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jueves, 5 de enero de 2023

Dicen que....

por Marc Verlynde para La viduité

Théorie de la lecture, humble exercice de reconnaissance à tous ceux qui nous apprennent à lire, à déchiffrer le monde, le Texte et sa jouissance, le sens et sa politique. Entre essai et autobiographie, exégèse et plaidoyer pour la déconstruction, le suspens d’un sens encore et toujours à lire, Daniel Link retrace son parcours intellectuel, celui de toute une époque, tant la lecture n’est jamais expérience singulière, et de toutes les rencontres qui l’ont forgé. Avec un grand, limpide, souci pédagogique, Autobiographie d’un lecteur argentin éclaire la créolisation des théories successives dont l’auteur se réclame. Une ode sensible à la permanence de l’interprétation, aux difficultés de son enseignement aussi.

On aime les textes un rien hybrides, on aime aussi ceux qui nous font sentir le décalage avec ce que l’on a été. Peut-être, si je peux à mon tour m’aventurer dans une théorie de la lecture, ceci la part de fiction de toute lecture : on y reconnaît surtout celui que l’on n’a pas tout à fait été, celui qui par timidité et paresses, éclectisme et versatilité, jamais entièrement n’a souscrit à aucune théorie. Tenace impression de revenir sur les bancs de la fac ou, plus précisément, à ses rares instants d’exaltation où se trouvait exposée une interprétation, une lecture dans son sens le plus fort, e monde pressentait l’exaltation du sens, un ordre possible, une compréhension enfin de ses ressorts, une attentive écoute de ses formes. Il faut, avec Roland Barthes dont s’inspire largement Daniel Link, le répéter : il est une jouissance du Texte, un plaisir de l’interprétation et, plus rare, l’enthousiasme de parvenir (qui sait) à le transmettre. On le dit maintenant pour montrer que toute la complexité, l’inintelligible, est de notre fait : Autobiographie d’un lecteur argentin est limpide. L’auteur parvient à montrer simplement, concrètement, toujours avec cette certitude du vécu, les théories assez abstraites qui ont influé sur son parcours de lecture. Un souci pédagogique dans son sens le plus noble. Sans restriction ni raccourcis, sans en taire les contradictions, Daniel Link revient sur les jalons de son parcours. On se dit d’abord que l’on touche ainsi aux limites de l’exercice. Éditeur, critique, mais surtout universitaire, l’auteur parle de ses professeurs. Il me semble tous être de parfaits inconnus pour un lecteur francophone éloigné du milieu francophone. Ce sera toute la grâce et l’humilité de cette autobiographie. Elle rend sensible une pensée, concrète par des exemples bien choisis, personnelle les interprétations qu’elles ont pu apporter à l’auteur. On se demande si l’essai, au fond, ne tient pas par ses anecdotes, ses exemples disons si l’on veut revenir à la rhétorique. L’hypothèse de Daniel Link paraît alors fonctionner : la lecture reste un formidable révélateur collectif à travers ces « détails laconiques à longue portée » dont parle Borges. Pour le dire avec une simplicité peut-être trop grande : nos souvenirs sans cesse peuvent être relus, actualisés selon une nouvelle grille de lecture, un autre paradigme politique. Daniel Link alors se joue des structures de toute autobiographie. La première étape sera la découverte de la lecture, du sens éminemment politique qu’il faut toujours lui prêter. L’auteur découvre Sisi, il lui faudra des années avant de comprendre à quel point ce kitsch princier est, in fine, fasciste. On peut aussi penser que l’auteur s’amuse à mimer le jeu de substitution, toujours plus ou moins coupable, qu’est la lecture. Il fait sien le carnet de lecture d’un de ses camarades infiniment plus soigneux que lui avant que d’hériter de la bibliothèque de son cousin, un de ses disparus qui marqueront, in absentia, l’histoire de l’Argentine. 

(sigue acá

Una teoría de la lectura, un humilde ejercicio de gratitud a todos aquellos que nos enseñan a leer, a descifrar el mundo, el Texto y su disfrute, el sentido y su política. Entre el ensayo y la autobiografía, la exégesis y el alegato a favor de la deconstrucción, el suspense de un sentido todavía y siempre por leer, Daniel Link recorre su itinerario intelectual, el de toda una época, ya que la lectura nunca es una experiencia singular, y el de todos los encuentros que le han forjado. Con una gran y límpida preocupación pedagógica, Autobiografía de un lector argentino arroja luz sobre la criollización de las sucesivas teorías a las que se refiere el autor. Una sensible oda a la permanencia de la interpretación y a las dificultades de su enseñanza.
Nos gustan los textos un poco híbridos, también nos gustan los que nos hacen sentir fuera de onda. Tal vez, si se me permite aventurar una teoría de la lectura, ésta sea la parte ficticia de toda lectura: uno reconoce en ella sobre todo a la persona que no ha sido del todo, a la que, por timidez y pereza, eclecticismo y versatilidad, nunca ha suscrito plenamente ninguna teoría. Una persistente impresión de volver a los bancos universitarios o, más exactamente, a esos raros momentos de exaltación en los que se exponía una interpretación, una lectura en su sentido más fuerte, y el mundo percibía la exaltación del sentido, un orden posible, una comprensión de sus resortes, una escucha atenta de sus formas. Es necesario, con Roland Barthes, en quien Daniel Link se inspira mucho, repetirlo: hay un goce del Texto, un placer de la interpretación y, más raramente, el entusiasmo de conseguir (quién sabe) transmitirlo. Lo decimos ahora para mostrar que toda la complejidad, lo ininteligible, es cosa nuestra: Autobiografía de un lector argentino es límpida. El autor consigue mostrar de forma sencilla, concreta, siempre con la certeza de la experiencia, las teorías más bien abstractas que han influido en su trayectoria lectora. Una preocupación pedagógica en su sentido más noble. Sin restricciones ni atajos, sin ocultar las contradicciones, Daniel Link repasa los hitos de su viaje. Al principio, pensamos que estamos rozando los límites del ejercicio. Como editor, crítico, pero sobre todo académico, el autor habla de sus maestros. Todos me parecen unos completos desconocidos para un lector francófono alejado del mundo francófono. Esta es la gracia y la humildad de esta autobiografía.
Sensibiliza un pensamiento, concreta mediante ejemplos bien elegidos, personales las interpretaciones que podrían aportar al autor. Uno se pregunta si el ensayo no se mantiene unido por sus anécdotas, sus ejemplos, si queremos volver a la retórica. La hipótesis de Daniel Link parece entonces funcionar: la lectura sigue siendo una formidable revelación colectiva a través de esos "pormenores lacónicos de larga duración" de los que habla Borges. Por decirlo quizá con demasiada sencillez: nuestros recuerdos pueden releerse constantemente, actualizarse según una nueva cuadrícula de lectura, otro paradigma político. Daniel Link juega entonces con las estructuras de cualquier autobiografía. El primer paso es el descubrimiento de la lectura, del sentido eminentemente político que hay que darle siempre. El autor descubre a Sisi, y tardará años en comprender hasta qué punto esta cursilería principesca es, en el fondo, fascista. También se podría pensar que el autor se divierte imitando el juego de sustitución, siempre más o menos culpable, que es la lectura. Hace suyo el libro de lectura de uno de sus compañeros, infinitamente más cuidadoso que él, antes de heredar la biblioteca de su primo, uno de los desaparecidos que marcará, in absentia, la historia de Argentina.

