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domingo, 7 de septiembre de 2025

ARMAS PARA EL CARIBE (L'arme à gauche de Claude Sautet, 1965)

Casi siempre en ambientes urbanos, el polar (cine negro francés) se prodigó poco en entornos marítimos, quizás porque los autores de los libros que servían de base a los filmes tampoco lo hacían. Una de las excepciones fue Charles Williams, cuya novela Aground se convirtió en el guion de Armas para el Caribe:


El capitán Jacques Cournot (Lino Ventura) ha sido contratado por Hugo Hendrix (Alberto de Mendoza) para comprar el “Dragoon”, un velero de dos palos propiedad de Rae Osborn (Sylva Koscina). Cuando todo parece indicar que la venta está asegurada, la goleta desaparece; en su lugar la policía encuentra los cuerpos de dos hombres asesinados y las pruebas de que hay tráfico de armas de por medio. Cuando Hendrix también se esfuma, Rae se sincera con el capitán y le confiesa que es la exmujer de Hendrix, que resulta ser un estafador de poca monta. La joven contrata a Cournot para buscar al “Dragoon” al que localizan varado bastante lejos de la costa y muy próximo a un islote... 

Charles Williams fue uno de los autores hard-boiled más afamados y uno de los más adaptados al cine. Hasta una docena de novelas suyas se convirtieron en películas, algunas con el escritor participando directamente en el guion. Como en Armas para el Caribe, sus historias giraban en torno a una mujer de turbio pasado experta en engatusar al héroe de turno. La cinta arranca de esta guisa, pero pronto da un giro, cuando Rae se sincera con el capitán al que encarna el duro Lino Ventura —un actor tan identificado con el noir en Europa como Humphrey Bogart en Estados Unidos—. Quizás debido a la manipulación de los guionistas, entre ellos el director Claude Sautet, la protagonista se muestra desde el principio más en la línea de una joven vulnerable, adicta al alcohol, que de una femme fatale.

Que Claude Sautet fuera elegido para llevar adelante el proyecto de Armas para el Caribe es posible que ahora resulte extraño, dada su trayectoria cinematográfica posterior cuando se dedicó más a los dramas que a los policíacos. La película puede entenderse como una cinta de aprendizaje aunque el cineasta ya se maneja con soltura a través de unos caracteres tan estancados en su vida como la situación en la que se ven envueltos. 



Situación repleta de contrasentidos: un barco que no navega, una isla que no es la costa ansiada, unas armas que no disparan; y en fin, unos personajes sin salida en su vida privada, pero también en la acción cuando tres se encuentran en el barco sin poder navegar y el cuarto, con todas las armas a su alcance, se ve incapaz de revertir la situación desde una isla desierta.

Armas para el Caribe es una cinta realista, un noir insólito, casi un thriller, en especial en el último tercio de la película cuando el villano mantiene a Cournot en el punto de mira al tiempo que éste intenta fondear el ancla salvadora. La secuencia es de una angustia creciente al ver que la puntería del gánster mejora por momentos y las probabilidades de acertar al capitán, cuando éste asoma la cabeza para respirar, son cada vez mayores.

Realizado con la misma pericia de marino que Cournot cuando monta un aparejo de fortuna en su afán de sacar el barco de varada, el filme se encuentra además muy bien fotografiado. La luz del atardecer y la del alba predominan sobre la del día a medida que las cosas se complican. El blanco y negro juega un papel austero en una cinta sobria, sin adornos. Igual que los diálogos a los que no les sobra ni les falta una coma: los justos y necesarios.

Armas para el Caribe nos dice muchas cosas, entre ellas que una isla en el Caribe, unas aguas transparentes y un lujoso velero no son siempre sinónimos de vacaciones y placer.




El post es un extracto corregido para la ocasión del capítulo dedicado a Armas para el Caribe en mi libro: CINE Y NAVEGACIÓN. Los 7 mares en 70 películas





domingo, 25 de agosto de 2024

ACCIÓN EN EL ATLÁNTICO NORTE (Action in the North Atlantic de Lloyd Bacon, 1943)

La Warner, como otras compañías, quiso colaborar con el esfuerzo de guerra desde el momento en que Estados Unidos entró en el conflicto. Para aportar su granito de arena se planteó realizar un documental de dos rollos de duración destinado al reclutamiento de personal para la Marina Mercante. A medida que la guerra iba avanzando, el proyecto también creció. Con el concurso de varios guionistas (entre ellos escritores tan prestigiosos como W.R. Burnett) y basándose en una historia de Guy Gilpatric, que finalmente recibió una nominación al Óscar, la cinta terminó por convertirse en una película importante, sobre todo cuando se anunció la participación de Humphrey Bogart encabezando el reparto (acababa de interpretar Casablanca): 


Joe Rossi (Humphrey Bogart) es el segundo del petrolero “Northern Star” cuyo capitán (Raymond Massey) es un viejo lobo de mar hecho a sí mismo. Cuando el “Northern Star” se dirige a ocupar su puesto en un convoy, es torpedeado por un submarino y se va a pique. El sumergible no se conforma con haber hundido al petrolero, también embiste al bote salvavidas. Rossi, el capitán y el resto de compañeros consiguen subirse a una balsa y resistir once días hasta que son rescatados. Una vez en tierra todos vuelven a enrolarse en otro barco, el “Seawitch”, un mercante ligeramente armado... 

