domingo, 7 de septiembre de 2025
ARMAS PARA EL CARIBE (L'arme à gauche de Claude Sautet, 1965)
domingo, 25 de agosto de 2024
ACCIÓN EN EL ATLÁNTICO NORTE (Action in the North Atlantic de Lloyd Bacon, 1943)
El post es un extracto corregido para la ocasión del capítulo dedicado a Acción en el Atlántico Norte en mi libro: CINE Y NAVEGACIÓN. Los 7 mares en 70 películas
domingo, 19 de mayo de 2024
PUNTO DE RUPTURA (The Breaking Point de Michael Curtiz, 1950)
domingo, 6 de marzo de 2022
EL AUTOREMAKE EN EL CINE. CAPÍTULO V (VII)
Los cambios en Juntos hasta la muerte con respecto a El último refugio pretenden enfatizar más el drama, incorporar elementos propios del western e incrementar la acción. Así, la personalidad de Wes McQueen es tan compleja como la de Roy Earle, pero a su actitud de bandido cansado, que añora la granja donde se crió (en 5.12, como en 5.2, Walsh rueda una escena en la que el protagonista habla con un niño que representa su pasado) y deseoso de cambiar de vida, se le une la pérdida de la mujer querida. Walsh cambia los planos bucólicos de Roy al salir de la cárcel por los de la visita que Wes hace al cementerio donde reposa su amada Marta (5.13); y sustituye las pesadillas que Earle tiene con la cárcel con las de Wes llamando a Marta en sueños.
Pero el drama interno de McQueen no es lo único que se intensifica, también se complica su situación legal: Wes no sale de la prisión por haber cumplido la condena sino que se escapa de ella. El protagonista se coloca al otro lado de la ley desde el arranque de la cinta, y Walsh se encuentra en su salsa desde el principio, dirigiendo con vigor secuencias de acción. En el mismo sentido, el de aumentar el metraje de dichas escenas, el origen de la amistad entre Wes y los granjeros no es fruto de un accidente con una liebre, sino del robo de la diligencia que comparten; tampoco el atraco de Wes y su banda se lleva a cabo en un hotel, sino en un tren en marcha, lo que implica mayor duración de la secuencia y encuadres en continuo movimiento,[1] algunos realmente espectaculares (5.14); y, por último, la secuencia en la que Wes pone orden entre los ladrones se transforma en un tiroteo entre ellos y el propio McQueen.
Aquí, como en otras escenas, se sustituye lo que amedrenta el personaje que interpretaba Bogart por la violencia más explícita propia del western. Si Joel McCrea no llega a la crispación e intimidación de su antecesor,[2] sí que el conjunto de todos los elementos que Walsh incluye en la cinta consiguen igualar e incluso superar la dureza de la película original. Es el caso de la persecución final que arranca en el andén del ferrocarril con la terrible presencia de los cuerpos recién ahorcados de Duke y Reno (5.15). O el del final, con la pareja de enamorados enfrentándose juntos a la numerosa patrulla del sheriff.
Como en High Sierra, todo lo que sucede en Juntos hasta la muerte va dirigido hacia esa conclusión, la de la muerte de Wes McQueen y Colorado. Desde el comienzo, con el encuentro de Wes con el policía corrupto: “estás marcado hasta la médula”, no dejan de aparecer signos que anuncian el destino fatal. Cantos fúnebres de los indios, huesos de animales en el desierto, la presencia del cañón de la “Muerte”, buitres en el poblado fantasma, el anillo que trae mala suerte ponérselo antes de la boda y la profusión de líneas de diálogo que avisan con demasiada insistencia algo que todo el mundo sabe (el título en español también lo subraya innecesariamente).
El fatalismo de la película y su relación con el cine negro confirman algo que se inició con Perseguido (Pursued, 1947) y tuvo su continuación con Camino de la horca (Along the Great Divide, 1951),[3] ambas de Walsh, y es la aparición de un nuevo subgénero dentro de las películas del oeste, el que algunos han llamado western psicológico. Desde luego, totalmente diferente al western clásico con el que Walsh también se prodigó en filmes estilo Griffith como La gran jornada, Mando Siniestro o Silver River.[4] Este nuevo modo de abordar el género épico americano por excelencia coincidía con la invasión en las carteleras de oscuros policíacos, algunos muy violentos, relacionados con un contexto social de conmoción tras la Segunda Guerra Mundial y su trágica conclusión atómica; y de marginación de los combatientes traumatizados que regresaban del Pacífico o de Europa. Del cine negro, y no de otro, el western psicológico tomó prestadas estéticas, personajes y situaciones.