 

 

 

viernes, 17 de junio de 2022

Sexualidad y violencia

El libro de Geoffroy de Lagasnerie Mi cuerpo, ese deseo, esta ley. Reflexiones sobre la política de la sexualidad propone una revisión crítica del paradigma jurídico-represivo que se aplica a la “cultura de la violación” como requisito para pensar políticas de la sexualidad que no necesariamente involucren la mirada del Estado.

por Daniel Link para Soy

Los antecedentes El libro Mi cuerpo, ese deseo, esta ley. Reflexiones sobre la política de la sexualidad de Geoffroy de Lagasnerie, que el cuenco de plata acaba de distribuir entre nosotros, dialoga con varios otros libros (y con los casos judiciales que desencadenaron) inscriptos en los debates parisinos sobre sexualidad de los últimos años.

Conviene recordar esos libros para entender mejor el gesto polémico que sostiene Geoffroy, pero antes hay que destacar que el nombre de la conferencia (luego transformada en libro) es el eco de un clásico texto de Michel Foucault, que se llama “Mi cuerpo, ese papel, ese fuego”.

Aunque no se lo mencione nunca, habría que pensar también en el libro de Guy Sorman, Mi diccionario de boludeces, que ya el año pasado concitó la atención de este suplemento a raiz de las acusaciones de abuso de menores y violación que contra Foucault realizó Sorman. Aunque no debata contra ese antecedente, el texto de Geoffroy termina (ver recuadro aparte) con un conmovedor relato en primera persona que parece intersectar aquellas acusaciones.

Ahora bien, los otros libros que conviene repasar para leer estas Reflexiones sobre la política de la sexualidad son, en primer término, los libros de Édouard Louis Historia de la violencia (2016, dedicado a Geoffroy de Lagasnerie y en el cual Didier Eribon es un personaje secundario) y Lucha y metamorfosis de una mujer (2022). El segundo es la historia de la madre del autor, víctima de la supremacía masculina y el patriarcado. El primero cuenta la violación y el intento de asesinato que sufrió Édouard en su departamento en 2012 a manos de un inmigrante que llevó a su departamento. En 2014 Édouard había publicado su primer relato autobiográfico, centrado en la figura de su padre, Para acabar con Eddy Bellegueule. Hoy se lo considera una de las figuras de la izquierda radical francesa, dentro de la cual seguramente también Geoffroy de Lagasnerie y Didier Eribon se imaginan.

También hay que tener en cuenta The girl (2013) de Samantha Geimer, donde cuenta la violación de la que fue objeto por parte Roman Polanski cuando tenía 13 años, asunto que volvió a ocupar las primeras planas de los diarios cuando a Polanski le dieron el premio César por su película J'accuse. Lo que le importa a Geoffroy es que en ese entonces Samantha se apartó de las voces escandalizadas por ese premio y declaró que “pedir a todas las mujeres que soporten el peso de su agresión, pero también de la indignación eterna de todo el mundo, es escupir en la cara a todas las que se recuperaron y pasaron a otra cosa”.

Otro libro que Geoffroy cita es El consentimiento (2020) de Vanessa Springora, donde la autora cuenta la relación que tuvo a sus trece años con Gabriel Matzneff, un escritor treinta y seis años mayor que ella, uno de cuyos efectos (más allá de la condena pública a Matzneff) fue la ley francesa de abril de 2021 que agravó las penas para las relaciones, aún consentidas, entre un menor de entre quince y dieciocho años y cualquier “persona mayor que tenga sobre la víctima una autoridad de hecho o de derecho”. En contra de esa ley, Geoffrey argumenta que habría implicado una pena de cinco años de cárcel como pedocriminal para Brigitte Macron, la primera dama de Francia. Ese libro de Springora se podría colocar en serie (no lo hace Geoffroy) con La familia grande (2021), donde Camille Kouchner contó los abusos sexuales de los que fue objeto su hermano gemelo desde los 13 años por parte de su padrastro, el constitucionalista Olivier Duhamel.

Las experiencias plurales Hasta allí, los libros previos, cada uno de los cuales enarbola una idea de justicia y que pretende restaurar un trauma por alguna vía u otra y que impactaron de un determinado modo en la opinión pública, instaurando lo que Geoffroy llama “excepcionalismo sexual”. Contra toda predicción, la izquierda francesa abandonó respecto de los temas que involucran la sexualidad sus posiciones históricas y abrazó cualquier causa destinada a reforzar la acción represiva y punitiva.