Acción en el Atlántico Norte se divide en tres partes. En primer lugar, un prólogo trepidante, un infierno en el mar con el “Northern Star” ardiendo que se corresponde más con el final de cualquier película bélica que con el arranque. Es un comienzo que persigue el propósito de avisar del peligro al que se enfrentaban los mercantes para que el público lo tenga presente el resto del metraje.


Al arranque le sigue una fase central en la que se presenta a los marineros en tierra y donde el guion acude a las inevitables consignas propagandísticas. Entre ellas las de incentivar el alistamiento; la de concienciar a las esposas que se quedan en tierra de que su sacrificio merece la pena; y la de alertar a la población civil para que no comente en público los movimientos de tropas y buques. De esto último se encarga Bogart en una secuencia escrita para él. Vestido al uso de cualquier noir de los que solía interpretar, acude a un tugurio donde una femme fatale de voz grave canta “Night and Day”, y donde un bocazas se va de la lengua. Ni que decir tiene que Bogie hace callar al irresponsable y de paso se lleva a la rubia.

En el tercer acto, con una estructura de filme completo, la trama narra la nueva misión de los protagonistas: todos han vuelto a embarcar y forman parte de un convoy que se dirige a Murmansk con armamento para el frente ruso. De esta fase cabe destacar el buen asesoramiento naval que permite un tratamiento del guion muy cercano a las operaciones reales. Sólo la última parte se aparta de la realidad cuando el convoy es dispersado y el indefenso mercante se las tiene que ver —¡él solo!— contra un submarino y dos bombarderos. 

A pesar de todo, se agradece la licencia de ficción para redondear una película muy entretenida donde no falta la acción ni la emoción.



El post es un extracto corregido para la ocasión del capítulo dedicado a Acción en el Atlántico Norte
 en mi libro: CINE Y NAVEGACIÓN. Los 7 mares en 70 películas




domingo, 19 de mayo de 2024

PUNTO DE RUPTURA (The Breaking Point de Michael Curtiz, 1950)

La Warner Brothers, fue pionera en los años treinta del cine de gangsters, precursora del noir, y en cabeza en cuanto a crítica social y denuncias de todo tipo de corruptelas. También era una productora acostumbrada a realizar remakes de antiguos éxitos, en especial después de la crisis institucional que se desató a finales de los cuarenta. Una de aquellas producciones fue Punto de ruptura:


En Newport Beach, California, vive el joven matrimonio formado por Harry y Lucy Morgan (John Garfield y Phyllis Thaxter). Harry es un excombatiente de la marina y ahora tiene su negocio propio al que no quiere renunciar. Es el patrón del “Sea Queen”, un yate para pesca deportiva que alquila a los turistas y que maneja con la ayuda de su compañero, el marinero de color Wesley (Juano Hernández). Harry insiste en mantenerse independiente, pero acosado por las deudas tiene miedo de perder el barco. Harry no encuentra otra salida que aceptar un transporte ilegal...

Aunque la cinta es un remake de Tener y no tener, (To have and Have Not, Howard Hawks, 1944) el tratamiento es tan diferente que apenas queda rastro del original. El nombre del protagonista se mantiene y también algunas secuencias (las del arranque, con las imágenes de pesca y con las promesas del cliente de pagar al día siguiente; o las del transporte ilegal, con el amigo que se esconde en el barco en contra de las órdenes de Harry), pero casi todo es distinto. 

El contexto social es el que manda sobre el argumento en las dos versiones. En la primera, el largometraje se convierte en una cinta de propaganda bélica cuando se estrena en plena contienda; sin embargo, en la segunda, el filme se transforma en una película de denuncia social tan oscura como lo era la posguerra, y con el problema de la inmigración ilegal en su seno. Un tema de rabiante actualidad, pero que en absoluto era nuevo en Hollywood cuando James Cruce ya lo abordó en el drama A la sombra de los muelles (I Cover the Waterfront, 1933). 


En Punto de ruptura, Michael Curtiz, el director de la cinta, daba la impresión de que quería despojar a la trama de todo lo que hiciese referencia a la película de Hawks. Para ello, Curtiz filmó el largometraje en exteriores y se acercó a la novela original de Hemingway todo lo que pudo de tal forma que el tema central de la trama era el interés de Harry por mantenerse independiente. 

Todo en Punto de ruptura es mucho más turbio. Hasta el falso final feliz se presenta descorazonador. No hay duda de que la cinta pertenece por derecho propio al cine negro. Contiene la mayoría de los códigos que caracterizan el género: la femme fatale (Patricia Neal); la iluminación de tono bajo, que se vuelve más estilizada cuando se conspira en la trastienda de una casa de empeños, o en el backstage de una salas de fiestas de la Habana. El ambiente exótico, los amigos poco recomendables, la voice over, que narra la historia en flashback, el protagonista excombatiente y con dificultades para integrarse en la sociedad, todos forman parte de los elementos que hicieron grande el noir.

Si Humphrey Bogart es el icono por excelencia del género, John Garfield no le va a la zaga. El actor debutó con Michael Curtiz más de una década antes de Punto de ruptura y protagonizó varias cintas realizadas por el director. Su compromiso con el cine negro iba en consonancia con el interés por la crítica social. Punto de ruptura fue su penúltima película, y prácticamente pasó desapercibida debido a que la Warner se desentendió del actor, acusado de pertenecer al partido comunista (cosa que Garfield siempre negó), canceló toda promoción y evitó gastarse un centavo en publicidad. Al cabo de los años la crítica la redescubrió y la llenó de elogios con toda razón al tratarse de una joya del noir de todos los tiempos. Para algunos mejor incluso que Tener y no tener debido a su realismo y a la excelente dirección de Michael Curtiz. 