En Juntos hasta la muerte, Walsh rescata la negrura inherente al personaje de Roy Earle para traspasársela a Wes McQueen; emplea con intención expresionista los claroscuros (5.16); y retrata a los teóricos “buenos” peores que a los villanos. De nuevo tenemos al policía corrupto, pero también al sheriff despiadado, que no duda en linchar a Reno y Duke o torturar con el látigo a Colorado; y a la femme fatale, Julie Ann, que no tiene nada que ver con su antecesora, la minusválida Velma. Wes se siente atraído por Julie Ann porque le recuerda a Marta, una circunstancia que sabe aprovechar el personaje encarnado por Dorothy Malone —a la que preferimos en estos registros de malvada— para intentar hacerse con el botín o, al menos, con la recompensa que dan por McQueen. La obsesión de Wes con Julie Ann y las pesadillas con Marta son reflejos de la irrupción del psicoanálisis en el noir y, por tanto, en el western oscuro que Walsh estaba inventando.
Leer el capítulo desde el inicio.
[1]
Virginia Mayo hablaba de la acción en las cintas del director: “él siempre hace
que sus películas se muevan, nunca hay un momento aburrido en los filmes de
Walsh” (citada en Nott 2005, p.37).
[2] Jack
Warner quería a John Wayne para interpretar a Wes, pero la estrella no estaba
disponible. Antes de contratar a Joel McCrea se probaron hasta seis actores,
entre ellos a Rock Hudson que en aquella época estaba a sueldo de Raoul Walsh.
Al parecer, Hudson hizo tan mal la prueba como en su primera película, Fighter Squadron, donde para decir una
sola frase fueron necesarias más de treinta tomas y donde, finalmente, quedó
fuera de los créditos.
[3] Para
Nöel Simsolo, desde 1945 se venían haciendo películas de este tipo, como la
excelente Pasión de los fuertes (My Darling Clementine de John Ford,
1946), un western estilizado donde
“sus protagonistas tenían características asimilables al cine negro” (2007, p.
138). Para la mayoría de los críticos, fue la película de Henry King, El Pistolero (The Gunfighter, 1950), la que abrió la serie.
[4] Aunque
Silver River (1948) es una película
del oeste, digamos de aventuras, se nota su cercanía en el tiempo a las “negras” Perseguido y Colorado
Territory. La soledad y ambigüedad del personaje central encarnado por
Errol Flynn así lo confirma. Un papel muy diferente al de sus personajes de
otras cintas del mismo corte como las dirigidas por Michael Curtiz, Dodge, Ciudad sin Ley (1939), Camino de Santa Fe (1940) y Virginia City (1940), o la realizada por
David Butler con colaboración de Walsh, San
Antonio (1945).
miércoles, 27 de octubre de 2021
EL AUTOREMAKE EN EL CINE. CAPÍTULO V (V)
En el cine de
Walsh la presencia de las mujeres es fundamental y en la mayoría de las
ocasiones son decisivas en el devenir de la trama. Se puede decir que el éxito
de la pareja es el gran tema en la filmografía del director. Como Fritz Lang o
Nicholas Ray, Walsh ocupa mucho metraje en sus cintas en presentar las dificultades
que atraviesan los amantes en un mundo hostil hacia ellos. Más optimista que
sus colegas, Walsh suele rematar sus historias con finales felices donde el
amor siempre sale triunfante. En High Sierra,
sin embargo, el realizador se acerca más a Lang y a Ray gracias a un final tan
trágico como romántico. Una conclusión que no gustó al director, pero que no
tuvo más remedio que aceptar dado el rígido código de censura establecido que
prohibía que el gánster se saliera con la suya.