El libro de Geoffroy es polémico porque no se detiene en esta constatación: “La única actitud valedera para cualquier política de la sexualidad es aceptar el pluralismo de las experiencias, de las relaciones con el deseo y el cuerpo, la herida y el trauma, y reconocer por lo tanto la necesidad de que las medidas legislativas o las movilizaciones culturales no impongan nunca restricciones que prescriban una representación específica de la intimidad en detrimento de otras” (pág. 19), bastante razonable, sino que impugna la lógica del aparato jurídico-represivo, que pone antes el acento en aumentar el sufrimiento del culpable antes que en hacerse cargo del que siente la víctima. “La lógica penal, al mantener durante años un vínculo con la herida, hace mal” (pág. 41), sostiene Geoffroy.

Es una lástima que Geoffroy no haya leído (además de La dominación masculina de Bourdieu) Las estructuras elementales de la violencia de Rita Segato, porque su queja en relación con el tratamiento a partir de categorías psicológicas, penales o individualizantes encontraría en el libro de Segato el marco teórico preciso para entender la “cultura de la violación” como una estructura de dominación que produce subjetividades y para buscar una transformación de ese paradigma.

SI el libro terminara ahí, no habría mucho más que agregar y el pensamiento de Geoffroy se nos revelaría particularmente endeble por el etnocentrismo típico de la escolástica parisina, que no es capaz de encontrar más allá de la lengua francesa discursos, teorías o políticas que expliquen cómo pensar y actuar en el mundo.


Poder y sexualidad Mucho más interesantes son los capítulos que examinan críticamente las posiciones comunmente aceptadas entre poder y sexualidad, dado que el hecho de que vivimos en sociedades atravesadas por diferencias y desigualdades de todo tipo que, necesariamente (y más allá de las edades) suponen casi todo el tiempo posiciones asimétricas de poder (no sólo de género, sino también raciales, generacionales, económicas, profesionales, culturales).

Un poco por eso, es artificial y ciertamente incoherente establecer una ley psicológica según la cual cuando los integrantes de una relación erótica tienen diferencias demasiado marcadas y uno, por ejemplo, tiene una mayor notoriedad que otro, estaríamos ante una relación de dominio y por lo tanto de consentimiento viciado.

Aquí Geoffroy examina la “mirada retrospectiva” (tan frecuente en nuestros días) que encuentra en una experiencia del pasado un perjuicio a causa de una situación de dominación o jerarquía, entonces no percibida como tal. ¿Puede hablarse en ese caso de descubrimiento de una herida pasada, o es la toma de conciencia la que la produce? ¿Se puede examinar el pasado a partir de un sistema de categorización presente? ¿Una reconstrucción así realizada debe entenderse como necesariamente verdadera?

Las preguntas que Geoffroy nos plantea son inquietantes porque apuntan directamente a la comprensión del propio deseo.

En el fondo, cabe preguntarse si cualquier proyecto de genealogía del deseo que se muestre animado por una intención crítica, ya que pretende inscribir dicho deseo en relaciones de dominación, sus orígenes o sus expresiones, no está condenado a convertirse en un proyecto reaccionario”, concluye el autor y, para fundamentar esa conclusión vuelve a los libros de su amigo Édouard Louis, quien ha insistido en caracterizar al deseo como una fuerza encarnada que a veces empuja a actuar incluso a pesar de la voluntad y contra la voluntad.

¿Esas situaciones, en las que alguien es víctima de su propio involuntario deseo, podría ponerse bajo el paraguas salvador de la coacción o el dominio? La línea que traza Geoffroy es suficientemente clara como para que se entienda cuál es el objeto de su pensamiento crítico: no, no hay posibilidad de confundirse porque la violación “es un proceso externo en el que un cuerpo se impone a otro cuerpo” (pág. 60) y aquí hablamos de un cuerpo que se rebela a la norma, que se inclina hacia otro buscando su complicidad.

Y sin embargo, el punto de vista de la “excepcionalidad sexual” tiende a caracterizar toda escena de sexo gozoso (incluidas escenas de sexo homosexual entre menores, completamente legales según la legislación actual) como “escenas de abuso”, como si “la idea de trauma estuviera hoy inscripta en la idea de sexualidad de manera casi independiente de la experiencia de quienes la viven” (pág. 66).

Las víctimas “naturales” y más inmediatas de una concepción semejante son las personas homosexuales y transexuales, de quienes podría pensarse que todo su deseo y sus rebeliones identitarias provienen de experiencias traumáticas de las cuales fueron víctimas, lo cual no sólo es un absurdo, sino que es insultante.

En una cartilla de UNICEF sobre el consentimiento en América latina (en Argentina rige la edad mínima de 13 años) se lee: La edad mínima legal para el consentimiento sexual no debería ser demasiado baja ni demasiado alta y debe contener disposiciones que tomen en cuenta la diferencia de edad limitada entre las parejas –tres años por ejemplo”. Según ese criterio, una relación entre una persona de 13 años y once meses y una persona de 17 años debería ser considerada abusiva.

Todas las penas, los traumas y las hipótesis de destrucción que arrastra consigo la sexualidad, tal y como es conceptualizada por el discurso hegemónico (que, sin embargo, no tiene el menor interés en involucrarse con las heridas que provoca el amor) reposan en el carácter “excepcional” que se le otorga. La tendencia actual a poner toda relación sexual a mayor o menor distancia de la violación entendida como un centro significativo, sólo tiene como efecto la aniquilación del deseo. Tal vez, propone Geoffroy, nos convendría recuperar la hipótesis de Foucault: “liberarse del dispositivo dramatúrgico de la sexualidad podría permitir la multiplicación de las posibilidades de placer”.

En todo caso, no habría por qué abandonar la discusión sobre políticas de la sexualidad a los juristas.

 

Recuadro:

Sobre un amor vulnerable

por Geoffroy de Lagasnerie

El último capítulo de Mi cuerpo, este deseo, esta ley se cierra con un relato autobiográfico que pone en perspectiva el problema (jurídico, filosófico) del consentimiento.

