Dejamos la bella Camprodón, patria chica del gran compositor Isaac Albéniz, para dirigirnos a Beget, a través de la carretera que lleva a Molló, en plenos Pirineos gerundenses. Transcurridos unos pocos kilómetros nos desviamos a nuestra derecha y tomamos una estrecha carretera de mil y una curvas peligrosas y fuertes pendientes, que me obliga a mantener la máxima atención al volante y me impide saborear como se merece toda la belleza del paisaje, adentrándose en la profundidad de un valle en el que, tras virar la enésima curva, nos presenta al pueblecito de Beget, propósito de nuestra excursión, muy cerca de la frontera francesa.
Tras la enésima curva Beget nos recibe en el fondo del valle
El núcleo urbano (declarado conjunto histórico artístico en 1983), de trazado medieval, se encuentra dividido en dos por un viejo puente bajo el que discurren las cristalinas aguas del arroyo que lo atraviesa. Sus casas son todas de piedra, destacando en ellas preciosos balcones de madera y plantas, muchas plantas, con infinidad de flores de bellos y variados colores, colocadas a modo de macetas en singulares tiestos fabricados con troncos de olmos secos. La serenidad del lugar invita a pasearlo tranquila y pausadamente y escuchar el estruendoso sonido del silencio.
El casco urbano es totalmente peatonal y de trazado medieval
Y por si no fuera suficiente lo descrito, Beget nos guarda otra joya en su cofre de encantos: la iglesia románica de San Cristóbal. Declarada monumento histórico en 1931 y construída entre los siglos X y XII, consta de una sola nave, de una espléndida torre campanario y de un ábside de arcuaciones de estilo lombardo.
Tras las flores emerge la Iglesia de San Cristóbal
Comenzamos la visita exterior por su flanco orientado al Este, que como en toda edificación románica corresponde al ábside.
Desde el Este contemplamos el templo desde esta perspectiva
En el centro del mismo se abre una ventana de doble profundidad, flanqueada por dos pares de columnas a ambos lados de la misma; sobre esta y rodeando todo el contorno del ábside descubrimos una línea de arquillos ciegos bajo una franja de dientes de sierra, que componen la única decoración que se deja ver en el edificio.

Detalle del ábside
Continuamos con nuestro itinerario hacia el lado meridional de la nave y nos topamos de bruces con su torre campanario, de forma cuadrada y constituida por una planta que compone la base y cuatro pisos, llegando su techo hasta los veintidós metros de altura, coronando su techumbre una pequeña cruz central. Se puede observar claramente que entre las plantas segunda y tercera la mampostería cambia de tipología, tal vez porque su construcción se deba a periodos diferentes.
La torre se eleva sobre sus veintidós metros de altura
Junto a la torre y en la pared sur, muy cerca del pie de la nave, se encuentra la puerta de acceso al interior del templo. Está decorada mediante tres arquivoltas desiguales entre sí, escoltadas a ambos lados por dos pares de columnas con sus correspondientes capiteles, siendo las dos externas lisas y las dos internas decoradas, la del lado izquierdo torcida en espiral y la de la derecha estriada verticalmente.
Junto al pie de la nave en el muro sur se encuentra la entrada a la iglesia
Con respecto a los capiteles observamos que los dos externos contienen decoración vegetal y los dos interiores ornato de figuras animales; y por último, se aprecia bajo las arquivoltas un tímpano que en la actualidad no muestra ninguna imagen aunque se adivinan restos de la representación de una posible escena. Todo ello produce en su conjunto la percepción de una portalada de gran belleza y elegancia.
La puerta entreabierta nos invita a acceder a su interior
Detalle del capitel de la columna interior derecha
Atravesamos el pórtico para penetrar en el templo, y virando nuestras cabezas hacia la derecha, podemos contemplar de un solo vistazo todo el interior ya que, como hemos comentado es una iglesia de una sola nave. Al fondo, y ocultando el cilindro absidial, se nos revela un espectacular retablo barroco, coronado por una imagen de San Cristóbal, pero la joya principal del templo se encuentra en la parte baja del mismo.
El retablo barroco coronado por San Cristóbal preside el altar
Se trata de una talla románica de Cristo Crucificado que data de finales del siglo XI o primeros del XII, conocido como la Majestat de Beget y que impresiona por sus grandes dimensiones (casi dos metros de altura), que todavía conserva una parte importante de su policromía original. Según la tradición local, el Cristo provenía de la antigua iglesia de Bestracà que ahora se encuentra en ruinas, donde se celebraba anualmente una romería en su honor y en la que se repartían sabrosos panecillos a todos los que asistían. Cuenta la leyenda que un año no distribuyeron panecillos o bien porque fue mas romeros de los esperados o porque consideraron que el gasto era excesivo, lo que provocó un enfado del Cristo que viró mirando a Beget, con la clara intención de querer irse, y pese a que le giraban la cabeza, éste volvía a tornar su rostro hacia el lugar donde deseaba morar. Mitad historia y mitad leyenda que nos ayuda a intuir la antigüedad y la devota tradición que sobre la Majestad de Beget existe.

La Majestat de Beget es la joya mas importante del templo
Eclipsados por la magnificencia del Cristo, también destaca en una de las capillas laterales, junto al altar, una imagen gótica de alabastro del siglo XIV de la Mare de Deu de la Salut, junto a un retablo del mismo estilo gótico elaborado también en alabastro, con imágenes sobre la vida de Jesús y de la Virgen María.
Imagen gótica en alabastro de la Mare de Deu de la Salut
Ya no nos queda mas que, despedirnos del amable lugareño que hace las veces de portero del templo, y desandar nuestros pasos hacia las afueras del casco urbano peatonal, para montar en nuestro automóvil y seguir por nuestros derroteros, volteando una vez mas la cabeza para echar una última ojeada a modo de despedida.
Volviendo al vehículo una última imagen desde el pie de la nave
Planta de la nave para una mejor comprensión del recorrido