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sábado, 5 de junio de 2021

EL AUTOREMAKE EN EL CINE. CAPÍTULO V (III)

La colaboración entre Huston y Burnett, impuesta por Muni, fue una bendición. Ambos escribieron un guion que conservaba el espíritu de los personajes del autor, algo que raramente ocurría con las cintas adaptadas de los libros de Burnett: siempre solían dar más importancia a la acción que a la descripción de caracteres. La trama de High Sierra, aquí titulada El último refugio, arranca con la puesta en libertad de Roy Earle (Humphrey Bogart) que sale de prisión gracias a la intercesión de Big Mac, un antiguo compañero que se encuentra muy enfermo. Roy desea vivir tranquilo, pero se siente en deuda con Mac y acepta un último trabajo antes de retirarse: deberá robar unas joyas de un hotel cerca de Mount Whitney.[1] 


El atraco lo tendrá que planear y ejecutar junto a Red (Arthur Kennedy) y Babe (Alan Curtis), dos jóvenes inexpertos, y Marie (Ida Lupino), la mujer por la que ambos se pelean. Roy pone orden en la banda mientras se enamora de Velma (Joan Leslie), una joven minusválida, perteneciente a una familia de granjeros, que ha conocido en el viaje desde la prisión al lugar del atraco. Roy paga la operación que hará que Velma se reponga de su dolencia, pero también provocará su rechazo al ser ésta mucho más joven que él y verse libre para entablar una relación con alguien de su edad. Llega el día del atraco y todo sale mal: en un enfrentamiento con la policía, mueren los dos sicarios; Big Mac también fallece, y con él la posibilidad de vender las joyas. Roy decide huir con el botín hacia las montañas. En el viaje, Marie y Roy se dan cuenta que están hechos el uno para el otro, pero ya es demasiado tarde, la policía les sigue la pista. Al final, la pareja se separa y los agentes de la ley terminan acorralando y matando a Roy en la sierra.

  

Figura 5.1

El argumento de El último refugio se basa ligeramente en la vida del legendario bandido John Dillinger, al que Burnett cambia por Roy Earle —en la cinta, Doc (Henry Hull) conversa con Roy (véase figura 5.1) y llega a decirle que corre hacia la muerte como Dillinger. Roy es un gánster de la vieja escuela que al salir de la cárcel se encuentra totalmente desplazado en un mundo que ha cambiado sensiblemente. Los tiempos de la ley seca, del hampa organizada, ya han pasado y ahora sólo quedan los criminales que actúan de forma independiente como lobos solitarios (“perro rabioso” es el mote que los periodistas adjudican a Earle), que sólo persiguen dar un gran golpe y retirarse de una comunidad que los rechaza. El pesimismo prebélico —“correr hacia la muerte”— presente en otras cinematografías (en especial la francesa) aflora aquí con espontaneidad bajo la batuta de Raoul Walsh, que según algunos autores (Moss 2011) se enfrenta a su película de mayor riesgo por lo profundo de los caracteres. Un director al que se le ha tachado de simple, de no meterse en complicaciones a la hora de tratar a los personajes, en High Sierra hace gala de una habilidad muy presente en su filmografía —rebatimos a sus críticos— en el retrato de alguien tan complejo como Roy Earle. 


El expresidiario lo primero que hace al salir de la cárcel es pasear por el parque. Earle desea ver jugar a los niños y oler la hierba. En una emotiva secuencia, se detiene en el lugar donde nació y habla con un niño acerca del mejor sitio para pescar (fig. 5.2). Walsh sitúa a Roy conversando con su trasunto del pasado, con un pequeño que, de paso, también podría ser el propio director en su niñez. Para Marilyn Moss, el gánster era un personaje muy estimado por el cineasta porque igual que Walsh “recuerda una infancia que pasó hace tiempo y a la que idealiza” (2011, p.194). Añoranza que lleva a Roy a entablar amistad con unos emigrantes que se encuentra en la carretera —en un incidente con una liebre que casi les cuesta la vida (fig. 5.3), claro guiño al siniestro que sufrió el propio Walsh, por el que perdió el ojo derecho y, por tanto, otro signo más de empatía con el personaje. Por la misma razón, la atracción que siente Roy por la joven Velma sólo se explica desde el deseo que tiene el bandido de cambiar de vida y volver a los orígenes.[2]

 

