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sábado, 21 de abril de 2012

Ahí va un expresionista



















Toros de Victoriano del Rio y Toros de Cortés -tanto monta, monta tanto-, abecerrados y con edad, novillajos viejos, primero y segundo cinqueños, mientras al tercero le faltaban tres meses para los seis años, sin que por ello impusieran seriedad. Justos de fuerzas, nobles y colaboradores, seis paradigmas del toro moderno. Juan José Padilla: pinchazo, perdiendo muleta y estocada entera, volviendo a perderla (saluda ovación desde el tercio). Estocada hasta la bola (ovación con saludos). José María Manzanares: gran estocada recibiendo (dos orejas). Nuevo estoconazo en la suerte de recibir (dos orejas). Alejandro Talavante: estocada (es obligado a saludar una ovación). Pinchazo y estocada trasera y caída (ovación con saludos).


Como un belmontillo, traspasando a hombros, entre vítores de ¡torero, torero! el umbral de la Puerta del Principe, que ya es como la entradilla de su casa, abandonaba Manzanares la Maestranza. En realidad el único parentesco que guarda Manzanares hijo con la anciana tauromaquia, es éste, que no es despreciable en los tiempos de enfermizo desapasionamiento que corren, el de arrastrar pasiones y arrebujar beligerantes detractores y románticos partidarios en torno a su causa. A Belmonte, o a Domingo Valderrama -que tampoco hay que ponerse excelsos- otra Sevilla taurina, que olía igual a azahar, pero menos a cachuli, también les gritaba aquello de torero, torero, que si fonéticamente, a pesar de la erosión del tiempo, sonaba parecido al clamor manzanarista, poco tiene que ver en su semántica. El torero, torero, de otras épocas, que no por ser antiguas tienen que ser mejores, pero que en esto del toreo suele ser ley que se cumple, era un elogío a la hombría que escondía una venenosa mezcla, el jarabe de la afición, de envidia cainita y devoción quinceañera hacía el ídolo: Qué cojones tiene Domingo, me río de los del caballo del Espartero. ¡Juanito, sólo te falta morir en la plaza!

El torero, torero con el que tan guapamente arrearon a hombros los muchachillos sevillanos a Manzanares, era más una manifestación panegírica adecuada a los tiempos, en los que el torero antes que conocedor, lidiador y matador es artista. En base a esta nueva democracia taurina, que saborea y entiende antes la obra de un artista que plantea que lo real no es aquello que vemos en el exterior, sino que lo que surge en nuestro interior cuando vemos o intuímos algo -gato por liebre, monas por toros-, el diestro alicantino cortó cuatro orejas, dicho sea de paso, a un lote que de pertenecer a una corriente cultural, sería la surrealista. Novillotes con cara de viejos, escurridos de carnes y cómodos de perchas, masas de carne que se movieron durante los tres tercios como corderos que adelantan pasos en la manga del matadero, antagónicamente a lo que en realidad es un toro de lidia. Lo dicho: surrealismo. 

Ambas faenas se desarrollaron por los mismos parámetros: sublimación de la estética a categoría de canon; el bocato di cardinale de asistir al poderío de la churrigueresca, templar con temple lo ya templado de fábrica; el pasito atrás perenne en su recargado destoreo; y esa fatuidad moderna de administrar los tiempos muertos, de torear sin toro, que ahora se da tanto porque los bichos -los que torean algunos sobre todo- salen ya asfixiados, con las fatiguitas de la muerte, cuando se pegan un par de carreras. La casta, que no llega ni al cuarto, también tiene su peso: si entre tanda y tanda a un toro bravo, fiero y vivaz le das dos minutos para que piense, se oriente y se resitúe, estara usted muerto, o por lo menos la que se intuía como bella faena. A los de ayer, les podías dar cinco años para que se saquen la carrera de Derecho, que no se hubieran enterado de lo que va la vaina. 

La tarde discurrió entre sonrisas y lágrimas, como la película. Padilla, la cuadrilla de Manzanares, la plaza abarrotá, la músiquilla del maestro Tejera y la gente feliz, dando palmas por bulerías con las orejas.

Y con cuatro en el esportón -y en los telediarios- iba un expresionista. 



 

miércoles, 4 de abril de 2012

Feria de la (mala) Salud de Córdoba





Torrealta, Cuvillo, Juan Pedro; Ponce, Jiménez Fortes, Manzanares, Morante, Juli, José Luis Moreno, Finito, Padilla y Fandi. Una plaza de primera categoría con una feria de tres festejos de a pie, que son tres festejos que vemos en Don Benito, Olivenza o Cantalejo y en setecientos pueblos más.

Si esto no está muriéndose que venga dios y lo vea.



sábado, 31 de marzo de 2012

Una de carteles


 Uno con sus seis toros como seis soles, con sus hierros bien pintaos, por orden de antigüedad, encima del nombre del valiente, en este caso Sánchez Vara, que no iba a ser de José Tomás o de Manzanares, tótem de la juventud taurina. A 20 euros barba sin excepción, niños, hasta los catorce años, gratis, para que nadie se asuste.




Éste nos vende a un Padilla como atracción de circo, ya que de no ser por el parche, en la vida lo hubieran anunciado en tan pomposa parafernalia. Los artistas, cómo no, en letra bien grande, que gane cuartos el de la imprenta, junto a un 25 euros, en lo que es una engañifa, ya que los precios llegan hasta los 120. En el lugar que debería corresponder al anuncio de los toros a lidiar, ponen unas letras y un número de móvil enorme, que recuerda a esos cartelones campestres que se ven por ahí "se arquila cortijo" o "se bende finca con guarda", y no hay otro hierro y divisa que no sea el triangulo verdegay del Corte Inglés.

sábado, 17 de marzo de 2012

La bacalá nacional

Bacalá en la Plaza de "toros" de Valencia



No digo yo que en otros tiempos no lo hubiera, y no descarto que en estos aún haya goterones errantes de torería por ahí desperdigados, pero esto del arte me parece una bacalá que han reinventao de aquella manera cuatro interesaos para tapar las carencias de tres cuartas partes de la cabaña brava y las vergüenzas, miedos e incompetencias de lo más granado del escalafón, sea quien sea el que ocupa esos lujosos puestos. Para ello no han dudado en provocar el derrumbamiento de los pilares de la tauromaquia, los sabios quehaceres delante del negrito, las maneras clásicas de mandar en el toro, de llevarlo y traértelo, de presentarle la muleta, el dar ese pasito más allá que convierte las femorales, a cada lance, en una ofrenda ritual, que recalifica los sacrificados terrenos de invasión en un altar que eleva al torero, como un dios, sobre el común de los mortales.Torear, leches, que parece que ya nadie recuerda, o no quiere recordar, lo que toda la vida de dios ha sido torear.

