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sábado, 9 de diciembre de 2023

Una por una

Por Daniel Link para Perfil

Aparentemente la oposición (UP, Juntos por el cambio, o lo que quede esos sellos coyunturales) negociará una por una las leyes que se presenten al Honorable Congreso. Hagamos lo mismo. Pienso en el proyecto de desmantelar el sistema de medios públicos. ¿Qué me parece? En principio, ignoro cuál es la función de la televisión y la radio en este momento. Recuerdo que cuando yo era chico se defendía a Radio Nacional porque era la única que pasaba música clásica y a Canal 7 o ATC porque pasaba contenidos documentales y ficcionales de calidad, que no encontraban cabida en los demás canales. Probablemente ninguna de esas razones sirva hoy. Con la excepción del ciclo de Teatro curado por Rubén Szuchmacher no tengo noticias de que la televisión pública apunte a la calidad, ni mucho menos. En cuanto a la música, no pareciera que alguien hoy recurra a ese medio para escucharla, estando toda ella alojada en servidores de internet al alcance de la mano (otro tanto puede decirse de los programas de TV).

Bueno, pero no todos tienen acceso a internet, se me dirá. De acuerdo, pero alguna vez se prohibió la tracción a sangre aunque no todos tuvieran móviles impulsados por motores de combustión.

O sea: objetivamente hablando, los medios tradicionales (tv, radio) no tienen razón de ser. Pero, al mismo tiempo, me parece que debe haber un sistema de medios que sirva para comunicaciones en caso de catástrofe o guerra. Como Argentina parece estar siempre a tiro de cualquier pronóstico apocalíptico, creo que habría que conservar algún sistema de medios estatal, debidamente despojado de los abusos pretéritos.


sábado, 25 de noviembre de 2023

Menem lo hizo

Por Daniel Link para Perfil

El domingo pasado el PP entró en shock anafiláctico. Me refiero al Peronismo Paquete. Una amiga anunció desde su penthouse neoyorquino que no volverá al país. Otra, de doble apellido, manifestó su tristeza y la abrazaron virtualmente: “la acompaño en el sentimiento, compañera”. Las poetas feministas empezaron a promocionar la presentación de sus versos como actos de resistencia. No se sabe muy bien a qué, porque todos son rumores y presunciones; pero por si acaso, resistirán (cosa que no se les ocurrió hacer durante este año en el que los jubilados perdieron cerca del 30 % de sus ingresos y el acceso a la medicina se tornó dramática incluso para los afiliados a las mejores prepagas).

Yo, que no voté al actual Presidente Electro, prefiero darle el tiempo que necesita para empezar a realizar acciones verdaderamente repudiables, y enfrentarlas. Mientras tanto, me dedico a festejar que no ganó el candidato al que sí voté, el Sr. Massa.

Me dicen que en las oficinas los jóvenes de la generación de cristal preguntan cómo fue el menemato. Les veníamos diciendo desde hace quince días (porque en última instancia ambos candidatos habían bebido de las mismas aguas envenenadas del menemato) con una frase de la pedagogía patótica: “ya lo vas a entender”.

El menemismo estuvo en el gobierno durante diez años. El Sr. Menem fue votado (¡dos veces!) por la crema de la crema de la intelligentzia peronista, pero también por el común de los mortales. Como fue una de las presidencias más dañinas del último período democrático, casi nunca volvió a hablar de ese momento, salvo mediante oscuras metáforas como “el neoliberalismo”. El peronismo posterior tendió un manto de olvido e inventó una ficción que tachaba su propia complicidad con la venta de las empresas públicas, el cierre de los ferrocarriles, el tráfico de armas y los indultos de 1989 y 1990 a Galtieri, Camps, Videla, Massera, Lambruschini y Agosti, por citar a algunos.

Lo mal que hicieron. Hoy vuelve el menemismo, con todo sus tics y sus manías.

A los jóvenes acristalados corresponde decirles: chicas, ya no hay quien les diga que “machirulo” es una buena palabra. Las tienen que inventar ustedes. ¡A pensar!, que para eso les educamos.

 

sábado, 26 de agosto de 2023

El mañana efímero

por Daniel Link para Perfil

El liberalismo del siglo XIX no era ni plano ni carente de contradicciones. Un poco por eso, hubo liberales de derecha y liberales de izquierda (con los hegelianos, naturalmente, sucedió lo mismo y Marx se encargó de mandar a los hegelianos de izquierda con los que había compartido ruta y encuentros previos a un lugar incómodo, en cuanto decidió que su teoría estaba en un más allá).

Habría que ver si Milei es un liberal de derecha o, sencillamente, un conservador. De hecho, sus últimas intervenciones en contra de la ciencia, por completo antiliberales, y su posición frente al aborto (cuya prohibición quiere plesbiscitar) son de un conservadurismo de amianto.

Si a eso se le suma además una retórica anarcoide (con todo el encanto que puede llegar a tener esa retórica para jóvenes con ansias de algún futuro), la mezcla resultante es sumamente contradictoria e, incluso, turbia.

Habría que ver si Milei es un liberal de derecha o, sencillamente, un conservador

Sus apelaciones a los patriotas de mayo resultan, miradas desde este perspectiva, meros trucos de prestidigitador que ocultan una mescolanza indigerible de dogmas y de posiciones: liberal de derecha para esto, para aquello conservador; y en el medio, anarquizante y siempre y ante todo: anticomunista.

Se equivocan, sin embargo, quienes, para tranquilizarse, tildan a Milei de fascista. El fascismo fue anticapitalista, estatalista, fanático del orden y de lo colectivo. La mezcla mileinarista es mucho más explosiva y, al mismo tiempo, de efectos desconocidos y probablemente devastadores.

Y se equivocan todavía más quienes consideran su palabra como un discurso fuera de lugar. Es la consecuencia (por supuesto, es fácil darse cuenta retrospectivamente) de un sistema político decadente que, sobre todo ante la inminencia de perderlo todo, se aferra a manías incomprensibles y simétricamente pavotas: de un lado, bloquear la privatización de una compañía de aviación; del otro, mano dura contra el crimen y las manifestaciones.

Mal que nos pese, Milei parece ser el único que ha sabido escuchar la sensibilidad de una época, el único que ha sabido recuperar palabras nobles (aunque para darles un sentido totalmente diferente).

Solo podríamos salvarnos de él si alguien entendiera que la política es ponerse al servicio del pueblo, escucharlo, llevarlo a la felicidad.