Como Bogart,
Ida Lupino da lo mejor de sí misma en un papel que incluso supera al de La pasión ciega. La relación entre ella
y Bogart trascendió la pantalla para convertirse en rumor de romance, en un affaire que, a diferencia del que tuvo
el actor con Lauren Bacall en Tener y no tener, nunca llegó a cuajar debido a la enemistad que surgió entre ellos en
los últimos días de filmación. La vanidad fue la causa del enfrentamiento: Jack
Warner quería que Ida Lupino encabezase los créditos y Bogart deseaba lo
contrario.[1] Bogart sabía que llevaba
las de perder y la tomó con ella: le hizo la vida imposible hasta que finalizó
el rodaje. Tal fue el enfado de Lupino que prometió no volver a trabajar nunca
más con Bogart.[2]
Hemos dicho que Walsh poco pudo hacer por variar el casting, sólo en el caso de Joan Leslie influyó algo cuando dirigió las pruebas que se le hicieron a la joven, en realidad una adolescente. Leslie cumplió perfectamente con su cometido interpretando a la egoísta Velma en sus dos vertientes, la de la frágil disminuida física de la primera parte y la de la desagradecida joven del final. Walsh protegió a Joan Leslie hasta el punto de no permitir que se dijeran palabrotas cuando la quinceañera, “the young lady”, estaba presente (Moss 2011, p.192) y es que Walsh en aquel tiempo tenía una hija de la misma edad.
Aunque visualmente por lo que más se recuerda el largometraje es por las tomas de la persecución en la ascensión a Mount Whitney (5.11) y por los planos aéreos de la caza en la sierra. Allí, en la cima, la narración con imágenes mantiene la tensión que requiere la trama con la ayuda impagable del gigantesco decorado natural que acentúa la soledad del héroe. Nunca el paisaje fue tan determinante para enfatizar el tono dramático en un noir, algo que era más frecuente en el western. Para Walsh, enseguida veremos, ambos géneros no eran tan diferentes como en un principio puedan parecer.
Leer el capítulo desde el inicio.
[1] Dos
eran las razones que esgrimía Warner: lo bien que lo hizo Ida lupino en La pasión ciega, película de la que
salió siendo una estrella; y las sospechas del aún tímido Comité de Actividades
Antiamericanas acerca de Bogart y una supuesta pertenencia al partido
comunista. Algo que se desmintió tras la comparecencia del actor, pero que
provocó que Bogart, hasta ese momento poco activo políticamente, fuera con
posterioridad simpatizante de los perjudicados por el senador McCarthy.
[2] Y
cumplió su promesa, de hecho fue Ida Lupino la que propuso que Humphrey Bogart
no participase en su siguiente policíaco: Out
of the Fog (Anatole Litvak, 1941).
lunes, 6 de septiembre de 2021
EL AUTOREMAKE EN EL CINE. CAPÍTULO V (IV)
High Sierra no es sólo una película de
transición entre géneros, sino la primera película cien por cien noir, la que inaugura el ciclo en Hollywood,
justo antes de la que se suele considerar como la pionera: El Halcón Maltés (The Maltese
Falcon de John Huston, 1941). Si Huston, en su primera experiencia como
realizador,[1]
dirige a Bogart en el característico papel de detective, que se repetirá hasta
la saciedad en el ciclo negro, Walsh retrata unos meses antes un mundo ambiguo
donde los “buenos” no lo son tanto (el policía corrupto; Velma, la teórica
frágil adolescente, termina comportándose de forma vulgar y egoísta; los
detestables periodistas, etcétera) y donde los “malos” tampoco está claro
quiénes son.
En El último refugio la negrura de los personajes va pareja a la fatalidad que los envuelve. La muerte amenaza a Roy Earle desde el arranque de la película, y él se siente precipitado hacia el final sin que pueda hacer nada por evitarlo. A la citada advertencia de Doc se unen un par de signos que anticipan la conclusión como si fueran flash-forwards: la montaña desafiante, que desde los créditos anuncia la tragedia (5.6) y será la particular “cima del mundo” para Earle en el momento de morir, algo que repetirá Walsh con James Cagney en Al rojo vivo (White Heat, 1949);[2] y el perro “Pard”, con el que se encariña Roy a sabiendas de que es una mascota gafe que ha visto morir a sus dueños anteriores (5.7).[3]
“Bogie era un hombre de estatura media, no particularmente
notable fuera de la pantalla, pero algo sucedía cuando estaba interpretando el
papel adecuado. Aquellas luces y sombras se transformaban en una personalidad
diferente y más noble: heroica como en El último refugio” (Huston 1998, p. 110).
A medida que avanza el metraje, el actor se va despojando, poco a poco, del personaje secundario que hasta entonces había interpretado. El matón sin escrúpulos, odiado por el público, consecuente con un villano plano y meridiano en sus acciones, se vuelve complejo, errático y querido por el espectador que al final de High Sierra llora su pérdida.
