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martes, 9 de junio de 2020

Lo invisible



Sigo con la conciencia de que todo puede cambiar pronto. No sé si para bien o para mal. Sigo ahí, tras el cristal de la ventana obedeciendo ese "quédate ahí" interminable a la espera que vuelvas a por mí.

Como cuando era niño.

Los niños creen que pertenecen a sus padres.

A veces los padres no piensan lo mismo.

Viven su propia vida como pueden, echados al mundo para sobrevivir con lo que puedan hacer por sí mismos. Viajeros de una infancia que nunca fue una infancia del todo y que se añora. Todos añoramos el mundo de las primeras veces, la protección y la osadía, la libertad y el amor, todo mezclado como si fuera una sola cosa.

Dice un buen amigo mío que buscamos que nos reconozcan como sea, que vivimos en una constante necesidad de atención.

Con el tiempo he comprendido que era lo que querías, que en el fondo yo era tu forma de no entenderte con el mundo, el no ser del todo niño y el de ser un niño que nunca creció del todo.

Todos somos un poco así: un adulto a medio hacer que no sabe qué hace aquí y aún así sigue adelante.

Me gustaría creer que en el último momento te reconciliaste conmigo y que me liberabas del hechizo.

Porque todo destino es, en realidad, un porqué y un camino por delante que tiene mucho de profecía.

Somos flechas disparadas desde un arco.

Plancton a merced de las olas.

Marionetas en manos de una divinidad de la que nunca comprenderemos qué quiere de nosotros.

Hace tiempo que no le temo a la muerte, quizá porque entiendo que en realidad es la diana, el estómago de la ballena o el fin de la obra que interpretamos sin sabernos el guión. Me gusta creer que, en el fondo, vinimos a eso: a vivir una vida de pega, a existir mientras exista un espectador que se ponga de puntillas para mirar qué hacemos en el escenario.

Gotas de lluvia que condensan y vuelan en caída libre hasta diluirse en el torrente con otras gotas de lluvia hacia un nuevo ciclo que les lleve a ser de nuevo nubes.

Me gusta pensar en lo invisible, y que desde allí aún me recuerdas y te preocupas por mí, que de alguna forma que me facilita las cosas, mientras yo, como tú, busco un reconocimiento por delante de ese lugar en el mundo, sintiendo el amor o el rencor como una forma de sentirme vivo o de explicarme la vida que me sostiene y a la que sostengo.

Mientras sigo buscando todo eso que tiene que ver con el antídoto que, probablemente, no necesite. Tratando de encajar y que me dejen en paz al mismo tiempo.

Y mientras, llueve. Mucho. Truenos y relámpagos.

Y sale el sol al mismo tiempo.

En ese lugar al que tú no querías del todo. Al que no perteneciste nunca...

Al mundo le acaba de crecer un arcoriris.

Sé que lo has hecho tú.

martes, 31 de diciembre de 2019

lunes, 4 de noviembre de 2019

Bajo el mismo dios



Estos días me preguntaba cuántos átomos nuestros se habrán cruzado y si seremos tú parte de mí y tú algo mío también.

Si somos, en realidad, una microextensión del otro; de si, en realidad, las partículas elementales crearán un fractal que se extienda hasta lo infinitamente minúsculo del otro y lo contamine de su energía más elemental.

Me preguntaba si cuando los cuerpos se tocan no estaremos intercambiando algo más que piel o pelo, sino misiones colonizadoras como las que una raza alienígena envía de un planeta a otro, de una galaxia a otra, hasta no llegar a ninguna parte y a todas al mismo tiempo.

Y me pregunto también si al pensarte también estoy haciendo algo parecido. Dicen que un átomo es capaz de interactuar con otro que está a eones-luz de distancia y tener la misma reacción que el primero cuando se le provoca una acción. Al unísono.

Como si la distancia no existiera.

Como si fueran lo mismo.

Me gustaría creer que cuando pienso en ti y siento algo, ese algo es compartido de alguna forma que me acerca en la lejanía, que el universo creó estas leyes para este preciso momento, que cuando creó las leyes físicas y matemáticas las dotó de todo esto porque intuyó que un día habría vida y esa vida necesitaría algo no palpable con la que mirar la belleza del mundo invisible.

Casi siempre que escribo estoy pensando en que acabarás leyendo esto y que de algún modo se inventó la literatura para que alguien pudiera estremecer a otro alguien en ese mismo espacio y tiempo en el que los átomos sienten que otro átomo gemelo a siglos luz de distancia modifica su estado, como si todo el polvo de estrellas del que estamos hechos fuera, en realidad, un internet instantáneo de todas las cosas.

Una red invisible hecha de deseos e intenciones, donde la materia sólo fuera el cable que la transmite.

Y el ardor que sentimos fuera el fuego que lo prende, la energía necesaria, la pólvora, la luz, y todo los que sucede cuando está a punto de que ocurra algo.

viernes, 20 de septiembre de 2019

El síndrome del corazón roto



Me hubiera gustado poder escribir algo que mereciera la pena.

 Sé que llegará el momento en que parecerá que todo fue un sueño, pero también sé que nada volverá a ser lo mismo

Vuelvo a sentir el bicho gritando dentro de mí, como en la novela que una vez intenté escribir.