El post es un extracto corregido para la ocasión del capítulo dedicado a Punto de ruptura en mi libro: CINE Y NAVEGACIÓN. Los 7 mares en 70 películas




domingo, 6 de marzo de 2022

EL AUTOREMAKE EN EL CINE. CAPÍTULO V (VII)

Los cambios en Juntos hasta la muerte con respecto a El último refugio pretenden enfatizar más el drama, incorporar elementos propios del western e incrementar la acción. Así, la personalidad de Wes McQueen es tan compleja como la de Roy Earle, pero a su actitud de bandido cansado, que añora la granja donde se crió (en 5.12, como en 5.2, Walsh rueda una escena en la que el protagonista habla con un niño que representa su pasado) y deseoso de cambiar de vida, se le une la pérdida de la mujer querida. Walsh cambia los planos bucólicos de Roy al salir de la cárcel por los de la visita que Wes hace al cementerio donde reposa su amada Marta (5.13); y sustituye las pesadillas que Earle tiene con la cárcel con las de Wes llamando a Marta en sueños. 

Pero el drama interno de McQueen no es lo único que se intensifica, también se complica su situación legal: Wes no sale de la prisión por haber cumplido la condena sino que se escapa de ella. El protagonista se coloca al otro lado de la ley desde el arranque de la cinta, y Walsh se encuentra en su salsa desde el principio, dirigiendo con vigor secuencias de acción. En el mismo sentido, el de aumentar el metraje de dichas escenas, el origen de la amistad entre Wes y los granjeros no es fruto de un accidente con una liebre, sino del robo de la diligencia que comparten; tampoco el atraco de Wes y su banda se lleva a cabo en un hotel, sino en un tren en marcha, lo que implica mayor duración de la secuencia y encuadres en continuo movimiento,[1] algunos realmente espectaculares (5.14); y, por último, la secuencia en la que Wes pone orden entre los ladrones se transforma en un tiroteo entre ellos y el propio McQueen. 

Aquí, como en otras escenas, se sustituye lo que amedrenta el personaje que interpretaba Bogart por la violencia más explícita propia del western. Si Joel McCrea no llega a la crispación e intimidación de su antecesor,[2] sí que el conjunto de todos los elementos que Walsh incluye en la cinta consiguen igualar e incluso superar la dureza de la película original. Es el caso de la persecución final que arranca en el andén del ferrocarril con la terrible presencia de los cuerpos recién ahorcados de Duke y Reno (5.15). O el del final, con la pareja de enamorados enfrentándose juntos a la numerosa patrulla del sheriff.

Como en High Sierra, todo lo que sucede en Juntos hasta la muerte va dirigido hacia esa conclusión, la de la muerte de Wes McQueen y Colorado. Desde el comienzo, con el encuentro de Wes con el policía corrupto: “estás marcado hasta la médula”, no dejan de aparecer signos que anuncian el destino fatal. Cantos fúnebres de los indios, huesos de animales en el desierto, la presencia del cañón de la “Muerte”, buitres en el poblado fantasma, el anillo que trae mala suerte ponérselo antes de la boda y la profusión de líneas de diálogo que avisan con demasiada insistencia algo que todo el mundo sabe (el título en español también lo subraya innecesariamente).

El fatalismo de la película y su relación con el cine negro confirman algo que se inició con Perseguido (Pursued, 1947) y tuvo su continuación con Camino de la horca (Along the Great Divide, 1951),[3] ambas de Walsh, y es la aparición de un nuevo subgénero dentro de las películas del oeste, el que algunos han llamado western psicológico. Desde luego, totalmente diferente al western clásico con el que Walsh también se prodigó en filmes estilo Griffith como La gran jornada, Mando Siniestro o Silver River.[4] Este nuevo modo de abordar el género épico americano por excelencia coincidía con la invasión en las carteleras de oscuros policíacos, algunos muy violentos, relacionados con un contexto social de conmoción tras la Segunda Guerra Mundial y su trágica conclusión atómica; y de marginación de los combatientes traumatizados que regresaban del Pacífico o de Europa. Del cine negro, y no de otro, el western psicológico tomó prestadas estéticas, personajes y situaciones.

En Juntos hasta la muerte, Walsh rescata la negrura inherente al personaje de Roy Earle para traspasársela a Wes McQueen; emplea con intención expresionista los claroscuros (5.16); y retrata a los teóricos “buenos” peores que a los villanos. De nuevo tenemos al policía corrupto, pero también al sheriff despiadado, que no duda en linchar a Reno y Duke o torturar con el látigo a Colorado; y a la femme fatale, Julie Ann, que no tiene nada que ver con su antecesora, la minusválida Velma. Wes se siente atraído por Julie Ann porque le recuerda a Marta, una circunstancia que sabe aprovechar el personaje encarnado por Dorothy Malone —a la que preferimos en estos registros de malvada— para intentar hacerse con el botín o, al menos, con la recompensa que dan por McQueen. La obsesión de Wes con Julie Ann y las pesadillas con Marta son reflejos de la irrupción del psicoanálisis en el noir y, por tanto, en el western oscuro que Walsh estaba inventando.

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[1] Virginia Mayo hablaba de la acción en las cintas del director: “él siempre hace que sus películas se muevan, nunca hay un momento aburrido en los filmes de Walsh” (citada en Nott 2005, p.37).