En Valencia estamos viendo mucho de esto, de la mentira que se traen con el toreo del bueno, ese que nosepuéaguantá y que aún así, aguantamos como estoicos, pagando como primos, una tarde, una feria y una temporada tras otra, con un arte masacrado por la pena y poco respeto que imponen los toros, cuyo descaste, asola como una puta leucemia, las millones de vetas tocinosas en las que se ha convertido el toro de lidia, y no es sólo la sangre que viene de tal o cual casta, que vistó está, y por desgracia con cada día menos excepciones, que la peste de la nobleza chochona es una mal endémico y generalizado. 

Ayer fueron los garcicumbres, el otro los atanasiardos de Valdefresno, hoy le toca a Zalduendo y mañana será otra, si es que antes no acaba en el matadero, una más de tantas que nos esperan, las que protagonizan, y no muy a su pesar, si no todo lo contrario, que lo hacen con el ganadero sacando pecho y el mayoral grabando con la Polaroid desde el callejón, el triste descenso a los infiernos de un espectáculo estremecedor, selvático y real como la vida misma, a categoría de pasatiempo gore para verduleras fanáticas de todo lo que tenga tufillo a moderno.

No hay crítica, ni crónica, ni telegrama posible al festejo de ayer, fotocopia de antié y de mañana, las tardes se han convertido en monotemáticas, la gente acude al tendido pensando que se van a lidiar doce orejas en lugar de seis toros y los maestros no están muy por la labor de desdecirlos trayendo consigo seis láminas antiguas de la Lidia que ponga al público, en vez de a beber cubatas, a cavilar.

Así, en cuatro líneas, dejamos constancia de como con el toro de carretón, las distancias entre el duro fajador, Padilla, y los finos estilistas, los compañeros, se estrechan, tanto que al jerezano ahora se le ha descubierto un arte, sí, del mismo que nosepuéaguantá, que en veinte años no se le ha visto y que de buenas a primeras, como por gracia del espiritu santo, aparece irremediablemente cada vez que el panaderito se apunta a una merienda de figuras. Al contrario pasa igual, en la escasa medida en la que se arriesgan, que no suele ir más allá de probar el producto de un nuevo semental de su ganadería fetén, cuando Justo, Álvaro o el Juan Pedro de turno, se equivoca y embarca un atún mansito o complicadillo y ahí que vemos tomar el olivo a la mejor cuadrilla de artistas de la historia, dudar al Alejandro Sanz del toreo, y andar aperreado, como un tejela más, al mismísimo Talavante.

Quizás la diferencia no esté en el arte con que se manejan unos u otros; sino en el que demuestran temporada tras temporada sus mentores, esos artistas.


lunes, 5 de marzo de 2012

Olivenza: Tó cumbre

Arjona para Aplausos




















Reivindicación, pero sobre todo, Fiesta. El capitán Juli prepara la guerra. Tres valientes a hombros en Olivenza. Vibrante tarde de toros en el inicio de Olivenza. Tres toreros hablan en el ruedo. El Juli ausencia imperdonable. A hombros los tres toreros por distintos registros. Poder de el Juli, entrega de Perera y profundidad de Talavante.



Ferrera, quince años y cuatro orejas. Animoso Ferrera se hace con la mañana. Un espectacular Ferrera corta cuatro orejas en Olivenza. Zalduendo le brinda a Ferrera un triunfo de cuatro orejas. Ferrera corta cuatro orejas en Olivenza. Zalduendo pone de cara el triunfo a Ferrera. 







Emotiva tarde de gloria. Emotiva y clamorosa tarde de Padilla en Olivenza en su reapariciónHéroe Padilla abre la puerta grande . Cosas que sí regresan. Padilla, puerta grande en Olivenza, culmina su victoria. Todos los toreros sacan a hombros a Juan José Padilla en su reaparición. La fuerza íntegra del Ciclón ciclópeo de Jérez. Padilla, más héroe que nunca. El ciclón Padilla se hizo huracán.




 
#volviópadilla por burladero_es





Olivenza. La Fiesta del multiorgasmo.  La máxima expresión del jíji-jájá, que es a los toros lo que el tiki taka al fútbol. Orejismo, poco toro, un cero a la izquierda el rigor y todos tan contentos. Me alegra mucho que miles de aficionados, los matadores, los de la plata, los piqueros sobre todo, los veterinarios, los famosos -que sería una figura sin su famoso que la acompañe-, la autoridad, los revisteros, en fin, las variopintas castas que forman la jungla taurina, hayan estado tan "agusto". A unos cuantos amigos que tenía por allí, aprovecho para mandarles a través del blog, que todavía es gratis, un mensaje no sea que con las prisas y la euforia me hagan alguna trastada: tranquilos, que no va a hacer falta que me reserven entrada para el año próximo, que esa no es mi Fiesta. 

La mía es mucho más aburrida y de andar por casa, seguramente un coñazo en el que nadie es capaz de estar cumbre tres veces al día, ni de ir al baño a hacer sus aguas mayores antológicamente y en la vida he visto un cantaor dedicarle un ripio a uno de los que a mi me gustan. Habemos gente pa tó, lástima que Toros sólo pa unos pocos.


 

martes, 24 de enero de 2012

Elogio de un par




 Si a algun desdichado funcionario, de esos que abarrotan los ayuntamientos como arenques en sus cajas, a los que apenas les llega la soldada para tener un bemeuve para cada día de la semana, le hubiera dado por llevar a cabo la elaboración de un censo de atriubutos del macho ibérico, ahora tendríamos, como nación puntera en la OTAN, un registro de adn español que ya quisiera para sí mismo el FBI. Un inventario que mostraría el retrato robot del PIB que esconden las braguetas del pueblo llano. Que podrían ser luciendo pelambreras, como un rabino judío; perriflaúticos, de huesecillo aceituna, deshidratados y ecológicos; esféricos, como balones de reglamento; colganderos, al estilo talibán; electromagnéticos, cuando tienen el poder de atraer todos los golpes ; fachas, que cargan a la derecha, republicanos si cambiamos de bragadura; perezosos, con tendencia a ponerse cuadraos; los hay también pelaos, por veteranos; moraos, cuando son más frioleros; altilocuentes, como los de Trillo, a los que azuzaba en el ardor del Congreso; los afro, tipo Valderrama, que fue lo más cerca del Pichichi que jamás estuvo Michel; diplomáticos, cuando no hay uno más alto que otro; si llevan la ingle brasileña, dandys; santísimos, cuando el propietario hace gala de extrema tozudez; y así hasta un amplio volumen de procederes íntimos que requerirían para su archivo más tomos que el Cossío.


Los nuestros, no los míos, tampoco los suyos, lector, sino a los que rindo este sentido homenaje, y ante los que si se encuentra por la calle y es capaz de reconocer, con su emporio de gallardía, deberá postrarse a su paso, como si estuviese ante la Reina Isabel II de Inglaterra, son la envidia de la cuadra de caballos del Espartero, por lo grandes y recordados, se entiende, y azabaches, negros por el humo de mil batallas, convertidos en blasón de escudo heráldico de la campiña jerezana, símbolos perennes de este terruño cainita llamado España, estandartes que las generaciones del siglo veintiuno deberán recordar, junto al casco de Alonso, la raqueta de Nadal, la boina de Iniesta y la barba de manifestante de CiU de Gasol, como las que fueron señales de esperanza y desarrollo de una época tenebrosa.

