Burguesía Quotes

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Sándor Márai
“En aquella década, la palabra bourgeois pasó a ser un apodo denigrante; un grito de guerra que bajo las banderas de la derecha y de la izquierda puso en guardia a todos los que se sublevaban no sólo contra el sistema de producción capitalista, sino también contra las ideas humanistas que se habían materializado en las libertades burguesas. Un día tuve que darme cuenta de que en aquella revolución me correspondía un papel, a mí, al burgués despreciado: el de enemigo. La filosofía humanista, en cuya cultura y forma de vida había crecido, con cuyo legado moral e intelectual me identificaba y de la que nunca podría renegar, era el enemigo número uno a ojos de los portavoces de los sistemas totalitarios. Los ideales humanistas de la burguesía eran la diana contra la que los jóvenes de la nueva ideología debían disparar las metralletas que el partido les ponía en la mano.”
Sándor Márai, Hallgatni akartam

Hermann Broch
“Yacían juntos en silencio y miraban el techo de la habitación, donde se dibujaban unas líneas amarillentas que procedían de las rendijas de las persianas: parecían el tórax de un esqueleto. Después Joachim se durmió y, cuando Elisabeth se dio cuenta, no pudo evitar una sonrisa. Y después se durmió también.”
Hermann Broch, The Sleepwalkers

Sándor Márai
“Junto a la atracción de la ideología nazi, de los ideales pangermánicos y los gritos de guerra antisemitas cada vez más estridentes y llenos de odio, había otra tendencia durante aquellos años de la que se hacía eco la prensa húngara. En los periódicos y las revistas escritos y editados por agentes pagados por los nazis y sus simpatizantes húngaros, que tenían muchísimos lectores, empezaron a publicarse alegatos contra la forma de vida burguesa, la ideología burguesa y la cultura burguesa. En paralelo al odio racial y al culto de la ascendencia, la prensa se dedicó a la agitación social. El proceso se comprende mejor si se analiza con una «perspectiva histórica»: lo iniciaron los nazis cuando afirmaron que ni los judíos ni en general ninguna persona de «raza extranjera» tenían cabida en el país, y lo terminaron diez años más tarde los bolcheviques al afirmar que en Hungría nadie tenía derecho a vivir, trabajar, ocupar un cargo público o educativo en el sector cultural ni a ganarse el pan si era «enemigo de clase», es decir, si no descendía de obreros agrarios o industriales... Una progresión sin duda dotada de una lógica impecable y de una coherencia despiadada.

Las revistas y periódicos nazis húngaros empezaron a lanzar ataques contra «la burguesía judía», y diez años más tarde las revistas y periódicos bolcheviques húngaros —con muy pocos cambios, casi al pie de la letra— volverían a imprimir esos mismos ataques limitándose a omitir —y en algunos casos ni siquiera eso— el calificativo de «judío» junto al de «burgués». La prensa nazi húngara, con artículos abiertamente antiburgueses redactados con fervor en los semanarios y revistas especializados, empezó a atacar a todos los que —judíos o no— pertenecían a la clase burguesa, vivían un estilo de vida burgués y se habían educado dentro de la cultura burguesa. Al principio se empleó un tono burlón, irónico y despectivo, para pasar luego a una mezcla confusa de argumentos «científicos» e «históricos» recogidos por los «expertos», todo ello con el fin de demostrar que la burguesía, como clase, modo de vida y mentalidad estaba caducada. Como su argumentación histórica y cultural era endeble, el discurso general no tardó en derivar en acusaciones personales. Pretendían demostrar que la clase burguesa ya no resultaba viable, dando el ejemplo del burgués Fulano que vivía de sus rentas, es decir, de «la usura», de la burguesa Mengana que pasaba sus mañanas en salones de belleza o de tiendas comprando cosas caras e inútiles, y continuaban con que la novela del escritor Zutano, o la obra de otro artista o intelectual de origen, cultura y mentalidad burguesa, no podía tener auténtico valor, porque el autor o creador procedía de la clase parasitaria de los burgueses.”
Sándor Márai, Hallgatni akartam