[2] Jack Warner quería a John Wayne para interpretar a Wes, pero la estrella no estaba disponible. Antes de contratar a Joel McCrea se probaron hasta seis actores, entre ellos a Rock Hudson que en aquella época estaba a sueldo de Raoul Walsh. Al parecer, Hudson hizo tan mal la prueba como en su primera película, Fighter Squadron, donde para decir una sola frase fueron necesarias más de treinta tomas y donde, finalmente, quedó fuera de los créditos.

[3] Para Nöel Simsolo, desde 1945 se venían haciendo películas de este tipo, como la excelente Pasión de los fuertes (My Darling Clementine de John Ford, 1946), un western estilizado donde “sus protagonistas tenían características asimilables al cine negro” (2007, p. 138). Para la mayoría de los críticos, fue la película de Henry King, El Pistolero (The Gunfighter, 1950), la que abrió la serie.

[4] Aunque Silver River (1948) es una película del oeste, digamos de aventuras, se nota su cercanía en el tiempo a  las “negras” Perseguido y Colorado Territory. La soledad y ambigüedad del personaje central encarnado por Errol Flynn así lo confirma. Un papel muy diferente al de sus personajes de otras cintas del mismo corte como las dirigidas por Michael Curtiz, Dodge, Ciudad sin Ley (1939), Camino de Santa Fe (1940) y Virginia City (1940), o la realizada por David Butler con colaboración de Walsh, San Antonio (1945). 




miércoles, 27 de octubre de 2021

EL AUTOREMAKE EN EL CINE. CAPÍTULO V (V)

En el cine de Walsh la presencia de las mujeres es fundamental y en la mayoría de las ocasiones son decisivas en el devenir de la trama. Se puede decir que el éxito de la pareja es el gran tema en la filmografía del director. Como Fritz Lang o Nicholas Ray, Walsh ocupa mucho metraje en sus cintas en presentar las dificultades que atraviesan los amantes en un mundo hostil hacia ellos. Más optimista que sus colegas, Walsh suele rematar sus historias con finales felices donde el amor siempre sale triunfante. En High Sierra, sin embargo, el realizador se acerca más a Lang y a Ray gracias a un final tan trágico como romántico. Una conclusión que no gustó al director, pero que no tuvo más remedio que aceptar dado el rígido código de censura establecido que prohibía que el gánster se saliera con la suya.

Como Bogart, Ida Lupino da lo mejor de sí misma en un papel que incluso supera al de La pasión ciega. La relación entre ella y Bogart trascendió la pantalla para convertirse en rumor de romance, en un affaire que, a diferencia del que tuvo el actor con Lauren Bacall en Tener y no tener, nunca llegó a cuajar debido a la enemistad que surgió entre ellos en los últimos días de filmación. La vanidad fue la causa del enfrentamiento: Jack Warner quería que Ida Lupino encabezase los créditos y Bogart deseaba lo contrario.[1] Bogart sabía que llevaba las de perder y la tomó con ella: le hizo la vida imposible hasta que finalizó el rodaje. Tal fue el enfado de Lupino que prometió no volver a trabajar nunca más con Bogart.[2]

Hemos dicho que Walsh poco pudo hacer por variar el casting, sólo en el caso de Joan Leslie influyó algo cuando dirigió las pruebas que se le hicieron a la joven, en realidad una adolescente. Leslie cumplió perfectamente con su cometido interpretando a la egoísta Velma en sus dos vertientes, la de la frágil disminuida física de la primera parte y la de la desagradecida joven del final. Walsh protegió a Joan Leslie hasta el punto de no permitir que se dijeran palabrotas cuando la quinceañera,  “the young lady”, estaba presente (Moss 2011, p.192) y es que Walsh en aquel tiempo tenía una hija de la misma edad.

 A la principal virtud de la película, la gestión de unos caracteres que mantienen la complejidad, la poesía y el fatalismo de la obra de Burnett, se le suman el resto de elementos que hacen atractivo cualquier filme de Walsh. En especial, el vigor narrativo y el ritmo endiablado en las secuencias de acción; ambos muy bien secundados por la fotografía de Tony Gaudio. De la técnica de Gaudio destacan la focalización en los responsables de cada escena, manteniendo difuminado al resto; el elegante movimiento de cámara de lo general a lo particular, o al revés, una constante que se repite en el arranque de cada secuencia; y la estilizada colocación de las luces en ciertas secuencias claves (5.10), todo de acuerdo a las pautas del género. 

Aunque visualmente por lo que más se recuerda el largometraje es por las tomas de la persecución en la ascensión a Mount Whitney (5.11) y por los planos aéreos de la caza en la sierra. Allí, en la cima, la narración con imágenes mantiene la tensión que requiere la trama con la ayuda impagable del gigantesco decorado natural que acentúa la soledad del héroe. Nunca el paisaje fue tan determinante para enfatizar el tono dramático en un noir, algo que era más frecuente en el western. Para Walsh, enseguida veremos, ambos géneros no eran tan diferentes como en un principio puedan parecer.

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[1] Dos eran las razones que esgrimía Warner: lo bien que lo hizo Ida lupino en La pasión ciega, película de la que salió siendo una estrella; y las sospechas del aún tímido Comité de Actividades Antiamericanas acerca de Bogart y una supuesta pertenencia al partido comunista. Algo que se desmintió tras la comparecencia del actor, pero que provocó que Bogart, hasta ese momento poco activo políticamente, fuera con posterioridad simpatizante de los perjudicados por el senador McCarthy.

