerpos,
por el universo
de humo y ceniza, y se agazapen
en lo que queda de un edificio
mientras un tanque sube por la calle hacia el río
donde se para, apaga su motor, el conductor mira
a través de una ventana más pequeña que un sobre,
y se pone a sudar y a pensar
en qué bonito es Kentucky. En la Tierra
a mi hermano gemelo le extraen un cáncer
de la frente después de un año de haber estado
picándome
diciéndome siempre “¡eh, no te toques tu cáncer!”
pero en broma porque él nunca puede estar enfermo,
no si yo he de quedarme en la Tierra,
y a mi hermana pequeña nadie la puede partir nunca por
la mitad, una parte de su
Subaru que separa su torso
de sus piernas, no si yo he de querer vivir, no si yo
he de querer pasear
por el Puente Hawthorne
con la ciudad ante mí, los edificios
llenos de luz y ascensores, el parque lleno de arces
y bancos, la policía ocupando
las calles como Novocaína, entumeciendo
Chinatown,
entumeciendo Old Town, el Willamette
corriendo hacia el salvaje
Pacífico, la maravillosa hidro-aventura del Norte
todavía toqueteando la sangre de los de Nueva York y
Nueva Inglaterra,
la explotación forestal ya se ha acabado y los indios
ya se han acabado
pero por los casinos y los fuegos artificiales y los
atrapasueños
mi hermana debe levantarse de entre los muertos
el acero y las luces rotas, mi hermano gemelo
debe bajarse de la mesa del quirófano
si yo he de poder mirar las nubles de la lluvia
acercarse
como una familia de hipopótamos
desde la aguas cálidas del África
y secarse en el polvo, ellos deben estar aquí
si yo he de escribir una carta
a Marie o a Dorianne, Michael y Elizabeth
deben estar en sus cuerpos
para que yo no me los corte
del mío. Deben responder
al teléfono cuando les llamo para no tener que quedarme
en el armario
encerado por siempre. Ahora mismo estoy sentado
en el porche de la casa donde me crié. ¡Este es el
segundo sitio
en el que estuve en la Tierra! El porche donde Emily se
sentó
en 1994, bebiendo té con licor
y leyendo las traducciones de Rexroth de Li Po,
poesía china
en su empeine, el río Han
que se derramaba en su pelo, por las escaleras
y la entrada del garaje
donde los dientes de león crecen como células
de sangre blanca. Los cogería en Kelly Park
e iría por la calle con ellos
por la 92. Todos mis deseos, todos ellos flotando
por todo el vecindario
donde yo quise enamorarme
de alguien, beber sodas de naranja de espaldas
con el cielo desabrochándonos los pantalones
y quitándonos las camisetas. No hay nada
como caminar por el noroeste de Portland
de noche, aunque hay demasiado dinero
y no parece auténtico. No hay nada en la Tierra
como la luz de la luna, el lago de noche
olor de césped alto y crema de sol. Es difícil imaginar
no conocer el olor de las gasolineras o del pino,
el olor de los calcetines demasiado usados y el olor
de las manos de alguien
después de haber nadado por los arbustos de romero.
Los quiero a todos
y todo el tiempo. Necesito ir
al cuarto de Erika, por los montones de ropa apilada en
el suelo,
que me encantan por su euforia caída. Necesito
oler su cuerpo en el mío
días después de haber destrozado la cama o estropeado
la alfombra
que ella detesta aunque estemos en ella. En la Tierra
mi hermana mayor nunca puede abrir otra botella de
cerveza o disparar
a otro vaso de whiskey. No puede permitir al monstruo
de su cuerpo andar encorvado por los
campos de la familia, matando a los campesinos,
quemando las tierras por el camino hacia otra sobriedad
y entonces ser asesinada a hachazos por sus propias
horquillas y palas,
no si yo he de lavarme los dientes
sin morderme la lengua. No si yo he de beber café
y leer el periódico y respirar. Oh, estar en la Tierra…
Caminar descalzo por la piedra fría
y saber que la mujer a la que amas también está
caminando descalza
por el azulejo frío de la cocina
donde os besasteis ayer, estar de pie en una librería
y oler el papel viejo y el pegamento
en las espinas dorsales, mirar un mapa de una ciudad
extranjera
y ser capaz de saber
adónde vas. Nadar en el océano,
nadar en un lago y no saber
qué hay debajo de ti. Tener dos mil
amigos en Facebook a los que no conoces
pero estar ahí embobado cada noche porque te sientes
solo.