Sándor Márai
“Estos ejemplos de ostracismo entretenían a las masas que leían la prensa.53 Cuando se da al pueblo el derecho a acusar a cualquiera sin ninguna prueba, con simples alegatos, con un simple ostracón, utilizando generalidades tipo «antidemócrata» o «enemigo de la nación», y cuando en la práctica la acusación supone para la persona, cuyo nombre queda grabado en un trozo de cerámica —o impreso por la rotativa sobre papel de periódico—, la cárcel, la marginación o el destierro social o económico sin dictamen judicial, entonces el pueblo disfruta haciendo uso de ese derecho, porque al individuo anónimo y carente de poder el juego impersonal, y por lo tanto sin responsabilidad, le produce una gran satisfacción, una especie de euforia... Es un juego al que se puede seguir jugando durante mucho tiempo; en mi país lo empezaron diez años antes periódicos, revistas y asociaciones diversas que parecían ser de «derechas» y que, al no atreverse a decir abiertamente que el «burgués» era culpable de poseer algo que se le podía quitar por la fuerza —los nazis «respetaban la propiedad privada», lo que no respetaban era a quien poseía la propiedad—, se dieron por satisfechos con proscribir «la cosmovisión» burguesa y confiaron a sus sucesores, los bolcheviques, la tarea de sacar las consecuencias prácticas de tal acusación. Naturalmente, la «burguesía judía» constituía una excepción: los que escribían esas acusaciones no sólo atacaban sus ideas, sino que exigían de inmediato sus bienes y su cabeza. Este juego tan costoso, que ninguna sociedad soporta durante mucho tiempo, empezó en las páginas de la prensa húngara de derechas el nefasto día en que Hitler entró en Viena y terminó cuando el poder estatal comunista destruyó abiertamente, sin hipocresía ni escrúpulos, a la sociedad burguesa. Es un juego que, por supuesto, no tiene marcha atrás... Con los métodos del ostracismo, un pueblo que se deshace de los indeseados acaba eliminando también a sus mejores hijos. Y entonces, como sucedió en la antigua Grecia y en otras épocas, llega la hora de los tiranos.”
Sándor Márai, Hallgatni akartam

“Yo no le caí simpático. No me quería porque era paisajista, porque en mis cuadros no mostraba las necesidades del pueblo y porque era indiferente –según le parecía– a todo aquello en lo que ella creía tan firmemente()Lida despreciaba en mí a un extraño. Exteriormente no manifestaba en absoluto su desafecto, pero yo lo sentía y, sentado en el primer escalón de la terraza, experimentaba cierta irritación y decía que curar a los campesinos sin ser médico significaba engañarlos, y que no era difícil ser benefactor poseyendo dos mil deciatinas de tierra.
"La casa con desván”
Antón Chéjov

“Para mí, hombre despreocupado y que buscaba justificación a su ocio constante, estas mañanas dominicales de verano en nuestras fincas resultaban siempre singularmente atrayentes. Cuando el verde jardín, todavía húmedo por el rocío, brilla al sol y parece feliz; cuando cerca de la casa se siente el aroma del reseda y a adelfa, cuando los jóvenes acaban de regresar de la iglesia y están tomando el té en el jardín; cuando todos están alegres y llevan puestas ropas agradables y cuando uno sabe que todas estas hermosas, sanas y satisfechas personas durante todo el largo día no van a hacer nada, siente deseo entonces de que toda la vida fuese así.”
Antón Chéjov, Cuentos

“–Hay que liberar a la gente del pesado trabajo físico –sostuve–. Hay que aliviar el yugo, darles un respiro, para que no pasen toda su vida junto a los hornos, las artesas y en el campo, sino que tengan también tiempo de pensar en su alma, en Dios, y que puedan manifestar en forma más amplia sus condiciones espirituales. La vocación de todo hombre está en la actividad espiritual, en la constante búsqueda de la verdad y del sentido de la vida. Hagan, pues, que les sea innecesario el brutal trabajo de bestias; permítanles sentirse en libertad y verán entonces que estos libritos y botiquines son, en realidad, una burla. Una vez que el hombre sea consciente de su auténtica vocación, sólo podrán satisfacerle la religión, las ciencias, las artes y no estas menudencias.

–¡Liberarlos del trabajo! –sonrió Lida–. ¿Acaso ello es posible?

–Sí. Encárguense de una parte del trabajo de ellos. Si todos los habitantes de la ciudad y del campo, todos sin excepción, consintiéramos en dividir entre nosotros el trabajo que en general realiza la humanidad para la satisfacción de sus necesidades físicas, a cada uno no le correspondería quizá más de dos o tres horas por día.”
Antón Chéjov, Cuentos