[2] Y cumplió su promesa, de hecho fue Ida Lupino la que propuso que Humphrey Bogart no participase en su siguiente policíaco: Out of the Fog (Anatole Litvak, 1941).






lunes, 6 de septiembre de 2021

EL AUTOREMAKE EN EL CINE. CAPÍTULO V (IV)

High Sierra no es sólo una película de transición entre géneros, sino la primera película cien por cien noir, la que inaugura el ciclo en Hollywood, justo antes de la que se suele considerar como la pionera: El Halcón Maltés (The Maltese Falcon de John Huston, 1941). Si Huston, en su primera experiencia como realizador,[1] dirige a Bogart en el característico papel de detective, que se repetirá hasta la saciedad en el ciclo negro, Walsh retrata unos meses antes un mundo ambiguo donde los “buenos” no lo son tanto (el policía corrupto; Velma, la teórica frágil adolescente, termina comportándose de forma vulgar y egoísta; los detestables periodistas, etcétera) y donde los “malos” tampoco está claro quiénes son.

En El último refugio la negrura de los personajes va pareja a la fatalidad que los envuelve. La muerte amenaza a Roy Earle desde el arranque de la película, y él se siente precipitado hacia el final sin que pueda hacer nada por evitarlo. A la citada advertencia de Doc se unen un par de signos que anticipan la conclusión como si fueran flash-forwards: la montaña desafiante, que desde los créditos anuncia la tragedia (5.6) y será la particular “cima del mundo” para Earle en el momento de morir, algo que repetirá Walsh con James Cagney en Al rojo vivo (White Heat, 1949);[2] y el perro “Pard”, con el que se encariña Roy a sabiendas de que es una mascota gafe que ha visto morir a sus dueños anteriores (5.7).[3] 

 Pero quizás la señal más clara de lo trágico del filme sea la personalidad del propio Roy Earle, encarnado por Humphrey Bogart. Al tiempo que Earle corre hacia su destino en Mount Whitney, Bogart lo hace hacia el estrellato. Nadie como el actor para interpretar al héroe walshiano solitario y autodestructivo que inicia un viaje sin retorno.[4] Si Hellinger confiaba en Bogart, Huston no se quedaba atrás cuando opinaba que:

“Bogie era un hombre de estatura media, no particularmente notable fuera de la pantalla, pero algo sucedía cuando estaba interpretando el papel adecuado. Aquellas luces y sombras se transformaban en una personalidad diferente y más noble: heroica como en El último refugio” (Huston 1998, p. 110).

A medida que avanza el metraje, el actor se va despojando, poco a poco, del personaje secundario que hasta entonces había interpretado. El matón sin escrúpulos, odiado por el público, consecuente con un villano plano y meridiano en sus acciones, se vuelve complejo, errático y querido por el espectador que al final de High Sierra llora su pérdida.

En el itinerario existencial, el héroe se deja acompañar por Marie (Ida Lupino), la que al final será su amor, alguien, que como él, sólo conoce el escape como solución y que descubrirá que la verdadera libertad se encuentra en la muerte. Walsh va tejiendo progresivamente la historia de amor entre Marie y Roy a base de primeros planos expresivos que van acercando a los personajes (5.8 y 5.9),[5] pero hasta que Velma no rechaza a Roy, éste mantiene un debate interior para decidir si debe quedarse con la joven inválida, que representa el cambio, o si continúa con la huida hacia delante con su compañera de refugio como amante. La atracción que Roy siente por Velma también se puede interpretar como la empatía que siente el expresidiario, que es marginado por la sociedad, por la también desplazada debido a su condición de minusválida. De cualquier forma, el de­sengaño que Roy sufre cuando Velma se recupera despeja cualquier duda: su amada es Marie; y su lugar, ninguno.


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[1] Huston, además de participar en el guión de High Sierra, no se perdía lo que sucedía en el plató, asistiendo casi todos los días al rodaje. Un aprendizaje que seguramente le vino muy bien para su primera película.

[2] Y de la cima de Al rojo vivo, con incendio incluido, a las llamas del final de, por ejemplo, Mando siniestro, con un Walter Pidgeon que anticipa al personaje de James Cagney por mantener una extraña relación edípica con su madre.

[3] Un perrito que era propiedad de Humphrey Bogart y que en realidad se llamaba “Zero”. Las mascotas son otra de las constantes en el cine de Walsh. El director era un enamorado de los animales y siempre que podía los empleaba como elemento dramático en sus películas. Como ejemplo, recordamos al can casi gemelo a “Zero”, protagonista unos años antes del policíaco en clave de comedia, Mi chica y yo (Me and My Gal, 1932).

[4] De nuevo nos remitimos a James Cagney en Al rojo vivo, pero también a Errol Flynn en Murieron con las botas puestas (They Died with Their Boots On) o a Edward G. Robinson en Alta tensión (Manpower), ambas del mismo año que El último refugio. No son los únicos ejemplos de héroe walshiano, hasta las heroínas como el personaje de Ida Lupino en The Man I Love (1947) son similares, y no digamos los protagonistas del ciclo bélico, como el bandido que encarna Errol Flynn en Uncertain Glory (1944), o el as de aviación al que da vida Edmond O’Brien en Fighter Squadron (1948), al que llegan a llamarle, literalmente, “lobo solitario”.

