Fuchsia Groan's Reviews > Lejos de Egipto

«Lo que escribo no es ni verdadero ni falso, sino vivido».

Leyendo esta historia me han venido a la cabeza estas palabras de Malraux, que leí una vez y apunté en algún sitio. Lo que contienen las páginas de Lejos de Egipto es vida, es memoria. Una palabra esta última, que, creo, es casi sinónima de imaginación.

Ni verdadero ni falso. Vivido.

Un libro fabuloso, unas memorias narradas con una ternura inmensa, esa que reservamos para hablar de aquellos y aquello a lo que amamos de verdad. Unas historia divertidísima, como solo puede serlo lo que está cargado de humor inteligente, maligno, inapropiado pero alejado de la crueldad.

Un libro que a pesar de contar una historia en ocasiones dura, un libro regado de la sensación agridulce que provoca el hablar de algo que ya no existe pero nos fue querido, desprende fundamentalmente alegría.

Dos cosas me han parecido maravillosas:

Las descripciones, las del lugar, el mar bañando la Corniche de Alejandría, el milagro de las mañanas en Mandara, y, sobre todo, de los personajes. Todos ellos inolvidables, el tío Vili, turco-italo-anglófilo y aburguesado fascista judío… de profesión, espía británico; las abuelas, la princesa y la santa, enemigas íntimas; Gigi, su maravillosa madre, sorda; la inolvidable Flora, refugiada alemana… todos ellos, conjuntamente, forman un fresco interesantísimo sobre lo que ¿significa? ser judío (si es que algo tan significativo puede realmente significar algo)… plenamente conscientes de su origen, sin ser conscientes de ello en absoluto.

Y, segundo, cómo consigue narrar la historia desde su yo adulto, a través de los ojos de su yo niño, cómo van cambiando las sensaciones, cómo es de diferente la historia familiar, siempre propia, que le fue contada pero no fue vivida, terreno de leyenda, de la historia de su propia infancia feliz, de las emociones adolescentes cuando llega la incertidumbre, el miedo, la nostalgia anticipada. Antes de comenzar a leer, pensé que probablemente sería exagerada esa descripción que hace la editorial cuando habla en la contraportada de “ecos proustianos”, pero, es verdad, esto es el retrato de un tiempo perdido, de un tiempo asombrosamente recobrado.

…intuí que lo que hacía tan dolorosa la partida era saber que jamás habría otra noche como aquella, que jamás comería regaifas jugosas en el paseo marítimo, ni ese año ni ningún otro, que jamás sentiría la belleza desconcertante y súbita de ese momento, en el que quizá solo por un instante me había descubierto añorando una ciudad que hasta entonces no sabía que amaba.