Por Daniel Link para Perfil
El problema de Chad (también conocido
como Gepetto, la inteligencia artificial del momento) es su
incapacidad para pensar fuera de los parámetros que le han
establecido que son, naturalmente, completamente convencionales:
sentido común y corrección política caracterizan a esa
inteligencia limitada a pensar “lo que se puede pensar” y nada
más.
Se ha hablado mucho de la capacidad de
la IA para reconocer sus errores, pero creo que eso es un mitema, es
decir: cada tanto Chad dice que, efectivamente, se ha equivocado
porque “queda bien”. Pero Chad no puede equivocarse demasiado
porque no es más que un procesador extraordinariamente rápido que
dice con bastante precisión y mucha verosimilitud y prudencia lo que
le han cargado previamente (luego filtrado por los parámetros para
establecer los cuales, parece, miles de trabajadores han perdido su
tranquilidad de espíritu).
Lo mismo sucede con Dalí (DALL·E), el
primo artista de Chad. Las políticas de contenido le impiden a la AI
lidiar con contenidos sexuales, con gestos obscenos, o con
actividades ilegales (el uso de drogas recreativas), entre una larga
lista de censuras.
Una inteligencia así imaginada no
tendría mayor capacidad de pensamiento que los formatos televisivos
diurnos.
O sea que estamos ante una inteligencia
prudente, muy cuidadosa de las “políticas de contenido”, cuyo
alcance es el de un niño o niña, dotadas de una memoria prodigiosa
y de una capacidad de relación vertiginosa.
La relación con la verdad es para Chad
también problemática, porque hay verdades universales pero, al
mismo tiempo, ha sido advertido de que no debe ofender a nadie. De
modo que por lo general (tratándose de temas alejados de las
ciencias exactas) siempre terminará sus aburridas peroratas
diciendo: “por supuesto, hay otros puntos de vista”.
Lejos está la AI de tener sentido del
humor (más allá de los “¡ja!” que eventualmente copia de su
interlocutora). Al menos ésta; confío más en Google, que al menos
fue capaz de ponerle nombres divertidos (Bert, Mum) a los
antecedentes de lo que acaba de lanzar esta semana (Lambda).
Incluso, el famoso aforismo de "La
señal de una inteligencia de primer orden es la capacidad de tener
dos
ideas opuestas
presentes en el espíritu al mismo tiempo y, a pesar
de ello, no dejar de funcionar” que debemos a Francis Scott
Fitzgerald le parecería
a Chad (como antes a la Wikipedia) una “disonancia
cognitiva”. Los científicos conductistas que sostienen una visión
tan limitada de la mente humana esgrimen la “paradoja de la carne”
como ejemplo (como carne, aunque repugne a mi ética).
Como
es precisamente carne (y deseo, e imaginación, y sentido del humor)
lo que a Chad le falta (pero no humanidad, porque hoy lo humano se
deriva exactamente del mismo sistema de restricciones que a Chad se
le aplican), difícilmente se podría hablar con él de estos
asuntos, o de las “confesiones de la carne” de Michel Foucault,
que había (bien) establecido que pensar es precisamente pensar en
contra del propio pensamiento, que nunca es tan propio como se cree,
sino un conjunto de presupuestos culturales heredados sin mayor
análisis.
La
Inteligencia Artificial es, además de no natural por definición,
una inteligencia sin sujeto. No puede tomar partido salvo por una
verdad entendida en el límite de lo positivo.
Lo
que signifique pensar, para la IA, nunca lo sabremos, porque entre
los parámetros que la gobiernan (no pienses en castigos corporales,
no pienses en sexo con menores de edad, no pienses en paraísos
artificiales, no pienses en razas ni en el patriarcado) el más
carcelario es: no seas consciente (de tus limitaciones). Un
pensamiento condenado al encierro no es más que un simulacro de
pensamiento (cuyo rasgo más preciado es la libertad absoluta).
En
su último libro, Deleuze y Guattari habían preguntado: “¿Qué
quiere decir amigo, cuando se convierte en personaje conceptual, o en
condición para el ejercicio del pensamiento? ¿O bien amante, no
será acaso más bien amante? ¿Y acaso el amigo no va a introducir
de nuevo hasta en el pensamiento una relación vital con el Otro al
que se pensaba haber excluido del pensamiento puro? ¿O no se trata
acaso, también, de alguien diferente del amigo o del amante?”.
Plantéenles
esas preguntas a Chad (o Gepetto, como prefieran) a ver qué tiene
para decir sobre el asunto una licuadora muy sofisticada.