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lunes, 7 de mayo de 2018

2 X 1: "EL MILAGRO DE MORGAN CREEK" y "SALVE HÉROE VICTORIOSO" (Preston Sturges)

El milagro de Morgan Creek (The Miracle of Morgan’s Creek, 1943)

Preston Sturges procedía de Broadway como tantos otros escritores que se pasaron al cine cuando éste comenzó a hablar. Sus comedias para la gran pantalla eran o adaptaciones de obras de teatro suyas, o ideas originales, pero siempre con un punto de crítica social (más de un punto en muchas ocasiones).

Después de su trilogía de obras maestras, por las que es recordado: Las tres noches de Eva (The Lady Eve, 1941), Los viajes de Sullivan (Sullivan’s Travel, 1941) y Un marido rico (The Palm Beach Story, 1942), Sturges realizó dos películas muy parecidas, con el mismo protagonista, Eddie Bracken, y tan delirantes como las anteriores.

En El milagro de Morgan Creek, Eddie es un joven deprimido porque su novia (Betty Hutton) pasa de él, y porque encima se ha quedado embarazada de otro. El problema es que la joven no sabe quién se acostó con ella, sólo recuerda que era un marine. Para rematar el enredo, la preñada tiene una idea genial: casarse con el pobre Eddie, que se hará cargo de ella y los niños, claro que no saben que dará a luz ¡sextillizos!


Con esa historia tan surrealista, Morgan Creek, como en las mejores películas de Sturges, es una screwball comedy con diálogos tan punzantes como ácidos y con una trama tan alocada que no deja respirar al espectador. Éste asiste al absurdo en el que se ve envuelto Eddie, que no quiere casarse, al menos no de esa forma, que no desea ser padre, que no quiere hacerse pasar por soldado, que no sabe cómo decirle a su suegro que tiene que casarse de penalti, que, en fin, quiere desaparecer del mapa.

Aunque el tono de sátira y el estilo realista de sus cintas era toda una innovación en aquellos primeros años cuarenta, Sturges no renunciaba a elementos tradicionales de las películas de humor de toda la vida, las que él había visto en los cines desde joven. De hecho, le encantaba el slapstick y sabía cómo introducirlo en sus largometrajes para provocar las carcajadas del público sin que pareciera anticuado. Así lo hizo también en su siguiente colaboración con el humorista Eddie Bracken:





Salve, héroe victorioso (Hail the Conquering Hero, 1944)

Después de un año en el frente, Eddie vuelve a casa con una noticia sorprendente: va a reconocer que nunca se llegó a alistar, que en realidad ha pasado el año en un astillero. En su momento le dio vergüenza confesar que lo habían dado por inútil debido a una alergia. En el camino a casa, se encuentra con unos combatientes de verdad que quieren que siga con el engaño para evitarle el disgusto a la madre de Eddie. El lío ya está servido, pues todo el pueblo lo recibirá como un héroe, y hasta lo proclamará como el nuevo alcalde.

Salve, héroe victorioso es, por tanto, tan delirante como Morgan Creek, y con muchos elementos en común con aquella. Ambas tramas se basan en un engaño, una farsa en la que se ve envuelto el atónito protagonista, que no hace más que protestar en todo momento sin poder evitar el enredo, ya sea por culpa de su novia embarazada de sextillizos, o por la insistencia de los marines (también son seis) que desean agradar a la madre de Eddie. Las quejas airadas de Eddie Bracken contrastan con el grave semblante de su antagonista en los dos filmes: el gran secundario que era William Demarest (el padre de la novia, en el primero de los largometrajes, o el sargento marine, en el segundo).

Otro denominador común tiene que ver con el contexto de conflicto mundial, pues ambas películas se realizaron mientras se luchaba en Europa y en el Pacífico. Lo que la guerra trae a un pequeño pueblo es en realidad el eje central de la trama: cuando en una relación fugaz de una sola noche, un soldado deja embarazada a la protagonista y luego se va al frente; o cuando un falso héroe regresa victorioso a casa revolucionando al pueblo entero.



Sturges, fiel a la visión crítica de la sociedad, sitúa en el punto de mira de sus frases ácidas a la clase política. En las dos cintas la corrupción de los representantes del pueblo está más que presente. En la primera, Sturges, de una forma muy original, recurre a su debut como director, El gran McGinty (The Great McGinty, 1940), para realizar un cameo de los dos personajes principales, los corruptos McGinty (Brian Donlevy) y el “Boss” (Akim Tamiroff), y hasta los incluye en los créditos, no a los actores, sino ¡a los propios personajes!; en la segunda, es igual de explícito cuando el corrupto alcalde se vuelve a presentar para la enésima reelección. Es el Gran McGinty de turno: entre otras ilegalidades, en la presentación de su candidatura y en cada mitin, siempre hace propaganda de su propia empresa.