Si bien hoy se multiplican las tomas de la palabra sobre el dominio, la diferencia de edad y de estatus en las relaciones, el abuso, etc., querría terminar contando lo que pasó durante el nacimiento de la relación que me une a Didier Eribon desde hace más de veinte años: cuando lo conocí, yo era muy joven, la diferencia de edad era grande –sigue siéndolo, porque esas cosas no cambian con el tiempo– y es indudable que el deseo que sentía por él, el deseo de acostarme con él y tener una relación, se enraizaba también en el hecho de que Didier fuera lo que era: su estatus, el descubrimiento por su conducto de la vida cultural e intelectual, su renombre, la fascinación que ejercía sobre mí la figura del autor que publica. Su belleza y su atracción sexual estaban ligadas, como dice Deleuze, a todo el mundo que él llevaba en sí y se desplegaba por su intermedio. Cuando mi madre descubrió esa relación estalló una crisis violenta, con gritos e insultos (hoy, por fortuna, las cosas se han calmado por completo), y, de haber tenido yo dos años menos, de haber sido menor, ella, con toda seguridad, habría presentado una denuncia. Lo que mi madre percibía en ese momento como un dominio, yo lo viví como un contrapoder liberador enfrentado a la familia, la escuela, la universidad –todos esos marcos que ejercen también su dominio sin que jamás se los ponga en tela de juicio–, y creo que, gracias a la relación con Didier, tuve la suerte de tener una vida mucho más libre de la que hubiera tenido de no conocerlo.

Didier y yo seguimos enamorados y en pareja. Pero las cosas podrían haber sucedido de otra manera. La vida podría haber sido diferente. Didier habría podido perfectamente dejarme, desenamorarse o conocer a otro muchacho. Y tal vez yo hubiera podido entonces, algunos años después, a causa de ciertos marcos contemporáneos, reconfigurar mi experiencia, reescribir mi alma y denunciarlo con el argumento de que ahora me daba cuenta de que él había utilizado su prestigio y su poder para seducirme y abusar de mí. Hubiera podido publicar un tuit que dijese: hoy me doy cuenta de que fui abusado. O incluso: hoy me doy cuenta de que me violó. Y lo peor es que, probablemente, me habrían creído, que algunos otros hubieran podido escribirme “te creo”, a tal punto que yo mismo hubiese terminado por creerlo y que, entonces, Didier hubiera sido criticado en las redes sociales e incluso públicamente denunciado, que acaso habría debido mudarse y hubiesen dejado de publicarlo o de invitarlo a los Estados Unidos. Quizás hubiera habido manifestaciones delante de su casa y carteles pegados en las paredes para denunciarlo.

Esta simple eventualidad muestra el carácter problemático de algunas formas contemporáneas de toma de la palabra sobre la sexualidad, que tienden cada vez más a someterse a operaciones subjetivas y retrospectivas de interpretación, de reconstrucción a posteriori de la vivencia.

En el transcurso de nuestra vida todos podemos hacer cosas que luego lamentamos, cambiamos de opinión, de impresión, de preferencia. Una mujer me dijo un día, acerca de su exmarido: “cuando pienso que me acosté con ese tipo durante diez años me dan ganas de vomitar”. Surge un problema político cuando esa reconstrucción a posteriori tiende a promoverse, no como una interpretación a posteriori del pasado, sino como una expresión del momento pasado, en la que lo mentiroso sería la experiencia sentida entonces. Esta confusión sostiene una especie de psicologización de la agresión sexual, definida como relación con una escena, como una interpretación de uno mismo más que como negación patente de la voluntad.


sábado, 12 de marzo de 2022

viernes, 27 de agosto de 2021

Queremos tanto a Jorge

 


sábado, 3 de julio de 2021

Las cenizas de Colón

domingo, 27 de junio de 2021

Minas, criptas, textos

Por Rafael Spregelburd para Perfil

El portal de Business Insider de México dio cuenta de la decisión de China de prohibir a veintiseis minas de criptomonedas que sigan haciendo eso que se supone que están haciendo. Son muchas suposiciones: que el portal exista, que haya minas que creen valor, o que sepamos si es cierto que los bitcoins se pueden desplomar tan imprevistamente como surgieron. Cayeron un 11% y no sé si es mucho porque no sé cuánto es el 11% de equis.

No es la invención de un valor basado sólo en su capacidad de encriptamiento lo que preocupa al gobierno chino; los motivos son ecológicos. Las computadoras que pican la piedra de lo inasible para acuñar criptomonedas consumen una cantidad enorme de energía y China se preocupa por el impacto ambiental de tan esquiva praxis, tan espinosa como el criptoarte. Así como antes un artista podía imprimir una cantidad de copias de sus serigrafías y vender cada una a un precio en relación con el número limitado de reproducciones, el criptoarte supone algo así como la repartición en acciones de una imagen. El comprador tiene acceso a una versión en píxeles y su placer de posesión va ligado a la certeza de que unas computadoras le garanticen que esa imagen no se reproducirá más veces de las prometidas en la compra. Es cierto que si lo llamamos compra la cosa huele a estafa, pero si lo pensamos como donación (coleccionistas actuando como mecenas que hacen posible la vida de artistas emergentes) la estafa presenta su doble filo más inquietante: no importa cuál sea el soporte material de las imágenes, éstas parecen surgir de una mina inacabable que es financiada por el excedente de otras operaciones económicas. Gastar el dinero que no se necesita para la subsistencia primaria en financiar la producción de imágenes.

Este cambio de paradigma material proviene –no podía ser de otra manera- del campo de las artes visuales, siempre a la vanguardia en relaciones de poder entre imagen, materia, posesión, frivolidad, placer y evanescencia.

¿Pero qué sucederá con las otras ramas del arte y la expresión? Por ejemplo, con las palabras. Pronto también los escritores podrían escribir a pedido o casi de mecenas lectores, que financiarían novelas o poemas entre varios para que su autor no dependiera de las reglas del comercio o del gusto hegemónico. Que algunas bandas de música ya lo hacen no es tampoco novedad, como Einstürzende Neubauten, que produce sus canciones al amparo de donaciones de los fans. Canciones a veces invendibles.

La cosa se pone más picante si ahora hemos de considerar que el soporte que permite la difusión virtual del arte consume energía y es contaminante. ¿Habrá que seleccionar qué obras vale la pena producir? Como cuando se tala un bosque para editar un libro y entonces el libro debe ser tan bueno que justifique el hacha.