En el itinerario existencial, el héroe se deja acompañar por Marie (Ida Lupino), la que al final será su amor, alguien, que como él, sólo conoce el escape como solución y que descubrirá que la verdadera libertad se encuentra en la muerte. Walsh va tejiendo progresivamente la historia de amor entre Marie y Roy a base de primeros planos expresivos que van acercando a los personajes (5.8 y 5.9),[5] pero hasta que Velma no rechaza a Roy, éste mantiene un debate interior para decidir si debe quedarse con la joven inválida, que representa el cambio, o si continúa con la huida hacia delante con su compañera de refugio como amante. La atracción que Roy siente por Velma también se puede interpretar como la empatía que siente el expresidiario, que es marginado por la sociedad, por la también desplazada debido a su condición de minusválida. De cualquier forma, el desengaño que Roy sufre cuando Velma se recupera despeja cualquier duda: su amada es Marie; y su lugar, ninguno.
[1]
Huston, además de participar en el guión de High
Sierra, no se perdía lo que sucedía en el plató, asistiendo casi todos los
días al rodaje. Un aprendizaje que seguramente le vino muy bien para su primera
película.
[2] Y de
la cima de Al rojo vivo, con incendio
incluido, a las llamas del final de, por ejemplo, Mando siniestro, con un Walter Pidgeon que anticipa al personaje de
James Cagney por mantener una extraña relación edípica con su madre.
[3] Un
perrito que era propiedad de Humphrey Bogart y que en realidad se llamaba
“Zero”. Las mascotas son otra de las constantes en el cine de Walsh. El
director era un enamorado de los animales y siempre que podía los empleaba como
elemento dramático en sus películas. Como ejemplo, recordamos al can casi
gemelo a “Zero”, protagonista unos años antes del policíaco en clave de
comedia, Mi chica y yo (Me and My Gal, 1932).
[4] De
nuevo nos remitimos a James Cagney en Al
rojo vivo, pero también a Errol Flynn en Murieron con las botas puestas (They
Died with Their Boots On) o a Edward G. Robinson en Alta tensión (Manpower),
ambas del mismo año que El último refugio.
No son los únicos ejemplos de héroe walshiano,
hasta las heroínas como el personaje de Ida Lupino en The Man I Love (1947) son similares, y no digamos los protagonistas
del ciclo bélico, como el bandido que encarna Errol Flynn en Uncertain Glory (1944), o el as de
aviación al que da vida Edmond O’Brien en Fighter
Squadron (1948), al que llegan a llamarle, literalmente, “lobo solitario”.
[5] La
insistencia de Walsh en los primeros planos irritaba bastante a Hal Wallis y se
convirtió en motivo de disputa entre el productor y el director sobre todo a
partir de su siguiente película, La
Pelirroja (The Strawberry Blonde,
1941).
sábado, 5 de junio de 2021
EL AUTOREMAKE EN EL CINE. CAPÍTULO V (III)
La colaboración entre Huston y Burnett, impuesta por Muni, fue una bendición. Ambos escribieron un guion que conservaba el espíritu de los personajes del autor, algo que raramente ocurría con las cintas adaptadas de los libros de Burnett: siempre solían dar más importancia a la acción que a la descripción de caracteres. La trama de High Sierra, aquí titulada El último refugio, arranca con la puesta en libertad de Roy Earle (Humphrey Bogart) que sale de prisión gracias a la intercesión de Big Mac, un antiguo compañero que se encuentra muy enfermo. Roy desea vivir tranquilo, pero se siente en deuda con Mac y acepta un último trabajo antes de retirarse: deberá robar unas joyas de un hotel cerca de Mount Whitney.[1]
El atraco lo tendrá que planear y ejecutar junto a Red (Arthur Kennedy) y Babe (Alan Curtis), dos jóvenes inexpertos, y Marie (Ida Lupino), la mujer por la que ambos se pelean. Roy pone orden en la banda mientras se enamora de Velma (Joan Leslie), una joven minusválida, perteneciente a una familia de granjeros, que ha conocido en el viaje desde la prisión al lugar del atraco. Roy paga la operación que hará que Velma se reponga de su dolencia, pero también provocará su rechazo al ser ésta mucho más joven que él y verse libre para entablar una relación con alguien de su edad. Llega el día del atraco y todo sale mal: en un enfrentamiento con la policía, mueren los dos sicarios; Big Mac también fallece, y con él la posibilidad de vender las joyas. Roy decide huir con el botín hacia las montañas. En el viaje, Marie y Roy se dan cuenta que están hechos el uno para el otro, pero ya es demasiado tarde, la policía les sigue la pista. Al final, la pareja se separa y los agentes de la ley terminan acorralando y matando a Roy en la sierra.