Borradas fueron, por tan inseparable pareja, las ideas de la cabeza del mozalbete hijo del panadero, que fue apartado de las pesadillas nocturnas en las que los molletes se le revolvían como leones, mientras, desde la vitrina, una pistola de pan lo amenzaba con convertirlo en JuanJo -Huanho en gadita-, otro aburrido y común mortal, para introducirlo en la ensoñación de matar toros de casta brava, al confuso resguardo de la paradójica paz de la alimaña, arrojado a la barroca espiral del miura que se muerde la cola, y que vuelve a salir por chiqueros una tarde tras otra, como un funesto día de la marmota, sin que el antiguo panadero, amasador de sueños, pagase tributo a la gloria con la renuncia a su forma de ser.

Y ya lleva el trío, el par de dos y el Ciclón, diecisiete años de alternativa; diecisiete años corriendo la pólvora por las venas del lidiador, canjeando cada resuello delante de un bicho maldecío por una explosión de azares y verdades; diecisiete inviernos tentando en esas fincas donde las vacas son belcebús y la arena es azufre; diecisiete años con claros y oscuros, que nadie es perfecto, en los que se han mezclado, como en botica, las mejores esencias silvestres que se puedan recolectar en el prado de la torería, con una amplia gama de lavativas y laxantes que a más de uno, y de dos, han hecho cagarse en la madre que parió a Panete; diecisiete otoños plegando los chismes, afilando los extenuados aceros, zurciendo las telas ajadas, cambiando tres, cuatro, cinco, seis bolitas de lado del alambre de ese espantoso ábaco con el que los toreros llevan las cuentan de las cornás.

En Zaragoza, uno de Ana Romero, con cargo de aristócrata, Marqués, e intenciones de bellaco, en un imposible tercio de banderillas, les selló el visado hacia los terrenos de la Parca. Tras unos dimes y diretes con la dama de la guadaña, que si vente pa'cá, que ya son muchas visitas y nunca pasas de la puerta; que no que todavía es pronto y no me corre bulla, ecétera, y sólo un trimestre después, que es el tiempo que tarda un escolar en aprenderse la mitad de los reyes godos, ahí los tenemos, otra vez en la batalla, con ese parche en el ojo, que lo mismo tapa la herida que entierra las tirrias y rencores de sus viejos detractores -entre los que me hayo-.

El día cuatro, en Olivenza, bajo la clausura y la epidemia de murria que proporciona al coleta el patio de cuadrillas, y un rato antes de volver a enfrentarse a la bicha, Juan José Padilla llevará a cabo la faena de aliño con la que todo el que haya visto las orejas al lobo ha soñado: situado en el centro de la suerte, las zapatillas clavadas al suelo, el compás abierto, la pata pa'lante, el mentón hundido en clavícula, las manos, en ibérico procedimiento, como un folklórico macho español, agarrándose la taleguilla, dándole bamboleo a los dedos como Curro arte a la capa, citará a la muerte, que aunque con el Ciclón ya tiene resabio, estará allí, de guardia como siempre, y cuando la tenga enfrente, en el mismísimo hoyo de las agujas le espeterá, como media lagartijera, un 

¡Por mis cojones!





jueves, 20 de octubre de 2011

Padilla vive, la Fiesta sigue...

Toreros de Cultura




Menuda cara de gilipollas que se le queda al aficionado viendo la mariconada de cartel en el que se anuncian nuestras figuras en el cachibache ese de Quito, donde los toros serán finiquitados a balín y pistola por carniceros en un matadero rodeados de cabritos, gallinos y cochinos. Los ves ahí, sonrientes, con un fondo rosita, y sus nombres escritos en letritas muy lindas, que en vez de tres matadores de toros parecen tres novelas de Corín Tellado. Talavante, Abellán, Castella, Fandi, Ponce, Fandiño, David Mora y hasta Ruíz Miguel, con lo que ha sido, se apuntan, por cuartos, por que otra cosa va a ser, a la parodia de un rito, a la burla de un arte que nunca ha estado más desapegado de la verdad que ahora. Con sus actos, subvecionan moralmente a todos aquellos que intentan enterrar la tauromaquia, y de paso, cultivan en el resto de la sociedad la idea de que sí que puede haber corridas de toros sin muerte, y que de ahí también puede salir "arte".



Torero de Interior


Contrasta todo tremendamente con las imágenes de Padilla saliendo del hospital. Con la fortaleza de ese hombre pálido y enjuto que vagamente recuerda al turbulento Ciclón. El rosa, y las letras moñas, aquí se han sustituido por cicatrices de guerra, por la ceguera de un ojo, pero también por el cariño y la admiración de todo el mundo, que esto es serio, señores. La verdad está aquí, con tantos Padillas que se juegan la vida sin mentiras durante muchas tardes, con hierros que están destinados a perderse en el recuerdo de los tiempos gracias a la asquerosa moto que quieren vendernos con el artista de piloto y el torito de copiloto.


El slogan que se han inventado para el putiferio quiteño reza que "la feria vive... la Fiesta sigue..." No pueden estar más equivocados. La solución, es otra: con más tíos como Padilla, siempre habrá un hálito de esperanza para el toreo. Y si no, pues ya se está viendo lo que hay.

Padilla vive... la Fiesta sigue... #fuerzapadilla


miércoles, 12 de octubre de 2011

El hombre sin miedo, por Chapu Apaolaza




Chapu Apaolaza


Si algún director de cine rodara la película sobre la vida de Juan José Padilla, la banda sonora no sería 'Martín Agüero', ni 'Nerva', ni 'El gato montés'. Nada de pasodobles: para descifrar a Juan hay que pinchar 'Walk on the wild side', de Lou Reed, a todo volumen. Solo así se entiende el paseo por el lado más salvaje de la vida que un día decidió emprender el hijo de un panadero de Jerez, un tipo que más tarde se pasó por la barriga la muerte, el destino y los cuatro jinetes del Apocalipsis con caballo, lanza, casco y armadura. «Solo tengo miedo a defraudar», le soltó en 2004 a este periodista en el sillón de su casa de Sanlúcar, con su pequeña Paloma jugueteándole en las rodillas. Desde entonces cumplió el compromiso asesino que firman solo algunos toreros con el triunfo y con la gloria, un camino difícil sembrado de cristales que lo ha llevado hasta la cama del hospital Miguel Servet de Zaragoza, en la que está postrado después de que un toro le sacara un ojo y media cara de un pitonazo contra el suelo. «Evolución incierta», dice la doctora y la lógica manda que pierda la sensibilidad y el movimiento en el lado izquierdo de la cara y la visión en el ojo. Y el torero se vuelve a pasar la razón y al equipo médico por el Arco del Triunfo. Toreará «con parche» si es preciso. No es la primera vez que le ocurre. El viacrucis de Padilla por las enfermerías y los quirófanos comenzó hace 35 cornadas, mucho más de lo que cualquier cuerpo y mente podrían aguantar. 
 