Estamos lejos de desanudar la trama entre arte y mercancía.

 

miércoles, 12 de mayo de 2021

martes, 13 de abril de 2021

Gallica Molloy

domingo, 4 de abril de 2021

sábado, 3 de abril de 2021

sábado, 27 de marzo de 2021

Lira mínima

Folkloreyliteratura by Diana Echeverri

jueves, 25 de marzo de 2021

Antes de la pandemia....

miércoles, 30 de septiembre de 2020

jueves, 20 de agosto de 2020

Pluma de ganso


miércoles, 26 de junio de 2019

Dicen que...

El último lector

por Carlos Acevedo para Palabra Pública

Sería conveniente empezar por las credenciales de Daniel Link, pero él mismo en este libro explica (en tercera persona) que se quedó con “catedrático y escritor”. Dice poco pero es suficiente, sucinto y limpio, como suele ser su prosa. Hay algo en la prosa de Link que podría tener que ver con esa definición: con enseñar, con redactar papers y, supongo, con presentar a tiempo formularios. En una época en la que el periodismo diario ha perdido su capacidad para hacer inteligible la realidad, Link hace un uso exquisito de las herramientas de la expresión escrita incluso para consignarle al lector datos que precisan de una explicación algo abstrusa, pero que con él nunca lo es. La generosidad y hospitalidad de la escritura de Link no es común o no, al menos, entre sus colegas académicos que han perdido la voluntad de comunicar o padecen de hacerlo única y exclusivamente para un círculo de iniciados o cercanos: entendidos. Exagero, pero si no existiese el peligro de que la expresión se leyera peyorativamente, llamaría la atención sobre su trabajo con el anacrónico “amena erudición”, pero estoy lejos de querer celebrar la existencia de este libro diciendo que es legible, apenas pretendo advertir que los prejuicios que podrían asustar a cualquier lector más o menos avezado frente a publicaciones de catedráticos son infundados. 
También sería conveniente empezar por el principio, pero tratándose de un libro recuperado —su primera edición es de 2002— elijo empezar por el final. El texto que cierra este libro, y que es la única novedad de esta edición, trata sobre Rodolfo Enrique Fogwill, y la addenda no parece caprichosa. La figura de Fogwill, por ejemplo, abre también la novela El amo bueno, de Damián Tabarovsky; además, sus novelas se reeditan, su poesía se reunió, se publicó un libro coral con testimonios sobre su persona y se ha informado debidamente que hay una biografía en preparación. No creo que sea una coincidencia. Estas apariciones de Fogwill, en el mercado y en los libros, hacen explícita una manera en que la literatura circula cuando signa con un nombre propio una política, un modo de hacer. En este libro, la aparición de Fogwill no es una figuración ni un souvenir, sino más bien un marco, un área de acción y movimiento, y también un modo de fijar un momento; o de fijar su importancia, la de Fogwill, en un momento (vital, también: las escasas tres páginas esconden más de dos décadas de una vida en común). El texto consigna afectos y melancolía y eso tiñe al testimonio de veracidad cuando señala que su protagonista es “el primer amigo que falta”. Que un texto sobre Fogwill, una de las figuras públicas más potentes (y temidas) por la amplitud y el valor (equívoco pero entusiasta) de sus movimientos e intervenciones en un campo literario como el argentino —que, por cierto, periódicamente nos regala estimulantes anomalías agrupadas bajo el rótulo de literatura—, donde las polémicas transitan por la academia, la prensa y el mercado, en parte por sus pluriempleados miembros, en parte porque se reconoce en el diálogo más o menos militante y casi siempre beligerante en torno a su propio funcionamiento. Cerrar un libro de las características difusas y extrañas de éste que ha recuperado Alquimia Ediciones con un texto sobre Fogwill también dice, o subraya, que el centro de la literatura argentina tiende, una vez más, a hacerse difuso, quizás en consonancia con la compleja situación económica y política actual en el país transandino; se trata de una crisis cuyas encarnaciones anteriores aparecen, sí, articuladas y pensadas en este libro. Los textos reunidos en este volumen gozan de una dimensión productiva que hace valiosa esta recuperación editorial no tanto por el testimonio que, en definitiva, otorgan, sino porque permite seguir pensando. Link, no sé cómo lo hace, es siempre contemporáneo (en el sentido que le otorga Giorgio Agamben al término).
María Moreno empezaba así un texto periodístico que ya ha cumplido once años: “Decir yo siempre estuvo de moda, un yo para cada sujeto, infinitos yoes para cada yo…”. Con eso imponía una cierta distancia respecto de lo que Alberto Giordano ha querido llamar “giro autobiográfico” y minaba el tópico de lo nuevo que le resulta tan caro al periodismo. Y aunque es evidente que ese siempre está cargado de desconfianza hacia las propuestas del mercado y las demandas académicas, la cláusula insiste en que lo que entendemos como literatura se ha de pensar desde la lectura y el tiempo —sobre este aspecto concreto recomiendo viva y alegremente la lectura de Panfleto, libro que recoge dos décadas de apuntes e intervenciones sobre género de la autora argentina— o desde el tiempo de la lectura. Esa desconfianza nos permitiría ver o entender hasta qué punto o en qué medida la primera persona, el uso de la primera persona, consigna algo más que narcisismo, algo más que coquetería o, ahora sí a secas, algo más. A Héctor Libertella le llamaba la atención que en castellano la primera persona “se armase con un elemento que conjunde y une, seguido de otro que disyunde o separa”, una precisión sausseriana que intenta señalar algo de lo que se pone en marcha al decir yo: ¿acaso la mera enunciación del pronombre admite la posibilidad de unir y separar a un tiempo? Pero ¿unir y separar qué? ¿La experiencia del discurso? ¿Lo real? ¿Lo imaginario? ¿Todo eso junto y a la vez? Y si es así y es todo eso junto, ¿cómo operaría esa distinción sausseriana a la hora de hacer públicos textos que es posible catalogar entre los géneros íntimos? ¿Qué es lo que separaría el “todo eso junto”? Que a estos escritos les ocupe consignar datos acerca de cómo y dónde se escriben y que incluso se detengan en cuáles son los motores de su existencia, de su escritura, subraya su interés como práctica literaria anclada a un tiempo, sí, pero en el caso de Link aparece también una cuestión decisiva: lo está diciendo todo (incluso que hay algo oculto en ese decir). Este libro es una pieza importante —quería decir decisiva, pero no me gustan las profecías— porque evoca y articula también un modo de leer. 