[5] La insistencia de Walsh en los primeros planos irritaba bastante a Hal Wallis y se convirtió en motivo de disputa entre el productor y el director sobre todo a partir de su siguiente película, La Pelirroja (The Strawberry Blonde, 1941). 




sábado, 5 de junio de 2021

EL AUTOREMAKE EN EL CINE. CAPÍTULO V (III)

La colaboración entre Huston y Burnett, impuesta por Muni, fue una bendición. Ambos escribieron un guion que conservaba el espíritu de los personajes del autor, algo que raramente ocurría con las cintas adaptadas de los libros de Burnett: siempre solían dar más importancia a la acción que a la descripción de caracteres. La trama de High Sierra, aquí titulada El último refugio, arranca con la puesta en libertad de Roy Earle (Humphrey Bogart) que sale de prisión gracias a la intercesión de Big Mac, un antiguo compañero que se encuentra muy enfermo. Roy desea vivir tranquilo, pero se siente en deuda con Mac y acepta un último trabajo antes de retirarse: deberá robar unas joyas de un hotel cerca de Mount Whitney.[1] 


El atraco lo tendrá que planear y ejecutar junto a Red (Arthur Kennedy) y Babe (Alan Curtis), dos jóvenes inexpertos, y Marie (Ida Lupino), la mujer por la que ambos se pelean. Roy pone orden en la banda mientras se enamora de Velma (Joan Leslie), una joven minusválida, perteneciente a una familia de granjeros, que ha conocido en el viaje desde la prisión al lugar del atraco. Roy paga la operación que hará que Velma se reponga de su dolencia, pero también provocará su rechazo al ser ésta mucho más joven que él y verse libre para entablar una relación con alguien de su edad. Llega el día del atraco y todo sale mal: en un enfrentamiento con la policía, mueren los dos sicarios; Big Mac también fallece, y con él la posibilidad de vender las joyas. Roy decide huir con el botín hacia las montañas. En el viaje, Marie y Roy se dan cuenta que están hechos el uno para el otro, pero ya es demasiado tarde, la policía les sigue la pista. Al final, la pareja se separa y los agentes de la ley terminan acorralando y matando a Roy en la sierra.

  

Figura 5.1

El argumento de El último refugio se basa ligeramente en la vida del legendario bandido John Dillinger, al que Burnett cambia por Roy Earle —en la cinta, Doc (Henry Hull) conversa con Roy (véase figura 5.1) y llega a decirle que corre hacia la muerte como Dillinger. Roy es un gánster de la vieja escuela que al salir de la cárcel se encuentra totalmente desplazado en un mundo que ha cambiado sensiblemente. Los tiempos de la ley seca, del hampa organizada, ya han pasado y ahora sólo quedan los criminales que actúan de forma independiente como lobos solitarios (“perro rabioso” es el mote que los periodistas adjudican a Earle), que sólo persiguen dar un gran golpe y retirarse de una comunidad que los rechaza. El pesimismo prebélico —“correr hacia la muerte”— presente en otras cinematografías (en especial la francesa) aflora aquí con espontaneidad bajo la batuta de Raoul Walsh, que según algunos autores (Moss 2011) se enfrenta a su película de mayor riesgo por lo profundo de los caracteres. Un director al que se le ha tachado de simple, de no meterse en complicaciones a la hora de tratar a los personajes, en High Sierra hace gala de una habilidad muy presente en su filmografía —rebatimos a sus críticos— en el retrato de alguien tan complejo como Roy Earle. 


El expresidiario lo primero que hace al salir de la cárcel es pasear por el parque. Earle desea ver jugar a los niños y oler la hierba. En una emotiva secuencia, se detiene en el lugar donde nació y habla con un niño acerca del mejor sitio para pescar (fig. 5.2). Walsh sitúa a Roy conversando con su trasunto del pasado, con un pequeño que, de paso, también podría ser el propio director en su niñez. Para Marilyn Moss, el gánster era un personaje muy estimado por el cineasta porque igual que Walsh “recuerda una infancia que pasó hace tiempo y a la que idealiza” (2011, p.194). Añoranza que lleva a Roy a entablar amistad con unos emigrantes que se encuentra en la carretera —en un incidente con una liebre que casi les cuesta la vida (fig. 5.3), claro guiño al siniestro que sufrió el propio Walsh, por el que perdió el ojo derecho y, por tanto, otro signo más de empatía con el personaje. Por la misma razón, la atracción que siente Roy por la joven Velma sólo se explica desde el deseo que tiene el bandido de cambiar de vida y volver a los orígenes.[2]

 

Pero la realidad es bien distinta: Earle se halla metido de lleno en un trabajo oscuro, con unos compañeros deleznables a los que trata con desprecio y dureza. De ahí que Walsh no deje que las citadas secuencias caigan en el sentimentalismo. Ni siquiera llegan a rozarlo porque antes el director ejerce de aguafiestas: así, al final de la escena bucólica del parque, un periódico muestra la noticia de la salida de Earle de la cárcel; también, después de hablar Earle con el niño, alguien reconoce al exconvicto; o Velma, después de recobrar su salud, se aparta de Roy sin demasiados remordimientos.[3] Como bien apunta Ricardo Aldarondo (2008, p.173), la hierba que Roy tanto de­sea se convierte en roca desnuda al final de la película (fig. 5.4 y 5.5).