Uno de los primeros 'tabacos' gordos se lo llevó de novillero en Arcos de la Frontera (Cádiz), cuando un toro le partió en dos el muslo. Ese fue el arranque de la canción salvaje de Padilla. El doctor Julio Mendoza, cirujano taurino de Jerez, descubrió que en la enfermería no podía operar y tuvo que trasladarlo en ambulancia a la ciudad. «Yo estaba muy asustado, pero todo salió bien». Aquel primer encuentro se repitió muchas más veces. A Mendoza (48 años con los guantes puestos), el torero le ha querido como a un ángel de la guarda y le ha engañado como un adolescente vacila a sus padres un sábado noche. Más de una decena de veces le ha hecho la misma jugarreta, siempre con la fe ciega y la obstinación irracional y desesperada de reaparecer. «Quedábamos pasado mañana para hacer una cura y de pronto se iba a torear con los puntos puestos y reaparecía vaya usted a saber dónde». Después llamaba alguien al doctor, nunca él, con la excusa de que el torero se había levantado bien. Al final lo curaba, pero si más tarde lo volvían a coger, se escapaba de los hospitales con el cuento de que en Jerez esperaban las manos sabias de Mendoza que le echaba unas broncas de órdago. Si la cosa se ponía fea y no le ofrecían ambulancia, Padilla, padre de dos hijos y marido de la bella Lidia, salía en el coche de cuadrillas con el gotero recién arrancado. Después, en la casa de Las Jaras, en Sanlúcar, un chalet con cabezas de toros y fantasmas con pitones paseándose por los pasillos, se levantaba la pantaloneta y enseñaba los muslos cosidos a cornadas y las trincheras en los músculos, el mapa de una carrera taurina en la que nadie le regaló nada: ni el toro, ni los despachos ni la prensa. Toreó en la cara oculta de la luna, lejos de las orgías artísticas de las figuras, allá donde los triunfos se pagan a sangre y fuego. 
 
El más grave de esos descosidos se lo hicieron en 1999 en Huesca, en la barriga, y lo destrozó por dentro. Pronto tomó las de Villadiego y apareció en Jerez doblado por el dolor y la fiebre. El drenaje no funcionaba y estaba al borde de la infección severa, con un abceso en el intestino. «No quería sueros, así que tuvimos que ponerle un tratamiento oral. Le limpiamos con un catéter engañado y así pudo mejorarse. A los días, reapareció. Tiene una fortaleza muy grande, por eso sale pitando de los hospitales. Una persona normal, con la mitad de sus lesiones estaría en una silla de ruedas». 
 
Debajo del traje de luces, Padilla ha vestido suturas, drenajes y todos los artilugios ortopédicos posibles. Fuera, al hijo del panadero solo se le veían las patillas, la sonrisa, la mirada loca de los toreros locos, los vestidos de dibujos extraños y las monteras al estilo de Paquiro y los toreros románticos de hace dos siglos. En ellos reconoce quizás el impulso descabellado de triunfar o morir, como cuando en abril de 2001 se fue a portagayola de la plaza de Illumbe en San Sebastián. En el pase, el pitón le entró, en un golpe seco, por debajo de la clavícula y salió por detrás de la nuca, del otro lado del cuello. Lo llevó por todo el ruedo prendido del asta, hasta que lo puso en órbita, el capote y las zapatillas tiradas en el suelo, inertes. «Me ha matado», gritaba al entrar en la enfermería. 
 
Cuando el doctor le metió los dedos y comprobó que todo estaba en su sitio, le dijo: «No tienes nada» y saltó de la camilla. El equipo médico tuvo que hacer una barricada en la puerta para que no saliera a matar al toro. Le convencieron para infiltrarlo, lo sedaron y operaron a traición. A los pocos días, reapareció en Santander como un espectro. 
 
Tres meses después, un 14 de julio de tormenta sanferminera, entró a matar y el pitón le volvió a partir el cuello, y una vértebra. Esta vez, el que quedó en el ruedo era él, boca arriba, con los ojos abiertos y los brazos ligeramente doblados hacia un cielo de escalofrío que rompió en un chaparrón histórico. Sonaron los móviles, temieron lo peor. El doctor Ángel Hidalgo, acostumbrado a lidiar con los corneados de los encierros, confesó que esa era una de las heridas más graves que había visto en su mesa de operaciones. Mendoza es aún más gráfico: «Sobrevivir a dos cornadas en el cuello es como sobrevivir a un rayo».
Y Padilla, eterno Lázaro del toreo, regresó del túnel por el lado más salvaje. El 25 de agosto mató seis Miura, seis, en Bilbao. Días antes, había vuelto a San Sebastián. «¿Cómo estás?», le preguntó este reportero en el patio de cuadrillas. «Aquí, con el mismo traje -el de la cornada-», sonrió. 
 
 
Una mente poderosa 
 
«Una persona cualquiera sometida a este nivel de estrés tendría que estar ingresado y necesitaría la ayuda de un profesional para salir adelante», admite el psicólogo granadino Juan Francisco Delgado. Son de otra pasta, «mental y físicamente». En otro paciente, una lesión como la de la cara habría dejado secuelas en forma de ansiedad, miedos a enfrentarse al toro, de volver a la plaza, fobias diversas... Juan ya quiere regresar al ruedo aunque sea con parche. Paradójicamente, en el caso de los toreros, «enfrentarse a esas situaciones les ayuda a superar el miedo», detalla Delgado. 
 
El valor, de todos modos, tiene un límite. El cirujano Julio Mendoza precisa que la pérdida de la visión de un ojo limita «la percepción de distancias y volúmenes y de la aproximación de los objetos», tres nociones fundamentales para entrar a pie en el hotel de los toreros. 
 
Más milagros. En 2005, Padilla volvió a llamar a las puertas del cielo y de la suerte... y le abrieron la segunda. Pasó en Dax (Francia), cuando le dieron una cornada seria en un muslo. Cualquier otro hubiera pasado una semana a base de sopa de hospital; Juan saltó de la cama y al día siguiente estaba toreando en la plaza francesa de Béziers. Más tarde entró en los carteles de Bilbao y en San Sebastián indultó a un Victorino. Con ese historial, los amigos de Juan saben a ciencia cierta que se pondrá delante de un toro de nuevo, con parche, garfio o pata de palo. Otra cosa es cómo saldrá el experimento. Cosa de cábalas. Por ahora, bastan las caricias y los susurros de Lidia, los niños al teléfono y el descanso merecido del hombre de hierro.

domingo, 9 de octubre de 2011

Menos que una vaca, por Gistau





El Mundo



LA PERIODISTA Julia Otero suele decir que no entiende cómo la misma persona que va a los toros luego puede abrazar a sus hijos con cariño. No te cuento si el que va a los toros es para matarlos. Tan sorprendente, ¿no?, como enterarse de que en los einsatzgruppen de las SS había exquisitos melómanos y doctores en filosofía que al terminar la matanza se invitaban a té. Estaríamos ante un estereotipo que deshumaniza al taurino hasta el punto de considerarle incapaz de sentir amor por sus propios hijos, como si lo lógico fuera que les infligiera el mismo trato que el del toro recién aplaudido en la plaza, corte de orejas incluido. Total, se empieza comprando una entrada para los toros y, por pura inercia degenerativa, se acaba practicando la antropofagia con escolares robados en el parque e incluso votando al PP.