 

viernes, 23 de noviembre de 2018

Dicen que...

Episodios críticos de la modernidad latinoamericana

por Fernando Bogado para Otra Parte

“Latinoamérica” es, siempre lo ha sido, el nombre propio de la imaginación. Precisamente, los artículos reunidos en Episodios críticos de la modernidad latinoamericana no hacen otra cosa que destacar la importancia crítica del concepto de imagen (en un sentido estricto, literal y por eso móvil: “inquietante”) y el uso que abre para entender ciertas producciones imaginarias que pueblan nuestro rabioso continente. Todas estas intervenciones son el resultado de una prolija recuperación de las ponencias presentadas por los integrantes del Programa de Estudios Latinoamericanos Contemporáneos y Comparados (PELCC) de la Universidad Nacional de Tres de Febrero en el XXXIV Congreso Internacional de la Latin American Studies Asociation (LASA) en Nueva York, en 2016.
Dos episodios críticos nuclean seis ponencias y dos discusiones, episodios que condensan en una imagen la tensión entre origen y utopía dentro de la literatura latinoamericana. Diego Bentivegna, Rodrigo Javier Caresani y Miguel Rosetti se concentran en el Modernismo, destacándolo como un momento que influye sobre las relaciones atlánticas imprescindibles para una metodología de estudio propia de las literaturas comparadas. Sorprende el primer texto, el de Bentivegna, cuando habla de la “Atlántida” que Lugones evoca como lugar efectivo y barro primigenio del cual emergió el mundo civilizado. ¿La Atlántida del mundo antiguo como imagen mítica avant la lettre de Latinoamérica?
El segundo “episodio crítico” es el Barroco, presentado por Valentín Díaz en su intervención casi como un proyecto por concretarse, un “cuerpo sin órganos” por hacerse. En esa misma línea habría que revisar la ponencia de Daniel Link sobre Copi, su conceptismo y su distanciamiento del culteranismo (que tiene que leerse en sintonía con su libro La lógica de Copi) y la notable relectura de la relación barroco, ano y neoliberalismo que lleva adelante Rubén Ríos Ávila a partir del análisis de la obra de Perlongher y Lemebel. El barroco se vuelve el nombre de una estética y una filosofía de la latinoamericanización: de repente, vía los autores analizados, Deleuze se vuelve cubano y Foucault, paraguayo.
Cada uno de los artículos sintetiza un modo de hacer comparatismo. Pero en lugar de quedarse en la jerga, se nota la necesidad de hacer temblar un poco ciertos prejuicios críticos y avanzar, seriamente, hacia lo informe mismo con un tono casi filológico-interpretativo. Cada texto parece responder a una pregunta implícita: ¿cómo renovar los estudios literarios? ¿Qué recuperar de la filología? ¿Cómo ir más allá de ella? Dándola vuelta, parece responder el barroquismo crítico. Por ejemplo, volviéndola contra ella misma. Lo que se lee, en definitiva, es el modo en el cual lo latinoamericano se piensa a sí mismo a través de algunos nombres propios, de algunas comunidades agrupadas en episodios, o en grupos de estudio. La reflexión (europea) aquí, en nuestro continente, se convierte en doblez, en proliferación especular. Lo puso Borges en boca de Laprida: a veces, lo latinoamericano, antes que una condición, es un destino. Una imagen por construir. Un barro, tal vez.

Valentín Díaz (ed.), Episodios críticos de la modernidad latinoamericana, EDUNTREF, 2017, 132 págs.


viernes, 24 de agosto de 2018

Dicen que...

Re-visiones de un lector apasionado

POR CANDELARIA PÉREZ BERAZADI para Catalejos. Revista sobre lectura, formación de lectores y literatura para niños


(...)
Link no duda en reflexionar sobre cada obra literaria que cita y genera
momentos oportunos para fomentar el pensamiento crítico sobre aquello que afirma y
describe. Su idea de lectura, entendida como práctica silenciosa, se afila en el tercer
capítulo al correlacionar su impacto en el ámbito político-histórico-cultural: la lectura
es comprendida, entonces, como una necesidad de situarse en el mundo, y la escuela
media genera “modos de leer” que implican prácticas diferentes a las propuestas por
la enseñanza primaria.

(...)

viernes, 13 de julio de 2018

Dicen que...