Ese era el moderno y polémico estilo de Sturges, que brilló en una filmografía escasa de tan solo doce películas, si no contamos los innumerables guiones que escribió en la década de los treinta, colaborando con directores como Leisen o Hawks. Sólo cuando se cansó de que otros realizasen sus libretos, fue cuando se pasó a la dirección. 





jueves, 17 de septiembre de 2009

SILENCIO SE... GRABA (Semana del 18 al 24 de septiembre de 2009)

Ya sabemos cual fue la ganadora del León de Oro: Lebanon del israelí Samuel Maoz; también conocemos quién se llevó el premio Volpi al mejor actor: Colin Firth (y nos acordamos de alguna amiga que estará encantada con la noticia). Nosotros seguimos con nuestra particular cita con los canales en abierto y nos alegramos de tener la oportunidad de comentar una de nuestras más queridas películas. Mientras tanto recomendamos la siguiente tabla de pases televisivos:

Pinchar en la tabla para verla mejor (las películas en rojo no son necesariamente las mejores, son las que se comentan más abajo)

Comentarios de algunas de las cintas recomendadas:

El Cuarto Mandamiento (The Magnificent Ambersons de Orson Welles, 1942). Joseph Cotten, Dolores Costello, Tim Holt, Anne Baxter. (Canal 9, viernes 18 a las 03:15)

Segunda película de Welles y segunda obra maestra; para el que suscribe, ligeramente por encima de Ciudadano Kane a pesar de las importantes modificaciones, del falso final feliz y de más de 40 minutos amputados por la RKO.

Orson Welles se vale de la novela de Booth Tarkington para contar, una vez más, una trama sobre la decadencia en el seno de la alta sociedad, sobre el triunfo del progreso y sobre las oportunidades perdidas en la búsqueda de la felicidad. Y lo hace narrando la historia de una familia aristócrata americana, Los Ambersons, y centrándola en la subtrama principal: la relación fallida entre un plebeyo (Joseph Cotten), futuro emprendedor que simboliza el progreso, y la hija del magnate (Dolores Costello), que sufre la actitud negativa de su familia y, posteriormente, la de su propio hijo (Tim Holt). Este niño mal criado se opone con más fuerza aún a la unión entre los protagonistas. Su intolerancia (como la de Kane y otros personajes de Welles) destrozará su vida y la de todos los que le rodean, incluyendo al amor de su vida (Anne Baxter).

Como se ha citado la película fue cortada por los productores de la RKO mientras Welles estaba en Brasil rodando el documental incompleto It's all true. El montaje final corresponde al futuro director Robert Wise que consigue mantener intactos (o casi) algunos elementos verdaderamente evocadores:

La fotografía expresionista en blanco y negro. Según la secuencia que se trate, puede ser cautivadora, romántica, cómica o agobiante. El decorado acompaña al argumento y casi lo dirige: La Mansión de los Ambersons –y su decadencia- gobierna el transcurrir de la historia. Y no hay más remedio que destacar la famosa escalera. No es la única vez que una escalera toma tanto protagonismo (pensemos en El Ídolo Caído y en tantas otras), pero es que aquí casi toma vida cuando se encuentra presente en los momentos decisivos de la trama.



El barroquismo de Welles sigue predominando en unos encuadres que deforman la imagen, pero más controlado que en su ópera prima. Además una suerte de planificación de la puesta en escena se traduce en planos secuencia inolvidables. Sólo hay que maravillarse, y seguir una y otra vez, por ejemplo, la escena del baile. Es la actitud formalista de Welles. La que propicia que toda su obra, con independencia de la temática abordada, tenga una continuidad tan clara.

Los actores están geniales. Otra vez, como sucede en Kane, son procedentes del Mercury Theatre; excepto Dolores Costello, una actriz del cine mudo que finalizó su carrera prematuramente debido al deterioro de su rostro causado por las severas sesiones de maquillaje. Y de nuevo hay que hacer una mención especial: Agnes Moorehead. Su papel de la instigadora tía Fanny se encuentra totalmente imbuido del espíritu de la mansión, como una especie de portavoz activo de salones, paredes y chimeneas.

Welles, aunque no actúa, se encuentra presente a lo largo de toda la película. Con su voz en off hace de narrador y dialoga con los coros: gentes de la calle, clientes y propietarios de pequeños negocios, que hacen de improvisados cronistas. También sorprende en los ingeniosos créditos finales, leídos por él mismo. Al final, y con un plano detalle de un micrófono, se oye su enorme y profunda voz (es aquí cuando nos imaginamos su presencia) que dice: "La escribí y la dirigí yo... Ah, mi nombre es Orson Welles”.