Admito el matiz demagógico si ahora propongo a la señora Otero sorprenderse aún más con el rasgo de humanidad de un taurino de acuerdo a la siguiente información: según testimonios, el torero Padilla, mientras era transportado en volandas con la cara destruida y el ojo fuera de su órbita, además de «¡No veo!», dijo «¡Mis niños, mis niños...!». El relato obliga a sospechar que, en ocasiones, Padilla puede incluso haber sido capaz de abrazarlos, aun dedicándose profesionalmente a matar toros. ¿Resulta que el monstruo toca el piano?

La escalofriante cogida de Juan José Padilla ha vuelto a destapar un fenómeno del cual Julia Otero por supuesto no es culpable, pero que sí perfecciona con maldad, con sorna cruel, su aberrante estereotipo. El torero tan definitivamente cosificado que su desgracia se festeja como una revancha del toro. Los animales hablan, como nos enseñó Disney, y preguntan por su mamá. De los taurinos sorprende que tengan síntomas de humanidad, y en todo caso éstos no han de interrumpir el festival del humor que nos inspira su atroz dolor de torturador con el que se ha hecho justicia. Hasta hace poco, y aun comprendiendo el rechazo a las corridas, la exageración del argumentario animalista que a uno le revolvía era la elevación del animal, no ya a mascota urbana, sino a categoría humana, igualado hasta en derechos.

Es obvio que las cosas están ahora peor, cuando se hace necesario vindicar al hombre, incluso al taurino, que ha sido degradado a una condición inferior en la que no merece ni siquiera la misma compasión que el toro. Ni siquiera cuando lo sacan de la plaza con el rostro triturado y el ojo fuera de su órbita. Que sí. Que abrazan a sus hijos. Y si les pinchas, sangran. Y no merecen ser víctimas de una inversión de valores tan delirante como para que su vida no valga la de una vaca.

América
























"No me quitéis ninguna corrida de América"




sábado, 8 de octubre de 2011

Padilla. Una vida entre dos orillas. Como Caronte.

Padilla en Pamplona con Miuras, en una de sus victorias sobre la vieja de la guadaña

















Padilla es la sonrisa del hombre que vive acampado al filo de la navaja. Legionario romano al paso marcial de los jaleos de Jerez. Un tipo sin fisuras, hecho de una sola pieza que no deja indiferente a nadie. Misterio pendenciero de un hombre pegado a unas patillas, que diría Quevedo. Un héroe con espiritu de boy scout capaz de matar la camada cinqueña de Miura con su navaja suiza. Un ciclón que, como buena tormenta tropical, deja huella imborrable a su paso: a veces desertiza, otras arrasa. Maestro que se equivocó de época al nacer, por hacerlo un siglo tarde perdió un reino al sur de Despeñaperros, aunque en el norte ganó trato de Lehendakari. Ahora, al tatuaje de torero que le hizo un tatuador de Zahariche en Pamplona, le va a sumar otro parche en el ojo, distintivo de jerarquía como pirata de los mares, su otra gran pasión. 

El bueno de Juan José, al que nunca aguanté como torero, ha vuelto a esquivar la parca. Parece Caronte, el barquero que por un óbolo cruzaba de orilla a las almas errantes, de la costa caribeña de la vida al fondeadero de la muerte, y al que unos pintaban como demonio alado y otros como un viejo desaliñado con ropajes extraños. Quizás Padilla tengo algo de eso, de picardía de diablo y del saber de viejo estrafalario, por cojones curado de espanto. Tal vez la explicación a sus aventurados viajes reside ahí: en la chulería de ver como en cada uno de ellos coloca la guadaña al cuello de la afición del más pintao. En sentirse dueño de dos mundos. En ponerselos por montera. 

Fuerza, Padilla.

Fuerza Padilla














*Última hora: 02:46: Acaba la operación. Es pasado a la UVI aunque su vida no corre peligro. No son buenas noticias, es practicamente seguro que perderá la visión en el ojo afectado y tiene parálisis total facial al verse nervios afectados -arrancados-.

23:55. Patricia Navarro, de la Razón, afirma que los doctores creen que aún puede salvarse el ojo. Anuncian otras tres horas más de operación (seis en total).

23:40: Según Carrusel Taurino, es muy difícil que pueda salvar el ojo izquierdo.

21:45. Van a operar a Padilla. Preocupa que pueda perder el ojo.

20:40: la lesión cerebral está descartada. Sufre, en términos médicos, una afección maxilar cigomática orbito-ocular izquierda. Esperemos que lleguen buenas noticias en las próximas horas...

lunes, 22 de agosto de 2011

Miuras al paredón

Miura de 2011, muerto a estoque por Padilla en Bilbao y que para la Crítica de la época no es un Miura.


Miura del 65, lidiado en Madrid por el Viti. Según Díaz Cañabate esto sí era un Miura.




















Atención. Silencio. Miuras en las Corridas Generales de Bilbao. Una sola frase, llena de palabras recias en significado, que es capaz de castigar con las plagas toreras de la gastroenteritis, el dolor de muelas y el esguince de muñeca a medio G-10. Sólo por eso, por el patrimonio natural que suponen y por su historia, sellada con la sangre de muchos hombres que después de anunciarse con ellos no volvieron a ver la luz del día, los Toros de Miura merecen un respeto.

A partir de aquí, hay que decir que a la corrida que abría la Aste Nagusia le ha faltado de todo. Por faltar, han faltado desde las figuras, los mejores toreros del escalafón, que dice el bracirroto de Manzanares, pasando por el público que llena las plazas cuando se lidia el borrego, que son los aficionados buenos de ahora, y hasta el sol, en pleno ferragosto ibérico, ha hecho pellas. Miuras con presencia de miuras, esto es, con pinta de toro antiguo, de estampa roída de la Lidia, poco sujetos a los cánones del torete amorfo al que se nos han acostumbrado las retinas desde hace un puñado de años y que es el canón único de belleza tolerado. Toros cariavacados, playeros, agalgados, largos como un tren, astigordos, vareados, con diferentes hechuras y pelajes, como multiples sangres llevan. Vamos, lo que ha sido un Miura de toda la vida. Por lo menos, por fuera. Porque por dentro, que al final es lo que vale, como pasa con las personas que somos dificiles de mirar, han pecado de blandura e invalidez, con una preocupante falta de casta con los del caballo y de malicia contra los de luces, que es lo que interesa. A excepción del quinto, que defendió con nota la fama de marrajos de la casa, los tres restantes que llegaron al tercio de muerte pecaron de miurabilidad, de andar por la plaza con los trotes cochineros de un Garcigrande y la embestida boba e insípida de un Cuvillo, con la salvedad de que si el pecador es un Miura o un Escolar hay que darles cuchillo y pistola y si es uno de las que todos tenemos en mente, ya hablamos -hablan- de bravura del siglo XXI. Saltaron como remiendos, dos saldos charcuteros, uno de la Campana y otro de Marqués de Domecq, cuyas camadas, o parte de ellas, sabemos fueron compradas por la casa Chopera. Preocupa, en vistas al futuro pliego venteño, la desviación enfermiza, genética y hereditaria, como los hemofílicos, de las familias Chopera y sus proles por meter toda la mierda de las dehesas de España como sobreros en sus plazas. El de la Campana, tan inválido como el loreño al que sustituyó, no valió un pimiento. Peor aún fue el cebollo de Marqués de Domecq, basto y parado, que tampoco mejoró lo del hierro titular. Pero de estos está abolido hablar, salvo en el triunfo orejero, en el que cualquier portada es poca cosa.


