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lunes, 12 de abril de 2021

NÁUFRAGOS (Lifeboat de Alfred Hitchcock, 1944)

Durante la Segunda Guerra Mundial, Hitchcock trabajó para los estudios del productor independiente David O. Selznick. Bajo la atenta supervisión de Selznick, Hitchcock dirigió Rebeca (1940), su primera película en Estados Unidos, y más tarde haría otras tres (Recuerda, Encadenados y el Proceso Paradine). La turbulenta relación entre Hitchcock y Selznick incluyó la cesión del director a otros estudios, una práctica que era muy normal en aquella época. Precisamente, uno de aquellos “prestamos” dio origen a Náufragos:


En el océano Atlántico, un mercante aliado se hunde después de haber sido atacado por un submarino alemán. El sumergible a su vez es alcanzado por las cargas de profundidad de los escoltas y también se va a pique. Poco a poco los supervivientes se van subiendo a uno de los botes salvavidas. También recogen al capitán del submarino nazi, que, paradójicamente, es el único que puede conducirlos a tierra dada su experiencia como marino...

Lifeboat es ante todo una película de propaganda en tiempos de guerra. Una alegoría sobre los acontecimientos que habían sacudido al mundo entero desde la llegada de Hitler al poder. Hitchcock, ligado a la Fox para hacer dos películas —al final se retrasó tanto que sólo pudo realizar una, según algunos porque de todas formas no le iban a pagar más— hizo suya la historia ideada por John Steinbeck, y planificó al detalle en un storyboard cada uno de los encuadres antes de llevarlos al plató.

Hitchcock reconoció que se tomó el filme como un desafío técnico al tener que rodar toda la película en un bote salvavidas. Es cierto que en Náufragos predominan los planos medios, los primeros planos, los planos contraplanos y las conversaciones a dos. Pero la puesta en escena sigue estando tan planificada y bien ejecutada como en el resto de cintas de Hitchcock. Un ejemplo lo tenemos en la intención del director de colocar juntos al nazi y al personaje de color para acentuar más la crítica del conflicto racista. O de dibujar un espléndido contraluz en el funeral del bebé, fotografiando a los personajes de espaldas. Una posición que repite al final, con intención totalmente diferente (esta vez de repulsión y no de belleza) cuando los supervivientes golpean al alemán. En ambas ocasiones, Hitchcock se aleja de los personajes y se permite una toma general en beneficio de la expresividad como una excepción a la regla del plano corto.

Son detalles de cineasta genial como el de darle importancia al atrezo a la hora de “rellenar el tapiz”, como solía decir él. Así, los objetos que flotan en el arranque cuentan la historia sin necesidad de palabras: un botiquín inglés, el cadáver de un hombre con las siglas del submarino en el chaleco salvavidas, una baraja de cartas, etc. La cámara de fotos, la máquina de escribir y el brazalete de la periodista son elementos materiales que el personaje va perdiendo a medida que evoluciona desde su carácter egocéntrico hasta convertirse en la verdadera conciencia del grupo. El periódico que lee Gus, uno de los supervivientes, sirve para el acostumbrado cameo/firma del realizador; y la bota del mismo personaje, la que corresponde a su pierna amputada, anuncia el final de la operación, y se utiliza en el linchamiento como señal de venganza.




Tanto Gus como la señora Higgins, la mujer que pierde a su hijo, representan a las víctimas de los nazis en la suerte de microcosmos que es el bote, que navega a la deriva al estilo de “el barco de los necios” de Sebastian Brant. Mientras tanto el resto de personajes escenifican al rico y al pobre, al hombre de color y al blanco, al de izquierdas y al de derechas, al aliado y al enemigo, etc., de tal forma que gran parte de la sociedad se vea reflejada en ellos y el espectador actúe en consecuencia, no sólo a favor de las potencias occidentales contra el nazismo, sino en aspectos morales a los que también alude el filme.