Reseña de Suturas

por Victoria Scotto para Orbis Tertius

Este libro es el tercero de una serie escrita por Daniel Link, cuyas dos primeras entregas son Clases. Literatura y disidencia (Norma, 2005) y Fantasmas. Imaginación y sociedad (Eterna Cadencia, 2009): según el propio autor, son tres libros (o un mismo libro distribuido en entregas) que forman un diagrama cuyas preocupaciones más acuciantes son los dispositivos de clasificación y las potencias de lo imaginario, abordadas desde el análisis de diversos productos culturales. Suturas. Imágenes, escritura, vida se abre con tres citas y un “Umbral”, que funcionan como ingreso a un universo propio de juegos entre autores, fundamentalmente de los siglos XX y XXI, elementos de la cultura y actores sociales observado desde la matriz de la crítica literaria y los estudios de la historia de la cultura. Posfilología, diagramatología, juego, archivo y reproductividad digital son nociones fundamentales para transitar las perspectivas eminentemente latinoamericanas que construye Suturas: son guías o andariveles, que permiten recuperar una suerte de mapa del recorrido cuando, en el cierre de cada ensayo, se abandona el estado de sumersión al que obliga la prosa de Daniel Link.
Traspuesto su umbral, el libro consta de cuatro partes: “Método”, “Imágenes”, “Nombres” y “Escritura”. Cada una de estas partes posee en sí una serie de ensayos, cuyos nombres son, de manera intercalada, la mitad sustantivos, y la mitad números (casi en todos los casos, fechas). Sólo una irregularidad interrumpe el orden del índice: la palabra “Alegría” aparece repetida como dos títulos seguidos correspondientes a la misma página, lo que se duplica en las últimas partes del libro, y aparece en el índice a pesar de no ser ensayos en sí. Esta estructura de palabras y números, apenas interrumpida, logra enfatizar en el transcurrir de los ensayos una historicidad caprichosa, de a saltos, que no se condice con la cronología sino con el énfasis específico que la prosa misma requiere: los títulos no son resúmenes sino indicadores de una forma particular de percibir aquello que dice el ensayo. Y particularmente en el caso de las fechas, este orden necesario pone en evidencia los hilos de contacto que se establecen entre la cultura y la (bio)política, a la vez que logra poner en evidencia el carácter “poshistórico” que el autor marca para la sociedad contemporánea. Precisamente la estructura del libro realza hasta formalmente la sutura, el contacto forzado pero necesario entre nombres y números, más allá del orden normativo, justo donde el enunciado lo requiere.
La primera parte, “Método”, delimita algunos problemas teóricos, propios de una matriz disciplinar que está (re)formándose desde ya hace unos años, que afectan los modos de lectura de ciertas producciones culturales, de cierta época de la academia, de ciertos mensajes, de toda una gestualidad propia de sujetos en la cultura de fines del siglo XX para acá. En una era en la que la escritura tradicional no basta, no sólo ve Link la necesidad de re-alfabetizarnos para escribir en los medios digitales, sino sobre todo para crear nuevas formas de leer: así, propone como método la posfilología, una lectura en cámara lenta, atenta, a medias entre la cercanía y minuciosidad filológica y la lejanía perspectivista del relativismo cultural; una instancia crítica ajustada a, como dice Link, la sociedad poshistórica que nos caracteriza. El autor no se conforma con plantear el método: a la vez lo utiliza para trazar redes entre las producciones de cierto sector intelectual en la Argentina del Centenario, la construcción de los intelectuales acerca de qué es América antes y después del arielismo, y la delimitación de las posibilidades de la comunidad latina en Estados Unidos en los últimos sesenta años. No sólo es una explicación del estado de la cuestión de la filología contemporánea y una defensa de su actualidad, sino una muestra de este método ejercido sobre la propia historia disciplinar y sus alrededores.
La segunda parte, “Imágenes”, quizás la más compleja de las cuatro, retoma elementos mencionados en la primera para llevar adelante un segundo método, esta vez de lectura de imágenes y de gestos: la diagramatología. Apenas iniciado el ensayo “2005” Link propone que con la creación de Youtube (datada en ese año) se ha creado una suerte de museo casi total del gesto humano, por lo menos en Occidente: compara el cimbronazo youtubeano para nuestra cultura con el paso al Neolítico, momento en el que comienzan a registrarse, en rústicos grabados en piedra, los primeros gestos humanos. La posibilidad de pensar en las imágenes como objeto de una diagramatología fuerza a partir de su consideración como “formas vaciadas de historicidad” (p. 214) pensadas en plena relación continua con otras imágenes, en línea con las ideas de Aby Warburg y su famoso Atlas. Ya sea en forma de video en una plataforma digital, en un museo, en un cine o en la comercialización de una figura publicitaria, las imágenes requieren por parte de los sujetos un compromiso corpóreo, real, que implique una afección directa al cuerpo de quien las ve como forma de revindicar una vida que les es propia, que se les asignó en el instante en que un sujeto prehistórico comenzó a decorar su cueva, a dibujar un gesto, a dejar fluir de sí parte de aquello que lo constituyó luego como homo sapiens: el arte. Esto marca Link cuando conjuga Youtube, el Neolítico, El imperio de los signos de Roland Barthes, la serie In the flesh de Dominic Mitchell, Padre Padrone de Taviani, Hitler de Syberberg, al colectivo Tiqqun, a Tim Burton, a Lars von Trier, Cozarinsky, Albertina Carri y la paranoia en el cine del siglo XX. Los análisis individuales frecuentemente se inician con la narración de una experiencia directa de impacto en el cuerpo de ese Daniel Link que habla, generada por la observación de esas imágenes: la intensidad de la narración se funde con la lectura diagramatológica, crítica, posfilológica de un producto necesariamente poshistórico.
La tercera parte, “Nombres”, puede añadir sin lugar a dudas el matiz de la palabra “registro” a las posibilidades que reúne en derredor de sus ensayos; de alguna manera porque se invoca, junto con el nombre, la posibilidad de dejar vivir, mientras se “produce lo viviente” (p. 426) al liberar la potencia de su nombre. Nuevamente se esbozan miradas afectadas sobre diversas imágenes, esta vez, en busca de un llamado: como las fotografías de la cárcel de Abu Ghraib y la sonrisa turbia de James Franco en Interior. Leather Bar; como la mirada de los ángeles de Der Himmel über Berlin de Wenders y como Los fantasmas de Aira, aquello que resulta perturbador hasta el desconcierto y la fascinación provoca una búsqueda de un nombre que permita conciliar su existencia con lo que Link declara fácilmente: “ser es ser nombrable” (p. 438). La búsqueda del nombre (que puede ser una invención demandada, aunque también un develamiento de un nombre ya verdadero, como en el caso de las búsquedas de identificación para las fosas “NN” que nos legó la dictadura del ‘76) alcanza en Suturas una intensidad que reconoce la condición de desesperada distancia entre las palabras y las cosas: entre el mundo que ve Alice al otro lado del espejo y cómo se llama, y cuál es su nombre, y lo que en verdad es; es decir, entre todo el lenguaje y el mundo, que sólo podemos comprender, irremisiblemente, a través de sus nombres.
La cuarta y última parte (“Escrituras”) indaga la profundidad de toda inscripción: instala evidencias de intervenciones escritas que han marcado indudablemente vidas, individual y colectivamente, y propone la gravedad irremediable de estas inscripciones. Transitar los últimos ensayos del volumen es encontrarse, una y otra vez, con el reconocimiento de la irracionalidad en el lenguaje, la importancia de aquellos “diagramas abstractos” (p. 643) que rigen las condiciones de vida del universo humano, que definen el futuro de las vidas, que instalan la condena perpetua a partir de trazos inamovibles, de una vez y para siempre. La elección de Copi para hablar del humor como salida de este orden (de salida por sí mismo, por los trazos que requiere, por los lugares comunes que evoca, por polisemia, por diagrama) en “1939” es una reivindicación del rechazo de todo aquello que es totalitario en la expresión, y que después de reconocer que “la lengua es facista” (p. 633) propone como posibilidad del retorno a la libertad la destrucción de “las nociones temporales y espaciales, que son trascendentes a la percepción, pero también [la horadación] de todos los sistemas de clasificación, empezando por los más estigmatizantes” (p. 641): es decir, para salvar el lenguaje del fascismo, y de aquello irreparable que ese lenguaje puede ejercer sobre los sujetos, vuelve a proponer la “destrucción de su destrucción”, el programa básico que propone para la posfilología, esa disciplina novedosa empecinada en transformar toda la relación de los sujetos con su herramienta de expresión más preciada, y que es la que abre Suturas.
Este gran ensayo compuesto por otros pequeños ensayos (cosidos), algunos más cortos otros más extensos, puede ser recorrido de a saltos, aunque guarda cierta continuidad en los temas que aborda. Los diagramas que forma, las escrituras que lee y atraviesa (pos)filológicamente, la vida que narra, atravesada por las palabras y las imágenes, proponen una forma de recorrer variadísimos productos culturales con un programa crítico metodológico claro y propio: eminentemente, es un programa de perspectiva latinoamericana, que se apropia de la Weltliteratur, del cine, de la historia, sin pretender una homogeneización de los orígenes, sino una utilización de sus recursos para trazar un archivo para Latinoamérica.
La sutura per se es incómoda. Es provisional, intenta ser eliminada del cuerpo, disuelta lo más rápidamente posible como estrategia de cicatrización. La sutura es una suerte de archivo del conflicto, un estado de tránsito hacia una cerrazón (no necesariamente una cura) que pretende eliminar toda huella de crisis: y sin embargo en este ensayo es aquello que se pone de relieve para evidenciar un carácter constitutivo de América Latina. Es aquello que se ha buscado ocultar, el ínterin entre el conflicto y la cicatriz, entre el pasado y la memoria ya conformada, el proceso doloroso de silenciamiento de un torrente en flujo. Precisamente, lo que Suturas estudia es cómo se construye la memoria (cómo es el making of de una cicatriz): cómo explorar la sutura, la provisionalidad de la resolución del conflicto, es comprender cómo afecta la historia hoy a nuestro“modo de ser en el mundo” latinoamericano, que, según muestra Link, en sus producciones culturales se empeña, una y otra vez, en tensionar la cicatriz, en evidenciar la sutura, en no disolver aquellas puntadas que siguen quemando.
Suturas. Imágenes, escritura, vida es, sin lugar a dudas, una colección híbrida del género más híbrido de la literatura que tematiza, precisamente, la construcción histórica de clasificaciones sobre nuestra cultura, en un momento en el cual todos los “viejos nombres” han perdido el sentido y se vuelve necesario no reemplazarlos sino indagar en el vacío que los constituye, analizar cómo fueron hechos. Entonces Link, para hablar de clasificaciones, evade toda casilla y se inserta en un “tartamudeo” (en sus palabras) que en cuanto se pone cómodo con un registro cambia radicalmente de dirección. El resultado es una prosa hipnótica que integra anécdotas, lecturas, reseñas, experiencias y análisis tan híbridos como la cultura, tan saturados como la cotidianeidad, tan suturados como la identidad latinoamericana.