Los toreros, dignos de todo reconocimiento por no hacerle ascos a los pitones más importantes de la historia del toreo, tampoco se puede decir que estuviesen para quitarse el sombrero. Si el garlopo no tira gañafones y el coleta no pega bocados, esto se queda en un insustancial zipizape de patio de recreo.

Padilla, que fue el único que mató lo que había venido a matar, no estuvo bien. El lote con posibilidades, pocas, de la tarde se lo llevó en el sorteo, pero no lo entendió. Con lo que lleva en el cuerpo metido, entre ganaderías duras y plazas agrestes para el torero, no da la sensación de dominar los terrenos ni las distancias, ni de usar la herramienta más poderosa que tiene el hombre contra la bestia: el intelecto. El toreo ciclónico del jerezano se reduce a ver quién gana por bruto y demostrar quién los tiene más gordos. Y en esa refriega entre dos tercos, el que sale perdiendo es el aficionado, que paradójicamente suele ser el que, cuando termina la corrida, los tiene más gordos, hinchados como bolas de billar por el ultraje permanente al que se somete su afición y cartera.

Rafaelillo volvió a estar hecho un tío, como antaño, con el quinto, un zagalón espabilao, que cazaba moscas con el rabo y que en la primera vuelta al redondel ya se había quedado con la copla. Valiente, casi temerario, imponiéndo sus razones a base de latigazos con la muleta -trapazos son cuando a un animal de natural templado le andas a gorrazos, esto es otra cosa que precisa de látigo de seda-. Pinturero y sincero en los desplantes, tocando pitón, y listo y ágil para irse de la cara del burí. Sabe andarle, como pocos hoy, a estos toros, y eso es tener, por lo menos, un seguro de vida. Marró a espadas y posiblemente perdió una oreja. Mató el sobrero de la Campana, sin vida, que perdía las manos en cada trapazo -aquí sí- que le recetaba el murciano, que nada pudo hacer.

Raúl Velasco, que sustituía al exiliado Serafín Marín, estuvo decente desde el mismo momento en el que su apoderado le telefoneó para comunicarle la sustitución. Porque el toreo es más duro para unos que para otros, y para esta gente, que no pierde la afición ni la moral, que es capaz de tirarse entrenando 364 días al año para torear un sólo festival, no debe ser fácil estar a la altura en una cita de semajante categoría. Velasco, que se llegó a cortar la coleta hace un tiempo en las Ventas, acumula, en Madrid y Bilbao, dos actuaciones portentonsas en honradez e interesantes en oficio. Supo rehacerse, y acabar la faena asentado y sereno, de la cólera del único miura que mató, que en las primeras de cambio le hizo las presentaciones oportunas en forma de derrote y leñazo. Al sexto bis, del Marqués de Domecq, le pegó cuatro lapas que a la basca le parecieron un extravío del arte de las musas ésas. Pero ahí se acabó todo, el marmolillo echó la persiana y con ello al madrileño se le cerró el carrusel de las oportunidades hasta no se sabe cuando.



domingo, 21 de agosto de 2011

Miuradas de ayer y hoy





Hoy empiezan las Corridas Generales de Bilbao. Una feria bastante descafeinada, con demasiadas ganaderías del mismo palo, las demandadas por las figuras, y dos oasis, que ya no lo son tanto, los de Miura y Victorino. En la Cultura del 65, el Viti, mataba terroríficos Miuras en Madrid. En la Cultura de 2011, en la que a Madrid ni asoman, sólo nos queda ver como Padilla, Rafaelillo y Raúl Velasco le dan matarile al ganado de Zahariche en plaza de similares exigencias. La tauromaquia cada día es más pobre, pero más "culta". Perversa paradoja.



miércoles, 17 de agosto de 2011

Gallos con arroz. Figuras por la France.




Le mystique

José Tomás, Bayona (Jandilla)




 
Les artistes

Morante y Manzanares en Dax (El Pilar)






L'importance

El July, Dax (La Quinta)





Le du sort

El Cid, Dax. (Ana Romero)






Les proscritos

Sergio Aguilar y Diego Urdiales en Dax (Victorino Martín)



 



Le cyclone

Padilla, Dax. (Dolores Aguirre)






Que mal repartido está el escalafón y cuántas mentiras nos engalanan como verdades aquellos escribas chupasangres de la Fiesta. A Tomás lo encumbran a los cielos por torear de aquella manera, en Bayona, una collera de novillas de Jandilla. Con obra similar, incluso mejor, y con los Santa Coloma de Ana Romero, primos hermanos de la Quinta en borreguno comportamiento, el Cid triunfó en tono menor. Mis emociones y yo, que a veces compartimos el mismo destartalado corpachón, no entienden, o sí, la paranoia de la crítica ante EL uno y los otros. Julyan se ha empeñado en hacer rico a Álvaro Conradi en tres o cuatro años a cambio de enviarle la ganadería completa al matadero dentro de diez, como ya ha pasado en otras ocasiones con otros protagonisas. En Dax terminó de liarla, el sexto toro de la Quinta fue devuelto por falta de trapío -bendita ilegalidad, digna de los grandes tiempos en Interior, QEPD-, tras una gran bronca del público, que despidió a los toreros entre gritos de "toros, toros, toros". Al César lo que es del César, de ésto sólo ha dado fé Burladero. Los demás a callar. Lo de Manzanares y Morante es para hacerselo mirar: la explotación manufacturada de su arte no compensa el tercermundismo al que someten al toro. Una verónica por aquí, media por allá, una hiperbólica torería, exagerada hasta en tardes de bronca y fraude, siete cambios de mano requetetráidos de casa, las estocadas "esperando", que no recibiendo, como bien dice Paco Abad, el twitter, el puro, y a vivir en figura, que son dos días.

Mención aparte merecen Urdiales y Sergio Aguilar, que parecen destinados a tener que matar la descendencia del toro Ratón para que les echen cuentas. Gloria también para los Victorinos, que llevan una temporada alcista, usando jerga económica, echando buenos toros aunque sus triunfos han sido "sordos". Los grises de moda ahora son otros. 