Y todo ello concentrado en un espacio muy reducido, en una acción tan concreta como la de sobrevivir, y en una unidad de tiempo lineal. No era la primera vez que Hitchcock se adhería al concepto aristotélico del drama; ni la última. En Alarma en el expreso ya rodó íntegramente en un tren; en Crimen perfecto lo haría desde un piso, igual que en La soga y en La ventana indiscreta. En esta última cinta Hitchcock filmaba como el voyeur que era, de la misma forma que hizo en el arranque de Náufragos cuando la periodista fotografía, cual paparazzi, sin ningún reparo, la llegada de otro superviviente al bote salvavidas, o el biberón de un bebé flotando entre dos aguas. 

El rodaje no fue nada sencillo debido a la cantidad de horas que debían pasar en el agua. Las enfermedades fueron inevitables y algún que otro accidente retrasó la filmación, pero Hitchcock siguió adelante con su película. Es conocido el poco aprecio que tenía el director por los actores, a los que alguna vez calificó de “ganado”. Una anécdota del rodaje de Náufragos cuenta cómo Mary Anderson posaba para una prueba de cámara cuando le preguntó a Hitchcock si ese era su lado bueno. “Estás sentado en él, querida”, fue la respuesta del director. Otro célebre chascarrillo del filme afirma que Tallulah Bankhead, muy aficionada a desnudarse en las fiestas a las que acudía, iba sin ropa interior al plató, cosa que se podía comprobar cada vez que subía o bajaba al tanque de agua acompañada de los silbidos de todo el equipo. Los técnicos avisaron a Hitchcock de tal circunstancia, a lo que él respondió: “No sé si este asunto compete a vestuario, a maquillaje o a peluquería.”

Nominada a tres Óscar (director, historia original y fotografía), la cinta fue un fracaso de crítica y público, en especial en las pequeñas ciudades al interpretar la audiencia que Hitchcock presentaba a los alemanes como una raza superior. Cosa que se desmonta cuando los náufragos descubren que el capitán alemán ha ocultado comida y bebida y, sobre todo, al final cuando recogen a un muchacho asustado que parece todo menos un superhombre. En esa secuencia, la periodista convence al resto de que hay que ayudar al joven alemán (las potencias no deben ensañarse con la nueva Alemania cuando la derroten), pero hay que vigilarle y no olvidar a las víctimas. Toda una declaración de intenciones del gran Alfred Htchcock.


El post es un extracto corregido para la ocasión del capítulo dedicado a Náufragos en mi libro: CINE Y NAVEGACIÓN. Los 7 mares en 70 películas



jueves, 13 de agosto de 2009

SILENCIO SE... GRABA (Semana del 14 al 20 de agosto de 2009)

Con el verano más loco de los últimos años (aquí de loco nada: hace tela de calor) seguimos disfrutando de una buena oferta televisiva tal como demuestra la siguiente tabla de recomendaciones. Entre ellas podemos destacar algunas películas españolas de Nieves Conde, Mario Camus o Pilar Miró; muy buenas películas del oeste, atendidas por los canales autonómicos en las sobremesas; y cintas de aventuras, clásicas y ochenteras, junto a melodramas como el de Robert Benton, o comedias como la de Frank Capra. Antes de terminar me gustaría resaltar un par de joyas de la serie B del cine negro como son They Made me a Criminal y Raw Deal, que tienen el honor de compartir tabla junto a otras ya consagradas de Fritz Lang. Ah, se me olvidaba: volvemos a interrumpir la sección hasta septiembre. Cosas de las vacaciones. Un abrazo a todos nuestros lectores.

Pinchar en la tabla para verla mejor (las películas en rojo no son necesariamente las mejores, son las que se comentan más abajo)

Comentarios de algunas de las cintas recomendadas:

El Hombre del Oeste (Man of The West de Anthony Mann, 1958). Gary Cooper, Lee J. Cobb, Julie London. (TV3, viernes 14 a las 18:00)

La última de las grandes películas de Anthony Mann, del género donde se mostró como un verdadero especialista: el westernleer más




El Héroe del Río (Steamboat Bill Jr. de Charles F. Reisner, 1928). Buster Keaton, Ernest Torrence. (Canal Sur 2, sábado 15 a las 23:25)