Pero la realidad es bien distinta: Earle se halla metido de lleno en un trabajo oscuro, con unos compañeros deleznables a los que trata con desprecio y dureza. De ahí que Walsh no deje que las citadas secuencias caigan en el sentimentalismo. Ni siquiera llegan a rozarlo porque antes el director ejerce de aguafiestas: así, al final de la escena bucólica del parque, un periódico muestra la noticia de la salida de Earle de la cárcel; también, después de hablar Earle con el niño, alguien reconoce al exconvicto; o Velma, después de recobrar su salud, se aparta de Roy sin demasiados remordimientos.[3] Como bien apunta Ricardo Aldarondo (2008, p.173), la hierba que Roy tanto de­sea se convierte en roca desnuda al final de la película (fig. 5.4 y 5.5).

La ambigüedad y dualidad del carácter de Earle se refleja en todos los aspectos de la película. La fotografía en blanco y negro cobra todo su valor expresivo: el vestuario de Earle, de oscuro sobre blanco va en ese sentido; también el cabello negro sobre canas es adecuado y además sirve para subrayar el carácter crepuscular de la cinta cuando el protagonista es un gánster cansado de su oficio, que se lamenta de que los buenos tiempos hayan pasado. La ambivalencia del gánster-con-el-lado-bueno provoca que la película se aleje del maniqueísmo habitual de los años treinta y se introduzca de lleno en el cine negro.

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[1] Mount Whitney es la cima más elevada de Estados Unidos con 4.420 metros de altura.

[2] La rehabilitación de los que han llevado una mala vida es un elemento presente en el cine de Walsh desde el principio. Pensemos en la citada Regeneration, aún muy lejos del cine negro por su mensaje cristiano, por la muerte de la protagonista para salvar el alma del gánster. También en la primera versión de Sadie Thompson, donde Gloria Swanson se ve obligada por el reformista Lionel Barrymore a cambiar de actitud; o, incluso, en Klondike Annie (1936), parodia al servicio de Mae West donde la célebre actriz cómica escribe sus propias líneas de diálogo en una cinta que comienza como amante en ambientes exóticos, como prostituta de lujo, para terminar como hermana en una misión del ejército de salvación.

[3] El rechazo de Velma era mucho más crudo en el guión original, pero Burnett al final tuvo que ceder ante Hellinger que no quería un castigo tan duro al personaje interpretado por Bogart. Algo resentido, William Burnett llegó a opinar que le gustaba más el libreto del remake que hizo Stuart Heisler en 1955: I Died a Thousand Times, con Jack Palance y Shelley Winters; si bien, el escritor reconoció que High Sierra era mejor visualmente porque “Raoul Walsh did a hell of a job (hizo un trabajo increíble)” (Burnett citado en Moss 2011, p.197). Para Nöel Simsolo, el remake de Heisler posee una “negrura romántica menos cautivadora que el original, pero con una sequedad distante que salva el proyecto de caer en una copia vulgar” (2007, p.329).




domingo, 16 de mayo de 2021

EL AUTOREMAKE EN EL CINE. CAPÍTULO V (II)

Los años treinta transcurrieron para Walsh entre irregulares comedias, flojos musicales y películas en su mayor parte para olvidar, realizadas para diferentes estudios. Todo cambió al final de la década, cuando la firma de un contrato para la Warner Bro­thers supuso el inicio de su mejor etapa como director, la que abarca los cuarenta y el inicio de los cincuenta, en la que nos vamos a centrar:

Como solía ser habitual en la Warner, Walsh fue uno de los últimos en unirse a la producción de High Sierra. El director llegó cuando la mayoría de las decisiones acerca del guion y del casting estaban ya tomadas por los responsables de los distintos departamentos. Todos supervisados en teoría por el “gran jefe”, Jack Warner y, en la práctica, por su mano derecha, Hal Wallis.[1]

La operación para hacerse con el copyright de la novela en la que se basa la película se inició mientras Walsh estaba rodando su filme anterior, La pasión ciega (They Drive by Night, 1940). El autor del texto, W.R. Burnett,[2] había conseguido en tan sólo dos semanas hacerse con el premio al libro del mes. Warner pensó que con la garantía del escritor de moda el éxito estaba asegurado siempre que encontrasen un guionista para llevarlo a cabo y un intérprete taquillero. Wallis asignó a Warren Duff para el libreto y eligió a la estrella del estudio, Paul Muni, para el papel protagonista. Ninguno de los dos acabarían trabajando en el proyecto. El primero, porque le puso tantas pegas a la historia[3] que acabó siendo sustituido por John Huston, por entonces guionista del estudio, gran admirador de la obra de Burnett y entusiasta con el proyecto. En sintonía con Huston se encontraba el que a la sazón sería productor asociado de High Sierra, Mark Hellinger, una adquisición personal de Jack Warner que siempre se sintió fascinado con el escritor desde el principio. 