Fuera de concurso, como siempre, Padilla, con torazos de la Doña, a su manera, antítesis de la torería, pero, al fin y al cabo, matando toros que es de lo que se trata.




lunes, 11 de julio de 2011

La Miurada Yé Yé

Maurice Berho
























Llevamos demasiado tiempo viéndolo: esto de Miura, de hierro de leyenda ha pasado a ser una chapa de alcantarilla. Poco queda de esos miuras que dieron fama a Zahariche como embajada oficial del infierno en la Tierra. La pena, que es lo que dan, que no entiende de tamaños ni de arrobas, es la misma que cualquier ganadería de las repudiadas por el aficionado. Se despitorran con tanta facilidad como cualquier bicho de ganadería enfundadora, sus hechuras no son diáfanas, aunque todos amplios, unos salen más apretados de carnes, los hay zancudos, como los ha habido siempre, otros con las caras abiertas, paletones con pinta de moruchos, un gazpacho de refrescos y procedencias que no hay por dónde cogerlo. En cuanto a comportamiento, quitando los dos últimos, que han recordado -lejanamente- lo que era un miura infundiendo respeto, ha resultado ser una colección de animales nobles, apáticos en casta, con los toreros respetuosos, que se han dejado hacer, que estarán los huesos de los viejos jerarcas de la familia Miura revolviéndose dentro de sus cajas de pino. Algo bueno si tuvieron, en el caballo se emplearon, les dieron leña y no doblaron una pezuña. Pero de éstas, no queremos ni una más.

Los matadores tampoco se puede decir que estuvieran de aúpa, venían bien comidos del hotel y el hambre no lo trajeron consigo. No fue una corrida de triunfo, pero tampoco hicieron por triunfar. Padilla vino con su número, basado en el trapicheo y los trajines con los tendidos de sol. Por destacar, un par al violín, con un vaco de casi setecientos kilos a galope y cortando, que no se lo llevó por delante de puritito milagro. Hay que reconocer que algo de justicia poética hubiera habido si le pega el revolcón. Es que son ya demasiados los violines, a la remanguillé y lejos de la cara del toro, sin darle oportunidades para defenderse del menda que le clava los arpones a distancia.

De Rafaelillo poco que comentar, anduvo fajador e inteligente, como siempre en las duras, pero ha perdido el cable de tensión que le hacía conectar con el público. En su primero además, se excedió de faena y acabó aburriendo.

Y Serafín Marín, que debutaba con el ganado loreño, apenas si ha estado voluntarioso. Ni en sus mejores sueños podía pensar que un debut con Miuras y en Pamplona pudiese ser tan light. En peores se ha visto. Como es normal, y denunciable también, mandó a sus dos picadores, los magníficos -ayer no- Manuel Molina y Romualdo Almodóvar acabar con la vida del lote.

lunes, 30 de mayo de 2011

Samueles al matadero

Foto: Aleyda Baz



Con el maestro Ortega Cano en el corazón y la mente de todos los aficionados, transcurrió la samuelada, cuyo juego no creo que a estas alturas haya pillado por sorpresa a nadie. Hace veinte años ya, cómo pasa el tiempo, que Ortega y Rincón dieron una de las mejores Beneficencias que se recuerden, con esta misma ganadería. Pero el presente, y el tiempo que a sus lomos cabalga, que es duro, cruel, y por lo visto, un villano antitaurino, nos tiene con el alma en vilo. Mientras que el torero cartagenero lidia con la dama de la guadaña, en el que es -y va a ser- otro de esos milagros que se encarnan en el pellejo de los toreros, se puede ir amasando el yeso y sacando el palustre para sellar bajo la lápida el cadáver de la vacada de Don Samuel Flores. La corrupción en la selección y el enviciamiento genético al que han sido sometidos desde que a principio de los noventa los eligieran Ponce -sobre todo- y alguno más, se ha llevado a los samueles al nicho. RIP 1928-2011. Sin discusión, es carne de matadero, imposible a corto plazo de recuperar, y a la larga, muy difícil, con la única opción de cruce, cruce y cruce con otra cosa de fuera. No se pueden criar toros más feos, zancudos, cornalones y culopollo. No sé si por malnutridos como criaturas somalíes o estar muy movidos, como los keniatas de la maratón. Eso no gusta a nadie, y que no manchen el diáfano término del Toro Toro mezclándolo con el nombre de esta ex-ganadería de toros de lidia, ni mucho menos poniendo las seis moles de mansedumbre que han salido por chiqueros como prototipo de lo que piden las Ventas y exige el Siete. Que hay algunos que no se enteran todavía, que el Siete no mató a Kennedy ni vendió al Nazareno por un puñado de monedas de plata. Que tienen que mirar para otro lado, como por ejemplo, a la empresa, que trae por segundo año consecutivo a la primera feria del mundo animales que deberían de ser corridos en el ferragosto levantino. Todo lo que escriba sobre la corrida se queda corto, la presentación ha dejado mucho que desear, un gazpacho de cuernos, los unos acaramelados, otros blancos con las puntas negras, los ha habido también astifinos, de la misma manera que algún otro ha exhibido mazorcas tan gruesas que parecían los brazos de un levantador de piedra sestaotarra, eso por no hablar del bizco que tenía un cuerno de su madre y otro de su padre. Un disparate. No han querido caballo, ni capote, huían de su sombra y no han humillado ni una sola vez. Y tildarlos como mulos es menospreciar a estos equinos viejos compañeros del hombre. Porque los mulos por lo menos cocean o tiran bocados, mientras los destartalados samueles no espantan moscas ni con el rabo. Mansos y cobardes a rabiar.


Se salva de la quema coletillera César Jiménez, que ha pechado con el lote más manejable, que medio iba para adelante, y al que le ha recetado dos faenitas modernas, con mucho pase pa'quí y pa'llá, nula colocación y poco compromiso con los terrenos y las distancias. Por lo menos ayer si que tenía la excusa del toro que no cabe en la muleta.

Padilla ha sorprendido para mal, y no por su archiconocida antitorería, sino por su falta de recursos para lidiar dos animales descastados, gazapones y carentes de fijeza. Barriobajero con los aceros, incomprensiblemente se le ha visto desbordado durante toda la tarde. Que extraña, y mucho, en un torero con el callo hecho de las corridas duras. No ha sido su día.


Ferrera, que volvía a Madrid después de un añito de mili por los pueblos, ha hecho lo que se espera de él: poner esas banderillas de forma tan heterodoxa y emocionante -puestos a elegir prefiero el par del retrovisor o los quiebros a las carreras del Fandi-, una sobreactuada exarcebación de la ambición por triunfar, que queda en evidencia cuando le pega -a posta- un navajazo barriguero a su primero para quitárselo del medio y muchos pases, en cantidad industrial, para que no falté de ná. Otro que tampoco ha puntuado.

viernes, 29 de abril de 2011

La mexicanización del Victorino

Foto: Prime Time Comunicación



Sevilla. Plaza de toros de la Maestranza. Feria de Abril. Cuarta. Tres cuartos de entrada. Toros de Victorino Martín para Juan José Padilla, el Cid y Salvador Cortés.