Caminar por
Laurelhurst y ver una garza azul
que mata a un brillante pez naranja, lo eleva por el
aire irrespirable
y entonces lo sumerge en el agua otra vez, y entonces
por el aire otra vez,
y así varias veces hasta que siente
que el pez es suyo por completo. Sentir cómo el metro
corre
debajo de la avenida
o cómo el avión que despegó en Nueva York está bastante
bien en el cielo de Arizona. Saber
cómo se siente uno después de beber whiskey o saber el
secreto de que leer
novelas románticas te ha hecho
mejor persona, más caballeroso, y caminas
hacia el ultramarinos en medio de la noche,
enamorado de los aguacates y de las zanahorias,
y te quedas de pie frente a la fruta congelada
con la puerta de la nevera abierta
de manera que el frío helado enfría tu cuerpo
antes de ir al pasillo de los cereales
donde hay innumerables colores y tipos, cómo se siente
en tus manos
el paquete de cereales
como un premio que hubieras recibido por algún favor
importante, esperar
en la cola y que no te importe
esperar. La sensación de estar en un barco
y la sensación de ponerte unos zapatos nuevos
con un calzador de metal. Cómo puedes sentir que puedes
correr
más rápido que nunca. Ir en autobús en invierno
y que tus gafas se empañen, el autobús
que te lleva a esa calle que conoces de toda la vida
o en la que acabas de encontrar el amor, qué más da. En
la Tierra
mi madre está hablando con sus pechos
porque quieren matarla, se han puesto en su contra
como un senado, pero al final
les convence. Consigue que se comporten como dos perros
o como dos niños que juegan
demasiado a lo bestia con el gato y el gato aúlla, su
cola casi
en huida. Ella debe estar aquí aún, allí por el
Lloyd Center después de salir de trabajar
bajo la lluvia, si es que yo he de vivir. En la Tierra
tengo una cama en la que me encanta meterme, el olor
limpio de las
sábanas blancas, dejar caer mi cabeza
en la almohada tan suave y preocuparme y echarme encima
la manta, como una tumba,
y por la mañana por la ventana ver la fría luz del
invierno
soplar. Cada noche en la oscuridad
y cada mañana en la luz
y ¿no crees que Jesús se salió
de su cueva, se arrastró fuera de su Subaru
y se quedó en un lado de la carrera esperando a la
ambulancia
para que lo cubrieran con un sudario blanco? En la
Tierra
me desmayo en la sala del multicine, me meo en los
pantalones, voy hacia el ataque
como alguien con don de lenguas, enrollado
en las llamas de mi creencia, mi cuerpo en las manos de
unos extraños
en la rancia y gruesa alfombra
mientras en la Tierra las palomitas explotan
salvajemente
y el licor es de un rojo reluciente
detrás del mostrador, al lado de los M&M
donde está la chica más preciosa del mundo
en su severo uniforme, su chapita identificatoria muy
bien puesta, su nombre escrito en un trozo de celo
que tapa el nombre de otra persona.
Nunca me dará un beso, nunca estará conmigo en la cama,
ahí afuera en agosto,
ni susurrará mi nombre. En la Tierra
Joe tiene un ataque al corazón, su paquete de
cigarrillos sin filtro
descansa como una mano al lado de sus libros.
Conduce su corazón a través de tres acres de bypass
y entonces lo lleva al agua. En la Tierra
robo flores del parque, rosas y lirios orientales,
duermo demasiado. Soy siempre demasiado lento
o demasiado rápido a la hora de llegar, antes de que
hayan abierto. Sigo
soñando que mi hermano mayor
ha regresado como un hombre que ha vuelto de una
carrera larga,
extenuante. Pero no aguantaré así mucho más…
Y porque no tengo que hacerlo, corto una naranja
como lo hacen los atletas, en perfectas
mediaslunas. Quito la pulpa, la piel que parece
la superficie de la luna. Las pongo
en mi boca
y dejo que su sexo explote en mi garganta, mis pulmones
como dos mitades negras de una mariposa
atrapada en el nido de mi torso, leo un poema
que escribió Zach sobre un estanque, estoy pensando
sobre la última vez que vi a Mike
antes de que se mudara a Utah, tan sionista su
atmósfera, releo
la notita que escribió Carl que sólo dice
ten cuidado. En la Tierra a Charlie lo han diseccionado
y lo han vuelto a cerrar.
Continúa queriendo a sus amigos y mirándose en el
espejo,
y quizás sus nervios no han crecido
sobre la cicatriz que se hizo, y quizás está cansado
¡pero está en la Tierra! Debe levantarse por las
mañanas
si yo he de quedarme en mi cama
escuchando música con la ventana abierta
y la puerta abierta y esperar
en calzoncillos a que entre por ella el amor con sus
pies sucios
y sus manos sudorosas, si yo he de tenerla a mi lado,
mi boca
sobre un nudillo, mi mano detrás de una rodilla, él
debe
estar aquí aún. En la Tierra
la supervivencia se construye a base de suerte y
centros de tratamiento
o despacio como un nacimiento de planeta, antes
no había nadie que sobreviviera,
simplemente los gases del big bang lo organizaban todo,
o se construye
como un rascacielos, a mano, algunos obreros
caen, y otros se mantienen a salvo en el andamio, allí
arriba en la Tierra,
quitándole el papel a los bocadillos que todo el día
han estado
esperando comerse.
Tomado de:
https://www.zendalibros.com/6-poemas-de-matthew-dickman/
Salario mínimo
En el porche mi madre y nos encendemos los cigarrillos
como si fuera un receso de diez minutos
en la empresa de ser madre y de ser hijo,
unos minutos de libertad ganada
antes de marcar tarjeta, antes
de ponernos el delantal, los sombreros de papel,
lavarnos las manos dos veces
y volver al mostrador
esperando que los clientes dejen propina y sean
amables,
el aire fresco del jardín frente a nosotros, y los
perros
atrás cagan en todas partes.
Encorvados, somos dos extras en La noche del cazador.
Busco un segundo cigarrillo, un pequeño nadador
entre otros nadadores. Pronto vamos a volver
a la cocina amarilla a terminar
lo que queda del café. Y lo que venga a matarnos
pondrá leche en mi taza y azúcar en la de ella.
Tomado de:
https://www.zendalibros.com/cafe-en-la-nieve-de-matthew-dickman/