La ambigüedad y dualidad del carácter de Earle se refleja en todos los aspectos de la película. La fotografía en blanco y negro cobra todo su valor expresivo: el vestuario de Earle, de oscuro sobre blanco va en ese sentido; también el cabello negro sobre canas es adecuado y además sirve para subrayar el carácter crepuscular de la cinta cuando el protagonista es un gánster cansado de su oficio, que se lamenta de que los buenos tiempos hayan pasado. La ambivalencia del gánster-con-el-lado-bueno provoca que la película se aleje del maniqueísmo habitual de los años treinta y se introduzca de lleno en el cine negro.

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[1] Mount Whitney es la cima más elevada de Estados Unidos con 4.420 metros de altura.

[2] La rehabilitación de los que han llevado una mala vida es un elemento presente en el cine de Walsh desde el principio. Pensemos en la citada Regeneration, aún muy lejos del cine negro por su mensaje cristiano, por la muerte de la protagonista para salvar el alma del gánster. También en la primera versión de Sadie Thompson, donde Gloria Swanson se ve obligada por el reformista Lionel Barrymore a cambiar de actitud; o, incluso, en Klondike Annie (1936), parodia al servicio de Mae West donde la célebre actriz cómica escribe sus propias líneas de diálogo en una cinta que comienza como amante en ambientes exóticos, como prostituta de lujo, para terminar como hermana en una misión del ejército de salvación.

[3] El rechazo de Velma era mucho más crudo en el guión original, pero Burnett al final tuvo que ceder ante Hellinger que no quería un castigo tan duro al personaje interpretado por Bogart. Algo resentido, William Burnett llegó a opinar que le gustaba más el libreto del remake que hizo Stuart Heisler en 1955: I Died a Thousand Times, con Jack Palance y Shelley Winters; si bien, el escritor reconoció que High Sierra era mejor visualmente porque “Raoul Walsh did a hell of a job (hizo un trabajo increíble)” (Burnett citado en Moss 2011, p.197). Para Nöel Simsolo, el remake de Heisler posee una “negrura romántica menos cautivadora que el original, pero con una sequedad distante que salva el proyecto de caer en una copia vulgar” (2007, p.329).




domingo, 16 de mayo de 2021

EL AUTOREMAKE EN EL CINE. CAPÍTULO V (II)

Los años treinta transcurrieron para Walsh entre irregulares comedias, flojos musicales y películas en su mayor parte para olvidar, realizadas para diferentes estudios. Todo cambió al final de la década, cuando la firma de un contrato para la Warner Bro­thers supuso el inicio de su mejor etapa como director, la que abarca los cuarenta y el inicio de los cincuenta, en la que nos vamos a centrar:

Como solía ser habitual en la Warner, Walsh fue uno de los últimos en unirse a la producción de High Sierra. El director llegó cuando la mayoría de las decisiones acerca del guion y del casting estaban ya tomadas por los responsables de los distintos departamentos. Todos supervisados en teoría por el “gran jefe”, Jack Warner y, en la práctica, por su mano derecha, Hal Wallis.[1]

La operación para hacerse con el copyright de la novela en la que se basa la película se inició mientras Walsh estaba rodando su filme anterior, La pasión ciega (They Drive by Night, 1940). El autor del texto, W.R. Burnett,[2] había conseguido en tan sólo dos semanas hacerse con el premio al libro del mes. Warner pensó que con la garantía del escritor de moda el éxito estaba asegurado siempre que encontrasen un guionista para llevarlo a cabo y un intérprete taquillero. Wallis asignó a Warren Duff para el libreto y eligió a la estrella del estudio, Paul Muni, para el papel protagonista. Ninguno de los dos acabarían trabajando en el proyecto. El primero, porque le puso tantas pegas a la historia[3] que acabó siendo sustituido por John Huston, por entonces guionista del estudio, gran admirador de la obra de Burnett y entusiasta con el proyecto. En sintonía con Huston se encontraba el que a la sazón sería productor asociado de High Sierra, Mark Hellinger, una adquisición personal de Jack Warner que siempre se sintió fascinado con el escritor desde el principio. 

Hellinger era un periodista que se conocía al dedillo el mundo del hampa y tenía la misma visión liberal que defendía la compañía, en consonancia con el New Deal de Roosevelt. Digamos que si Wallis era el ejecutivo, Hellinger era el alma, el promotor de la óptica de denuncia social de la que hacía gala el estudio. Además, conocía a Walsh con el que había trabajado en dos largometrajes: indirectamente en el debut —y primer éxito— del director en la Warner, Los violentos años veinte (The Roaring Twenties, 1939), cuyo argumento se basaba en una historia original de Hellinger; y más estrechamente en La pasión ciega, donde Hellinger ya ejercía de productor asociado. 

Las dificultades para conseguir el guionista se quedaron en nada en comparación con los problemas por los que tuvo que pasar Wallis para encontrar al actor principal. Paul Muni se aprovechó de su condición de estrella para hacer un trato con Jack Warner: él haría el papel si le garantizaban una película sobre Beethoven. Ambos aceptaron con la boca chica, porque ni Warner quería hacer el biopic ni Muni estaba para más gánsteres. El primero no pensaba cumplir su palabra, y el segundo boicoteaba una y otra vez los borradores que le presentaba Huston de tal forma que Wallis tuvo que contratar al mismísimo Burnett para colaborar en el guion. Cuando Muni se enteró de que el estudio pasaba de su propuesta sobre el músico, no sólo rechazó el papel sino que rescindió el contrato con la major.