Comedia dirigida por Charles F. Reisner, pero con Buster Keaton como alma de la película. Apartado de la dirección, después de la poca rentabilidad de la excelente El Maquinista de la General (The General, 1927), a estas alturas nadie duda que fuera el genial humorista el verdadero realizador de El Héroe del Ríoleer más



Irma la Dulce (Irma La Douce de Billy Wilder, 1963). Jack Lemmon, Shirley MacLaine. (Televisión del Principado de Asturias, sábado 15 a las 23:30)

Brillante comedia de Billy Wilder sobre la relación entre una prostituta (Shirley MacLaine) y un policía (Jack Lemmon), que tras detenerla se convierte en su chulo. La trama escandalizó en su momento cuando la obra fue representada en el teatro, como comedia musical, y también supuso un desafío para la industria del cine cuando Wilder la llevó a la gran pantalla. El director cambió el tratamiento del guión, al no sentirse cómodo con los números musicales, y finalmente realizó una de sus típicas comedias ácidas. A pesar de ello la banda sonora de André Previn se llevó el oscar.

La película no puede ser más wilderiana, pero no sólo destaca por los diálogos, también el aspecto técnico es digno de mencionar: así, la secuencia del arranque, donde Wilder nos enseña un bullicioso mercado, está muy lograda; de la misma forma, los decorados del barrio parisino resultan muy adecuados para el desarrollo de la historia.

Para el reparto, Wilder utilizó la misma pareja de actores que tanto éxito consiguió con El Apartamento (The Apartment, 1960). Aunque Irma la Dulce no está a la altura de la primera, si consigue entretener y tiene momentos realmente memorables, como la proposición que Irma le hace al policía de convertirse en su “protector”; los diversos trabajos que tiene que hacer a escondidas Jack Lemmon; o la intervención del camarero polaco Moustache (Lou Jacobi) en diversos pasajes de la cinta.

Una curiosidad: es la primera película de James Caan, aunque no aparece en los créditos; otra, también relacionada con el casting: Wilder pensó en Marilyn Monroe para el papel de Irma y en Charles Laughton para el de Moustache; ambos murieron antes de comenzar el rodaje.



Indiscreta (Indiscreet de Stanley Donen, 1958). Cary Grant, Ingrid Bergman. (Canal 9, domingo 16 a las 22:15)

Ligera comedia romántica de Donen, basada en la obra de teatro de Norman Krasna, que también se encargó del guión. La trama es muy simple, se desarrolla en dos actos separados por una escena donde se desvela un secreto que traerá diversas y divertidas consecuencias. La cinta tiene el defecto de caminar demasiado cercana a las tablas, pero consigue, en parte, superar ese inconveniente con algunos elementos propios del cine pos-musical de Donen. El director llevaba poco tiempo alejado del género que el mismo revolucionó y aún tardaría unos años en dirigir cintas tan aclamadas como Charada o Dos en la carretera. Sin embargo, en Indiscreta, ya podemos observar la clave de sus éxitos posteriores.

En primer lugar, Donen consiguió dirigir a una pareja de profesionales del más alto nivel. En este caso Cary Grant e Ingrid Bergman (para Charada, el mismo intérprete con Audrey Hepburn; en Arabesco, Gregory Peck y Sophia Loren; en Dos en la carretera, otra vez la Hepburn con Albert Finney, etc.).

Es cierto que las dos estrellas estuvieron mejor en Encadenados (Notorious de Alfred Hitchcock, 1946) , pero más de diez años después volvían a brillar gracias a que Donen también destacaba en la dirección de actores. Si las escenas de amor de Indiscreta se adornan con besos más cortos que los presentados por Hitchcock, la intensidad de ellos era la misma. Además las miradas sostenidas y sin palabras entre el galán y la actriz son tan creíbles que nadie diría que no tenían una aventura en la vida real. Según confesó Cary Grant, ésta era su película preferida.

