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lunes, 2 de diciembre de 2013

El perro de Ulises



Odiseo se enjuga una lágrima al ver cómo su fiel perro Argos le reconoce después de veinte años, aun sin fuerzas para salir a su encuentro. En esa imagen se condensa toda la grandeza de la gesta homérica, los terribles trabajos impuestos por Poseidón al laertida que arrebató la vista a su hijo Polifemo en unos mares repletos de monstruos y gigantes que fueron devorando uno a uno a sus divinos compañeros hasta dejarle solo, asido a un mástil a merced de las olas del Ponto color de vino. Solos Argos y él frente a frente, el can tumbado en el estiércol, casi ciego y lleno de pulgas, y Odiseo transformado en un anciano mendigo cubierto de andrajos. Allí estaba la vieja Ítaca, a pesar de los voraces pretendientes. Eubeo le fue fiel, Argos movió levemente la cola y dejó caer las orejas. El viaje había merecido la pena.

lunes, 21 de octubre de 2013

Héctor



Entre las puertas Esceas
aún resuenan los pasos de Aquiles
tras el divino Héctor.
Gloria eterna al Priámida
caído con estrépito ante el héroe implacable.
El polvo de la llanura troyana
fue lavado con su sangre incorrupta.
¡Esclarecido matador de hombres!
Tu tremolante casco
se divisa hoy en las tardes claras
junto al Ponto vinoso,
mientras Andrómaca, de níveos brazos,
unge tu cuerpo broncíneo
con el perfume de los inmortales.

domingo, 20 de octubre de 2013

Ese pedazo de Ilíada



Después de leer La Ilíada he llegado a la conclusión de que los héroes antiguos eran unos mosqueones de tomo y lomo, y también un poco niños chicos. Aquiles se pasa media epopeya con un rebote impresionante sin mover un dedo en las cóncavas naves, deseando que los troyanos les den para el pelo a sus compatriotas y así Agamenón se entere de lo que vale un peine, cómo se le ocurrió birlarle a su esclava Briseida. La ira del pelida es legendaria, pero algo insustancial, y sólo cuando matan a su amiguito Patroclo consiente en acudir al combate con sus fieles mirmidones, transformando el  mosqueo de un dios menor en la cólera de Zeus: él solo se basta para despedazar a los pocos hijos de Príamo que le quedaban por matar y a toda la plana mayor del ejército troyano, que huye despavorido al divisar la reluciente coraza fabricada por Hefesto. Tan sólo Héctor le aguarda a pie firme junto a las puertas Esceas, que ya hay que tener valor, pues uno se imagina a Aquiles acercándose como una especie de rinoceronte enfurecido, pero el ánimo le falla en el último instante y huye dando hasta tres vueltas al perímetro de las murallas perseguido por el de los pies ligeros, que al fin le envasa la broncínea lanza por el cuello, con alguna ayudita, todo hay que decirlo, de los dioses del Olimpo, que son todos unos entrometidos y presumen mucho de que no les importan las andanzas de los hombres, pero al final no hacen más que inmiscuirse en sus destinos.

Y lo más gordo es que con este argumento imposible Homero consiguió una obra maestra que más de tres milenios después me ha estremecido como ningún libro actual. Me he sentido más cerca de argivos y dárdanos que de mis contemporáneos. Si aún no lo habéis hecho, leedla oh eximios blogueros.

jueves, 17 de octubre de 2013

Apuntes (188): Realidad incierta


Hay una dulzura inconfesable en recrearse en la muerte cuando se tiene lejos.

~

Nadie ha vuelto del reino de Hades, jamás. Eurídice no soportó la luz del sol, se había despeñado al abismo antes de que Orfeo mirara hacia atrás.

~

La palabra “siempre” está vacía de sentido, tanto como “nunca”.

~

El gran drama del hombre contemporáneo es encarar la vida como si no hubiese un fin; medir el tiempo no por días, sino por años; hacer planes de eternidad sin creer en los dioses.

~

Al fin estamos solos, ésa es la gran verdad.

sábado, 10 de agosto de 2013

Los amantes de Orelay


There was a delicious coo in her voice, the very love coo; it cannot be imitated any more than the dead rattle…
George Moore: The Lovers of Orelay

Se dejaron llevar, y no pensaban en el alma, ni en los dioses, ni en el mundo en torno suyo; contemplaban el mar que surcó Menelao after Helen’s beauty—beauty, the noblest of men’s quest.