lunes, 31 de julio de 2017

Dicen que...

La lectura: una vida...

por Pablo Díaz Marenghi para ArteZeta

Daniel Link es una de las voces más lúcidas de la crítica literaria contemporánea. Impacta por varias razones: una formación interdisciplinaria, un fuerte compromiso político por la igualdad en todos los aspectos, un involucramiento en el campo del conocimiento no sólo en las altas esferas de la Academia (Filosofía y Letras, CBC UBA, Joaquin V. Gonzalez, Gino Germani), sino también en el barro de la escuela secundaria. Es un apasionado por la crítica literaria aunque también por la ficción. Un trabajador editorial arduo, aprendió de Daniel Divinsky, en De La Flor, encargado de la curaduría de la obra de Rodolfo Walsh. En La lectura: una vida… (Ediciones Ampersand) abre el placard de sus memorias que aún están siendo contadas, las ordena y las expone con la prestancia de un docente. ¿Dónde radica el valor agregado de esta obra? Funciona como un itinerario de formación, citas e influencias para cualquier apasionado por la literatura. Además, atraviesa con fuerza a cualquier estudiante de alguna carrera humanística y a cualquier docente que intente contagiar con rabia esa misma pasión que Daniel Link contagia en las páginas de este libro. 


martes, 25 de julio de 2017

Dicen que...

Una pedagogía afectiva

por Alan Ojeda para Golosina Caníbal

Hace unas semanas presencié una discusión en torno a los dichos de un escritor sobre “X” libro. En esa discusión, uno de los participantes dijo: “Juzgar un libro es juzgar una vida”. No creo que nadie lo haya entendido como un postulado biograficista. Por el contrario, creo que todos los que presenciamos la discusión pensamos, automáticamente, en los libros leídos, en el tiempo dedicado, en la disposición del cuerpo y el espíritu al escribir, en las elecciones tomadas, en definitiva, el paso de vida impreso en la obra. Todo aquel que haya dedicado la vida a los libros, si mira atentamente, podrá observar a su alrededor una vasta red de amistades, anécdotas, experiencias decisivas y amores. Ese es el caso de La lectura: una vida… (Ampersand, 2017) de Daniel Link. 

(¡gracias, Alan y Matías!)