Para resaltar el aspecto romántico de la historia, Donen utiliza la música de Richard Bennett: una melodía al piano que en realidad son variaciones sobre un mismo tema justo en los momentos más importantes de la trama. El decorado también ayuda a dar notoriedad a la comedia. Más propio del musical, resulta espectacular gracias al uso del technicolor y a una paleta de intensos colores que se aplica al mobiliario del apartamento, a los cojines del enorme sofá, a las telas de vestidos y cortinas y, en especial, a los cuadros del apartamento, donde importa más el color de los marcos que el motivo al que encuadran.

Es una lástima que la excesiva teatralidad del largometraje resulte un lastre muy pesado. Y es que las mejores secuencias son aquellas en las que la cámara se aleja del apartamento de ella, casi el único escenario. Así, las tomas de la pareja paseando por Londres, o la escena del baile escocés –¡increíble como se mueve Cary Grant!-, figuran entre lo mejor de la cinta. Con un tratamiento del guión más adecuado, menos teatral, seguro que la cinta estaría ocupando un lugar de privilegio, al lado de las mejores de Stanley Donen.

domingo, 3 de agosto de 2008

MÁSCARAS (Masques de Claude Chabrol, 1987)

Creo que fue Truffaut el que comparó el Cine con la Vida para concluir que eran la misma cosa. ¿No ha tenido alguna vez la sensación, después de haber visto una película, de que podría haber formado parte de ella, de que a algunos personajes ya los conocía? A mí me pasó cuando vi Masques. Una especie de déjà vu cinéfilo que hizo su aparición de forma simultánea a la presentación del personaje principal: Philippe Noiret. Tengo un cuñado francés que me recuerda al legendario actor. Habla y gesticula como él. Las reuniones en su comedor, con los caldos que encierra su bodega como tema de conversación, son iguales a las que imagina Chabrol en una de sus cintas más personales.



Máscaras -y aquí se acaban las similitudes con mi familia allende Los Pirineos; que no se asusten- puede muy bien representar a los mejores filmes del director galo y salir del limbo en el que se encuentra, catalogado como “obra menor”. Y es que pertenece al Chabrol que se decide por ambientes provincianos, pero burgueses; por secuencias donde la comida y la bebida sirven de catalizadores para diálogos incisivos, pero sorprendentemente desdramatizados; por personajes que se desdoblan una y otra vez ante espejos, o ante el “espejo” enemigo del cine: la televisión, como es el caso.

Christian Legagneur (Noiret) es un presentador que regala viajes y cruceros a parejas de ancianos en un concurso de lo más hortera. Recibe la visita de Roland Wolf, un novelista que le propone escribir su biografía. La vanidad del primero y el interés oculto por su hermana desaparecida, del segundo, inicia una trama que se adentra en el suspense y en el drama, pero que se convierte en una sátira.

Tras los dos personajes principales, Chabrol completa el triángulo con la bella Catherine (Anne Brochet), una especie de ninfómana enfermiza sometida por Noiret en contra de su voluntad, extraída directamente de Encadenados (Notorious de Alfred Hitchcock, 1946). Chabrol no duda en incluir escenas idénticas a la cinta de referencia (la criada ofreciendo una taza de té envenenada, con plano detalle incluido) y completa su homenaje con la música de la famosa serie “Alfred Hitchcok Presenta...” que sirve de sintonía al concurso de televisión.

Sin abandonar la influencia del genial director británico, Chabrol soluciona la puesta en escena con sus característicos saltos de eje, para resaltar lo que considera importante, o para cambiar el rumbo del largometraje. Así, en el comedor, cuando Noiret se encuentra ausente, el realizador cambia bruscamente el punto de vista del objetivo para situarlo desde la silla vacía que hubiera ocupado el actor francés; una forma muy personal –y elegante- de subrayar el control que ejerce el personaje sobre el resto.

Los secundarios, atados por corto por Noiret, son la excusa perfecta para que Chabrol hable de sexo y así cumpla con otra de sus obsesiones preferidas. Desde la masajista (sin comentarios) hasta su cornudo marido Manu -relegado a una obscura bodega-, pasando por la siniestra Colette (secretaria-criada-amante), todos revolotean alrededor de Christian insinuándose para buscar sus favores.