| Figura 5.1 |
El argumento de El último refugio se basa ligeramente en la vida del legendario bandido John Dillinger, al que Burnett cambia por Roy Earle —en la cinta, Doc (Henry Hull) conversa con Roy (véase figura 5.1) y llega a decirle que corre hacia la muerte como Dillinger. Roy es un gánster de la vieja escuela que al salir de la cárcel se encuentra totalmente desplazado en un mundo que ha cambiado sensiblemente. Los tiempos de la ley seca, del hampa organizada, ya han pasado y ahora sólo quedan los criminales que actúan de forma independiente como lobos solitarios (“perro rabioso” es el mote que los periodistas adjudican a Earle), que sólo persiguen dar un gran golpe y retirarse de una comunidad que los rechaza. El pesimismo prebélico —“correr hacia la muerte”— presente en otras cinematografías (en especial la francesa) aflora aquí con espontaneidad bajo la batuta de Raoul Walsh, que según algunos autores (Moss 2011) se enfrenta a su película de mayor riesgo por lo profundo de los caracteres. Un director al que se le ha tachado de simple, de no meterse en complicaciones a la hora de tratar a los personajes, en High Sierra hace gala de una habilidad muy presente en su filmografía —rebatimos a sus críticos— en el retrato de alguien tan complejo como Roy Earle.
El expresidiario lo primero que hace al salir de la cárcel es pasear por el parque. Earle desea ver jugar a los niños y oler la hierba. En una emotiva secuencia, se detiene en el lugar donde nació y habla con un niño acerca del mejor sitio para pescar (fig. 5.2). Walsh sitúa a Roy conversando con su trasunto del pasado, con un pequeño que, de paso, también podría ser el propio director en su niñez. Para Marilyn Moss, el gánster era un personaje muy estimado por el cineasta porque igual que Walsh “recuerda una infancia que pasó hace tiempo y a la que idealiza” (2011, p.194). Añoranza que lleva a Roy a entablar amistad con unos emigrantes que se encuentra en la carretera —en un incidente con una liebre que casi les cuesta la vida (fig. 5.3), claro guiño al siniestro que sufrió el propio Walsh, por el que perdió el ojo derecho y, por tanto, otro signo más de empatía con el personaje. Por la misma razón, la atracción que siente Roy por la joven Velma sólo se explica desde el deseo que tiene el bandido de cambiar de vida y volver a los orígenes.[2]
Pero la realidad es bien distinta: Earle se halla metido de lleno en un trabajo oscuro, con unos compañeros deleznables a los que trata con desprecio y dureza. De ahí que Walsh no deje que las citadas secuencias caigan en el sentimentalismo. Ni siquiera llegan a rozarlo porque antes el director ejerce de aguafiestas: así, al final de la escena bucólica del parque, un periódico muestra la noticia de la salida de Earle de la cárcel; también, después de hablar Earle con el niño, alguien reconoce al exconvicto; o Velma, después de recobrar su salud, se aparta de Roy sin demasiados remordimientos.[3] Como bien apunta Ricardo Aldarondo (2008, p.173), la hierba que Roy tanto desea se convierte en roca desnuda al final de la película (fig. 5.4 y 5.5).
La ambigüedad y dualidad del carácter de Earle se refleja en todos los aspectos de la película. La fotografía en blanco y negro cobra todo su valor expresivo: el vestuario de Earle, de oscuro sobre blanco va en ese sentido; también el cabello negro sobre canas es adecuado y además sirve para subrayar el carácter crepuscular de la cinta cuando el protagonista es un gánster cansado de su oficio, que se lamenta de que los buenos tiempos hayan pasado. La ambivalencia del gánster-con-el-lado-bueno provoca que la película se aleje del maniqueísmo habitual de los años treinta y se introduzca de lleno en el cine negro.
Leer el capítulo desde el inicio.