Hellinger era un periodista que se conocía al dedillo el mundo del hampa y tenía la misma visión liberal que defendía la compañía, en consonancia con el New Deal de Roosevelt. Digamos que si Wallis era el ejecutivo, Hellinger era el alma, el promotor de la óptica de denuncia social de la que hacía gala el estudio. Además, conocía a Walsh con el que había trabajado en dos largometrajes: indirectamente en el debut —y primer éxito— del director en la Warner, Los violentos años veinte (The Roaring Twenties, 1939), cuyo argumento se basaba en una historia original de Hellinger; y más estrechamente en La pasión ciega, donde Hellinger ya ejercía de productor asociado. 

Las dificultades para conseguir el guionista se quedaron en nada en comparación con los problemas por los que tuvo que pasar Wallis para encontrar al actor principal. Paul Muni se aprovechó de su condición de estrella para hacer un trato con Jack Warner: él haría el papel si le garantizaban una película sobre Beethoven. Ambos aceptaron con la boca chica, porque ni Warner quería hacer el biopic ni Muni estaba para más gánsteres. El primero no pensaba cumplir su palabra, y el segundo boicoteaba una y otra vez los borradores que le presentaba Huston de tal forma que Wallis tuvo que contratar al mismísimo Burnett para colaborar en el guion. Cuando Muni se enteró de que el estudio pasaba de su propuesta sobre el músico, no sólo rechazó el papel sino que rescindió el contrato con la major.

El siguiente candidato para encarnar al  protagonista de High Sierra fue George Raft, un profesional menos importante que Muni, pero muy taquillero como lo había demostrado con La pasión ciega, donde daba la réplica a una excelente Ida Lupino. El deseo de Wallis de que la pareja repitiera éxito con el mismo equipo, es decir con Walsh de director y Hellinger de productor, se quedó pronto truncado cuando Raft, sorprendentemente, rechazó el papel. Ni siquiera la intervención directa de Walsh surtió efecto: el director fue a su casa para convencerlo de que cambiara de opinión, pero el actor no quería participar en una película en la que su personaje muriese al final.[4] 

Humphrey Bogart y George Raft en "La pasión ciega"

Al tiempo que se sucedían estas intrigas, el verdadero interesado, Humphrey Bogart, no hacía más que insistir en que era el adecuado para el papel. La multitud de telegramas y mensajes que Bogart puso a Wallis y a Warner, más el apoyo incondicional de Hellinger y de Huston,[5] fueron al final determinantes para que Bogart se alzara con el personaje y para que, definitivamente, arrancase su carrera como estrella de Hollywood. 

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[1] Jack Warner era el presidente de la compañía, un trabajador nato, pero, como dice Juan Luis Álvarez, “era consciente de sus inconmensurables lagunas culturales. Para rellenarlas estaba Hal Wallis, su jefe de producción. Listo como el hambre […]. Estaba al tanto de todo…” (2007, p.37). Para John Huston, Wallis era el hombre que realmente dirigía la Warner Brothers: “…no hay nadie que tenga su combinación de imaginación y capacidad directiva.” (1998, p.102).

[2] Walsh acababa de realizar un western basado en otra novela de Burnett: Mando siniestro (Dark Command, 1940). Antes de publicar “High Sierra”, Burnett había escrito varias novelas, entre ellas, “Little Caesar”, y había colaborado en varios guiones, como en el de Scarface. Ambas películas fueron llevadas a la gran pantalla por Mervyn LeRoy (1931) y Howard Hawks (1932), respectivamente, para convertirlas en dos obras maestras del cine de gangsters.

[3] Según Marilyn Ann Moss, Duff pensaba que la trama era absurda, que sólo se salvaba el último tercio y que el resto sería blanco fácil para los censores (2011, p.89).

[4] Sobre el rechazo de Raft hay varias teorías: en primer lugar, los que opinan que es una consecuencia directa de la intervención intencionada de Humphrey Bogart cuando el actor convenció a Raft de que el proyecto estaba “más que sobado, que sólo lo querían para salvar algo que ya estaba tocado y hundido” (Álvarez 2007, p.70). También los hay que abogan por la teoría de que Raft prefería seguir acumulando ganancias con la promoción de La pasión ciega (Moss 2011, p.191).