En Máscaras, fiel a su título, nadie es quien aparenta ser. Chabrol sí. El realizador permanece leal a sus principios y a su forma de rodar. Al final del filme se posiciona del lado que esperamos todos los que amamos su cine. De hecho, no me extrañaría nada que fuera la mano del propio Claude Chabrol la que aparece en el plano detalle que cierra la película.

Ver Ficha de Máscaras.

Dedicado a una amiga conozzedora y admiradora de la obra de Claude Chabrol.

lunes, 2 de junio de 2008

INTERMEZZO (Gustaf Molander, 1936)

La primera versión de Intermezzo fue la película que propició que la industria norteamericana se fijara en Ingrid Bergman y la “fichara” para volver a protagonizar una segunda adaptación; esta vez en Hollywood, de la mano de Gregory Ratoff y, por si acaso, con una apuesta segura de cara a la taquilla: Leslie Howard. Ambos dramas tratan de la relación adúltera entre un violinista, Holger Brandt, y una profesora de piano, Anita Hoffman, interpretada por la jovencísima estrella. Hoy vamos a comentar la película escandinava, la de Gustaf Molander, pero serán inevitables las comparaciones con la posterior versión americana.



El director sueco pertenecía a la generación de cineastas nórdicos que surgieron tras la estela de Stiller y Sjöstrom, dos de los grandes realizadores europeos del cine mudo. De hecho Molander fue guionista del propio Victor Sjöstrom y su Intermezzo tiene mucha relación con las películas no habladas. Gosta Ekman, el actor protagonista que daba vida al violinista, era una estrella en su país y debía su fama a ese tipo de películas a las que se puede apreciar que no renunciaba debido a su forma expresiva de actuar. Quizás uno de los atractivos de esta cinta es observar, precisamente, la transición entre los dos tipos de cine: el mudo, representado por Gosta Ekman; y el sonoro, más acorde con la interpretación de Ingrid Bergman y la famosa pieza musical del título.

La cinta tuvo un gran éxito en Suecia. Aunque el triángulo amoroso estaba descrito con delicadeza y el final era demasiado moralizante, el largometraje era lo suficientemente escabroso para afectar a la taquilla de forma favorable. Ayudaba el hecho de que el personaje principal era un hombre ya maduro –más viejo que en la versión americana- que se enamoraba de una mujer mucho más joven que él y abandonaba a su familia. Para que el adulterio fuera más criticable, Molander –también guionista- introducía un elemento que iba a ser el referente de toda la acción posterior: la pequeña hija del violinista. Así Ingrid Bergman veía en todas las niñas que se acercaban a su amado a la pequeña Ann Marie. Era una especie de conciencia que le impedía continuar con la aventura.




El productor David O. Selznick vio la película y le faltó tiempo para contratar a la actriz. Me imagino que lo que quería el creador de Lo que el viento se llevó era descubrir a una segunda Greta Garbo. Y es que las similitudes de Ingrid Bergman con la diva eran muchas: las dos eran suecas; las dos habían triunfado en su país con melodramas más o menos escandalosos; y ambas fueron dirigidas por realizadores de la misma escuela, el ya citado Maurice Stiller y el que nos atañe, Gustaf Molander. Greta Garbo fue descubierta por Louis B. Mayer, y David O. Selznick no podía ser menos. Sin embargo en lo que tenía que haberse fijado el productor era en que tenían una personalidad diferente. Y volvemos otra vez a la dicotomía cine mudo-cine hablado. Mientras la Garbo dotaba a sus personajes de una expresividad característica, Ingrid Bergman brillaba de una forma diferente. En el Intermezzo sueco se adivina ya a la futura actriz que estaba por llegar, con una forma de actuar no vista hasta entonces: alegre, espontánea y brillante en las escenas iniciales; grave y contenida, en las secuencias dramáticas. En la versión americana, además, aparece su famoso glamour, el que posteriormente se reflejaría en películas como Casablanca o Encadenados. Había nacido una nueva estrella, y no tenía nada que ver con ninguna conocida hasta entonces.

Ver Ficha de Intermezzo.
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