Y triunfó el instante, y el recuerdo de tres días perdura por una eternidad.

lunes, 3 de septiembre de 2012

Eco



La oréade de Citerón sigue danzando por las cuevas, por los valles y los ríos de Beocia. Todas las mañanas se despierta con la esperanza de unos sones que pongan voz a sus mudos anhelos. Desde que le vio sólo vive por su nombre; no hay  castigo mayor que no poder nombrar a la persona a quien amas. Tan cruel como no poder jamás consumar ese amor que sientes por lo que viste reflejado en la lámina del agua. La estirpe de las ninfas es humillada y diezmada por los reyes del Olimpo. Ella repetirá hasta el fin la palabra del último mortal, y luego se hundirá en el lago para encontrarse con su amado.

miércoles, 22 de agosto de 2012

Orfeo



El hijo de la musa baja todos los días a la orilla del lago junto a mi casa, y llora amargamente sus recuerdos. Versa est in luctum citara mea. El desgraciado la perdió dos veces, y su música suena lúgubre entre los profundos bosques de Tracia en pos de su recuerdo. Algunas noches vuelve a embarcarse en la vieja Argos, y marca un ritmo imaginario con las nueve cuerdas de su lira, pero la nave no logra salir del puerto. Ni siquiera el viejo perro está allí para consolarle a la vuelta de sus desventuras. La música graba a fuego el dolor en las almas de los deudos. Aunque hubieras mantenido la vista hacia adelante, no habrías vencido por tercera vez. Cerbero aguarda con los dientes intactos. Pobre mortal; murió el amor, sólo la música te sobrevive.

martes, 21 de agosto de 2012

Átropos



Después de la tempestad viene la ira de los guardianes del cielo. Una gorgona ha cruzado el horizonte cuando yo miraba, y he convertido en piedra sus serpientes venenosas. No me asustan tus cabellos de plata, ni temo a las furias desatadas tras mis pasos. Hace poco que vivía tranquilo en mi hogar; jamás oí hablar de los castigos de la antigua raza de los olvidados. No hay oráculo que venza a los poderes del hombre nuevo, ni inteligencia que supere a los antiguos mitos. Cada noche se hace tarde a la misma hora, y ya no sé cómo seguir engañando a los que no me escuchan. Una respuesta incandescente flota en el aire cada noche, y nadie se atreve a despertar la curiosidad de los antiguos dueños. La más joven de las parcas sigue hilando mi vida. Átropos espera con sus cabellos de plata. Sonríe al verme envuelta en su túnica dorada. Yo le devuelvo la sonrisa, quisiera poseer esas tijeras. No puedo temer lo que no es mío.  

martes, 19 de octubre de 2010

Dioses



Dulce vida la de los dioses del Olimpo, grandes y poderosos, cantados durante milenios e incólumes en sus gestas heroicas paradas en el tiempo, escritas y reescritas para el deleite de las generaciones, transmitidas a los hombres antiguos cuando no se leía ni se escribía, pero se escuchaba y se revivía nítidamente lo contado. Por eso son inmortales los dioses, porque lucharon en Troya y ya nunca dejaron de hacerlo; fueron sumergidos en la Estigia y todos nos sumergimos con ellos. Inmortales a medias, nunca mortales, capaces de bajar por el Averno al rescate de la pena más grande jamás sentida, para consumar la tragedia al regreso por una simple mirada atrás, un gesto de mortal que ancló para siempre a Orfeo en la inmortalidad.

Los mitos están vivos, mucho más que las imágenes profanas que dicen recrearlos cuando lo que hacen es traicionar la memoria infinita, ésa que se pierde más allá de la Hélade y del Ponto Euxino. Tratan de socavar el mito, pero éste sigue y seguirá inalterado, y sobrevivirá al hombre. Cuando el último de nuestra raza haya entregado su alma, Sísifo seguirá acarreando la piedra montaña arriba, y los dioses del Walhala lucharán con los Titanes atravesando los océanos. Quedará libre el campo para los héroes, y Seth abrazará a Baal en una danza macabra. No habrá más sacrificios, pero los dioses sobrevivirán, ya no en la memoria de los hombres, sino en la de las piedras y la Tierra que les pertenece, y Paris seguirá raptando a Helena cada vez que aqueos y troyanos sientan deseos de guerrear, en un remolino interminable que no entiende de tiempo, ni de espacio ni de hombres.