[1] Mount
Whitney es la cima más elevada de Estados Unidos con 4.420 metros de altura.
[2] La
rehabilitación de los que han llevado una mala vida es un elemento presente en
el cine de Walsh desde el principio. Pensemos en la citada Regeneration, aún muy lejos del cine negro por su mensaje
cristiano, por la muerte de la protagonista para salvar el alma del gánster.
También en la primera versión de Sadie
Thompson, donde Gloria Swanson se ve obligada por el reformista Lionel
Barrymore a cambiar de actitud; o, incluso, en Klondike Annie (1936), parodia al servicio de Mae West donde la
célebre actriz cómica escribe sus propias líneas de diálogo en una cinta que
comienza como amante en ambientes exóticos, como prostituta de lujo, para
terminar como hermana en una misión del ejército de salvación.
[3] El
rechazo de Velma era mucho más crudo en el guión original, pero Burnett al
final tuvo que ceder ante Hellinger que no quería un castigo tan duro al
personaje interpretado por Bogart. Algo resentido, William Burnett llegó a
opinar que le gustaba más el libreto del remake
que hizo Stuart Heisler en 1955: I Died a Thousand Times, con Jack Palance y Shelley Winters; si bien, el escritor
reconoció que High Sierra era mejor
visualmente porque “Raoul Walsh did a hell of a job (hizo un trabajo
increíble)” (Burnett citado en Moss 2011, p.197). Para Nöel Simsolo, el remake de Heisler posee una “negrura
romántica menos cautivadora que el original, pero con una sequedad distante que
salva el proyecto de caer en una copia vulgar” (2007, p.329).
domingo, 16 de mayo de 2021
EL AUTOREMAKE EN EL CINE. CAPÍTULO V (II)
Los años
treinta transcurrieron para Walsh entre irregulares comedias, flojos musicales
y películas en su mayor parte para olvidar, realizadas para diferentes
estudios. Todo cambió al final de la década, cuando la firma de un contrato
para la Warner Brothers supuso el inicio de su mejor etapa como director, la
que abarca los cuarenta y el inicio de los cincuenta, en la que nos vamos a centrar:
Como solía ser
habitual en la Warner, Walsh fue uno de los últimos en unirse a la producción
de High Sierra. El director llegó
cuando la mayoría de las decisiones acerca del guion y del casting estaban ya tomadas por los responsables de los distintos
departamentos. Todos supervisados en teoría por el “gran jefe”, Jack Warner y,
en la práctica, por su mano derecha, Hal Wallis.[1]
La operación para hacerse con el copyright de la novela en la que se basa la película se inició mientras Walsh estaba rodando su filme anterior, La pasión ciega (They Drive by Night, 1940). El autor del texto, W.R. Burnett,[2] había conseguido en tan sólo dos semanas hacerse con el premio al libro del mes. Warner pensó que con la garantía del escritor de moda el éxito estaba asegurado siempre que encontrasen un guionista para llevarlo a cabo y un intérprete taquillero. Wallis asignó a Warren Duff para el libreto y eligió a la estrella del estudio, Paul Muni, para el papel protagonista. Ninguno de los dos acabarían trabajando en el proyecto. El primero, porque le puso tantas pegas a la historia[3] que acabó siendo sustituido por John Huston, por entonces guionista del estudio, gran admirador de la obra de Burnett y entusiasta con el proyecto. En sintonía con Huston se encontraba el que a la sazón sería productor asociado de High Sierra, Mark Hellinger, una adquisición personal de Jack Warner que siempre se sintió fascinado con el escritor desde el principio.
Hellinger era un periodista que se conocía al dedillo el mundo del hampa y tenía la misma visión liberal que defendía la compañía, en consonancia con el New Deal de Roosevelt. Digamos que si Wallis era el ejecutivo, Hellinger era el alma, el promotor de la óptica de denuncia social de la que hacía gala el estudio. Además, conocía a Walsh con el que había trabajado en dos largometrajes: indirectamente en el debut —y primer éxito— del director en la Warner, Los violentos años veinte (The Roaring Twenties, 1939), cuyo argumento se basaba en una historia original de Hellinger; y más estrechamente en La pasión ciega, donde Hellinger ya ejercía de productor asociado.