Dicen que cuando rompes con alguien ha quien quieres de verdad hay como un efecto físico (un dolor en la zona del corazón) que al que lo padece le insta a pensar que el corazón literalmente se le ha roto.

Creo que sólo lo he sentido una vez. Quizá dos.

Con los años uno no se acostumbra a soltar. No estamos preparados para ello. El animal que somos es un mamífero que da y recibe calor de sus congéneres por contacto físico.

Sublimado en algo tan etéreo como el estar ahí en los malos momentos.

Saber que alguien duerme en la habitación de al lado.

Por eso la soledad forzada (el aislamiento) es uno de las perores torturas.

Todos tenemos la necesidad de pertenecer y ser aceptados.

Nietzsche tenía razón: Camello, león y finalmente niño en el camino a lo humano (aunque él lo llamara superhombre, más allá del hombre)

No me salen las palabras. Se me cruzan unas con otras. Espero poder escribir algo que merezca la pena.

Algún día...

Cuando todo acabe

Y empiece otra vida.

miércoles, 18 de septiembre de 2019

Y envejecer a tu lado


Seguir hacia adelante. Sentirse culpable de no sentirse lo suficientemente culpable por no vivir la dosis esperada de tristeza.

La paz que respira la casa.

Empezar a entender eso de lo que verdaderamente importa.

La patada de empatía que de repente te une a las personas que viven con la misma minusvalía que tú.

Renunciar.

Apostar por apostarlo todo a cosas que no te habías planteado antes.

Que lo que creías importante ya no importa.

Que todos tenemos una cuota de osadía que tiene fecha de caducidad y que esa fecha la pone uno, pero que al final, el azar es quien manda.

Saber que tenemos un tiempo limitado, unas fuerzas limitadas, un cuerpo que envejece y se desvanece, pero aun así somos alma, que trascendemos a los trillones de trillones de átomos que nos dan forma.

Saber que llevo millones de átomos de mi padre conmigo y que en parte eso es la esencia de la paz que vivimos.

Que todo lo bueno se hace por amor.

Que somos unos desconocidos.

Que escuchar es la mejor habilidad en algunos momentos

y que leerme es otra forma de escucharme.

que leerte es otra forma de entenderte.

jueves, 12 de septiembre de 2019

El amor pequeño.

(Hoy no hay foto)

Toda la vida pensando que cuando llegara el día sabría qué escribir. Y no sé.

Los últimos días de mi padre en la Tierra fueron como fue él en vida. Una mezcla de risas y de gestos humanos hacia los que estábamos cerca.

Se fue sin avisar (nunca decía dónde iba cuando salía de casa), pero todos tenemos la sensación de que no se ha ido muy lejos.

Es lo que tienen las personas que quizá no saben dar amor como el que estamos acostumbrados a leer en las novelas o a ver en las películas, si no más bien que lo crean como una especie de ambiente general en la vida de los demás, de esos que te envuelven durante todos los días sin darte cuenta. Un amor pequeño y tibio de sentarse a tu lado y hablar sobre nada.

Vinieron infinidad de personas a su entierro. Alguien preguntó al ver pasar a tanta gente por la calle de la iglesia de la Sagrada Familia que quién se había muerto que iba todo el barrio. Así era él. Calaba con la sonrisa sin decir nada relevante, probablemente por esa sencillez que desprenden, como una luz de una vela, algunas almas elegidas al azar por esa inteligencia que lo mueve todo para contrarrestar la maldad del mundo.

Creo que lo recordaré por dos cosas. Su eterna sonrisa y por aquello que me decía de que se moriría sin verme triunfar, como así ha sido.

El martes me llamaron de la gabinete de abogados donde me tramitan las patentes. Me dijeron que había sacado un 10 sobre 10 en la evaluación de una de ellas por parte del evaluador de la oficina europea de patentes y que la consideraban como estratégica para los intereses de la Unión Europea. El director del bufete vino a verme, porque en todos los años que llevaba sólo había visto dos más como esa. Sé lo que me hubiese dicho él: Si fuera tan buena te la quitarían de las manos, o estarías ganando mucho dinero. Así era él. Sólo creía en lo obvio.

Si he de ser sincero no estoy muy triste. Se fue en paz y rápido. Nos dio tiempo de estar a su lado. El día antes hablé con él y le preparé la cena que más le gustaba sin imaginar que ya no habría más.

Hablamos hace unas semanas durante un rato más largo de lo habitual. Tengo la sensación de que ese día me despedí de él. Es más, durante esa conversación, algo me decía que era así. Entonces no sabíamos que estaba enfermo (sólo lo supimos después), pero creo que él también sabía que no estaría mucho más tiempo entre nosotros.

Mi madre dice que lo tiene muy presente, que está allí con ella dándole paz.

No sé. Me cuesta creer que podamos seguir viviendo con normalidad después de algo así.

Supongo que hasta en eso hizo su pequeña labor de desaparecer de nuestras vidas poco a poco, para luego irse en un par de horas.

Allí dónde estés, los ángeles estarán encantados contigo, a tu lado se estaba bien.

Casi sin darte cuenta.



No le gustaban las canciones raras, pero la voz de esta mujer, en vivo, me da mucha paz.