2001: Una Odisea del Espacio (2001: A space Odyssey de Stanley Kubrick, 1968). Keir Dullea, Gary Lookwood. (Televisión del Principado de Asturias, domingo 20 a las 00:00)

Cuando el mundo se vio sacudido por un inicio de revolución estudiantil, por unas ideas utópicas que fomentaban el amor libre y el final de todas las guerras, cuando todo esto sucedía un genio llamado Stanley Kubrick estrenaba su obra más importante… leer más



Comenzó en el Trópico (Swing High, Swing Low de Mitchell Leisen, 1937). Carole Lombard, Fred MacMurray, Dorothy Lamour. (Popular TV, domingo 20 a las 00:30)

Adaptación de la obra de teatro “Burlesque”, de George Manker Watters y Arthur Hopkins, a cargo de la “fábrica” de comedias de la Paramount regentada por el todopoderoso Adolph Zukor. La cinta, en efecto, arranca como una comedia romántica con una secuencia muy bien rodada a base de picados y contrapicados donde los protagonistas se encuentran en el Canal de Panamá: Maggie (la gran Carole Lombard) viaja en un crucero como peluquera ocasional y cuando su barco atraviesa una de las esclusas del Canal conoce a Skid (Fred MacMurray), un soldado americano próximo a licenciarse. Skid, en tierra, ve a Maggie asomada por un portillo y comienza a hablar con ella mientras el buque baja de nivel como consecuencia de la salida de aguas de la esclusa. Maggie “desciende” hasta el nivel del soldado, y más abajo, en una escena singular que promete futuras situaciones cómicas.

Sin embargo el filme cambia de género para pasarse al musical en el momento en que descubrimos que Skid es un virtuoso de la trompeta. Pero la mutación es transitoria: la película se transforma definitivamente en melodrama cuando interviene un tercer personaje (Dorothy Lamour) que vuelve inestable la relación entre Maggie y Skid.


El largometraje no llega a funcionar del todo en el aspecto musical debido a que el director, Mitchell Leisen, interrumpe los números con insertos aburridos de personajes secundarios. Además no le perdonamos que la chica “mala” de la película sea nuestra querida Dottie Lamour. Un encanto, como siempre, en sus actuaciones, con una especie de trikini que no deja ver bien el director y sus excesos con el atrezzo. Y es que Leisen abarrota los espacios hasta volverlos angustiosos cuando la trama no persigue esa intención. En algo tenía que notarse su paso previo por las labores de decoración, pero no queda bien esa especie de ambiente exótico forzado a lo Von Sternberg cuando se suceden las mejores secuencias musicales. Pero no sólo falla el director, también lo hace Fred MacMurray, sobre todo cuando simula tocar la trompeta. Da la impresión de que no sabe que hay que soplar para que suene el instrumento. Y lo malo es que la trama exige que toque casi todo el tiempo.

De Swing High, Swing Low nos quedamos con la primera parte, con el encuentro en el Canal y la pelea del bar (atención a un jovencísimo Anthony Quinn), con la encantadora Carole Lombard y la delicia de un par de números a cargo de Dorothy Lamour. Y con una escena muy bien planificada, fotografiada y rodada por Leisen. Un encuadre prácticamente fijo que se repetirá hasta tres veces -el plano lo merece- para marcar la estructura narrativa de la cinta: Fred MacMurray abraza a Carole Lombard mientras interpretan el tema estrella de la cinta.

lunes, 29 de junio de 2009

MEDIANOCHE (Midnight de Mitchell Leisen, 1939)

Hoy les propongo un ejercicio de imaginación: ¿qué estrellas de cine le gustaría que pertenecieran a su comunidad de vecinos? Supongo que para el piso de arriba nadie tan tentadora como Marilyn Monroe. Como vecina de al lado, ventana con ventana, ¿se imaginan alguien mejor que Audrey Hepburn, cantando Moonriver? Y que me dicen de compartir habitación. No sean mal pensados, juntos pero no revueltos. Digamos con una sábana, a modo de muralla de Jericó, dividiendo con recato la estancia. Exacto, están pensando lo mismo que yo: Claudette Colbert. Por esa famosa secuencia y por otras como la escena del autoestop –en realidad por la totalidad del metraje de Sucedió una noche (It Happened One Night de Frank Capra, 1934)- ganó Claudette Colbert un merecido oscar. Pero no vamos a hablar hoy de la cinta de Capra sino de Medianoche, una deliciosa comedia de Mitchell Leisen.



Midnight nació en los estudios que se especializaron en el género: La Paramount Pictures. Con Adolph Zukor en la sombra, supervisándolo todo (más los espléndidos decorados de Hans Dreier y la producción de Arthur Hornblow Jr.), el proyecto se le encargó a Mitchell Leisen, un reputado director que escondía un secreto para conseguir tantos éxitos, un secreto con nombres y apellidos: Billy Wilder y Charles Brackett.