Las
dificultades para conseguir el guionista se quedaron en nada en comparación con
los problemas por los que tuvo que pasar Wallis para encontrar al actor
principal. Paul Muni se aprovechó de su condición de estrella para hacer un
trato con Jack Warner: él haría el papel si le garantizaban una película sobre
Beethoven. Ambos aceptaron con la boca chica, porque ni Warner quería hacer el biopic ni Muni estaba para más
gánsteres. El primero no pensaba cumplir su palabra, y el segundo boicoteaba
una y otra vez los borradores que le presentaba Huston de tal forma que Wallis
tuvo que contratar al mismísimo Burnett para colaborar en el guion. Cuando Muni
se enteró de que el estudio pasaba de su propuesta sobre el músico, no sólo
rechazó el papel sino que rescindió el contrato con la major.
El siguiente candidato para encarnar al protagonista de High Sierra fue George Raft, un profesional menos importante que Muni, pero muy taquillero como lo había demostrado con La pasión ciega, donde daba la réplica a una excelente Ida Lupino. El deseo de Wallis de que la pareja repitiera éxito con el mismo equipo, es decir con Walsh de director y Hellinger de productor, se quedó pronto truncado cuando Raft, sorprendentemente, rechazó el papel. Ni siquiera la intervención directa de Walsh surtió efecto: el director fue a su casa para convencerlo de que cambiara de opinión, pero el actor no quería participar en una película en la que su personaje muriese al final.[4]
| Humphrey Bogart y George Raft en "La pasión ciega" |
Al tiempo que se sucedían
estas intrigas, el verdadero interesado, Humphrey Bogart, no hacía más que
insistir en que era el adecuado para el papel. La multitud de telegramas y
mensajes que Bogart puso a Wallis y a Warner, más el apoyo incondicional de
Hellinger y de Huston,[5] fueron al final determinantes
para que Bogart se alzara con el personaje y para que, definitivamente, arrancase
su carrera como estrella de Hollywood.
Leer el capítulo desde el inicio
[1] Jack
Warner era el presidente de la compañía, un trabajador nato, pero, como dice
Juan Luis Álvarez, “era consciente de sus inconmensurables lagunas culturales.
Para rellenarlas estaba Hal Wallis, su jefe de producción. Listo como el hambre
[…]. Estaba al tanto de todo…” (2007, p.37). Para John Huston, Wallis era el
hombre que realmente dirigía la Warner Brothers: “…no hay nadie que tenga su
combinación de imaginación y capacidad directiva.” (1998, p.102).
[2] Walsh
acababa de realizar un western basado
en otra novela de Burnett: Mando
siniestro (Dark Command, 1940). Antes
de publicar “High Sierra”, Burnett había escrito varias novelas, entre ellas,
“Little Caesar”, y había colaborado en varios guiones, como en el de Scarface. Ambas películas fueron
llevadas a la gran pantalla por Mervyn LeRoy (1931) y Howard Hawks (1932),
respectivamente, para convertirlas en dos obras maestras del cine de gangsters.
[3] Según
Marilyn Ann Moss, Duff pensaba que la trama era absurda, que sólo se salvaba el
último tercio y que el resto sería blanco fácil para los censores (2011, p.89).
[4] Sobre
el rechazo de Raft hay varias teorías: en primer lugar, los que opinan que es
una consecuencia directa de la intervención intencionada de Humphrey Bogart
cuando el actor convenció a Raft de que el proyecto estaba “más que sobado, que
sólo lo querían para salvar algo que ya estaba tocado y hundido” (Álvarez 2007, p.70). También los hay que abogan
por la teoría de que Raft prefería seguir acumulando ganancias con la promoción
de La pasión ciega (Moss 2011,
p.191).
[5] A Hellinger le gustaban dos cosas en especial: “los gánsteres y Bogart” (Álvarez 2007, p.62). Para Hellinger, Bogart era el único actor que había captado la esencia de los gánsteres. Ambos habían entablado amistad en el rodaje de It All Came True (Lewis Seiler, 1940), donde Hellinger hacía de productor. Por su parte, Huston conoció a Bogart cuando coincidieron en The Amazing Dr. Clitterhouse (Anatole Litvak, 1938), aunque donde verdaderamente se hicieron amigos fue en High Sierra; una amistad que duró toda una vida.
lunes, 15 de octubre de 2018
ÁNGELES CON CARAS SUCIAS (Angels with Dirty Faces de Michael Curtiz, 1938)
Ver ficha de Ángeles con caras sucias.