Viendo las últimas corridas que le están saliendo, y cuando digo últimas, se puede entender que hablo de las camadas del 5 en adelante -lidiadas a partir del 9- al cateto de Galapagar le vamos a tener que cambiar el seudónimo a cuate de Galapagar. Que penita da ver a esos victorinos tan cercanos al caricaturizado toro mexicano, tan alejados en tipo y comportamiento a lo de Saltillo, que es el que ponía firmes al pelotón de toreadores y adelantó la llegada de la crisis para los vendedores de pipas y pepsicolas. Ahora nos trae este gato por liebre que no tiene nada que ver con la furia, viveza, dureza, casta, humillación, trapío, viaje, poder, guasa, pitones, genio y entrega que son los derechos que adquiría el aficionado sobre el festejo cada vez que se anunciaba una de la A coronada. El espectáculo de ayer, indigno para la categoría de plaza que es Sevilla, aunque muy digno comparado con esa baratija para engominados que es el "toro sevillano"  que va a terminar por acabar con la seriedad que apenas va sobreviviendo en estos lares. La falta de casta ha sido la tónica general del encierro, aderezado con una bondad infinita y una nobleza atípica en la casa. Demasiadas tontas del bote, como el primero o quinto; el segundo era más picantoso, que diría aquel de Albacete al que le dieron un micrófono para que se entretuviera por las tardes; el cuarto, un mulo, que no hacía por embestir, ni al trapo ni al trapero; y el sexto, el paradigma del toro mexicano,  chiquito, humillador, sin transmisión, al ralentí y obediente y tierno como un monaguillo. La antítesis de lo que es -fue- una victorinada.


Jamás creí que tuviera que escribir en un mismo texto estas dos palabras: Padilla y madurez. El "ciclón" es santo con pocos devotos, pero además de reconocerle el mérito de matar las ganaderías que las figuras no quieren ni grabadas en DVD, es de justicia cantarle cierto reposo en las formas, sin ser Ordoñez, buena capacidad como director de lidia y un oficio adquirido a lo largo de los años. Le siguen sobrando muchas cosas. Pero menos que antes. Al cuarto, de salida el que con más brío acometió, le pegó unas lapas intensas, bellas más por la embestida punzante del galafate que por la cadencia armoniosa del jerezano, pero rematadas, eso sí, con dos medias de la que sobresale una, que si la firma Morante más de uno pide la reedición del Cossío. En banderillas, mal, en este tercio la madurez, los años, las vueltas al cuentakilómetros, van en contra de la actividad atlética en el que se ha convertido. En el tercio de muerte sigue siendo un torero bullidor, valiente y poco más, si bien se puede entrever un grado de temple mayor en sus manos. Con los aceros, bien, cumple con su trabajo. Me asalta la duda en el primero, en el que estuvo sorprendentemente torpe, como si fuese desconocedor del encaste, dejándose la muleta demasiado retrasada, ofreciéndole al vitorino un hueco que no tardó en aprovechar para dar algún susto y orientarse. Después se para, no tiene ni uno, y la culpa para el ganadero. A veces las cosas no son tan simples como parecen.


El Cid, se llevó el toro de la corrida, que es el titular que llevan años poniendo los revistosos del puchero. Los elogios, para las manos que eligen la bolita en el sorteo. De nada valen los capotazos pensando en el toro, olvidándose de las palmas, los puyazos, haciendo la suerte a caballo, de Manuel Jesús Ruiz, el máster en economía de lidia del Boni o la eficacia de Alcalareño y Pirri. Con esas el segundo llegó a la muleta con transmisión y muchas teclas que tocar. Teclas que en otra época Manuel Jesús las hubiera descubierto hasta con el piloto automático puesto. Pero ayer no era la tarde, le faltó dar el pasito, apostar a doble o nada, hule o pelo, quedarse quieto en el sitio, dejarle la muleta planchá a partir del segundo muletazo y apretar las nalgas y que sea lo que Dios quiera. A cambio de esto nos dejó una tanda de derechazos muy jaleados, demasiado, y mucho, pase suelto y una estocada en todo lo alto. Con el quinto, que embestía como una muñeca chochona y que de tener otro pelo y otro hierro hubiera sido protestado, insitió demasiado y se pasó de rosca. Muy templado todo lo que le hizo a este, pero aquello no podía tener ninguna importancia.


Salvador Cortés apechugó con un lote con bastantes posibilidades, en tipo comercial eso sí. Al tercero le pegó un par de tandas emotivas, pero poco lijadas artísticamente. Con el sexto, que podría haber sido de la ganadería de Xajay o Fernando de la Mora, perdió una oreja que tenía en la mano merced a dos tandas de naturales largos, pausados, de los que gustan en la Maestranza, los que permiten revolcarse y regocijarse con el oooooooleee durante dos o tres segundos como un cochino en un charco. Falló a espadas y no hubo petición suficiente. Es curioso, y malo para él, ver como cita, totalmente de perfil, codilleando excesiva y toscamente, para después, en el segundo y consecutivos muletazos intentar cargar la suerte. Justamente al revés de lo que hacen sus compañeros de profesión. Con ello da la impresión de ser mucho más basto de lo que realmente es.


 

jueves, 28 de abril de 2011

El cartel de esta tarde





Llegan los Victorinos y se espera que con ellos también la casta. A tenor de las imágenes vistas estos días atrás, los toros que saltarán al ruedo del baratillo no se pareceran a esos cárdenos pavorosos y espectaculares que hicieron las delicias del aficionado. Se la juegan los ganaderos, mirados bajo lupa por el aficionado, en general y por el sevillano en particular, después de la vergonzosa y chica corrida enviada desde las Tiesas para Morante y el Cid el año pasado. Con todo eso, y pese al bajón, de Victorino siempre se puede esperar cosas buenas.


El heterodoxo Juan José Padilla cambia este año los miuras por los victorinos. Torero peleón, polémico y jaranero. Su tauromaquia se resume en contentar y entusiasmar al público al precio que sea, aunque en honor a la verdad hay que decir que en los últimos tiempos, sin perder ese germen un tanto cordobesista, se ha asentado como torero capaz de templar y mandar. Lástima que todo el respeto que se gana por anunciarse con lo que se anuncia lo pierda con su antitorería.


Manuel Jesús el Cid, viene con toda la tropa, con el Boni, Alcalareño y Pirri a pié y el Lolo y Bernal sobre las cuatro patas. Lo normal es que salga uno de los toros de la feria. La suerte, ya se sabe. Se preveé que la lidia, esa ciencia exacta denostada por los profesionales, se pase a eso del segundo y quinto toro. El diestro de Salteras tendrá que pasar su enésimo examen, por lo del supuesto mal momento que atraviesa, y eso, que dicen. Algunos le esperan con la escopeta cargada.


Y Salvador Cortés, que pasó inédito, por el mal material, se entiende, el martes de Dolores, está ante su última oportunidad en esta feria. Mandón y poderoso, no exento de capacidad para templar, es torero que siempre apetece ver.