El siguiente candidato para encarnar al  protagonista de High Sierra fue George Raft, un profesional menos importante que Muni, pero muy taquillero como lo había demostrado con La pasión ciega, donde daba la réplica a una excelente Ida Lupino. El deseo de Wallis de que la pareja repitiera éxito con el mismo equipo, es decir con Walsh de director y Hellinger de productor, se quedó pronto truncado cuando Raft, sorprendentemente, rechazó el papel. Ni siquiera la intervención directa de Walsh surtió efecto: el director fue a su casa para convencerlo de que cambiara de opinión, pero el actor no quería participar en una película en la que su personaje muriese al final.[4] 

Humphrey Bogart y George Raft en "La pasión ciega"

Al tiempo que se sucedían estas intrigas, el verdadero interesado, Humphrey Bogart, no hacía más que insistir en que era el adecuado para el papel. La multitud de telegramas y mensajes que Bogart puso a Wallis y a Warner, más el apoyo incondicional de Hellinger y de Huston,[5] fueron al final determinantes para que Bogart se alzara con el personaje y para que, definitivamente, arrancase su carrera como estrella de Hollywood. 

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[1] Jack Warner era el presidente de la compañía, un trabajador nato, pero, como dice Juan Luis Álvarez, “era consciente de sus inconmensurables lagunas culturales. Para rellenarlas estaba Hal Wallis, su jefe de producción. Listo como el hambre […]. Estaba al tanto de todo…” (2007, p.37). Para John Huston, Wallis era el hombre que realmente dirigía la Warner Brothers: “…no hay nadie que tenga su combinación de imaginación y capacidad directiva.” (1998, p.102).

[2] Walsh acababa de realizar un western basado en otra novela de Burnett: Mando siniestro (Dark Command, 1940). Antes de publicar “High Sierra”, Burnett había escrito varias novelas, entre ellas, “Little Caesar”, y había colaborado en varios guiones, como en el de Scarface. Ambas películas fueron llevadas a la gran pantalla por Mervyn LeRoy (1931) y Howard Hawks (1932), respectivamente, para convertirlas en dos obras maestras del cine de gangsters.

[3] Según Marilyn Ann Moss, Duff pensaba que la trama era absurda, que sólo se salvaba el último tercio y que el resto sería blanco fácil para los censores (2011, p.89).

[4] Sobre el rechazo de Raft hay varias teorías: en primer lugar, los que opinan que es una consecuencia directa de la intervención intencionada de Humphrey Bogart cuando el actor convenció a Raft de que el proyecto estaba “más que sobado, que sólo lo querían para salvar algo que ya estaba tocado y hundido” (Álvarez 2007, p.70). También los hay que abogan por la teoría de que Raft prefería seguir acumulando ganancias con la promoción de La pasión ciega (Moss 2011, p.191).

[5] A Hellinger le gustaban dos cosas en especial: “los gánsteres y Bogart” (Álvarez 2007, p.62). Para Hellinger, Bogart era el único actor que había captado la esencia de los gánsteres. Ambos habían entablado amistad en el rodaje de It All Came True (Lewis Seiler, 1940), donde Hellinger hacía de productor. Por su parte, Huston conoció a Bogart cuando coincidieron en The Amazing Dr. Clitterhouse (Anatole Litvak, 1938), aunque donde verdaderamente se hicieron amigos fue en High Sierra; una amistad que duró toda una vida.

 



lunes, 15 de octubre de 2018

ÁNGELES CON CARAS SUCIAS (Angels with Dirty Faces de Michael Curtiz, 1938)

La inminente irrupción de un nueva guerra mundial, el pesimismo imperante en la sociedad americana a finales de los treinta, con la crisis aún coleando, el ansia de denuncia social ante la desigualdad y el paro, todo eso impregna de oscuro las últimas películas de gangsters antes de la llegada inevitable del noir; grandes filmes como este que hoy comentamos:


Se trata de un largometraje moralista a cargo de Michael Curtiz, donde se narra la historia de dos amigos de juventud que siguen distintos caminos en la vida (situación que se repetirá en numerosas películas del ciclo negro). Uno se convierte en un célebre gánster, el otro en sacerdote. Nos referimos a James cagney y a su pareja de esa época en la Warner Brothers, Pat O'Brien.

La dicotomía entre los personajes transciende al ritmo de la narración. Cuando vemos a Cagney todo va muy deprisa, se suceden las escenas de acción, o las de aprendizaje hacia los chicos del título (Los Dead End Boys). Cuando O'Brien entra en escena todo se ralentiza y vuelve a la normalidad.


Mención especial tiene el trabajo de un secundario de lujo: Humphrey Bogart, a punto de saltar a la fama; y el de los chicos de la calle, famosos por sus representaciones en el teatro y las apariciones en otras películas como en Calle sin salida (Dead End de Wlliam Wyler, 1937).

En Ángeles con caras sucias, Michael Curtiz demuestra su buen hacer en las escenas que requieren un ritmo rápido, como las del tiroteo o la del acoso final. A destacar también la conclusión. El recorrido de la milla verde de Cagney es espeluznante, más propio de una película de terror que de una de gangsters. El juego de luces sobre su cara hace que su rostro refleje la rabia interior. Lo mismo ocurre en el momento de la ejecución, que no se explicita, pero que se adivina gracias a las sombras de los personajes. Muy propio todo del estilo expresionista aleman de los años veinte, del que era deudor el propio Curtiz.
Magnífica.

Ver ficha de Ángeles con caras sucias.




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