[5] A Hellinger le gustaban dos cosas en especial: “los gánsteres y Bogart” (Álvarez 2007, p.62). Para Hellinger, Bogart era el único actor que había captado la esencia de los gánsteres. Ambos habían entablado amistad en el rodaje de It All Came True (Lewis Seiler, 1940), donde Hellinger hacía de productor. Por su parte, Huston conoció a Bogart cuando coincidieron en The Amazing Dr. Clitterhouse (Anatole Litvak, 1938), aunque donde verdaderamente se hicieron amigos fue en High Sierra; una amistad que duró toda una vida.

 



viernes, 22 de febrero de 2008

LLUVIA (Rain de Lewis Milestone, 1932)

A causa de la "lluvia" del título, unos pasajeros quedan atrapados en una isla tropical mientras esperan el barco que los lleve a su destino. Entre ellos se encuentran los dos protagonistas: Sadie Thompson (Joan Crawford), una prostituta que huye de Estados Unidos donde es reclamada por la justicia; y un reverendo muy rígido (Walter Huston), que intentará llevar por el buen camino a Sadie, no sin antes hacer que pague por sus pecados.



Este es el argumento de Rain, remake de Sadie Thompson (de Raoul Walsh, 1928); una especie de lucha entre dos personajes antagónicos, basado en la novela de Somerset Maugham, pero casi más en la posterior adaptación dramática de John Colton, lo que le hace superar ampliamente a la película original. Una curiosidad: es la obra de teatro que van a ver Paul Muni y su banda en Scarface: el terror del Hampa (Scarface de Howard Hawks, 1932).

Con estos antecedentes la cinta, vista hoy, resulta en exceso teatral; eso sí muy interesante debido a varios factores: en primer lugar hay que considerar la excelente labor, al frente del proyecto, del irregular Lewis Milestone que se encontraba en su mejor momento creativo. Si las películas que dirigió en los últimos años veinte y primeros treinta figuran entre las de mayor calidad de su filmografía, se debe en parte gracias a que el código Hays de censura aún no se había implantado en Hollywood. Y es que historias como las de Lluvia difícilmente habrían podido ser contadas para la gran pantalla sólo tres años más tarde.

Independientemente de la trama en sí, casi lo más importante es la forma de narrarla, y aquí es cuando Milestone se saca de la chistera un sorprendente manejo de cámara: en prácticamente un escenario único, se suceden largas y planificadas secuencias donde el objetivo acompaña a la acción; para ello no duda en sortear todo tipo de muebles, y en traspasar puertas y paredes, para conseguir un resultado sencillamente genial.

Pero estos alardes técnicos no eran suficientes para asegurar el éxito; la presencia de Joan Crawford sí. La gran estrella de los años treinta se puede decir que interpreta a dos personajes en uno: la "ligera" Sadie, antes de su fugaz conversión, sobreactuada, ataviada con trajes provocativos y pintada para la ocasión; y la misma joven transformada por el hipócrita cura en una mujer arrepentida, avergonzada y contenida en la interpretación. Paradójicamente la segunda Sadie Thompson es mucho más atractiva que la primera; su rostro brilla permanentemente y la ausencia de maquillaje y su ropa espartana le dan un aire más inalcanzable y por tanto deseable.

Deseable para el público, pero también para el predicador, que se encuentra en un entorno propicio para el pecado: un ambiente de lo más sofocante donde la lluvia cae torrencialmente -sin compasión-, y donde los nativos no paran de bailar como posesos mientras golpean frenéticamente sus tambores. El sacerdote, como un Doctor Frankestein enamorado de su creación, no tarda en sucumbir a los encantos de la “nueva” Sadie. Y entonces sobreviene la tragedia.

La puesta en escena, la habilidad de Lewis Milestone, la interpretación de Huston y Joan Crawford, lo “descarado” de la historia para la época, el tremendo final; todos estos atractivos, y algunos más, podemos disfrutarlos viendo Lluvia. Además podemos hacernos una idea de cuál era el panorama cinematográfico en los años treinta; incluso podríamos ir más lejos y hacer conjeturas de lo que hubiera sido el cine americano de los cuarenta y cincuenta de no haber existido el nefasto código de censura.


Ver Ficha de Lluvia


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