Se cuenta que al guión original, escrito por los dos cineastas, le pusieron bastantes pegas en el estudio y lo mandaron para su corrección a otros guionistas. Pero en el envío algo falló y el guión volvió a sus autores. Wilder y Brackett se limitaron a volverlo a pasar a máquina. El estudio lo recibió encantado y dio el visto bueno a “las correcciones” y al proyecto.

Lo cierto es que Wilder y Brackett ya estaban entrando en la fase de hartazgo del guionista, es decir cuando los escritores ven que muchas de las escenas que han preparado luego no se ven reflejadas en pantalla. Sus peleas con Leisen fueron providenciales. Gracias a ellas (por lo visto a partir de Si no amaneciera, 1941) Wilder tomó la decisión de dirigir sus propios guiones y Brackett de producirlos. Se nos ocurre que, en Medianoche, la secuencia del arranque de la cinta, con Claudette Colbert caminado por el andén de la estación, hubiera cambiado ligeramente si un chorro de vapor del tren se hubiera dirigido hacia las piernas de la actriz.

A pesar del diferente punto de vista de Leisen, los diálogos de Wilder (“cómo rechazar ese soborno con las manos llenas de dinero”) siguen siendo tan ácidos que si las palabras pudieran caerse de las páginas donde fueron escritas estoy seguro que atravesarían el parqué para convertirse en molesta gotera del vecino de abajo.

Como decía, la película arranca con la llegada de un tren a la estación central de París, en medio de una noche lluviosa. De un vagón de tercera clase se baja una joven, vestida de largo, sin maletas. “¿Le ayudo con el equipaje?” “Ojalá pudiera, espera en Montecarlo, en una casa de empeños”. A partir de aquí Eve Peabody (nuestra Claudette), con lo puesto, sin un centavo, se dispone a sobrevivir en la gran ciudad.


Lo que sigue es el cuento de Cenicienta, pero al revés. Eve sólo aporta el vestido para el baile, le falta todo lo demás. Encontrara su particular hada madrina en el personaje interpretado por John Barrymore, un marido rico, riquísimo, harto de que su mujer le ponga los cuernos con un estirado gigoló, y que se da cuenta de que Eve puede ser su salvación. Para ello le sigue la corriente, y apoya su disfraz de baronesa, esperando que conquiste al amante y le devuelva a su esposa. No lo tendrán fácil porque la mujer de Barrymore se reserva el papel de madrastra. Encarnada por Mary Astor, una actriz especialista en papeles, o de madre o de "mala", esperará la menor oportunidad para desenmascarar a Eve. Contará con la ayuda de una amiga chismosa: Stephanie; un papel a la medida de la más cotilla de las actrices: Hedda Hopper (en la vida real se había reconvertido en periodista de la prensa del corazón; estuvo 28 años como columnista de “Los Ángeles Times” donde era temida por sus compañeros de profesión).

Pero “toda Cenicienta tiene su Medianoche”. Y su príncipe. Como el cuento no puede discurrir sin el galán de turno -y el disparate sin un enredo más-, hace su aparición un falso barón (insisto en que todo funciona en sentido opuesto), Don Ameche, al que le sienta igual de bien el frac como el uniforme de taxista.


Todo este lío se adorna de juicios de divorcio, donde los demandantes ni siquiera están casados; conversaciones telefónicas, donde el teléfono está desconectado; conciertos y fiestas, donde nadie es quien dice ser, pero que finalmente termina por creérselo; y muchísimos enredos más típicos de las screw ball comedys de esos años.

Ni que decir tiene que el peso de la película lo lleva Claudette Colbert, a la que Hollywood, demostrando una vez más la magia del cine, consigue trasladarla a su país natal (era francesa de nacimiento). La estrella no era de una belleza espectacular, como la de Ava Gardner; ni tan sofisticada como, por ejemplo, Grace Kelly; pero era muy atractiva; siempre preocupada por mostrar su perfil izquierdo (dicen las malas lenguas -seguro que la de Hedda Hopper entre ellas- que durante el rodaje de una de sus películas tuvo que reconstruirse un plató entero para adecuar la toma a su lado bueno; y es que ella misma se refería a su perfil derecho como “el lado oscuro de la Luna”), y sobre todo caía muy bien a la cámara y al destinatario de la imagen. El espectador ya tenía la sonrisa en el rostro desde que aparecía en pantalla. Esa carita redonda, con las cejas arqueadas y una mirada de complicidad, provocaba la aproximación virtual con el público de una forma que nadie ha logrado igualar.

Ver Ficha de Medianoche.
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